El viento se ha detenido. Parece un tiempo extraño pero ninguno lo es porque el tiempo es nuestro compañero. Somos nosotros los lentos en reconocernos/lo. Acudo a un poema escrito hace más de tres años. Fue la decisión. El cambio de marcha en la máquina que taladra. Encontré la fundamental inocente. El primer sentenciado injustamente, el amor. Afrodita le cantó, lo reivindicó, murió y parió.
Una nueva biología que me ayudara en lo que debía hacer, hallar el lugar del más débil, el que va a morir, posicionarme y poder pelear para seguir entendiendo, comprendiendo. Cuadrar al hombre en su lugar y no abandonarlo sin refugio. Después ya pude dedicarme a seguir tejiendo el sudario, hasta al parecer nombrar la sede. Su sede.
Una autora se retira ya. Otra ha comenzado a nacer.
Quiero encerrarme a terminar de corregir y centrarme en la posible escritura de un ensayo, aunque ya lo tengo "escrito" en la propia poesía. Me imagino en un agradable y enorme salón biblioteca abierto a jardines donde poder dedicarme a lo que creo que ahora es mi trabajo. Quiero soledad, verdes, espacios sin humos, sin ruidos, horas de trabajo físico y horas de trabajo intelectual, mucho té y algo de vino, temperaturas que mi cuerpo soporte. Benefactor. Un factor de bien.
Ha sido mi poesía la que me ha dado la sabiduría en estos últimos años. Dos tareas me quedan. Ayer buscaba un bastón. Hoy ya no lo necesito. O quizás lo he encontrado. Es lo de menos. La esfinge es sabia, como la poesía, siempre pregunta. Nació del monolito.
Verboluz "Mo(a)nolito" (Febrero 2010)
El tren de la vigilia
... Es que estoy tejiendo el sudario de tu cuerpo, gemela blanca.
Tendrás que poder perdonarme algún día
por estas batallas, estos traqueteos
que temo ajen tus poderosas alas.
Mas no, ¡no!, te amalgamé acrisolada,
con acero y pétalos de flores fundí
tu esmeril verdadero en sangre de carne
y huesos. Te acuné en mis entrañas,
te hice fuerte roca, pero tan liviana,
tan humo que a las avispas espanta.
Es que tu mundo no es el mío, tu dicha
no es mi alegría, tu trabajo es distinto
a ése en el que se afanan estas pequeñas
manos. En definitiva, ya que te gesté
y te he parido, tengo que hacerte el hueco
en un lugar en el que no vivo y menos
aún duermo. Y así andamos ambas,
yo con mis cuadradas ruedas y tú con tus alas
aún envueltas. Pero llegará, llegará,
que no permitiré que mueras sin volar.
Al mundo para el que naciste lo envuelve
atmósfera ambivalente, vientos
de frío, vientos de agua, viento lento
calmo y dudoso pero de potente brío,
cruentas corrientes y hasta corrientes
encontradas de vértigos, de combates
y tropiezos de aire contra el aire.
Pero tus alas están bien diseñadas.
Volarás
sin que ninguna tormenta atormente
la osamenta que a sus plumas mantiene.
Los terrenos baldíos se superponen
unos a otros en estratos acuíferos,
en vertientes arriesgadas de poderío
infrecuente, despeñaderos que desaguan
en sembradío de chumberas, las verdes,
las de agua llenas y fruto manjar de dioses.
Donde las alimañas se esconden. Pero a ti,
con tus poderosas alas, no te amilanarán
los abismos, las pendientes, los roces.
A ti no te hacen ruido las otras voces.
Porque eres voz, no necesitas oídos.
Estas tierras, áridas o cenagosas,
pedregales o labrantíos de humus,
glaciares negros de grietas como escarpias,
como la que atajó el tendón de la hechura
del bienquerido, atravieso con zapatos
de piel de rosas, tú sabes cuánto sufren
cuando sobre ellos danzo: sangra, sangra
esa planta que casi desnuda camina
sin suela que desde el suelo la eleve.
Y así, algunas veces oigo tus lamentos
sordos que tanto dolor me provocan,
aunque yo sepa que tú no lloras.
Llegará el día en que no necesites
una persona, una boca, unos brazos
que te abran paso.
¡Y es que tú y yo somos tan distintas!
Tú omnisciente y valerosa,
yo temerosa e impotente:
Ya me ayudaste a cruzar el mar, mas ahora
tendrás que ayudarme a llevarte al aire.
Voy desembarazando tus potentes alas
con cuidado, mimo para el torbellino,
lujo para que tu fuerza libre se halle ya
en el centro de tu mundo, de tu vida,
de tu estirpe. Esta tierra baldía
a la que hemos llegado sólo es tierra
de viaje. Allá, mira. Ízame un momento,
sólo por un instante, allá, al extremo
del horizonte, ¿lo ves?, donde el sol
se aparta para alumbrar a inocentes,
reaparece tu sitio: Allá serás del todo,
voz sola, voz sin piernas que te sostengan
ni alas siquiera que crea tú precises.
Ya no me necesitarás más
que para lograr que me olviden.
Allí en los montes bravíos,
allí en las elevadas cumbres
florece la clave espigada
del estío húmedo y verde.
Y ya entonces el tren de la vigilia
frenará sus destempladas ruedas.
Tu medida inconclusa logrará ocultarme,
y así, yo ya muda, tierna y arropada
en tus mullidas sienes, descansaré alegre de vida
y sueño: la que fue jardinera entre las tumbas
sobre el aire durmiendo ya para siempre.
Tú estás hecha para volar haciendo llover flores
y yo para fregar los platos y bordar con madejas de colores.
Poesía, que no eres mía,
poesía que no tiene nombre,
hija de mí naces,
de mi canal te extraigo,
pero para ti y para el hombre.
(Sofía Serra.
Del bestiario de los inocentes)