Las margas azules, la tercera parte de “Los cabezos amarillos”, representan la vuelta a “lo real”, al hoy de la voz que escribe, el mundo que vivo, todo aquello que no tiene que ver con el hecho de “la playa”, que no es un pasado en sí, ni un ayer, ni un futuro, aunque sí otro tiempo al inmanente en la escritura poética. Las margas azules son un tipo de roca sedimentaria, normalmente provenientes del mesozoico, que se forman o se depositan en entornos fluviales o marinos. Se me figura el tramo físico visto en un mapa desde la ciudad de Sevilla hasta “la playa” como el lugar de las mismas. En el poemario acogen todo aquello tomado de la evocación del lugar y el tiempo (los cabezos amarillos) para traerlo a la actualidad y a la realidad de la voz poética. Jugué con la imagen ecoica de su nombre (marga/amarga) y el visual del color, azul (que también recuerdan el del cielo y el del mar), como complemento cromático del amarillo de los cabezos.
Estuve documentándome, lo que una puede no siendo experta en la materia, aunque sí muy amante de la geología. La escritura de un poemario también implica una investigación científica, es decir, racional, ajena a la poética. Una especie de autodestierro del locus amoenus. Siempre la practico. No solo porque naturalmente me apasione, investigar, sino también porque la escritura poética así me lo requiere.
El alma desterrada
El corazón no duele,
pero a cambio
el cuerpo desaparece.
La sangre me
hierve
y cuando llega
a su natural
condensación
por el frío
que me
rodea, me chorrean
las lágrimas,
agua y sales
como la urea
que al matojo reverdece,
el poso es
tierra donde
el cañaveral germina
y crece,
mas estoy
a revienta
calderas
y el barco de
vapor
busca el otro
motor
de aceite y gas
que me suprima
de esta
artificial suerte
de esperar
sobre margas azules
cuando los
amarillos
me destilaron
los siete
colores del arco iris,
me explosione y,
convertida
en masa humeante
y celeste
intangible,
vuele por los
aires
hasta mi padre
marítimo
una vez
él también se
condense
en olas de
salinas
y reales y
blancas
tempestades, no
importa
si pequeñas o
grandes.
Todo ha ido
aumentando
como la marea
sube
y los girasoles
que me
alimentaban justo
cuando te oí,
crecieron.
Ahora su
amarillo
ya tiñe el
lugar del encuentro,
del que nunca
he salido.
Nuestra es la
bandera del exilio
interno y la
verde playa
amplia y sola.
Salir de donde
no estoy
para llegar a
donde mismo
soy, que no soy
más
que tú o yo
o el mundo que
odio,
pero del que
formo parte.
Ni siquiera la
tormenta, con su gran poderío,
puede decir a
las nubes: ¡no soy vuestra!
No mates los días que te quedan por vivir.
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