[...] "por eso el genio [...] tal vez se diga que, como los contemporáneos carecen de la perspectiva necesaria, sólo la posteridad debería leer las obras escritas exclusivamente para ella, como ciertas pinturas que a poca distancia no se pueden apreciar correctamente. Pero, en realidad, toda pusilánime precaución para evitar juicios erróneos resulta inútil, porque son inevitables. la causa de que una obra genial difícilmente sea admirada enseguida es la de que quien la ha escrito es singular y pocos se le parecen. Su obra misma, al fecundar las pocas mentes capaces de comprenderla, es la que los hará crecer y multiplicarse.
[...] La llamada posteridad es la de la obra. Es necesario que la obra [...] cree por sí misma su posteridad. [...] Por eso es necesario que el artista —si quiere que su obra pueda seguir su rumbo— la lance [...] hasta donde hay bastante profundidad, en pleno futuro lejano. Y, sin embargo, si bien no tener en cuenta ese tiempo por venir, auténtica perspectiva de las obras maestras, constituye el error de los malos jueces, a veces tenerlo en cuenta es el peligroso escrúpulo de los buenos. [...] la obligación de que una obra de arte incluya en la totalidad de su belleza el factor del tiempo equivaldría a mezclar nuestro juicio con algo tan azaroso [...] pues lo que engendra las posibilidades y las excluye no es forzosamente competencia del genio" [...]
En busca del tiempo perdido. 2. A la sombra de las muchachas en flor. Marcel Proust
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