Las amapolas
El silencio
te subyuga
como las amapolas
catedralicias.
El silencio
domina
las
querencias del libre
albedrío del
azar
ensimismado
plegándose al
etéreo-
intocable, inabordable-
suburbio de
la paz.
Es allí donde
se habita sin paso
fugitivo, sin
medias prendas
de voy y
vengo, vas o vienes,
donde reinan
los vehementes:
El silencio,
o la compañía
de la cálida
soledad.
La amena
retirada del transcurso de la memoria.
Los afanes
declamados por los hieráticos torsos
son éticas
korés de madera carbonizada
por el fuego
del olvido.
Más se elevan
las amapolas
aplaudidas
por las manos
del hemisferio
celeste
que, como todos
sabemos,
solo vive una
vez
y solo se
consuela
en silencio.