"Meridiana claridad" se cierra. Se abre "Patio interior"
Hace 11 meses
Así es pués, como iban cuajando desordenadamente las traducciones de algunos de los Sonetos, según el estado del ánimo o las tormentas de los días nos llevaban de uno en otro; y cierto que al principio no habíamos pensado en traducirlos todos ni publicarlos pero, al ir siendo muchos, comenzó a tirar la serie por sí misma a completarse, y en fin, el evidente placer con que tres o cuatro amigos habían leído algunas que otras de las traducciones y la buena disposición de su mismo futuro editor, Jorge de Herralde, nos decidieron a darles el libro entero a los lectores de lengua castellana. De manera que, así como no puede el más hondo agradecimiento al poeta hacernos decir que todos los sonetos de la serie sean igualmente felices o logrados, así también entre sus traducciones las habrá que, nacidas más bien del puro placer privado, resulten más placenteras para el público, en tanto que otras, más bien traídas ya por la necesidad de publicar el libro, sean menos gustosas para los lectores; ello aparte de que el azar combinatorio o la diosa Fortuna, regente verdadero de la creación poética, también en la humilde y desesperada tarea de la traducción habrá tenido la última palabra. Pero qué vamos a hacerle: aliter non fit liber, como disculpaba Marcial la publicación de sus colecciones de epigramas. Y al fin, en tanto que sigue Amor atormentando a las gentes de estas clases nuestras, acaso;les he transmitido decentemente algunos quejidos del manso cisne del Avon y les he regalado un libro de descubrimiento y consuelo del Amor a los lectores de mi lengua. ¿No se recibirá más bien con agradecimiento?
Claro que en este punto me pregunto de qué lectores estoy hablando. ¿Es que hay alguien que lea poesía en este mundo?— aparte —digo— de los propios productores del género, que por ello mismo tampoco propiamente podrán leerla —quiero decir, con el descuido que permitiera el asalto de lo leído a las estructuras de sus propias almas. Pero, en todo caso, aparte de ellos, ¿quedan por ahí todavía, no ya compradores de libros de poemas, sino verdaderos consumidores de poesía? O para no andarnos con rodeos y atrevernos a preguntar la cosa más de frente: ¿es que la poesía misma no es una especie de anacronismo o de impertinencia en estos tiempos? Si no como canción, al menos como versos para leer (y no puede negarse que esto son más bien los Sonetos de Shakespeare), ¿se habrá muerto también, sin acabar de darse cuenta de ello, este tipo de producción lingüística que se llamaba poesía? Fruto ella de esos tiempos de la Historia en que la raza humana tenía esclavos o plebeyos iletrados o por lo menos proletarios, y los señores de la Vida solían poner en los versos y los libros una interpretación culta y pasional, privada, de la miseria constitutiva del Estado, ¿qué puede ella tener que hacer en esta especie de Nueva Sociedad, fase, al parecer, de liquidación de la Historia misma en la apocalipsis del aburrimiento del Progreso? En medio de la informe mecanicidad del ritmo que en autopistas finisemanales y en contabilidades automáticas y escaleras mecánicas de supermercados impone la Estupidez Reinante, ¿qué vienen a contar, con sus añoranzas de paraíso perdido y sus intimaciones de libertad contradictoria los variegados números de la poesía? ¿Qué diablos hacía yo traduciendo en aquella mansarda estos sonetos de amor a los sones lejanos, allá abajo, del berreo de automóviles en embotellamientos y de porras de gendarmes contra blusas de cuero de manifestantes concienciados? Eso es lo que me pregunto en el momento de mandar estos versos a la imprenta.París, Enero de 1973.
La posibilidad que nos da la imprenta de mejorar y corregir continuamente nuestras obras en sucesivas ediciones
La tiranía de la costumbre, se levanta por todas partes como una constante barrera que se opone al avance humano, porque libra una constante lucha con la inclinación a aspirar algo más que a lo corriente; inclinación que se denomina, según las circunstancias, espíritu de libertad, o bien espíritu de progreso o de mejora. El espíritu de progreso no es siempre espíritu de libertad, pues puede desear imponer el progreso a quienes no se sienten atados a él; y el espíritu de libertad, cuando se resiste, a esos esfuerzos, puede aliarse local temporalmente con los adversarios del progreso; pero la única fuente y verdadera del progreso es la libertad, pues, gracias a ella, puede contar el progreso con tantos centros independientes como personas existan.
[...] "por eso el genio [...] tal vez se diga que, como los contemporáneos carecen de la perspectiva necesaria, sólo la posteridad debería leer las obras escritas exclusivamente para ella, como ciertas pinturas que a poca distancia no se pueden apreciar correctamente. Pero, en realidad, toda pusilánime precaución para evitar juicios erróneos resulta inútil, porque son inevitables. la causa de que una obra genial difícilmente sea admirada enseguida es la de que quien la ha escrito es singular y pocos se le parecen. Su obra misma, al fecundar las pocas mentes capaces de comprenderla, es la que los hará crecer y multiplicarse.
[...] La llamada posteridad es la de la obra. Es necesario que la obra [...] cree por sí misma su posteridad. [...] Por eso es necesario que el artista —si quiere que su obra pueda seguir su rumbo— la lance [...] hasta donde hay bastante profundidad, en pleno futuro lejano. Y, sin embargo, si bien no tener en cuenta ese tiempo por venir, auténtica perspectiva de las obras maestras, constituye el error de los malos jueces, a veces tenerlo en cuenta es el peligroso escrúpulo de los buenos. [...] la obligación de que una obra de arte incluya en la totalidad de su belleza el factor del tiempo equivaldría a mezclar nuestro juicio con algo tan azaroso [...] pues lo que engendra las posibilidades y las excluye no es forzosamente competencia del genio" [...]
[...] Hice por tanto muchas cosas en que no era lo mismo querer que poder. [...]Mi cuerpo respondía al más ligero deseo de mi alma poniendo en movimiento sus miembros a la más leve indicación mía. Y lo hacía más fácilmente que mi alma se obedecía a sí misma asintiendo a su propio gran deseo, que sólo podía cumplirse con un acto de voluntad.
[...] el alma da una orden al cuerpo y es inmediatamente obedecida. [...] Ordena que se mueva la mano y obedece con tal facilidad que apenas se puede distinguir la orden de su ejecución. [...] Pero cuando el alma se ordena a sí misma para que quiera una cosa, no obedece, a pesar de ser el mismo el que manda y el que es mandado. ¿De dónde este extraño fenómeno? ¿Y cuál es su causa? Manda —digo— el alma para que ella misma quiera algo— puesto que no lo mandaría si no quiere— y no hace lo que manda. En consecuencia, no lo quiere totalmente y, por tanto, tampoco manda totalmente. manda en cuanto lo quiere y no hace lo que manda en cuanto no lo quiere. la voluntad manda que que haya voluntad de hacer algo, y es ella la que manada y no otra. Luego no manda del todo. Y ésta es la razón de que no haga lo que manda. Porque si la voluntad fuera plena no mandaría que fuera plena, puesto que ya lo sería.No es pues, un extraño fenómeno querer en parte y en parte no querer. Es una enfermedad del alma, que no se eleva totalmente a las alturas cuando es elevada por la verdad, oprimida como está por el peso de la costumbre. [...]
25.
"Pues incluso dos veces, si es necesario, hay que repetir lo que es hermoso."
[...] Por ejemplo, aquella música me parecía algo más verdadero que todos los libros conocidos. A veces pensaba yo que se debía a que, al no adoptar la forma de ideas lo que sentimos en la vida, su plasmación literaria, es decir, intelectual, lo expone, lo explica, lo analiza, pero no lo recompone como la música, en la que los sonidos parecen adoptar la inflexión del ser, reproducir esa punta interior y extrema de las sensaciones [...] En la música de Vinteuil, había también esas visiones imposibles de expresar y casi prohibidas, ya que, cuando en el momento de quedarnos dormidos, recibimos la caricia de su irreal encantamiento, en ese preciso momento en en el que la razón nos ha abandonado, los ojos se sellan y, antes de haber tenido tiempo de conocer no sólo inefable, sino también lo invisible, nos quedamos dormidos. Cuando me abandonaba a esa hipótesis según la cual el arte sería real, me parecía que era incluso más que la simple alegría nerviosa de un tiempo hermoso o de una noche de opio que la música puede transmitir: una embriaguez más real, más fecunda, al menos por lo que yo presentía, pero no es posible que una escultura, una música, que infunde una emoción —nos parece— más elevada, más pura, más verdadera, no corresponda a cierta realidad espiritual o, si no, la vida carecería de sentido. [...] Como aquella taza de té, tantas sensaciones de luz, los rumores claros, los ruidosos colores que Vinteuil nos enviaba del mundo en el que componía, paseaban por delante de mi imaginación, con insistencia, pero demasiado aprisa para que ésta pudiera aprehenderlo, algo que pudiese yo comparar con la sedería embalsamada de un geranio. Sólo que en el recuerdo se puede —ya que no ahondar— al menos precisar gracias a una determinación de circunstancias que explican por qué cierto sabor ha podido recordarnos sensaciones luminosas, al no proceder las vagas sensaciones de Vinteuil de un recuerdo, sino de una impresión [...] no habría habido que encontrar una explicación material de la fragancia del geranio de su música, sino el equivalente profundo, la fiesta desconocida (de la que su obra parecían fragmentos disyuntos, los pedazos con fracturas escarlatas), modo en el que oía" y proyectaba fuera de sí el universo. En aquella cualidad desconocida de un mundo único y que ningún otro músico nos había permitido jamás radicaba tal vez —decía yo a Albertine— la prueba más auténtica del genio, mucho más que en el contenido de la obra misma. "¿Incluso en la literatura?", me preguntaba Albertine. "Sí, incluso en la literatura." Y al volver a pensar en la monotonía de las obras de Vinteuil, explicaba yo a Albertine que los grandes literatos nunca han hecho sino una sola obra o, mejor dicho, han refractado mediante diversos medios una misma belleza que aportan al mundo.
Marcel Proust. "La prisionera" (En busca del tiempo perdido)
Pues yo fui alguna vez un muchacho y una niña y una planta, y un ave y un mudo pez marino[Al nacer] lloré y gemí al ver una región insólita...
1. Los clásicos son esos libros de los cuales se suele decir: "Estoy releyendo..." y nunca "Estoy leyendo".[...]2. Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.[...]3. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.[...]4. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera5. Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.[...]6. Un clásico es un libro que no termina de decir lo que tiene que decir.[...]7. Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).[...]8. Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.[...]9. Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.[...]10. Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.[...]11. Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.[...]12. Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél, reconoce enseguida su lugar en la genealogía[...]13. Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.14. Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.