"La presencia por la ausencia" es un libro ya descatalogado. Fue el primer poemario que me publicaron, 2010, (a cambio de mi trabajo durante todo un verano en la misma editorial) y el cuarto que escribí (2005-2007). Hoy lo he reabierto, porque tras tantos años, siendo yo misma consciente de sus fallos casi desde el mismo instante en que lo tuve en mis manos (exceso de puntuación, exceso de adjetivos, un como siempre excesivo en mí), me daba un poco de vergüenza "propia". Pero ahí está mi voz, la voz poética. Y una voz muy potente, sí, muy potente, no me duelen prendas al reconocerlo, aunque escueza a muchísimos. Todos sus errores, muy fácilmente subsanables, no deberían haber provocado el infierno de voces contrarias que levantó en su momento y que tuve que vivir tras mi irrupción en el panorama poético "internaútico". Ahora me he propuesto revisarlo y corregirlo, adaptarlo al conocimiento que la experiencia poética me ha regalado. Así comienza:
Canción
Alguien me tocó el alma el otro día, alguien,
con la tierna almohada de su voz ensoñadora.
Alguien suscribió mis versos,
reinventó la luz sobre la tierra, que ya caminaba ominosa,
anduvo abriendo puertas mientras, oculta yo,
mis manos temblaban.
Antes, cuando abría mis párpados a la luz cegadora,
los amaneceres cabalgaban por la orilla de este verbo que no
es verbo
sino margen acotado carnalmente.
Se cerró el mar.
No me acompañó entonces el Poeta.
Ni el mirlo sostuvo con su canto mis roncas lágrimas.
Ni siquiera la primavera, que anhelé tiempo después,
llegó a bañar los atardeceres con el perfume de la niebla.
Antes, mucho antes, dormía en la tierra recordando
el verde trampantojo de la encina,
y yo, yo, bailaba al son de los tambores de las fiestas
humanas.
Cuando me quedé muda,
no me cobijó el Poeta.
Ni la lumbre, ni la hojarasca fértil.
Bajé al infierno de todas las vidas.
Hablé para llorar.
Rodé para existir temblando
acunada por el frío en la cruz de todos los huertos.
Antes, tiempo eterno antes,
saltaba sobre las piedras con mis zapatos de rosas
generando vida, esperanza y muerte... ¡feliz!
Una y sola entre las de mi especie
albergaba en mi cóncava realidad todas las esperanzas,
todo el alimento de la tierra.
Ahora, más allá de las sombras,
permanece siempre abierto el horizonte
que nos avanza el sol en su homenaje tardío
a la belleza de Lo Sin Nombre.
Camina, rueda mía, camina,
llévame por tus senderos de perdón y olvido,
que el polvo que levantes sea mi clámide en la espera.
Muéstrame en tu devenir el movimiento sobre el mar, las
almas, la luz.
Adelántate y alienta.
Camina por mí para que, cuando renazca,
las encinas continúen dibujando caracolas
en el aire con sus candilejas de abril.
("La presencia por la ausencia". Bohodón ediciones, 2010.)