viernes, 30 de noviembre de 2012

La piedra

La piedra

Quién está conmigo
y no con quién quiero estar,
se pregunta el
estando deshabitado.

calma llegó, bendita,
aposenta en mi regazo
tulipas ya fecundas.

Y llora, llora, más allá
de tu venganza,
ella llora, llora
obstetricias y claveles.

Y a fuerza de nombrarlos,
obtuvieron nombre.
Cal y sal: sosa cáustica,
más arena,
piedra.

Y fueron los nudos
desmembrando soledades.

(Sofía Serra, de El muriente)

El chocolate no se vende

El chocolate no se vende

Cuando los coches se atascaban en los caminos de arena había un motivo para mi miedo que hoy revierte en risa. El seiscientos era muy pequeño, iba cargado con, algunas veces, siete personas (las dos más de mis abuelos cuando un año se vinieron a pasar los primeros días) más una bombona de butano y el peso de la tienda de campaña, amén de todos los bártulos necesarios para poder disfrutar dos meses de vacaciones en la playa. Es decir, entre su tamaño minúsculo, el del seiscientos, y el peso que soportaban sus ruedas se conformaba el imposible para rodar por los caminos de arena (nada llanos, nada asfaltados, arena pura y nada dura) sin algún tropiezo o lapsus en su marcha. Normalmente sucedía cuando sus ruedas cogían alguna hondonada más pronunciada. Yo siempre asomada a la ventanilla del conductor, mi padre, con la cabeza que casi se me escapaba del cuello que ahora imagino estirado como el de una mujer(niña)-jirafa, olfateando el mar, los eucaliptos, los pinos y los distintos aromas verdes del bosque mediterráneo cayendo al mar.

De pronto, la falta de avance, el ruido extraño del motor que me chirriaba en los oídos y la expresión verbal de mi padre: Ea, atascado.

Sólo recuerdo una imagen que hoy califico como proverbial. Una vez todos fuera del coche, miro el seiscientos, y yo, aún tan pequeña en tamaño, cinco o seis años, hormiga que soy hoy, pues más hormiga entonces, lo percibo como pequeño -pequeño dentro literalmente de una hondonada de su exacto tamaño. O sea, no es que sus ruedas hubieran patinado, es que simplemente se había caído a un bache, a un precipicio, un buen precipicio de no más desnivel que 25 cms, los suficientes para que remontar le supusiera más que escalar, también literalmente, el puerto de las Palomas en la carretera que iba a Grazalema, cuando tenía que hacerlo con la primera metida, la primera. Esto significaba mucho más esfuerzo. Impotencia del pobre y noble seiscientos.

Sacarlo del apuro no era complicado. Los mayores extendían cartones o ramas secas de los árboles cercanos delante de sus ruedas, mi padre arrancaba el coche, los que podíamos ser útiles (sic) empujando, nos apostábamos en su parte trasera, con cuidado, el calor del motor, y así, normalmente salía del atolladero rápidamente. Si el bache era más hondo de lo previsto, de por ejemplo 35 cms de hondo, llegaba la última solución, la drástica, o sea, amarrarle al parachoques delantero una cuerda que comunicaba directamente con el opel negro enorme como un tren y mil toneladas de peso de mi tío. Es que es de HIERRO, decía mi padre, el seiscientos era de lata según él, pero el opel era de HIERRO, de hierro de verdad. Por eso pesaba tanto, y por su tamaño, claro, unos cinco metros desde mi perspectiva de entonces, tal vez 25, metros.

Esa era la solución radical, el plan B que si bien permitía la solución de un problema, también podría devenir en la llegada a otro peor. Es decir, que el enorme opel, al tener que tirar de un peso algo considerable, al fin y al cabo el seiscientos era un armatoste de metal y motor, fuera el que quedara enterrado en las sinuosidades de los caminos de arena.
Como esa vez sucedió.

Recuerdo las risas de mi tía y de mi madre. Juntas se reían absolutamente de todo, se lo pasaban bomba. A más risa de las dos, más cara de pocos amigos de mi tío, y viceversa y recíprocamente, claro, no recuerdo donde comenzaba el baile risas /mosqueo. Pero sí su cara seria, cabreado, mi tío, el bohemio de los dos hermanos, porque pintaba “cuadros”, que no vendía, claro, su trabajo era el de maestro de dibujo y trabajos manuales, y recuerdo a mi padre encendiendo un cigarro y no sintiéndose culpable. Mi tío tenía esa habilidad, lograr que cualquiera se sintiera culpable, por el no hablar, por el silencio y el cabreo contenido hasta que reventaba, y mi padre la habilidad de pasar de su hermano mayor cuando la situación emocional lo pedía. Normalmente le soltaba una gracia a la vez que iba disponiendo en su mente el engranaje correspondiente que le llevara a dar con la solución del problema, le comunicaba la idea a mi tío, la llevaban a la práctica y el problema se resolvía.

Mi padre volvió a montarse en el seiscientos aliviado del peso del resto de la familia, lo condujo con cuidado por el lado izquierdo del camino, ese por donde más hojas y ramas cubrían la peligrosísima arena, adelantó al opel y se situó justo donde antes, siguiendo la idea mi padre, habían extendido todos los cartones y ramas que en los minutos previos habían servido para sacar al mismo seiscientos del bache. Ahora la cuerda se disponía con sus cabos en puertos distintos, el delantero amarrado al motor del seiscientos. El trasero, al parachoques delantero del opel. Mi tío, aún con la cara de pocos amigos y de desconfianza completa en el proyecto, al volante de su opel, mi padre arrancó sus seiscientos verde clarito, primera marcha metida, yo con los oídos tapados, cada esfuerzo del seiscientos por aquel entonces se me figuraba que terminaba en explosión del cacharro saltando por los aires, temía por mi padre, mi tía y mi madre imagino que con algún rezo entre las risas nada contenidas, la guasa, el ruido del motor del seiscientos con el capó levantado para que no saliera ardiendo en el esfuerzo, la cara de pocos amigos de mi tío, primero muy lentamente rodaje sobre los cartones, otro tirón mas, otro ruido más-oídos más tapados, ojos cerrados apretados, y… ¡voilá!, ¡el milagro!, ¡ el gran milagro!, las ruedas del opel de mi tío pudieron rodar (no más de diez centímetros) por la arena más firme. El seiscientos siguió tirando cada vez más alegre hasta que por fin ambos coches quedaron bien asentados sobre terreno firme.

Y yo pude respirar, y mi madre y mi tía no dejaban de reírse, y mi tío ya no tenía cara de pocos amigos.

Ah, es que aquel seiscientos era un héroe. Recuerdo las botellas de agua que mi padre siempre disponía cerca del motor, era el único riesgo, que se calentara más de la cuenta. Entonces mi padre le daba de beber, no sé cómo, y el coche seguía andando tan cantarín como siempre.
Pero esta vez su hazaña era de verdadero renombre, épica. Un minúsculo seiscientos sacando del precipicio de 30 cms a todo un opel de mil quinientas toneladas de peso (chispa más o menos).

Creo que mi tío no se lo perdonó en la vida. No sé si al seiscientos o a mi padre.
¡O a mi madre y mi tía!

Pero el caso es que ese año también pudimos llegar todos, seiscientos y opel incluidos, a la bajada que los cabezos amarillos, junto con su arroyo, disponían para que pudiéramos pasar las vacaciones más memorables. Allá junto a la torre árabe en ruinas. Allá iluminados en la marina noche por los carburos, allá donde casi me ahogo por segunda vez en mi vida si no hubiera sido porque mi primo me agarró de los pelos para sacarme del revolcón que la ola me había dado, allá donde comía chanquetes crudos recién pescados y donde sufrí el cólico de coquinas que hizo que mi padre y mi tío tuvieran que salir a toda pastilla (no sé si con el opel o el seiscientos) a buscar hielo para que no me deshidratara al pueblo más cercano allá donde mi hermana pequeña terminó pudriendo casi todas las sillas de anea del chiringuito bar que nos hacía compañía. Y por el “nos” hay que entender dos tiendas de campaña con sendas familias en cada una cuyos miembros disponían de 10 kilómetros de playa de arena blanca para ellos solos, sin un alma salvo los domingos, uno de los cuales por primera vez vi una furgoneta enorme con la herradura pintada en sus flancos rodando por la arena mojada, a quien se le ocurre, decía mi padre, una furgoneta de una ferretería andando por la arena, se atascó, claro, también ella, pero para entonces y tras cuatro o cinco años, todos éramos expertos en extraer vehículos de gran tonelaje (sic) de sus atascos respectivos. Allá donde entre otros milagros presencié el más sencillo e inexplicable de todos desde mis ojos poéticos actuales, los pozos horizontales, los pozos que no necesitaban bombas para extraer el agua del acuífero correspondiente. Allá donde con tan sólo clavar una caña en los estratos amarillos de los cabezos, el agua manaba cristalina, clara, limpia y, además, irisada. Mis arcoíris son tan reales como la geología que nos garantizaba agua corriente, dulce y potable durante todas unas vacaciones de dos meses en la playa.

¿Qué por qué vacaciones de dos meses si mi padre no era el maestro?
Muy sencillo. Porque mi padre era representante de chocolates Elgorriaga, o sea, vendedor.
Y ya se sabe, en el verano sureño el chocolate no se vende.

Supongo que por eso me encanta.

Sofía Serra (de Los cabezos amarillos)

Por delante

Por delante

qué mejor
para estar estando
ausente
que este medio
estar y no estar
qué hacer con el mientras
nos vamos
curando
participas de la noche
cuadrada
a medio fuego,
como las calderas
de los barcos de vapor
de antaño,
al ra-len-tí
del motor
hasta que la marcha te oprima
el brazo que detenta el poder
sobre tu alma

¿no?

y este es tan solo
un arroyuelo pequeño, una vena
abierta en la tierra amarilla
por las raíces de los cañaverales
según necesitan
si alimento
so pena de muerte
sobre su agua cristalina e irisada
qué haces con un barco de vapor
en un arroyo escondido
entre selvas verdes y duras,
qué haces con el alma a medio gas
en esta sociedad de hombres

armados hasta la médula
de su espina bífida,
qué hago tarareando

una canción de amor
cuando nadie entiende
ni siquiera
el tú
el sí 
la playa
que los cabezos
amarillos nos ponen
por delante.

(Sofía Serra, de Los cabezos amarillos)

jueves, 29 de noviembre de 2012

La motivación

La motivación

verán, yo hace tiempo que sé
que la vida es dura y
la mayor parte de los días
pasa entre fealdades y
dolores, pocas satisfacciones, y
sobre todo, escasos regalos,
nada gratis, todo a costa
de bastante esfuerzo, bien
de nuestra mente, bien
de nuestros brazos, y
ya que no puedo echar una mano
descargando el camión de la mudanza
o en la fábrica de coches
o en el hospital velando
por el reparador sueño
del enfermo, me propongo
intentar hacer el tiempo
de quien ojos tenga
para leer lo que escribo
o para ver las imágenes que pueda inventar,
simple y llanamente algo más bello,
también algo más reflexivo,
porque soy sin pretenderlo
de esos especímenes humanos
que aún creen en la capacidad
de nuestra mente como herramienta
para lograr mejorar el mundo,
en la bondad de nuestras intenciones.
soy de las que piensan
que todos somos buenos
desde que nacemos y que
ningún ser humano merece
sufrir y que en nuestro interior,
sólo en él, se halla la fuerza
que puede lograr que cada uno
consiga ser un poquito más feliz
que como realmente se siente:
Amar, el mejor motivo
que la naturaleza derramó
en la naturaleza nuestra
de estar vivos.
Amar. La motivación
que además de bien al otro
reporta bien al uno.

(Sofía Serra)

miércoles, 28 de noviembre de 2012

A un príncipe cretense (al héroe europeo)

A un príncipe cretense (al héroe europeo)

Ejército prometeico este campo
abonado por las lises de tu mano,
soldado gigantesco de la nube
y el pimpollo de moras o de espigas
que germinan soltando el paso
y el vuelo de toda ave, toda mariposa
aventurada por el soplo de mis labios
a tu cintura, tu perfil, tu corona,
iris circuncida el viento con mi pluma.

Sofía Serra (De El hombre cuadrado)

La violadora

La violadora

la impotencia tiene nombre
de diosa, así que seré dios
para casarme con ella, o violarla,
lo mismo me da,
la poseeré hasta reventarla
desde dentro,
y así, desaparecerá de la vida
suya y mía

de un qué

de qué seremos capaces a esta altura
de la vida blanca y los cabezos amarillos
de qué vengaremos tu osadía
construyendo alminares
cada vez más altos
de qué nos olvidaremos
cuando bajemos la mirada
para observar el pequeño
niño enjaulado
con los barrotes de nuestra ira,
nuestra rabia,
nuestra impotencia.

O quizás de nuestra indolencia.

(Sofía Serra, de Los cabezos amarillos)

Mi mirada

Hay días en los que el hecho de no disponer de cámara me sobrepasa, como hoy. Hormonas, hormonas, siempre hablamos de hormonas, y quizás habría que hablar de hormas. No recuerdo un solo día en mi vida sin cámara, aunque no la usara. Pero los últimos 11 años, además de disponer de ella, su uso ha sido continuo, cotidiano, diario. Podría pensarse que es natural, que me he acostumbrado a mirar el mundo a través de su visor, pero estos últimos días en los que ese peso llega a oprimirme el pecho de verdad, realmente me lo oprime, me he dado cuenta de que no es así, de que como siempre he defendido a lo que me he acostumbrado es a lograr mirarme por dentro con una facilidad pasmosa, a indagarme sin apenas darme cuenta, a escudriñarme y así quizás he logrado disponer de esa mejor parte que cada uno llevamos dentro, la que nos da la fuerza, lo que me ha permitido tal vez disponer de una salud mental casi envidiable por muchos avatares difíciles que las circunstancias de la vida me haya hecho pasar. El caso es que jamás me he sentido como este tiempo en el que ella me falta, por días depresiva hasta terminar llorando sin saber por qué. Apática, sin fuerzas, sin ganas de nada. Lo que nunca he sido.
Algunos me dicen que vivo un duelo por su pérdida, qué tontería, vivir un duelo por la pérdida de una máquina… No, no es la máquina, el duelo lo vivo por no poder dar con….mi….paraíso…imperdible. O costarme la misma vida algunos días.
Yo misma me sorprendo llorando, sabiendo además que probablemente, aunque la tuviera en mis manos no fotografiaría todos los días. Siempre preví esta posibilidad, por eso no me importaba disparar y disparar y no preparar todo lo que recogía. “Para cuando se me estropeé” me decía. Y así es. pero no es lo mismo, no es lo mismo. El acto fotográfico es un suceso completo desde el disparo. Necesito el disparo casi como el comer.
Sí, es cierto, podría usar el móvil de mi hijo…pero no es lo mismo, para nada es lo mismo. Mirar a través del visor era mirarme a mí. Podría usar la pequeñita y compacta que mi hermana me ha prestado... pero no es lo mismo, el visor y la falta de posibilidad de hacerlo todo manualmente. Me sobra todo lo demás en las cámaras actuales. Pido a gritos que fabriquen una cámara digital a secas, sin softwares de efectos y rollos añadidos que en mi caso en particular no me sirven absolutamente para nada. Ni los huelo. Saldrían mucho más baratas. Poder mirar, disparar y verla aquí. La necesito como el comer, como el comer. Mido a ojo, mío, con la ayuda del dial del fotómetro, miro yo, por eso necesito buenas lentes y el hecho del sistema réflex, mido yo, mi ojo se extiende, recogerlo y luego, poder trabajarla aquí, en este mi laboratorio de revelado hasta que ella me devuelve esa mirada que lancé. Y la veo, la veo. Ahora tengo esto pero no dispongo de lo fundamental. Mi mirada. Mi mirada diaria.
No puedo verla.

martes, 27 de noviembre de 2012

Hoy

Hoy

Un día en blanco, de registro
blanco en la dosis de arena
cuyas señales borra el mar,
así.
por-
que
qué
importa
nada
si
los brazos fuertes
y la fe
de una frente
que beso

al final
(y al principio),
leer,
porque esa es la memoria.
El presente.

Sofía Serra

Pulmón libre




Tengo, quiero, necesito hacer esta entrada un poco especial. Decirlo, mi madre, mi madre, la mejor lectora que tengo, ¡y no, que no se piense que es porque soy su hija!, no, no, ¡en serio!, ella no es así, si algo no le gusta, y aún más de poesía,  no hay filiaciones que valgan. Cada vez que voy está con Signos cantores allá a su lado, apoyado en el brazo del sofá donde ella se sienta por las mañanas. Sobre la mesa, los mandos de la tele y la radio y el estuche de medirse la glucosa, su copita de agua, una servilleta de papel y el libro, el libro a su lado.

Me contó que lo leyó en dos días. Pero es que después lleva con él como un mes o más en la mano, y relee, relee, por aquí, por allá, curiosamente compruebo ahora que lee poesía como yo. O yo como ella, mejor dicho. De un tirón el libro, y si me llega o me gusta lo dejo cerca, y releo, releo, releo... así puede estar eternamente el libro equis a mi lado, o al suyo.

Ella fue muy buena cantante de zarzuela en sus años mozos, en su colegio donde stuvo interna hasta los 19 años (un hospicio, un orfelinato, nada de familia pudiente), casi estuvo a punto de saltar a la carrera de "artista" a la vez que Raphael, sólo que no quiso aceptar "ciertas" proposiciones de por aquellos años, jaja. Cuando niña (5, 6 años) se iba detrás de los pianillos cantando y bailando y tocando las castañuelas (los palillos en "sevillano") por las calles de Sevilla, tan rubia y con esos ojos tan verdes (ascendencia vikinga, esos hombres del norte que atracaron en el puerto de Sevilla allá por el siglo VIII) ha sido la más "flamenca" de todas. Siempre me cuenta cómo se subía a la reja de la ventana de la academia de baile de Realito allá por la Alameda... e imagino que así fue aprendiendo a bailar, mirando...
Ahora vivo casi al lado de donde ella vivía cuando niña. Calle Alcántara, como su segundo apellido. El puente.

Es de estas personas que son capaces de aprenderse los poemas de memoria y sobre todo recitarlos. Ayer mismo pensaba en cómo hubiera disfrutado con los recitales de poesía que actualmente abundan, con esos escenarios, ese micrófono y pudiendo desplegar su  total carencia de miedo escénico y su arte... todo lo contrario que yo, en nada he salido a ella en ese aspecto, no digamos ya en el rubio de su pelo y sus ojos verdes.

Me emociona por muchos motivo todo esto. En signos cantores incluí un poema dedicado a ella, un poema que escribí nada más llegar aquí un mediodía que venía de vuelta del hospital. Recién venida del campo a esta casa, al llegar septiembre, mi madre enfermó gravemente. Después de tantos años sin ella cerca, cuando volvía, veía que se me iba. De pronto, así, de pronto. Al caminar hacia esta casa por la calle enladrillada pensando en ella me topé con una rama de buganvilla  que asomaba por la tapia del huerto del rey moro, le disparé algunos clicks. Cuando encendí el ordenador, la hice y escribí el poema. Me salió para ella "lógicamente". La verboluz, poema y fotografía.

Y ahora me emociona pensar que tras tres años, puede estar leyéndolo, en un libro... aunque todo tengo que decirlo, no me ha comentado nada en concreto sobre él. No lee el libro por él. Por su poema, lee porque le gusta. 

Se lo dije ayer y hoy otra vez riéndome a carcajadas: "Mamá, ¡eres mi mejor lectora, jolín, así da gusto escribir! Aunque sólo fuera porque tú me leyeras, ya merece la pena que haga el esfuerzo de poner en papel lo que escribo".

No, no se me fue, no se me fue. Todavía está conmigo.
Y sonrío ahora que puedo. Sonrío y hasta río de alegría ahora que puedo. 
Y lo digo. Ahora que puedo decirlo, lo digo. Quiero decirlo.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Canto derramado

Canto derramado

Haré y reharé,
reconstruiré sobre la señal del olvido.
Habitaré colinas pobladas
de encinas y cañaverales.
Se desoja el horizonte queriendo
mostrarnos su rostro,
ya su espacio reflejado
doy y doblo sobre sí y mí,
vuelvo y hablo abierta y muda
sembrando el suelo con anémonas
o flores celestes.
Blanca la sombra golpea el aire
con potencias de fuego lento,
cocinilla al baño maría
de caminar pausado y batiente,
fresco arroyo,
manantial salubre de sonoras fotografías
que la propia rosa autoinmola.

Así, casi sin sol ni pausa,
habito, clamo y hago.

¿Y para esto tanto derramarse?
¿Y para esto trocear tanto desmayo?
¿Y para esto este espino hoyado tanto,
tanta cima de cubiertas tempestades?
Una blanca flor de montaña arranco,
sola flor entre tanta desmedida,
entre tanto desvarío de rocas
muertes y helados nortes.
Tanto sol desperdiciado.
… Tanto sol,
tanto sol para nada.

Ya no sé de qué se poblará este invierno,
¿se pueblan de algo esos mudos cuentos?
En esta hora de la buena muerte,
¿qué más importa sino morir?
Esos inviernos que aboqué con mi garganta
dibujarán siluetas sobre el vaho nocturno
que mi pecho expele ciñéndose al vacío
de esta nula, nula coyuntura.

Los maseteros me oprimen,
circunvalan este obsceno
recapitular en versículos:
¿qué será del sol si la noche se extingue?
Soy tan de la tierra que me urge trasplantarte,
izarte a la penumbra estratosférica
a salvo del celeste,
que te derrames en el afán
de la desorilla y en el negro flameante.

La nada por barrer y yo aquí sentada…
pensándote,
haciéndote un solaz,
haciéndote paz
y volumen o velamen
de este cerebro desprendido:
breves ángeles posados
y tildados con segundos
sobre la piel arrugada de mis manos.
Tus palmas tersas…

Soplo sobre ellas sonriendo cometas
que encienden las cansadas pupilas:
Tornan al espacio esos parasoles.
y ya duermo en las esquinas
de este universo que sabemos redondo.
Aunque todos nos empeñemos en cuadrarlo.

Canto solaz de pleno puente.

(Sofía Serra, de Los parasoles de Afrodita)

De nuevo sobre cegueras y otras luces

El equilibrio, la restitución de la armonía, es susceptible de ser contemplado mucho más cercanamente de donde solemos poner nuestra mirada.
Todo lo que hicimos por una idea justa o mejor, nos revierte benéficamente. Aunque cegados por los mismos abalorios de los que el devenir suele vestirse, o por las anteojeras con las que él mismo suele vestirnos (y nosotros permitir que nos vista), no sepamos verlo.

El encuentro IV

Os he vuelto a leer, he recapitulado tratando de dar con ese camino donde podría haberme desviado. Pero no, no hay desviación, estoy donde estaba, donde tengo que estar, donde mismo comencé sino que con más hecho, que es lo que me da la dimensión del avance. Lo que soy y pienso os lo debo. Debo seguir, no estaba equivocada, todo lo que lanzasteis al mundo ha ido impregnándolo, así como a mí. Pero necesito avanzar, igual que el mundo. Y encontré un modo de contribuir a ese avance, mi herramienta es la poesía. Escribirla, hacerla con lo que tenga a mano.

no los que griten
serán los oídos.
sino las gargantas.

Despertarme llorando a Kant
por no haber perdurado,
no haber calado en el hombre

Los cabezos amarillos siguen su curso
caminan sobre la arena
y yo con ellos.
Debo mover alguna ficha, aunque sólo tengo una oportunidad, o ella me tiene a mí. Pero me desespera no saber qué lleva dentro de su bolsa esa “oportunidad”.

Leer a Kant y volver a reencontrarme con el ideal de hombre con el que sueño, todo es lo mismo. Sueño, pero ¿es que es tan difícil de comprender y llevar a la práctica su teoría política? Para nada. Cultura, sólo hace falta cultura. Es el único camino.
La clase política ha desviado su camino en cuanto que el ciudadano (del que también forma parte los individuos que en determinado momento hacen de políticos en el supuesto de un estado republicano al modo que lo describe Kant) no ha terminado de ser consciente de cuál es su papel. El estado se fundamenta en la existencia de la persona y el establecimiento de un pacto entre ella y el resto para hacer posible la coexistencia de sus derechos innatos: la igualdad y la libertad de cada uno. Ese pacto es la ley, que emana del derecho, del derecho del hombre a vivir con sus derechos innatos, de la justicia para consigo mismo, que no es otra cosa la clave del derecho, del derecho de cada hombre a que ninguno, puesto que todos iguales (igualdad) ponga en peligro los derechos del otro. A través de esa ley emana el concepto de estado: estado, situación de un conjunto de hombres que deciden vivir bajo una ley común que los vincula y obliga a la vez que garantiza su vida individual (libertad) y comunal en paz e igualdad. Luego el estado deriva de la misma necesidad y deseo de cada individuo de poder vivir en libertad e igualdad conforme a sus derechos. Luego el estado, la pervivencia de ese estado que garantiza el derecho de todos, es responsabilidad de cada individuo, de cada persona, no importa en qué papel le toque vivir su desarrollo como persona, como si es variable a lo largo de su vida.
La persona que ejerce de político es tan ciudadano como el que más. El ciudadano nunca puede olvidar su papel como tal, puesto que entonces el estado se pervertiría. Y esto es lo que constantemente se olvida por parte tanto del votante como del elegido para representarlo.
Sólo es necesaria la conciencia, y la consciencia, para que el sueño del estado universal pudiera ser declarado de facto. Y ambas sólo pueden adquirirse mediante la extensión del conocimiento. Cultura. Cultura es el conocimiento del ser humano. De lo que somos.
Educación.

No, no me había desviado.

Kant apenas años después de la revolución francesa, la supera rompiendo con el despotismo ilustrado. Parece como si su pensamiento la obviara abstractamente, y congruentemente, puesto que la revolución francesa no fue más que continuación del anterior régimen sino que pervirtiéndolo, de tal forma que lo llegado por mucho que acabara con ciertas injusticias sociales, no podía ser positivo per se. Toda revolución sociopolítica parte de una perversión, por muy buenos instintos que la impulsen, puesto que actúa sobre lo malo o detestable revolviéndolo, no dándole la vuelta, que sería la subversión. y no es ese el camino para el progreso (el de la perversión), entendido este como el mejor desarrollo del potencial humano en base a adquirir una forma de convivencia que garantice los derechos innatos de todo hombre.
Otra vez cultura, educación adquisición de conciencia de cada individuo de que el otro tiene los mismos derechos que uno mismo. Y que es deber de cada uno velar por los derechos del otro, en cuanto que cada persona, cada ciudadano es parte no ya necesaria, sino fundacional de ese estado.

Debemos comenzar por renombrar las cosas. No existe la clase política. Existe la función de representantes, y en un estado todos podemos serlo. La política es algo serio y nos atañe a todos, independientemente de nuestro papel en el estado que entre todos hayamos creado.

(Lunes, 26 de Noviembre. Sofía Serra)

El encuentro III

mientras nos demoramos
tuyo es el reino, tuyo el poder
y para qué lo quieres si los tormentos
veneran tus lindos tobillos
y se vuelven locos y de lamerlos
pasan a cuchillo primero tu piel
suave y delicada, después cada vena,
cada pequeña porción de músculo
que hasta ahí llega unida a los ligamentos
blancos y cortan hasta el hueso,
la articulación del sonido
separando el empeine del extremo
de tu hermosa pierna qué haré
yo sin tus piernas, mis piernas
y los pies se preguntan condenados
a vagar sin cerebro chorreando la poca sangre
que les queda por el desierto blanco
del no saber qué son, para qué
sirven un par de pies con dedos
que oyen los ayes de un cuerpo
que se tambalea ya carente
de horizontal de equilibrio
que busca y entonces cae y tú y yo
tan sólo con imaginar sin querer
cuánto duele caminar con dos tobillos
en carne viva sobre la costra puntiaguda.

qué mal, qué mal,
cuánto mal
cuanta agua se me escapa
por las axilas amándote,
mi agua sin brazos
con los que pueda
sostenerte.
(la impotencia)

¿qué sucede en este mundo tan cruel
de los demás y en el mío que nada
tiene sentido sino a través del dolor
ese ponzoñoso filtro
por el que la vida se ejecuta en vez de vivirla?

sentada, todo me absorbe
me hace tan pequeña
que no puedo con mi cuerpo
y mucho menos con mi alma
que todo lo comprende
salvo sus propios sentimientos
que no le caben. se desborda.
como una barca ahogada.


mientras yo escribía estos versos una persona querida estaba viviendo los peligros de ser ciudadano de un país corrompido. NO sabemos lo que tenemos, nuestro mayor pecado como españoles de este siglo es y está siendo el no saber valorar el estado que entre todos construimos cuando murió el dictador. nos dedicamos a protestar a envilecer, a criticar sin ánimo constructivo alguno los problemas que el devenir natural plantea a cualquier tipo de existencia, da lo mismo que sea la de un individuo que la de un país entero, sin pararnos a pensar que disponemos de la garantía del disfrute del mayor derecho del ser humano, la garantía de ser libres. Casi nadie es capaz de ponerse en el lugar de lo que sería su vida si la seguridad y la libertad (tan complejo poder arbitrar las dos garantías en cualquier estructura política) no nos ampararan. Casi Nadie es capaz porque se carece de la co-razón, la que nos da la voluntad de hacer el esfuerzo para poder imaginar la situación del otro.

Estoy preocupada por un amigo querido y no sé qué hacer con los coleos.
Ayer compré dos macetas de romero. He quitado los coleos del balcón y he puesto en su lugar los romeros.
No sé qué hacer con los coleos ya podados e invernando. si los dejo dentro, seguirán brotando, pero muy espigados por falta de luz suficiente. Si los dejo fuera veré dos macetas feas y mochas. Les friego y limpio los platos respectivos, los pongo en la mesa de la cocina, sigo sin saber qué hacer con los coleos.
Pero hay dos romeros como dos pequeños cipreses guardando la entrada a lo que más quiero.


sé a ciencia cierta que he terminado un ciclo, pero me deprime este in albis, no saber cómo cerrarlo, no saber qué hacer con el cuarto claro, la vuelta de tuerca se me impone, la deseo y todo me la pide, pero no sé cómo darla, no sé cómo cerrar ese grifo. no sé, no sé nada, Me grava la impotencia. Dicen que cuando no se sabe qué hacer lo mejor es no hacer nada. Y eso intento, no hacer nada, sólo escribir algo, para mí, y leer seguir leyendo doblemente, alimentarme

soy yo ahora la que navego en la oscuridad más absoluta. falso, el faro me lanza ráfagas, pero el faro significa impotencia, cada vez que me mira me entran ganas de llorar, de salir corriendo, no puedo con tanto encuentro. la última vez me arrimé y la barca se estrelló contra la escollera. Debo desviarme, pero ni siquiera sé si la orilla continúa hacia la derecha, no veo nada, debo palpar y no tengo brazos, oler, oler la tierra desde el mar, ¿ahora soy yo la náufraga?, ¿cómo esto?, ¿no era al contrario?
él se ilumina y yo apenas floto en este mar y cielo negros.
Las estrellas, las estrellas, las estrellas.
Tal vez este cuarto oscuro


Al final Tocqueville me da la clave de mi disintonía política con cualquier intento de orden o desorden en el tiempo que vivimos.

"Estaba convencido [Tocqueville] de que, sin darse cuenta de ello, habían conservado [los franceses] del antiguo régimen la mayoría de los sentimientos, de los hábitos, e incluso de las ideas con cuya ayuda habían realizado la Revolución que lo destruyó. Y, sin proponérselo, habían utilizado sus ruinas para construir el edificio de la nueva sociedad".

Así es natural que desde allí hasta los fascismos llegaran (falsos ellos también lograron provocar las mayores hecatombes contemporáneas), que hubiera lugar para ellos en este "nuevo régimen" que la revolución francesa posibilitó. Así nada, digo casi nada, de lo que estamos haciendo tras ella adquiere justa causa o sentido para mí. Todo es incierto. Todo es falso.
Ni las guillotinas, ellas menos que nada, sirven.
Al final, poetizar, la única empresa humanamente rentable.
Quizás pueda volver al cuarto claro.

(domingo 25 de noviembre, Sofía Serra)

El encuentro II

el rumor se hundió,
pero quedaron las olas
meciendo la despedida.
En silencio el mar,
la voz en silencio,
el murmullo callado
encallan las algas,
la vertiente del agua se desliza
y asume las sienes,
jamás hombre tan bueno
el que osó avanzar
sobre el líquido elemento
de la vida,
la existencia.


Es la primera vez.
Tu persona lo merece.


ahora que he decidido (todo me lo ha pedido, todo, incluso yo) frenar, pararme, sentarme no sé si a esperar, creo que no, tan sólo a intentar descansar y en el camino asentar la tierra que piso, me llegan. Ya hoy no soporto molestarme en indicar, ni siquiera en expresar la relativa indignación, relativa porque no es contra la persona, ¿no lo es?, no, es contra que se hizo así. Somos un poco, y hasta un mucho, todos.
Ahora que comienzo, o terminé,
me llegan. Y sí sé qué es peor.
Honestamente: aposté muy bien.
Yo no quiero ganancias.

(sábado 24 de noviembre, Sofía Serra)

El encuentro I

El final

tramitando orígenes,
describiendo siendos
siendo senda siego
múltiples arbustos para verdear
esta casa redonda,
la exedra que me abraza,
aquí el mar y justo aquí la playa

venga y dime dónde te hallas
aunque yo ya sepa
que tú has llegado
jadeando duermen
los besos de la aurora
la senda que se cierra
y se abraza a sí misma
como siempre.
huyen las barcazas vacías
de aire nocturno
que exhala vapores
seducidos con el dulzor
de las cañas, tan fresca
la brisa veo
llegar al náufrago
sin ser
él piensa
las olas del mar,
y el mar
me hace la playa.
Dichosa la arena, feliz
porque el agua tiende
a secarla ante mi terraza.
Atrás la estantería estratigráfica,
delante, mi mesa donde escribo,
el aroma del tomillo y la sal
esculpen los pájaros bajo la torre,
ella se queda, yo me vengo.
Anida la córvida.
Las conchas de afrodita
cierran sus ojos
que ya no se ciegan
con el brillo
de las piedras,
tan solo piedras.
… y qué más queremos que piedras.

Ven y absuélveme, órgano sin nombre,
ven y ayúdame a solear este suelo
amarillo y negro como el plumaje
de los jilgueros que hasta aquí
arriban.
de alta mar.
Sin pesca, sin marinos,
ni los elefantes se asoman
a esta bahía redonda.

Ven y absórbeme, arena seca.
Desaparezco justo aquí
soy en mis orígenes
tercio el combate y ya
no lucho porque
he llegado a donde
quería
yo
y
ella
sabía.

quizás ha llegado la hora de descansar de escribir poesía. Asentar, sentada estoy aquí. A mi espalda el circo, la exedra pequeña dentro de la gran exedra de los cabezos amarillos. Ante mis ojos el mar, la orilla, el agua y la arena. Hacia mi derecha la torre. Ella ha quedado allá por mí. A mi izquierda no necesito mirar. Del mar llegará el náufrago o el valiente, tal vez el mismo hombre y mujer que aquí se sienta. Sentar y asentar, asentar esta tierra amarilla, verdear la linde con ramas llena de hojas perennes, rastrillar el suelo, peinar la arena casi tierra. Esta es mi biblioteca, las estanterías están repletas de ejemplares estratigráficos y a mis ojos los ilumina el esplendor del cielo semiazul, semiblanco, semiverde como el mar que es plena luz. Nunca me ciego, miro al sur aunque todo llegue por poniente. y todo vuele también, camino de sus orígenes también. veo pasar la nave vikinga de vuelta a su norte, veo llegar, veo volver todo a sus orígenes. Este es el camino de la esencia, redondo, siempre redondo. La curva que nunca se cierra, la espiral.

son tus espaldas marrones y tu nuca morena,
siempre pudiente, las que veo rozar el negro
del vacío, no te mueves, ni te pierdes.
No te das la vuelta.

y el mar pertrechado en el mar
y el vacío hacia donde vuelves tus ojos
con tu cabeza demudada en sonrisa
invulnerable, vuelven
las dulces patrias
la bienvenida otoñal
a la lugareña costumbre
de habitar la arena (como
habita la poesía)
antes de tiempo,
antes de que el mar
la cubra o la ame
antes de nuestra propia hazaña
de darnos
por vencidos
cuando no hay sentimiento
de derrota
o victoria
tuya ni de mí, el Nadie
de rumbo endogástrico.
Como el de los erizos
vueltos del derecho,
con el estómago naranja
a salvo y protegido
ya en la otra playa,
al filo del mismo mar.
Ya se alimentan por sí mismos.


Las campanas me lo dicen
metodizan la prueba fehaciente
: todo vuelve a su origen.
Es primavera tal como tañen
esta tarde
las campanas melodizan
este noviembre de norte
disarmónico
componiendo el sur
con rumbo primaveral.


en la torre se funden la noche y el día
amando la roca se besan como durmientes
vivos de la rosa estratigrafiada,
sellan el pacto con el interlocutor
divino y arrecian juntas
contra el dolor y la tormenta,
si es que esta llega.
duerme plácida la noche negra
y el día seriado, duermen benevolentes
las nubes pastando en el manantial
de los cabezos, se alejan
y olvidan
lo que hombres fueron ajenos
juegan al corro
festejando tanto amor encontrado,
tanto amor sonriendo.


En la senda del agua
amanece el verso breve,
la ergonomía del alma
acomodando heridas y curaciones
milagrosas donde corresponde,
justo en la brecha abierta
en la roca, justo en la tierra
vertical apisonada
a mi espalda.
Rozar con las yemas de los dedos
tanto bocado ininteligible
para salivas que se adueñan
de las lenguas que ya no hablan.
Qué más quisiera yo que permanecer
a solas sobre este baremo de hombre,
me asusta tanta soledad
humillada ante las aletas
de mi nariz, huelo el salitre
y tan sólo distingo el enredo
de las algas en las nasas
que los pescadores recogen.

pero la tierra amarilla
me habla de otras redes
con vueltas de agua.
Capturan mi corazón, que se desprende,
se me desprende. Y duele, cuánto duele.

El silencio va depositando los materiales
de mi escucha. Un trabajo sordo, quieto,
iluminado a modo de los antiguos
códices: una miniatura aquí,
la escena en cualquier esquina,
alguna contorsión de tus dedos
afilando un horizonte que no padezco
ni del que presumo… tan lejos
te expandes súbitamente,
y mi corazón me duele, se desprende,
se desprende y cuánto me duele.

Los estratos permanecen quietos,
mi mano los lee sin entender
absolutamente nada.

Conocía y ya las redes se han congelado
junto con la orilla. Aunque oiga las olas
ellas no se mueven. Mis oídos
componen su nana para los días
por venir. Hay dolor del que no sé
si me despido o es que dirige mi voz.
Aún no sé, aun no sé,
pero el desprendimiento suena
como si el mar entonara

las ruinas
de algo.
Ojalá sea Amor, que siempre
nombra ruina de lo falso,
llegando
a la orilla.
mi corazón se desprende,
se desprende sabiendo
cuánto duele
amar.

vengo asomada a vaticinarte
la desdicha y la duda:
Huye, alma devota,
déjame sola e inerme.
Así, ni tú ni yo sufriremos entonces.

Vivimos una gangrena permanente y yo prefiero cortar por lo sano.

(viernes 23 de noviembre de 2012, Sofía Serra)

viernes, 23 de noviembre de 2012

árbol solo

árbol solo

Hubo un lugar
sometido
a mis piernas (¿?)

tranquilamente dormito
en la espera del cuento inacabado.
solicitud y bienes acarician
mis hojas verdes, y yo, riendo,
entre los pájaros admiro mi floresta.
Tantas verdes hojas
y olor a madera,
tanta humedad
sobre el rocío con mi savia
como apacible compañera
de toda mi vida
suya ayudándome al sorteo
de los precipicios
de los juicios del leñador
y las tempestades abusivas
del mal previsto por la atmósfera,
las heladas y las hormigas
y los hábiles podadores,
y ni el amor me acuchilla
tatuando todos sus nombres
de verde puesto en vilo al filo
hasta el punto caído desde el nido
que cobijé cantando sobre el abismo
cuando el sol se me derramaba
en cada brazo, cada lentisco leñoso
o cada cruz y frío cuando
duermo silencios de desdén
o refresco de infantiles sinsabores y balanceos…
no hay penas, no hay penas
sólo de sola juventud
algo herida por el círculo
secante de la entrepierna enterrada.

Mas en este invierno
los rizomas ya adquieren
de nieve su secreto y mi savia
se concentra en los bajos
más bajos de mi canto.

se fueron hacia el otro lado
mientras yo concluyo
el Misterio sobre la tierra.

Sofía Serra (De El hombre cuadrado)

jueves, 22 de noviembre de 2012

Los erizos del revés

Los erizos del revés

en este mundo oscuro
hasta los invitados
pasan hambre.
(Just the wind
like the wine.)


solo el viento como el vino
que enarca las cejas de la vida,
solo el sendero de agua y conchas
que cansino se desliza
entre la raíces quietas
de los matojos abrazados
y los cañaverales abiertos
al sereno de la noche.
sólo el suplente
martiriza los erizos
volviéndolos del revés
sobre sí mismos,
sólo la roca los acoge
en sus cárcavas navajas
consolando sus desconsuelos
al viento como el vino
abriéndolos, al agua
salada. Ella sana
los sinsabores fríos
de cada púa clavada
en el interior de sus mejillas,
de sus gargantas, de sus todo
estómago solo
de naranja carne
y viva y fe-
haciente.

Sofía Serra ( De Los cabezos amarillos)

Elipse

Elipse

Culpable de mí y de ti,
ajenos ángeles posados
sobre la humedad de mis hombros
beben obviándome lo imposible
soslaya el barranco y me adjunta
la bárbara y sorpresiva suerte
de haber nacido junto a ti,
quien quiera que seas tú,
tremendo acantilado al filo
del abismo que se abre
entre tu justicia y la mía,
sino yo.

de ti, clasada,
de yo, tejida.
de nos, tonada,
des-clasada,
despro-tegida,
mi ne-ra duda,
mi-ne-ra-li-za-da, fósil, piedra
como el made-ramen
de la nave que se hunde.

me encontrarás en el afán
de la mar de fondo, allá donde
moran los tiburones
blancos y otros monstruos
de boca grande y entrañas llenas.

Completa mente
descentra
-da
como sielu
ni verso
sehubi–era
des-plaza-doal
la-doin
verso
eselip
se-de
la rosa.

Sofía Serra (De El hombre cuadrado)

Subvertir el transcurso del tiempo: Proust poeta



Efectivamente, Proust no fue poeta. La lectura de sus versos, su “poesía” me lo ha confirmado. Sin embargo su obra, su gran novela, el lenguaje escrito (su prosa) y lo plasmado en ella sí hacen Poesía. Esta es la diferencia, esta es la clave. Una obra puede no ser poesía, ni siquiera tal como comúnmente se entiende (versos), y ni siquiera intuida así por el autor, y la obra terminar haciendo poesía.
Proust sólo no hizo algo para ser poeta, recurrir al tiempo horizontal como resorte inspirador, establecer su amarre, el del tiempo horizontal y él de él mismo como persona, como, no sólo punto de arranque, sino base completa de la estructura sobre la que se desliza el transcurso de todo lo que plasma. Se desliza, esa es la otra clave, la misma palabra nos la da, no escarba, aunque ese "no" tan solo aplicable  formalmente. El devenir de la obra siendo escrita transcurre encima de la costra dura de la nomenclatura, psicológica, socialmente. Sin embargo, y este es el milagro de la obra de Proust, casi no existe párrafo en toda ella donde no se halle ese pozo, esa boca de pozo que constituye el arranque del ejercicio poético. Parece que el autor realiza el acto poético en la expulsión de esa prosa mental a la palabra grafiada, y en esa salida, en esa exteriorización hubiera ido señalando (Proust y su prosa, es decir su mente grafiada) un aquí (pozo vertical, el poético, el artesiano), aquí, más allá, en aquel otro lugar, donde poder ir taladrando después.
Quizás, sí, zahorí. Esa es quizás la mejor definición del hecho de Proust como ente/agente en relación con el hecho poético y por ese motivo me he sentido tan identificada con una obra, con la pulsión que esa obra ha ejercido en el aire que yo respiraba mientras la leía en estos años atrás. Proust es el zahorí de todo un tiempo que le llega detrás.
Curiosa paradoja, el que buscaba el tiempo perdido, el anterior, termina marcando los hitos del tiempo posterior a él…
Pero, me pregunto quizás retóricamente ahora, ¿no ha sido siempre acaso ESA la labor del Poeta? (y hasta en última instancia lo que Proust pretendía con esa "recherche").


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Los cotiledones



Los cotiledones

Fuente y albedrío libre de junto a mí:
ya sobrenada tu agua bañándome
desde mis manos que sobre ti han sudado.
Suerte-sal y urbano renombre del monte
sobre el monte de Venus,
o sobre la colina del loco,
hacia estas orillas vivas del estuario
que se abre a la barra
del río que me hace y renace.

Ay, Amor, cómo destilan néctar
las flores de estas jacarandas
altas, altas como los rascacielos.

Desde estos valles de verde amapola,
yo respiro exaltada sobre mi cadera unida
a tu alma cerrada de vértigo
a los dólmenes que sostienes
con las puntas de tus dedos,
a los adoquines mojados,
al pilar-soledad de tus retozos
sobre las vendas de seda de la droga
blanda de las carnes acicaladas
de las diosas que no son griegas.
Solapando temblores,
apisonando tu bomba-corazón
bajo las otras humanidades,
las otras voces,
las vampiras de la celeste sangre:
Y todos abastecidos
sin saber que el agua
que bebemos no proviene más
que de un mismo pozo
que no tiene nombre.
Mar eterno, mar sin orillas, mar subterráneo
bajo la costra dura de la nomenclatura.

Ya se yergue salvaje y sañuda
el ave de la suerte. ¿Suerte?
Suerte nuestra de Ser de Hombres.
Sino lleva destino sin nombre
de vida y marea, la vena
que nos atraviesa de parte
a parte y también duele.
Ay, salvaje clámide que te espera,
velo translúcido a horcajadas de tu cintura,
tanagra abrigada, ¿a qué esperas para desembarazarte
del telúrico manto de lino que te ampara?
Luce como la Venus de Milo, aun sin brazos,
luce cual estatua blanca de alma,
predispuesta a tornarte
en manca y grande esposa viva
del hombre y su tierra y su agua clara
del pozo desde el que ya naciste.
¿Libertad manca?... Libertad plena.

Cerrada la puerta de amapola
viva, no olvido que tras el paso de la corriente
quedan germinales nuevas semillas,
tartáricas visiones de quien anduvo soñando muerto
que duerme sobre la cama de su osamenta
clavada al suelo de sus necesidades,
mis anhelos.

Canto al poeta en paro,
canto al de roja sangre,
al derrotado en la tierra
ante los ojos torturados del semejante.
Canto a la vida fecunda que adquiere nombre de vida
más allá de tus manos o los cotiledones de mayo,
canto serio sin sonrisa de risa: nunca ríes, poeta de ti.
Come alegría, come vida, cómeme.
Cultiva mis lágrimas, lava mi ropa, revuélcame en tu cama.
Acoge en ti algo más que el título bajo el que te escudas.

El poeta quiere estar sólo, ¿qué le pasará al poeta?
¿El signo por sus alas o el saco desgaje
de su vientre descuartizado?
¿Qué le sucede al poeta que ni sabe ni contesta?
El poeta tiene que estar solo, ¿cómo puede vivir el poeta?

Poeta a más contra el viento,
poeta a más contra la suerte que surte
poetas de más y más voz contra la mansedumbre
y las vieiras de peregrino hacia el lugar que ya sabemos.
Que no es dios.
Solo, libre y pendenciero contra su alma,
el poeta nace más allá de la entrepierna madre,
en las almenas que amilanan
la sombra de las nubes bajo el cielo, bajo tu cielo,
hunde tus hombros en el poder de la mies,
llora naciendo, que así cantaremos
con tu llanto los que nos pudrimos,
los que morimos, los que abaratamos este silencio
con míseros cantos de gozo travestido.

Ya ves cómo abro esta risa a caudales de dos manos llenas
de aire va, agua viene, tierra fértil, fuego mío,
sentencia a sangre de poeta abrasada en viento,
no más que ente divergente ya sin voz, aún sin flores y sin llanto:
no más que dos cotiledones abiertos al sol de mayo.

(Sofía Serra. De Los parasoles de Afrodita)

martes, 20 de noviembre de 2012

La criatura

La criatura

Habituados
a nuestra sordina
nos pasa omitido
el canto
de los montones
de jilgueros sin
co
rdones
por el perfil de los oídos.
Se afila el aire
reafirmando la letra.

Así se crea el mundo.

Minúsculamente,
sin que bebas

el olvido

Y este hueco y las trabas
para llenarlo
de ti.

Sofía Serra (de La dosis y la desmedida)

lunes, 19 de noviembre de 2012

Los coleos han florecido

Los coleos han florecido y no puedo fotografiarlos. Pero me resisto a someter mi vida a la existencia de un aparato para poder ver.

la torre se enfunda placas de pizarra
o grafito.
Los caballos de la marisma
tronan en la espesura del bosque
de eucaliptos.
Entre tú y yo triangulamos
la distancia de las estrellas
aunque el rin haga cabriolas
de este a oeste
¿Quiénes somos sobre este paisaje
tan verde? El peso de la historia
nos aplasta. Tu vida es la mía
tú, de dios, mi dios, tú.
de nosotros, él.

sólo tienes un manifiesto:
tú mismo. Defiéndelo.


las orillas congeladas
no mecen la arena.
Los cabezos no saben de glaciares
sonrisas. Su abrazo luminoso,
como el del sol que hoy
brilla por encima de las nubes grises.
La escarcha fría que no conoció
la barca azul ni en sueños
se estrella
contra las olas congeladas.
pero los cabezos reflejan el sol
que no ven los pescadores
y los cristales de la espuma
se licuan, densos, el mar de gelatina
siempre responde
a los cabezos amarillos
y a su luz y a su sonrisa
y a su abrazo.

el egoísmo es una parte necesaria del amor.
no lo despreciéis nunca.
en él reside una de las claves, tal vez la fundamental.

una subida de tono precede
a tu aviso de hombre.
saltaron los dolores
a mis manos imantadas
como las conchas irisadas de la orilla
y ahora ya no
escribiré más,
porque ha llegado
la hora del duelo,
del arrepentimiento
por tanto trabajo muerto,
tanto tiempo perdido,
como si hubiera querido
vaciar el mar en mi cubo azul.
la mezquindad del hombre no tiene remedio
y a mí ya me quedan
pocos años por vivir,
menos de los que llevo puestos
sobre las ojeras
sobre todo
sobre mi alma.

Os miro desde estos cañaverales
a vuestros pies, cabezos amarillos.
No quiero escalaros.
Mi lugar es poder
contemplaros desde aquí.
Quedarme pequeña
como un grano de arena,
pero a vuestro abrigo,
desembarcada de la barca
azul estrellada.
A vuestro color,

a vuestro calor.

Sofía Serra (de Los cabezos amarillos)

Día D. Mediodía

Día D. Mediodía

Como si ya por fin tuviera la prueba fehaciente de que mi alma se equivocó de cuerpo al nacer a la vida física de este que viste de rosa, porque todo es negro, y calza un 34, por lo que nunca encuentra zapatos. Un yo que no soy yo. El culmen de la empatía. El culmen del espejo. El espejo líquido, como si lo hubiera traspasado y ya no quedara nada en el lado que dejé atrás.

El hombre, la sombra,
el encuentro
ya no se dice verte
y verte venir te he visto
venido. me he visto,
atrás, y el tiempo
se parte.


La paradoja espacio-temporal,
la muerte que m'avisó asimov.
La mía.

El tren detenido bajo las palmeras

El tren detenido bajo las palmeras

el tren me recuerda una soledad
sin línea,
la alegría (sic) de los judíos
cuando los embarcaban
en los vagones de madera negra
y moho tan grande para tantos ayes
que los sueño durmiendo o haciendo
el amor
sobre la arena de una playa,
los niños jugando con la pelota de plástico,
que aún no se había inventado, sus madres
bebiendo limonada bajo
las gafas de sol y los coquetos sombreros
de paja y sus padres jugando al dominó bajo
la sombrilla de colores y bajo
las palmeras sus abuelos
con bañadores de flores bajo
las palmeras, porque es una playa del Caribe,
claro,
el sol
clara
el agua
claro
el cielo azul
y el techo negro
se me hunde bajo
las palmeras, bajo
las palmeras los adormezco
desde los 13
años allí
se me quedaron parados,
y se supone que he cumplido
49
arrullándolos.


Sofía Serra  (De Suroeste)

domingo, 18 de noviembre de 2012

El río viejo II

El río viejo II

Habituada a todo
tramo entelequias subidas
de nombre te engolfo,
te encabo, te arrío y encauzo,
río bravo, te avino el poniente
como lametón desde el juego
geográfico vendido entre cárceles.
Los cabezos se agrupan en tus márgenes
de página imantada por el sol de la lluvia,
cuando sólo soy yo,
blando y unísono excombatiente
de la guerra contra las piedras,
la venerable escritura de la montaña
que ríe pendientes con lamentos
por hacer qué queda,
me abarco tan solo.
sugiero la planicie que me ama.

habidas voces se inventan
solitarias, regueros de luces
cristalinas que discurren sobre
salientes, las estelas de los caracoles
pavimentan los caminos de las luciérnagas de día.

Trasladé aminorando la marcha,
ven y arróstrame
como muerto peso
pesado en tu balanza,
sopórtame,
tus rodillas me aman,
soy blando lodo y mullido
suelo solo para tu corona de cruces.

Río enterrador de las tramas
ambivalentes, a un lado, tú,
al otro, el horizonte amarillo
y mi soledad.

Sofía Serra (de Suroeste)

sábado, 17 de noviembre de 2012

Día D. Mañana

Día D. Mañana

He llegado al silencio y aquí necesito poder quedarme. Haber dado con el hallazgo y asimilar la pérdida de la búsqueda sin consciencia.
Someter la alegría a la tristeza del no saber ya qué hacer.
¿Qué hago aquí? Y qué he hecho.
Tanto comprendido para nada, para no saber ni adónde he llegado.
Comencé serena y segura y termino con el corazón en un puño y una sensación de desbordamiento que me enmudece. ¿Qué he hecho mal?, ¿acaso el camino era buscar la felicidad? No. Partía de su hallazgo, del hallazgo de la verdadera felicidad, el encuentro con uno mismo dentro del sí mismo verdadero, el paraíso imperdible. El camino era seguir y dar, comunicar lo descubierto. Y he seguido. Y creo que he dado. Sólo creo. Pero sí he llegado. Hasta dónde. ¿Dónde esto? ¿Qué me remata?, ¿el encuentro con lo que deseaba o el deshallazgo del otro? Encontrarme en el otro ha funcionado, pero ver en el espejo y no poder acceder a él construye la jaula de la impotencia. ¿Impotencia de qué, para qué?, ¿qué necesitas? Comprendo al otro, a mí misma ni me acerco.
Todo se hunde arrepentido. ¿Qué he hecho, construido? Un camino que veo si miro atrás; pero si dirijo la vista hacia delante sólo vislumbro inquietud dentro mía, permanencia absoluta de lo que siempre me contrae.
La obesa bola de obsidiana hermética, uniforme, uni-ente. No sé nada. Lo que tengo hecho sólo me ha servido para llegar hasta aquí. Y me pregunto, ¿y ahora qué? No contemplo ni inercia ni voluntad. No hay nada. Nada más que inquietud. Una inquietud que me atora, que me ahoga. Que me duele. 
El dolor. Siempre el dolor.
Sólo la poesía me ha generado bien hasta ahora, pero su camino me ha llevado al extremo opuesto y exactamente el mismo donde comencé, lo mío en el otro. ¿Me he quedado vacía? Me veo, veo mis propias espaldas partiendo ayer.
Brota la necesidad de frenar. Brota la necesidad de llorar. Sólo brota la necesidad. El llanto no sale. Es mi pecho interno el que suplica una luz, una salida ¿A qué y a dónde?
¿De qué tengo miedo?, ¿tengo miedo?
El shock, esto puede ser el shock: el resultado de llegar. Esta miseria en el espíritu, esta congoja. Si yo no quería llegar, sólo hacer…
Y ahora, ¿qué hago? O ¿qué deseo hacer?
La clave sólo puedo hallarla en mí misma. Nada ni nadie me aporta nada nuevo. Los datos me sobran. No los necesito aunque los adquiera. Los voy dejando caer desde mis manos una vez que los he exprimido, que me han dado su jugo, su zumo.
Mis manos están impregnadas de néctar. Nada puedo tocar sin manchar, ni a mí misma.
Se me acabó todo, todo lo externo. Y yo conmigo misma me ahogo. No me quepo.
¿Qué ente quiero? ¿Qué “lo que es” necesito?
Desflorar la piel que me cubre hasta expandirme por el aire, ser aire también diluirme, dejar de ser. El no ser.
El no ente.
A eso he llegado, porque ya soy en el otro.
Dejo de existir.
Aunque la intensa inquietud permanece. Allí, junto al tronco de encina seco, como si mi sombra hubiera decidido quedarse a su lado y mi cuerpo hubiera seguido caminando. Sola hasta de mi propia sombra.
El shock del que intento despegarme.
Seguir caminando hasta sin ella.
Ser continuando siendo.

Día D. Noche

Día D. Noche

La desmedida, que también es humana, ¿humana?, vivimos la desmedida, la pérdida de la medida humana.
Y ya hace mucho tiempo que me recuperé de sus crímenes.
Ahora ya no la soporto, la detecto y quiero eliminarla, despejar el camino de todos.
Comencé mi vida nueva al son del paso lento de los pelillos de las raíces de las encinas entre el granito desmenuzado los suelos calizos. Ellos mismos son los que logran romper la roca (como el corazón ardiendo de Dante). No creo nada más que en ti. Te he tragado, te he mamado, me has dado de comer y hasta favorecido mi pensamiento. De él han partido mis deseos, mis anhelos, mis necesidades.
No puedo seguir. Lo inefable me ha hecho su presa. Estoy donde soy allá, en el cuerpo y el pensamiento del otro. No me sale hablar, no tiene sentido hacerlo, por eso se me anuda la voz.
Y aquí me quedo.
Neuronas transportadas.
Shock.
Ya no me cabe más encuentro.

Día D. Tarde

Día D. Tarde

Vivimos la desmedida. No vivimos. Sólo la vivimos a ella.
Pienso una y otra vez en volver a la escritura a mano, únicamente a mano. En abandonar la fotografía, dibujar a lápiz. Quedarme aquí (¿y dónde estoy si no?).
Dicen que nuestro cerebro se ha hecho más pequeño en los últimos 30.000 años. NO me extraña, la tecnología, nuestra propia inventiva, nos lo ha hecho todo más fácil, todo. Todo salvo el auténtico conocimiento.
Cuando se ha logrado llegar a él, a un atisbo de él (el conocimiento es como un pozo sin fondo), cuando has logrado mojar las puntas de tus dedos en él, quizás tan sólo olerlo como el que presiente el mar, se habita otra dimensión, la dimensión de lo humano. No vivimos lo humano hoy en día.
Abro la cámara y la maravilla de la inteligencia humana se despliega ante mis ojos. No valoramos nada. No conocemos nada, ¿cómo vamos a valorar entonces? Maldigo al primero que facilitó.


viernes, 16 de noviembre de 2012

Faenador de orilla

Faenador de orilla

todos trabajan en sus aposentos
menos yo, que miro a la noche
a través del reflejo de tu frente.
Y ella me ama, cuánto me ama…

cómo animal tan bello
transformarte, faenador
de orilla, con tus pies enfangados
en las olas lentas
con su piel la de tus pies
limados por la arena oscura
con sus dedos como aves
de manos tiernas
expertos en hallar
verdades amarillas y verdes
lacadas y curvas y pulcras
como cuentas
(y contabilizas)
o semillas
para el trueque.

O para el dolor de estómago,
que desconsuela como la mentira.

Prefiero servir a dios,
que no soy yo, antes que adorar
la costumbre de lo evidente.
Sus trucos los reservo
para los alacranes y sus oleosas
y alegóricas tradiciones:
mato como puedo
el veneno, no vendo amor,
sólo regurgito
lo que en la orilla encuentro:
¡Coquinas, coquinas!
¿Quién quiere coquinas?
Cambio cubos de coquinas
por cubitos de hielo
para hidratarme
tras el vómito.

… tanto dado, tanto cúbico dado
en la tan cuadrada ruleta
de los que juegan a la letra.

Sofía Serra (De Los cabezos amarillos)

jueves, 15 de noviembre de 2012

Tras la necesidad

Tras la necesidad

Hace tanto ruido la intemperie…
El sol en la frente
y en tu nuca tatuando
mares en el mapa
braceado de tu cuerpo,
la curva de niveles
con insectos moteando
el aire al aire del sólido
embargo de la tierra
y la luz o la nada entrando
a raudales por los oídos
hasta ensordecerte…

Y este silencio tan venturoso:
el líquido gargoleando
sonidos musicales,
el aire acondicionando
zumbidos suaves libera
mis fosas sinoideas,
el sol, fuera, y aquí,
la penumbra, el campo
en ciernes aumentando solo
duerme dentro
de mis cuencas cristalinas:
ahora que los cuerpos llenan el mar,
yo vacío la cisterna con un dedo,
tenso los músculos de mis piernas
y me pongo de pie
en el silencio de la siesta de la casa
en la urbe.

(Sofía Serra. De La dosis y la desmedida)

jartura sine die

Me dicen que publico demasiado en el blog, pero ¿a quién puede importarle eso? El cuarto claro registra 0,000000001 % de lo que me pasa durante cada día, de su cien por cien algo queda registrado en forma de foto o poema o texto, tal vez ni un uno por cien, y de ese uno por cien publico un 0,5 yyy… ¡yyy!, qué jarta estoy. Si no quieren leer que no lean, ¿a quién estorba? Además unos días no publico nada y otras cien... una anchura siempre estorba, ¿estorba?,
estoy harta,
estoy harta,
estoy harta
estoy deseando acabar con la dosis y las medidas, tanto bandazo, tanto medirme y soltarme, tanto, tanta costra dura de la nomenclatura, tanto muletazo por aquí, por allá, ¡cuando no al burladero corriendo!
Un torero sin cuadrilla, eso es lo que es el poeta aquí arriba, alguien que cree en la tercera orilla pero es consciente de que la realidad para cuando no lo es o para el que no lo es consiste en el estar en el con o en el contra, dos forma de entender las cosas, ¿dos?... no sólo hay dos, ¿y los matices?, ellos son los que nos sustancian, en la costra a las dos se ciñen. El que está en el subsuelo taladra una vez que ha llegado abajo sabiendo que tiene que volver al suelo, y de ahí y el que pueda o quiera hasta el cielo. Qué difícil, ¡qué difícil estar siendo ambas cosas a la vez! Los hombres políticos no saben lo que se pierden, sí lo saben, la locura.
Es el único lugar del poeta, justo siempre en el limes trayendo y llevando, recogiendo y llevando, así nos van dadas. Raros, raros siempre. Los que saben no son poetas. No somos poetas cuando sabemos.

Acabar ya con la faena poder cuadrar
al hombre y entrar a matar
mi propio prejuicio por fin descansar
en mi suroeste, en la exploradora, en solenostemon, en mis cabezos amarillos. Uf, qué ganas, madre, ¡qué ganas!
¿Ganas?

Anhelo una paz que sólo puedo darme yo misma.
Pero antes tengo que acabar de organizar y corregir la dosis y la desmedida. Puro barroco, un título más barroco imposible, ni pensado, los contrarios, buscando el equilibrio. Buscando el equilibrio que sé que existe y al que he llegado, he llegado.
Me repito.
Me repito.
Me repito.

¿De qué estoy harta?
 
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