La muerte de Afrodita
Dejo de mirar el cielo de donde llego.
Hoy ya sí, añadas de nubes a la espalda,
no espero agua aunque otra lluvia llegue.
Cambio hielo por una fuente,
mudo tierra a otros cielos,
hoy navego surcando los aéreos
mares cruzados por los vientos
que en tu boca pronuncian mi nombre.
Porque rauda, rauda soy,
lejana ya de mis raíces quietas,
cercana ya de lo que llaman
sueño, quimera, mentira, utopía,
qué más da,
y yo sólo puedo nombrar como terreno.
Mas de mi memoria me perdí,
subsumí haciendo mía
esta patria de presente
renunciando a mí misma
por todo lo que fui.
Desconocido de orilla,
mira bien esta lengua ya
agostada de tanto lamer
la costra dura.
No desdeñes las yemas
que de su cueva nacen.
¿Los espárragos?,
ellos lo tienen fácil: se-lo-hacen-to-do. Se lo hacen.
En la penumbra vivo feliz, vivo calma y vivo vida.
En la penumbra, pero no a escondidas.
Son mis parasoles los que abro,
son mis manos las que se alzan
creando sombra mía junto al laurel
del adormecido sino.
Aquí, junto a la fuente,
agua fresca vierto en sus labios celestes
con celo sobre su aliento: Agua que bebe,
agranda mis cauces internos,
mi gruta caliente, este huerto
donde se puede cultivar en pleno invierno.
Las humedades recreo
con estas carnes salubres
embestidas contra la espuma
sobre la cárcava marina
que se crece, se crece
como regente de la ola
que se hace grande,
más grande mientras más
se acerca a la orilla:
algas... algo de yerba
prendida en mi cabello.
Son recuerdos.
Retozar sobre cementerios
siempre conquistó albas
de la muerte en vida:
¡Ay, la sal!,
sal de mis amores y de tus olas,
¡sal huyendo!
Ola mía, ola brava, ola tuya,
salina ola, ¡no claudiques!,
arremete y sigue muriendo:
Tumba dicha rubia arena,
tumba agosto dicho sal, ¡sal!,
tumba cercas, cerca tumbas,
tumba vida, vive tuya y dame,
dame ya la muerte buena.
(Del libro "Los parasoles de Afrodita". Baile del sol, 2013.)