El éntasis
¿No os perdéis en este mundo
de bosque ordenado
como el peristilo de un templo griego?
Hasta la bola
de tanta palabra hueca,
hueco absurdo de dicen
palabra llena de prosa
y poesía hablan los palurdos,
los jóvenes hombres
de medio pelo en la axila
de la entrepierna entre
su pensamiento — qué sabrán
de eso— y el suyo mismo.
De ese ente
profiláctico como
los condones envasan
con goma transparente,
se deslizan gimos ausentes,
¡grima! me provocan
sus sandeces, dichos
de diarios, nachos
picantes, onanismos
seglares o seniles orgasmos
en carnes letradas con bacantes
y vacantes huesos presidiarios
¡y hasta cantes! esgrimen
con pseudonombres—tú enarbolas
y a ti te hago un caso—, la casa,
mi casa sólo la cosifican
mis muertos, tus muertos,
nuestros muertos,
nuestros siempre vivos
árboles tan clásicos,
una encina, un olmo seco
o vivo, un sauce, una rosa
en su tumba, el pino
desde donde el mundo
continúa girando sin éntasis
ni chilis verdes o rojos.
la mirada del poeta sin nombre
toma nombre de estómago
de rumiante, de carnívoro,
de omnívoro que soy, te amo,
sin ser literato que no hallo
más que en la pradera
manitú o tu mano
u hombre nuevo aún
porque no te conozco
vivo eres
muerto ya
hace siglos
que eres nuestro.
Y por lo tanto mío.
Pero qué difícil, qué
difícil dar
contigo, dar-
te con-mi-
go con otros tantos
como tú,
como nadie.
sábado, 31 de mayo de 2014
jueves, 29 de mayo de 2014
La palma
La palma
Cuando digo o escribo playa
no digo o escribo playa, no
una extensión uniforme
de arena blanca y lisa ni
un mar salado en relieve
de sus pequeñas o grandes olas.
cuando nombro playa
hago así con mi mano
extendida
un todo liso en la arena
y un todo removido
como en la curva de la ola
todo plano
cuando digo playa
hago esto con mi mano
y su palma
inventa con las letras
de la palabra playa
adheridas a la piel
arena y fuente fiel
de mi mano
que ahora y en este lugar
aliso sobre el agua
del río sin cauce
ni sombra.
Cuando digo o escribo playa
no digo o escribo playa, no
una extensión uniforme
de arena blanca y lisa ni
un mar salado en relieve
de sus pequeñas o grandes olas.
cuando nombro playa
hago así con mi mano
extendida
un todo liso en la arena
y un todo removido
como en la curva de la ola
todo plano
cuando digo playa
hago esto con mi mano
y su palma
inventa con las letras
de la palabra playa
adheridas a la piel
arena y fuente fiel
de mi mano
que ahora y en este lugar
aliso sobre el agua
del río sin cauce
ni sombra.
Un árbol al norte
Un árbol al norte
(a un hombre operado de cáncer de próstata)
Pretenderíamos quedar como esbozos
de la sedente orfandad de besos
huídos en los tiempos.
besos, besos y besos
tan ajenos ahora
como el soldado de pascua
a ramos olvida su misión,
se viste con el vellocino blanco
y ofrece su cuello al cuchillo
rojo y sangrante.
La clave está en los árboles
y en el fruto de dibujo
confundido con ciertos
hemistiquios que juntos
conforman tus pléyades neuronales,
tu río de estrellas balbucientes
se asemeja a la leche que mamaste,
blanca y pura como una olla
de amor entrante en un hueco
tan oscuro y tierno
como el vientre que me invade.
Soy jamás como mujer
una sola nada, tú, dos
nueces, la de la voz
y la de mi hambre te hacen
hombre por vida garante
de la simiente ejecutora de la suerte,
del llano, del plano y de perfil
tan escondido la raíz
que te extraen como vacían
otras raíces maternales
menos ocultas más
ausentes del amor divino,
un amor con sólo nombre
te castra de por vida y para la vida
que una sola vez nace.
La clave está en los árboles
y en las raíces que te extirpan,
¡si hasta los mismo ganglios
me hablan de los nódulos
enterrados! Pienso en los nervios,
¿serán como las auroras boreales?
Extenso calambre verde
de ráfaga de orgullo de carne
enhiesta lista y presta
para introducirse allá donde
naciste, el minúsculo retorno.
La precariedad a la intemperie
se descuelga de tu cuello,
la vuelta deshacen las manos blancas.
La asepsia nunca fue buena
compañera del hombre
y sus inmortales cirugías.
Vengarás, como a tu herida
el rojo llanto de mi humecto
corazón sonando cascabullos
de palabras dichas en mi oído
con tu susurro de nueces,
¿quieres ser para siempre?
Y para siempre asienta
la semilla suelo,
para siempre
dice la perfecta claraboya
por donde husmeo
como ratona asomada
al hueco. Veo, aun sin
apenas neuronas, ese hueco
ya tan similar al mío. Como
dos animales gemelos
nos amigamos huyendo
hacia lo que nos falta.
Como la madre da la vida,
también regala la muerte,
y su ausencia,
y tu ausencia y la mía
bajo la sombra del árbol
con frutos verdes como auroras
de otro norte.
(a un hombre operado de cáncer de próstata)
Pretenderíamos quedar como esbozos
de la sedente orfandad de besos
huídos en los tiempos.
besos, besos y besos
tan ajenos ahora
como el soldado de pascua
a ramos olvida su misión,
se viste con el vellocino blanco
y ofrece su cuello al cuchillo
rojo y sangrante.
La clave está en los árboles
y en el fruto de dibujo
confundido con ciertos
hemistiquios que juntos
conforman tus pléyades neuronales,
tu río de estrellas balbucientes
se asemeja a la leche que mamaste,
blanca y pura como una olla
de amor entrante en un hueco
tan oscuro y tierno
como el vientre que me invade.
Soy jamás como mujer
una sola nada, tú, dos
nueces, la de la voz
y la de mi hambre te hacen
hombre por vida garante
de la simiente ejecutora de la suerte,
del llano, del plano y de perfil
tan escondido la raíz
que te extraen como vacían
otras raíces maternales
menos ocultas más
ausentes del amor divino,
un amor con sólo nombre
te castra de por vida y para la vida
que una sola vez nace.
La clave está en los árboles
y en las raíces que te extirpan,
¡si hasta los mismo ganglios
me hablan de los nódulos
enterrados! Pienso en los nervios,
¿serán como las auroras boreales?
Extenso calambre verde
de ráfaga de orgullo de carne
enhiesta lista y presta
para introducirse allá donde
naciste, el minúsculo retorno.
La precariedad a la intemperie
se descuelga de tu cuello,
la vuelta deshacen las manos blancas.
La asepsia nunca fue buena
compañera del hombre
y sus inmortales cirugías.
Vengarás, como a tu herida
el rojo llanto de mi humecto
corazón sonando cascabullos
de palabras dichas en mi oído
con tu susurro de nueces,
¿quieres ser para siempre?
Y para siempre asienta
la semilla suelo,
para siempre
dice la perfecta claraboya
por donde husmeo
como ratona asomada
al hueco. Veo, aun sin
apenas neuronas, ese hueco
ya tan similar al mío. Como
dos animales gemelos
nos amigamos huyendo
hacia lo que nos falta.
Como la madre da la vida,
también regala la muerte,
y su ausencia,
y tu ausencia y la mía
bajo la sombra del árbol
con frutos verdes como auroras
de otro norte.
miércoles, 28 de mayo de 2014
Laissez faire, laissez passé
Laissez faire, laissez passé
Todo se confabula como una simulación concreta de la fastuosidad con que la verdad se hace inmanente nada más que nos dejemos gobernar por ella. Cierta laxitud en los hombros y en el cuello son necesarios para que el milagro suceda. Dejar hacer, dejar el campo libre de nuestros aranceles, de nuestras barreras, de nuestras ominosos condicionantes, esos alambres de espinos que interponemos entre nosotros y nuestra propia esencia. Dejar acceder a lo verdadero. O cedernos el paso para lograr llegar hasta allí.
(De El economicón)
martes, 27 de mayo de 2014
Poemas para un prólogo
Tres poemas a modo de prólogo para Nueva Biología que Juan Carlos Sánchez Sottosanto ha tenido la ¿generosidad?, esa palabra se queda corta. Para mí son tres joyas sin precio con las que mi amigo ha tenido a bien obsequiarme. Una, que es afortunada.
A guisa de prólogo, como en los Siglos Áureos
Nueva Biología, de Sofía Jesús Serra Giráldez
I – Demiúrgica
Y Sofía Achamōth roza la rosa
que un penúltimo dios floreció en vano,
y levanta los ríos y los golfos
para mirar al otro lado, Arriba.
Pero vano es el Uno, vano el centro.
Estamos condenados a suburbios,
béticos y salobres y pampásicos,
con esa Mar Océano en cuadrícula…
Fluya el menstruo del que fluya el Demiurgo,
y fluya su insapiencia de sí mismo,
su vértigo del yo, de creerse único,
reatisbando, empero, los aromas
del pleroma locuaz. Nombre los nombres:
el enebro, la paz, el mar, el llanto.
II – Hesiódica
Qué distancia enorme del golfo gaditano
hasta la mar vinosa de Homero.
Qué distancia de estos dioses pétreos
pero húmedos de amor, pero esmerados
de honda humanidad, a los triviales
contubernios olímpicos del Gran Ciego de Quíos.
Ella no canta
con el sabor de los hexámetros primeros,
los del alba absoluta,
los del alba de Homero.
Prefiere la mañana ya crecida.
Ella canta con la dura costra,
con la maciza huella, con el duro y puro corazón agónico
del teogónico Hesíodo.
Como él, labra la tierra;
como él, los surcos, los almácigos,
las macetas, las flores, las heladas.
La Andalucía del siroco y hielo
como al otro el rincón agreste de su Hélade.
Como a él, la voz de las antiguas Helicónides,
las diosas que mienten y no mienten,
que dicen la verdad, o entre propíleos,
también la niegan descaradamente.
Eros primero y jamás penúltimo.
Las gónadas taladas de Urano.
La guerra de titanes y tifeos.
: Todo en tus versos de raíz oscura,
de sílabas partidas y deshechas
como terrones que se encuentran, otros
terrones vueltos al azadón labriego.
Fluya Sevilla universal, pretérita,
con vocación de tiempo y de planeta;
súmate, impúdica, a los rostros
tartesios, fenicios, galos, griegos,
y godos y vándalos, vikingos,
y al sarraceno de exquisita tilde,
y a las aljamas de exquisita prosa,
y a los Cetinas, los Murillos, los Velásquez,
los marranos, los quemados, los herejes,
a Casiodoro, a Cipriano, a Julianillo,
pobrecito cojuelo incinerado…
Desde esta pampa donde todo
el occidente se lee distorsionado,
recojo el puente hesiódico y de plata:
tu gran simulación de hallar la aldea,
teniendo, en cambio, prisionero el cosmos.
III – Afrodítica
A la Pandemos, a la Urania, a la Ctónica,
a la de anchos labios,
la de cinturas bamboleantes como
las olas trémulas de Chipre;
a la del goce, a la de ultratumba,
la de los lares que ama Proserpina;
a la celeste, la de la unión mística,
a todas ellas,
a toda Ella –Una- Afrodita fuiste
con tus manzanas, con tus plegarias, con
un color nuevo para el trono polícromo.
Que te ame la Diosa
como a Adonis de esquivado vuelo;
que te hiera la Diosa,
como a Adonis el cuerno
del jabalí, otra forma
de la angustia del eros;
que te sepa la tierra
labrando una vez más jardines de la Diosa
y tus versos mezclándose a sus pomas.
Juan Carlos Sánchez Sottosanto (Mayo, 2014)
lunes, 26 de mayo de 2014
De pie bajo el alcornoque
De pie bajo el alcornoque
Día de sueño para dormir
a la sombra del alcornoque,
la habitación se estremece
con cada brote de bellota.
Tan tiernos maman del aire
tan duro hijo de mis carnes
cuando pienso en tumbarme
sobre su hojarasca puntiaguda
y sus velas iluminadas
con verdes durante el amarillo.
Menos mal que una tumba
posa su peso bajo sus ramas.
A la muerte, a la Gran Madre,
veneramos con cada piedra
que amontonamos
sobre el cuerpo muerto
de un afecto vivo.
Día de sueño para dormir
a la sombra del alcornoque,
la habitación se estremece
con cada brote de bellota.
Tan tiernos maman del aire
tan duro hijo de mis carnes
cuando pienso en tumbarme
sobre su hojarasca puntiaguda
y sus velas iluminadas
con verdes durante el amarillo.
Menos mal que una tumba
posa su peso bajo sus ramas.
A la muerte, a la Gran Madre,
veneramos con cada piedra
que amontonamos
sobre el cuerpo muerto
de un afecto vivo.
viernes, 23 de mayo de 2014
La compañía del ciprés
La compañía del ciprés
(A un ciprés arrancado por el viento)
se me quitan las ganas
de escribir más allá
del bien, o del mal
se me quita el miedo
de vivir el medio
de ser inmortales
en la práctica diaria
súplica hecha cruces
en el tronco del árbol del valle
de los caídos por tanto
vociferante yugo
ajeno a ciencia
sanadora aguza
flechas clavándonos
esperanzas como si
fuéramos puro ruido,
pura basura, pura
piedra morrena glaciar
retumbando enrarecida
arrastrando tantos trazos,
tantas cruces, tantos troncos
corpóreos como tantos
brazos que crucificamos
y cuadramos día a día
allá en la cima de la montaña
nevada
de papeles
de voces flagelantes
desde bocas inmundas
desde almas grasientas
donde ni cabra ni monte
o matojo
crece. Nos clavan
tan lejos
que ni la campana
de la aldea repica
por nuestros muertos
árboles negros y secos.
Sólo el ciprés se tumba para acompañarnos
en nuestra huida.
Él verde siempre
tiempo amándonos
tal como somos.
Tal como somos…
Y quién puede
sabernos sino
el ciprés caído.
jueves, 22 de mayo de 2014
La diletante
La diletante (de viaje visitando monumentos)
En este simulacro exilio
me permite el lienzo
reconocer mis pasos.
Hasta en los canales crece
para recordarme de donde vengo,
nunca hacia donde vamos.
En esta sutil agonía
que es la vida venero
tus tristes luces de hojaldre
que se hunde. Tan pesada la carga
que soportan tus láminas, tus
mil palacios de carne, tu
luz de los esperados
puentes beben de mi
aire maternal y el afrodisíaco
perfume de su celo
de hembra, mar de tu alumbre
y de mi ausencia sobre ti.
Colmo leones como
blando espada
blanda contra
las dulces venencias
de las gotas de agua
sobre la yerba,
el monumental —se erige
todos los días— nutriente
que la naturaleza nos favorece.
El verde es su primer color.
También el del origen de la vida.
En este simulacro exilio
me permite el lienzo
reconocer mis pasos.
Hasta en los canales crece
para recordarme de donde vengo,
nunca hacia donde vamos.
En esta sutil agonía
que es la vida venero
tus tristes luces de hojaldre
que se hunde. Tan pesada la carga
que soportan tus láminas, tus
mil palacios de carne, tu
luz de los esperados
puentes beben de mi
aire maternal y el afrodisíaco
perfume de su celo
de hembra, mar de tu alumbre
y de mi ausencia sobre ti.
Colmo leones como
blando espada
blanda contra
las dulces venencias
de las gotas de agua
sobre la yerba,
el monumental —se erige
todos los días— nutriente
que la naturaleza nos favorece.
El verde es su primer color.
También el del origen de la vida.
martes, 20 de mayo de 2014
La ausencia y la presencia
La ausencia y la presencia
La encina I
se hacen transparentes
venga sino dulce
a la lengua del verte
y mover tu venir
como un río de estrellas.
así la luz diabla de tu entredós
luces flamea la bandera
de espigas del campo de trigo
en abril y sola la encina
sujeta el suelo al ras
de la tierra cimentando
el cielo alimentando
el futuro
pan.
La encina II
Sin interferencias salvo
la de la esquina
donde la torre que
cómo hila, cómo afina
sus cuerdas de luz rozando
la encina ya se me figura
un tierno echador de lombrices
a la tierra, que
cómo oréase, cómo ablanda
la suya muerte que sola
existe en los agujeros iracundos
del gusano de las mil cabezas.
sonríe al aire,
porque el aire reconoce
las sonrisas de la tierra
evadiendo y duplicando
lo que ella modela, la raíz
elevada al hueco del lleno
del aire que el aire esculpe
hasta que se hace el doble:
el tronco y la copa
de la vida la raíz
omitida.
La encina III
El repertorio
anula cualquier objeto
de apatía.
cerca y lejos.
las ventanas se cierran
caldeando los interiores
de tantos hombres vagos
por el mundo deambulando
y yo qué soy, qué soy sino
tan puro y sola quijada
de boca anulada,
de boca adamita,
de boca dolorida.
enquistar, así nacen
los secretos, la piedra injusta
sobre los dientes, la lentitud
del coma profundo
de mi tronco.
La encina I
se hacen transparentes
venga sino dulce
a la lengua del verte
y mover tu venir
como un río de estrellas.
así la luz diabla de tu entredós
luces flamea la bandera
de espigas del campo de trigo
en abril y sola la encina
sujeta el suelo al ras
de la tierra cimentando
el cielo alimentando
el futuro
pan.
La encina II
Sin interferencias salvo
la de la esquina
donde la torre que
cómo hila, cómo afina
sus cuerdas de luz rozando
la encina ya se me figura
un tierno echador de lombrices
a la tierra, que
cómo oréase, cómo ablanda
la suya muerte que sola
existe en los agujeros iracundos
del gusano de las mil cabezas.
sonríe al aire,
porque el aire reconoce
las sonrisas de la tierra
evadiendo y duplicando
lo que ella modela, la raíz
elevada al hueco del lleno
del aire que el aire esculpe
hasta que se hace el doble:
el tronco y la copa
de la vida la raíz
omitida.
La encina III
El repertorio
anula cualquier objeto
de apatía.
cerca y lejos.
las ventanas se cierran
caldeando los interiores
de tantos hombres vagos
por el mundo deambulando
y yo qué soy, qué soy sino
tan puro y sola quijada
de boca anulada,
de boca adamita,
de boca dolorida.
enquistar, así nacen
los secretos, la piedra injusta
sobre los dientes, la lentitud
del coma profundo
de mi tronco.
lunes, 19 de mayo de 2014
Oración excretora
Oración excretora
Señor, estoy deseando dejar
este mundo, no a mis seres
queridos, no, ni a los árboles
ni al cielo, con nubes o despejado,
ni siquiera al invierno tan cruel
para mis manos, tampoco
deseo perder de vista a las flores
ni a mis perras, ni siquiera
a la mala película de televisión,
o, menos aún, al libro que tengo
sobre la mesa. Pero, sinceramente,
Señor, sí tengo mucha necesidad
de dejar este mundo ya
en las manos de quien lo posea.
No deseo pelear más
por lo que en realidad no es mío,
allá cada cual con su propiedad,
el piso, el negocio, la empresa,
el automóvil, los hijos salidos
de madre, de cauce, quiero
decir, la ironía —las flores
ya te he dicho que no, ellas
no se visten de sarcasmo
ni otras negaciones—, el prestigio,
las ventas, los noes, los imposibles,
las incapacidades en suma
el desconcierto palpable
de tanto mono bajado
de los árboles.
Te los nombré casi en primer lugar,
ellos son la clave de este infortunado
azar que en vez de mona
me ha hecho mujer, hembra
de una especie que no sabe callar
ni trepar por el cuerpo
de su semejante. Rasca, rasca,
quítote las pulgas o las liendres,
te hago mimos con mis labios
de homínida asilvestrada, hecha
cuero de un municipio, de una
civilización que hace aguas
duras o blandas y no,
no sabe llevar pañales.
Señor, llévame contigo
a las nubes redondas y verdes
de mi selva o a las dunas
cuadradas del desierto,
al hielo de los polares mares
o al fuego de las chimeneas
de los volcanes, al pasado,
al futuro o a mi presente,
pero no me dejes más en manos
de su tiempo, que no es mío,
que no, que yo aún sé trepar
por el pecho de mi amado,
que yo aún sí sé despiojarlo
desnuda a la luz del sol,
pedirle que me lo haga
y no avergonzarme
de mis pelos enredados
entre las ramas y las hojas
o caídos sobre el suelo
de allá abajo que ellos pisan
y construyen para no caerse
al abismo.
Y yo sólo me fijo, sólo me fijo,
y no quiero imitar lo que hacen.
Y si no, si no me llevas,
cúrame estos lacrimales
si es que quieres
que pueda seguir mirando.
Si es que quieres
lo que pasa
sobre un tiempo
que no es mío.
Ni Tuyo.
Señor, estoy deseando dejar
este mundo, no a mis seres
queridos, no, ni a los árboles
ni al cielo, con nubes o despejado,
ni siquiera al invierno tan cruel
para mis manos, tampoco
deseo perder de vista a las flores
ni a mis perras, ni siquiera
a la mala película de televisión,
o, menos aún, al libro que tengo
sobre la mesa. Pero, sinceramente,
Señor, sí tengo mucha necesidad
de dejar este mundo ya
en las manos de quien lo posea.
No deseo pelear más
por lo que en realidad no es mío,
allá cada cual con su propiedad,
el piso, el negocio, la empresa,
el automóvil, los hijos salidos
de madre, de cauce, quiero
decir, la ironía —las flores
ya te he dicho que no, ellas
no se visten de sarcasmo
ni otras negaciones—, el prestigio,
las ventas, los noes, los imposibles,
las incapacidades en suma
el desconcierto palpable
de tanto mono bajado
de los árboles.
Te los nombré casi en primer lugar,
ellos son la clave de este infortunado
azar que en vez de mona
me ha hecho mujer, hembra
de una especie que no sabe callar
ni trepar por el cuerpo
de su semejante. Rasca, rasca,
quítote las pulgas o las liendres,
te hago mimos con mis labios
de homínida asilvestrada, hecha
cuero de un municipio, de una
civilización que hace aguas
duras o blandas y no,
no sabe llevar pañales.
Señor, llévame contigo
a las nubes redondas y verdes
de mi selva o a las dunas
cuadradas del desierto,
al hielo de los polares mares
o al fuego de las chimeneas
de los volcanes, al pasado,
al futuro o a mi presente,
pero no me dejes más en manos
de su tiempo, que no es mío,
que no, que yo aún sé trepar
por el pecho de mi amado,
que yo aún sí sé despiojarlo
desnuda a la luz del sol,
pedirle que me lo haga
y no avergonzarme
de mis pelos enredados
entre las ramas y las hojas
o caídos sobre el suelo
de allá abajo que ellos pisan
y construyen para no caerse
al abismo.
Y yo sólo me fijo, sólo me fijo,
y no quiero imitar lo que hacen.
Y si no, si no me llevas,
cúrame estos lacrimales
si es que quieres
que pueda seguir mirando.
Si es que quieres
lo que pasa
sobre un tiempo
que no es mío.
Ni Tuyo.
domingo, 18 de mayo de 2014
La inteligencia y la flor
La inteligencia y la flor
Los pensamientos que nos llevan
a las acciones. Hazte la idea,
todo será nada, como exactamente
el fósil amarillo que puedes
desmenuzar entre tus dedos.
El Nautilus no es hoy polvo,
el alma deja huella indeleble
en la otra y la espiral
nos arma de sabiduría
que hasta para besarnos
sirve.
Éramos dos
cuando nos bautizó
el silencio.
Tú no te llamabas.
Y yo tampoco.
Aparece la palabra justo
en ti a salvo en mí.
Como uno.
Como en mis fotos.
Los pensamientos que nos llevan
a las acciones. Hazte la idea,
todo será nada, como exactamente
el fósil amarillo que puedes
desmenuzar entre tus dedos.
El Nautilus no es hoy polvo,
el alma deja huella indeleble
en la otra y la espiral
nos arma de sabiduría
que hasta para besarnos
sirve.
Éramos dos
cuando nos bautizó
el silencio.
Tú no te llamabas.
Y yo tampoco.
Aparece la palabra justo
en ti a salvo en mí.
Como uno.
Como en mis fotos.
sábado, 10 de mayo de 2014
El alma desterrada
El alma desterrada
El corazón no duele,
pero a cambio
el cuerpo desaparece.
La sangre me hierve
y cuando llega a su natural
condensación por el frío
que me rodea, me chorrean
las lágrimas, agua y sales
como la urea que al matojo reverdece,
el poso es tierra donde
el cañaveral germina y crece,
mas estoy
a revienta calderas
y el barco de vapor
busca el otro motor
de aceite y gas
que me suprima
de esta artificial suerte
de esperar sobre margas azules
cuando los amarillos
me destilaron
los siete colores del arco iris,
me explosione y, convertida
en masa humeante y celeste
intangible,
vuele por los aires
hasta mi padre marítimo
una vez
él también se condense
en olas de salinas
y reales y blancas
tempestades, no importa
si pequeñas o grandes.
Todo ha ido aumentando
como la marea sube
y los girasoles
que me alimentaban justo
cuando te oí, crecieron.
Ahora su amarillo
ya tiñe el lugar del encuentro,
del que nunca he salido.
Nuestra es la bandera del exilio
interno y la verde playa
amplia y sola.
Salir de donde no estoy
para llegar a donde mismo
soy, que no soy más
que tú o yo
o el mundo que odio,
pero del que formo parte.
Ni siquiera la tormenta, con su gran poderío,
puede decir a las nubes: ¡no soy vuestra!
No mates los días que te quedan por vivir.
El corazón no duele,
pero a cambio
el cuerpo desaparece.
La sangre me hierve
y cuando llega a su natural
condensación por el frío
que me rodea, me chorrean
las lágrimas, agua y sales
como la urea que al matojo reverdece,
el poso es tierra donde
el cañaveral germina y crece,
mas estoy
a revienta calderas
y el barco de vapor
busca el otro motor
de aceite y gas
que me suprima
de esta artificial suerte
de esperar sobre margas azules
cuando los amarillos
me destilaron
los siete colores del arco iris,
me explosione y, convertida
en masa humeante y celeste
intangible,
vuele por los aires
hasta mi padre marítimo
una vez
él también se condense
en olas de salinas
y reales y blancas
tempestades, no importa
si pequeñas o grandes.
Todo ha ido aumentando
como la marea sube
y los girasoles
que me alimentaban justo
cuando te oí, crecieron.
Ahora su amarillo
ya tiñe el lugar del encuentro,
del que nunca he salido.
Nuestra es la bandera del exilio
interno y la verde playa
amplia y sola.
Salir de donde no estoy
para llegar a donde mismo
soy, que no soy más
que tú o yo
o el mundo que odio,
pero del que formo parte.
Ni siquiera la tormenta, con su gran poderío,
puede decir a las nubes: ¡no soy vuestra!
No mates los días que te quedan por vivir.
jueves, 8 de mayo de 2014
Rosa de Alejandría
Rosa de Alejandría
en el tiempo justo
de momento, en su estallido,
la obcecación, en el justo
tiempo de la bifurcación ——comienzo
para desandar lo aprendido.
Manifiéstate como una rosa,
sálvame de Alejandría
y su biblioteca en llamas.
O mejor, quémame
como si yo tu
manifiesto fuera
en blanco.
en el tiempo justo
de momento, en su estallido,
la obcecación, en el justo
tiempo de la bifurcación ——comienzo
para desandar lo aprendido.
Manifiéstate como una rosa,
sálvame de Alejandría
y su biblioteca en llamas.
O mejor, quémame
como si yo tu
manifiesto fuera
en blanco.
A mi servicio
El necronomicón. Me dicen que en vez de hacer fotos de rosas parece que estoy ilustrando el Necronomicón. Y es verdad. Si algo me fastidia de la fotografía es que consigue transparentarme entera. No la domino. Me domina ella. Ella hace lo que quiere, se hace sola, sin mi voluntad pero con toda mi presencia. Sucede como si el espejo perdiera su capa de alumbre y en vez de reflejar, transparentara lo que hay detrás, o dentro.
No sé si este tipo de fotografías que me salen hora llegan a causa del ojo casi cerrado que tengo en estas semanas, por mi estado interior o por todo a la vez. Pero la máquina, la cámara se convierte en un artilugio con garfios que logra arrancarme las entrañas. No sé cómo lo hace. Cualquier marca que haya usado, siempre me sucede. Vislumbro que aunque me pusiera una caja de zapatos delante del ojo (bueno), lograría, la Fotografía, hacerse igual.
Fotorrosas, negro rosas, rosas de luto, metarrosas, rosas ultrajadas.
Siempre he hecho lo que me ha dado la gana con ellas, es verdad también. Las uso. Las utilizo. Me siento en la libertad. Para eso las crío con mis manos y mi esfuerzo. Son la tramazón de mi escatología, de lo último de mí. Me sirven.
miércoles, 7 de mayo de 2014
Discoverer
Discoverer
Si he perdido la palabra,
¿qué me queda?
Si he perdido la mirada,
¿qué me queda?
Me queda lo inaudible,
me queda lo ilegible,
me queda lo invisible,
me queda todo
lo importante
por descubrir.
Si he perdido la palabra,
¿qué me queda?
Si he perdido la mirada,
¿qué me queda?
Me queda lo inaudible,
me queda lo ilegible,
me queda lo invisible,
me queda todo
lo importante
por descubrir.
martes, 6 de mayo de 2014
Asolada
Asolada
Tú y yo nos pensamos como la yerba
a sí misma se piensa brotando
de la tierra y, entonces, el verde
se hace, nace y crece como
la linde que une el cielo con el suelo,
sueño presente de un futuro
ya nacido sin pasado que recurra
la sonrisa sobre el recuerdo
trascendente: bendecir
haber cruzado el río de yerba
con soledad es decir
con tu compañía. Un a-solas
conmigo misma y tu razzia
de viento de levante,
o de locura.
Tú y yo nos pensamos como la yerba
a sí misma se piensa brotando
de la tierra y, entonces, el verde
se hace, nace y crece como
la linde que une el cielo con el suelo,
sueño presente de un futuro
ya nacido sin pasado que recurra
la sonrisa sobre el recuerdo
trascendente: bendecir
haber cruzado el río de yerba
con soledad es decir
con tu compañía. Un a-solas
conmigo misma y tu razzia
de viento de levante,
o de locura.
lunes, 5 de mayo de 2014
El año de la coronación
El año de la coronación
Sucedió en su fecha, el año
del descubrimiento, el año
en que me colon-
izó el huevo
claro
con el que me coronó
mi madre trigueña
clara
con la tortilla de patatas.
De allí llegó la desarrollable,
el conocimiento de lo inexplicable,
la opacidad del agua,
el brillo de los ojos oscuros
de los dos amantes, la vergüenza
de mi desnudez limpia
en los brazos amorosos
de mi madre, que me coronó,
sí, me coronó con su amarilla
tortilla de patatas servida
en el plato de plástico azul.
La hermosa y bella mía no sabía
que la asaeté todo el día
con el capricho y las flechas
de los celos de mi prima
tan sólo por hacerle justicia:
¡qué no, que mi madre
hace las tortillas mejor
que tu madre, mi tía!
Mi prima se iba donde los alemanes,
rubia, siempre princesa,
se la llevaban sus padrinos
muchos días a un lugar
que hasta 40 años después,
tan alta me quedaba mi prima,
no pude conquistar,
ya mediante otras armas
y otro color, el verde
de la higuera, o de La Higuerita.
Yo, como no
los tenía,
o sea, sí,
pero como eran mis abuelos,
como si no los tuviera,
así que ni disponía de animales,
digo, padrinos que se iban
donde los alemanes,
ni siquiera higueras
con las que matar
a las cañas, como afrodita
sí las tuvo luego.
Me bastaban mis hermanas
y el calor del cuerpo de mi madre
cuando me arrebujaba en la toalla
tras el baño de por la tarde
en el agua clara de los manantiales
donde mi piel quedaba limpia
de sal y de arena y de calor.
Dulce y fresca quedaba yo.
Mi madre, mi madre
siempre me limpiaba,
siempre me endulzaba.
Pero llegó el fatídico día,
el de la coronación
del huevo pasé a la espina,
no del huevo, no, el huevo
es fruto, comprendí
las otras de mi madre
justa en el instante.
Las que no supe asimilar
fueron las de la mirada
sonriente—¿por qué sonreían?—
de la pareja justa y junta
que me observaba cuando,
por las manos amorosas de mi madre,
mis piernas entreabiertas en el mar
les mostró lo que ellos
nunca pudieron tener
ni antes
ni después:
un hijo,
una hija
con un
culo limpio,
un pimpollo de carne blanca
entre tanta piel morena
fruto de su bajo vientre,
llorando o riendo
según amanecieran
el día o la noche, jugando
con la arena con su padre
a construir murallas de arena
para que la suave ola
las lamiera embebiéndolas
y desaparecieran, acompañando
a su madre con la leche
de la más pequeña o asaeteándola
todo el día con el capricho
de una tortilla de patatas
hecha en aquella cocinita
cuidadosamente dispuesta
entre cartones decorados
con tazas de chocolate
bebido por un niño sonriente,
que la aislaban de los vientos
de levante o de poniente.
Ni los diseñadores suecos de Ikea
han aventajado las ideas de mi padre,
ni mi tortilla a la de mi madre,
comistrajo que no me gustaba
por entonces, el huevo sólo
me entraba pasado por agua,
el agua dulce de los manantiales
de agua clara —la clara clara
sólo por el agua me gustaba—
pero es que su prima, o sea, mi prima,
la prima,
tan de los alemanes, había osado
cuestionar el buen hacer
de las manos
de mi madre.
Claro, era princesa.
Fue un año fatídico
para una que ya no
recuerdo, o sí.
Ahora me ensordece su voz
anunciadora, nuncia
profética del nacimiento
del disfraz de la mesías:
la india.
Y mi madre la mandó retratar,
vestida de blanco,
tan ingenua,
pero muy morena,
había nacido desde el peor
mal de nuestros males:
La codicia.
Nació la india en septiembre
en la ciudad tras la playa
el año del descubrimiento
de un continente imparable: Am-
ar aunque la maten.
Aunque me maten
o me mate
yo misma.
Total, yo ya estoy coronada
con espinas de madre,
con tortilla de patatas
y hasta con plumas de aves,
niña blanca o india nave
con alas como las
que salieron de esa orilla
hacia la otra.
De la menudencia, la pequeña
violencia, el sabotaje,
a
las catástrofes, las hecatombes,
los holocaustos,
de más o de menos
millones de inocencias
tienen siempre el mismo origen:
el capital de las legiones
que nos oprime y nos consiente,
ya provenga de celos de princesas,
de ausencia de justicia
o presencia de alemanes,
de la codicia de hueros amantes
o del amor de una
dulce madre
que padeció
espinas
de
orfandad
y de
hambre.
Sucedió en su fecha, el año
del descubrimiento, el año
en que me colon-
izó el huevo
claro
con el que me coronó
mi madre trigueña
clara
con la tortilla de patatas.
De allí llegó la desarrollable,
el conocimiento de lo inexplicable,
la opacidad del agua,
el brillo de los ojos oscuros
de los dos amantes, la vergüenza
de mi desnudez limpia
en los brazos amorosos
de mi madre, que me coronó,
sí, me coronó con su amarilla
tortilla de patatas servida
en el plato de plástico azul.
La hermosa y bella mía no sabía
que la asaeté todo el día
con el capricho y las flechas
de los celos de mi prima
tan sólo por hacerle justicia:
¡qué no, que mi madre
hace las tortillas mejor
que tu madre, mi tía!
Mi prima se iba donde los alemanes,
rubia, siempre princesa,
se la llevaban sus padrinos
muchos días a un lugar
que hasta 40 años después,
tan alta me quedaba mi prima,
no pude conquistar,
ya mediante otras armas
y otro color, el verde
de la higuera, o de La Higuerita.
Yo, como no
los tenía,
o sea, sí,
pero como eran mis abuelos,
como si no los tuviera,
así que ni disponía de animales,
digo, padrinos que se iban
donde los alemanes,
ni siquiera higueras
con las que matar
a las cañas, como afrodita
sí las tuvo luego.
Me bastaban mis hermanas
y el calor del cuerpo de mi madre
cuando me arrebujaba en la toalla
tras el baño de por la tarde
en el agua clara de los manantiales
donde mi piel quedaba limpia
de sal y de arena y de calor.
Dulce y fresca quedaba yo.
Mi madre, mi madre
siempre me limpiaba,
siempre me endulzaba.
Pero llegó el fatídico día,
el de la coronación
del huevo pasé a la espina,
no del huevo, no, el huevo
es fruto, comprendí
las otras de mi madre
justa en el instante.
Las que no supe asimilar
fueron las de la mirada
sonriente—¿por qué sonreían?—
de la pareja justa y junta
que me observaba cuando,
por las manos amorosas de mi madre,
mis piernas entreabiertas en el mar
les mostró lo que ellos
nunca pudieron tener
ni antes
ni después:
un hijo,
una hija
con un
culo limpio,
un pimpollo de carne blanca
entre tanta piel morena
fruto de su bajo vientre,
llorando o riendo
según amanecieran
el día o la noche, jugando
con la arena con su padre
a construir murallas de arena
para que la suave ola
las lamiera embebiéndolas
y desaparecieran, acompañando
a su madre con la leche
de la más pequeña o asaeteándola
todo el día con el capricho
de una tortilla de patatas
hecha en aquella cocinita
cuidadosamente dispuesta
entre cartones decorados
con tazas de chocolate
bebido por un niño sonriente,
que la aislaban de los vientos
de levante o de poniente.
Ni los diseñadores suecos de Ikea
han aventajado las ideas de mi padre,
ni mi tortilla a la de mi madre,
comistrajo que no me gustaba
por entonces, el huevo sólo
me entraba pasado por agua,
el agua dulce de los manantiales
de agua clara —la clara clara
sólo por el agua me gustaba—
pero es que su prima, o sea, mi prima,
la prima,
tan de los alemanes, había osado
cuestionar el buen hacer
de las manos
de mi madre.
Claro, era princesa.
Fue un año fatídico
para una que ya no
recuerdo, o sí.
Ahora me ensordece su voz
anunciadora, nuncia
profética del nacimiento
del disfraz de la mesías:
la india.
Y mi madre la mandó retratar,
vestida de blanco,
tan ingenua,
pero muy morena,
había nacido desde el peor
mal de nuestros males:
La codicia.
Nació la india en septiembre
en la ciudad tras la playa
el año del descubrimiento
de un continente imparable: Am-
ar aunque la maten.
Aunque me maten
o me mate
yo misma.
Total, yo ya estoy coronada
con espinas de madre,
con tortilla de patatas
y hasta con plumas de aves,
niña blanca o india nave
con alas como las
que salieron de esa orilla
hacia la otra.
De la menudencia, la pequeña
violencia, el sabotaje,
a
las catástrofes, las hecatombes,
los holocaustos,
de más o de menos
millones de inocencias
tienen siempre el mismo origen:
el capital de las legiones
que nos oprime y nos consiente,
ya provenga de celos de princesas,
de ausencia de justicia
o presencia de alemanes,
de la codicia de hueros amantes
o del amor de una
dulce madre
que padeció
espinas
de
orfandad
y de
hambre.
domingo, 4 de mayo de 2014
Un higo chumbo en la mirada
Un higo chumbo en la mirada
12 de la noche. Campo. Suena la sinfonía nocturna, grillos y el ruiseñor al fondo cerca del riachuelo. Algún perro ladra. Me siento delante del ordenador por intentar relajarme tras día casi agotador. No puedo hacer fotos. Las veo borrosas, ya no sé si porque al disparar se me ha movido el objetivo, como habitualmente me sucede cuando lo extiendo a su mínima distancia, porque tengo la mirada fotográfica perdida, o porque mi ojo derecho permanece algo anestesiado tras la extracción de la púa-pelusa de la chumbera fina. Un mes y pico, calculo, ya no recuerdo bien, con una púa (probablemente más) clavada en la parte interior del párpado mide la distancia entre una mirada clara, mi propia torpeza al no detectar, y mi contumacia, burrería para entendernos, la negación del dominó como decía mi padre, la incapacidad para desarrollar estrategias que procuren mi bien.
Aunque hasta la misma administración pública, esa de la que tanto protesto y protestamos (idiosincrasia española), pusiera a mi disposición los medios para salvaguardar mi salud aunque solo fuese en este caso física, u óptica.
De siete y diez de la tarde a diez y diez de la noche. Tres horas, 50 kms de ida (veinticinco minutos) y otros tanto de vuelta, más media hora de paseo que dista entre el hospital y mi casa en Sevilla para volver a recoger el coche con las dos perritas. Resultado, ojo sanado. Bueno, ojo sin ya chumbera que podría haberme crecido (aún hay posibilidades de que agarre en la fertilidad de mi párpado, si no un higo chumbo, un hongo, ya no sé si dulce, pero seguro que sin espinas o púas) si en vez de un mes y pico, tardo tres meses en aceptar ir al médico.
No sabemos lo que tenemos. No sabemos valorar lo que tenemos, como tantas otras veces he dicho, en ningún ámbito, saber apreciar el bien que nos llega. Cuando la oftalmóloga me extrajo la púa, que yo creía que ya no existía, y sentí el inmediato alivio, automáticamente pensé en la ley del PP por la que la mayoría de los inmigrantes en España no tienen derecho a una asistencia médica gratuita. Qué se habría hecho el inmigrante de turno sin posibilidad de médico caso de estar en mi pellejo. Porque yo he estado a punto hoy de arrancarme el ojo. Una tuerta más, ¿cuántos tuertos entre inmigrantes porque ya no pudieran soportar más el dolor?
Recuerdo una entrada de este blog allá por sus comienzos cuando Berlusconi negó lo mismo a los inmigrantes allí en su feudo.
No sabemos lo que tenemos, reitero, repito con altavoz ecoico incluido. En este país el deporte nacional ha sido y es el quejarse por absoluto gusto. El protestar sin antes (saber) valorar. El renunciar, pisotear, machacar lo ganado, lo proveído, o provisto, por la historia y la lucha, sangre y muerte por en medio, es decir, dolor, de tantos anteriores a nosotros. Y así nos va. Y así seguiremos sin levantar cabeza, ni como nación, aunque me importa un pimiento el nacionalismo de cualquier tipo, ni como simple grupo humano.
Sigamos protestando, sigan dando votos a la derecha en las próximas elecciones (esto sí me importa, el no dárselos, claro). Cuando se les clave una púa en un ojo y, por no disponer de un trabajo, como en tantos países sucede, tengan que, primero, buscar un oftalmólogo durante un domingo por la tarde y además dispuesto a trabajar, y después abonarle los honorarios, caso de que, aun sin trabajo, dispongan del montante pertinente, normalmente elevado, sigan protestando. Pero háganlo contra ustedes mismos. Yo al menos apenas gasto de las arcas del estado. Apenas, no, nada comparado con lo contribuido, salvo un parto, un aborto y esto. El segundo, aborto, se lo ahorré a las susodichos arcones. Por pura renuencia personal, burrería, para entendernos, por volver al principio. Aunque eso sí, aún me queda cerebro de no burra ("ojos de burra tiene") para saber valorar que vivo en un territorio, donde lo que a mí hoy me ha salvado de meter la cabeza en un pozo hasta ahogarme o sacarme el ojo con mis propias manos, puede proteger a otros como yo, aunque no hayan nacido, azar, bendito azar, bajo la nacionalidad española.
Por cierto, también bendito territorio donde las chumberas (y no precisamente las finas) crecen por doquier hasta lograr constituir cierto alivio económico para muchas familias, Andalucía.
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