el desastre,
ingenuo desastre
que ensordece la
melodía leve,
cada posada de la
brizna de luz
atravesada por el
follaje
que toma cogiendo
el sueño
del invierno y el
descanso
con su caída sobre
la tierra
de este mundo...
Mis
días de poeta han pasado
tal
como los amarillos vuelven a su lugar,
el
origen tamizado por el también paso
del
tiempo cuando sucumbe
bajo
los zarpazos del viento invernal
y
su azogue.
Todo
acalla, todo luce silencio
de
colores, el armisticio
del
sincrético blanco
del
frío que me inquietaba.
Donde
me halle,
sobre
la colina reseca
o
bajo las umbrías hondonadas
del
barranco,
sobre
el puente o caminando
o
atravesada sobre los matorrales
cabizbajos
de la trocha,
bebiendo
viento o asolando
calmas
inanes de cada raíz
de
invierno, de cada esfuerzo
refulgente
de la tierra
manteniendo
el manto en equilibrio,
arropando
la luz en la dureza de sus huesos
o
ablandando el lecho
donde
toda la esperanza duerme
plácidamente
con el amor
por
los más débiles
como
bandera de árboles
ya
alimentados por la cocina
del
silencio.