Ahora que ando paseando, algo perdida, debo decirlo, por el bosque-laberinto que forman los naranjos que pueblan la ciudad, asemejada más que nunca a las numerosas vegas que la circundan, he recordado esta fotgrafía disparada hace algunos meses, pensando que con ella podría homenajear el recuerdo de un poeta del que hace escasos días se cumplió aniversario de su muerte, allá en Colliure, muy lejos del lugar que lo vio nacer, o al menos, y según sus propias palabras, desarrollar su infancia, que no es más que el lugar que sirve de escenario a la fotografía.
Donde él nombra al limonero, yo sigo viendo sólo y permanentemente y casi desde que nací, naranjos, pero sé que desde el punto de vista de la luz conforman los mismos bosques de alegres aromas y sombreados brillos.
Tal vez, desde el cielo, Antonio Machado mire al lugar de su infancia de una forma parecida a la que se refleja en la fotografía.
Los poetas no son de ningún lugar, que es lo mismo que decir que lo son de todos. Tampoco creo en el culto a los muertos bajo las formas de tumbas o cementerios. Yo, que me vanaglorio de andar pisoteando las cenizas de mi padre, y hasta de mi suegro, en mi quehacer cotidiano y diario, con todo mi cariño y respeto, eso sí (zapatos de rosas poseo, como digo en uno de mis versos) no voy a izar bandera por el traslado de los restos del poeta a su lugar de nacimiento, o al menos a su país de origen (yo, que no creo en ninguna frontera) pero sí expresaré mi petición al Ayuntamiento de Sevilla de que, a las puertas del Palacio (de las Dueñas, propiedadde la Casa de Alba) que lo vio nacer, construya una pequeña barreduela con un par de bancos de hierro y un par de naranjos ( o mejor aún, limoneros) para de esa forma poder honrar más en condiciones a la figura de un poeta cuya memoria, hoy por hoy, sólo tiene una pequeña placa de azulejos que lo recuerda en ese lugar. Una placa rodeada de coches cuyos dueños siempre nos estamos "peleando" por encontrar lugar de aparcamiento, luchando vecinos a brazo partido contra la presencia de los automóviles de los periodistas que a casi diario, se aposentan en las puertas del Palacio en busca de la instantánea de la respetada señora, ya anciana, que es dueña del mismo, y de camino de algún allegado, y contra la habitual locura que supone encontrar aparcamiento en pleno centro de Sevilla.
Señor alcalde, perderíamos todos unas...creo que unas nueve plazas de aparcamiento, pero ¿no embelleceríamos de esta forma un lugar que resplandece formalmente por sí mismo, pero esencialmente por ser depositario de una de las luces más serenas, sensatas y ejemplificadoras de lo que es la labor de un poeta, y además más injustamente tratado en su tiempo, y a su vez y por lo mismo, nos embelleceríamos a todos los sevillanos?
Ya que fue obligado a morir lejos de su tierra por la existencia de una guerra provocada por traidores a su propia patria ( que también era la del poeta), podríamos construir la paz que no le dieron tornando un lugar casi salvaje en un recatado, bello y simbólico huerto urbano.
No creo que sea cuestión de dinero, e intuyo que hasta los mismos habitantes , y hasta dueños, del citado palacio, habrán apostado por ello.
No suelo pedir nada los polìticos, ni los aborrezco ni abomino de ellos, pues creo en el excelso arte al que se suponen comprometidos, pero la figura del poeta Antonio Machado bien merece hacer una excepción en esa especie de cuestación personal por la creencia en el ser humano y su capacidad para ser justos con sus semejantes.
Si se construyera esa pequeña barreduela tal vez el poeta podría ya asomarse desde el cielo a mirar a su patio y su limonero (mis naranjales) sin tener que querer obviar las filas de coches aparcados que oscurecen una pared blanca de cal, suministro de luz.
Donde él nombra al limonero, yo sigo viendo sólo y permanentemente y casi desde que nací, naranjos, pero sé que desde el punto de vista de la luz conforman los mismos bosques de alegres aromas y sombreados brillos.
Tal vez, desde el cielo, Antonio Machado mire al lugar de su infancia de una forma parecida a la que se refleja en la fotografía.
Los poetas no son de ningún lugar, que es lo mismo que decir que lo son de todos. Tampoco creo en el culto a los muertos bajo las formas de tumbas o cementerios. Yo, que me vanaglorio de andar pisoteando las cenizas de mi padre, y hasta de mi suegro, en mi quehacer cotidiano y diario, con todo mi cariño y respeto, eso sí (zapatos de rosas poseo, como digo en uno de mis versos) no voy a izar bandera por el traslado de los restos del poeta a su lugar de nacimiento, o al menos a su país de origen (yo, que no creo en ninguna frontera) pero sí expresaré mi petición al Ayuntamiento de Sevilla de que, a las puertas del Palacio (de las Dueñas, propiedadde la Casa de Alba) que lo vio nacer, construya una pequeña barreduela con un par de bancos de hierro y un par de naranjos ( o mejor aún, limoneros) para de esa forma poder honrar más en condiciones a la figura de un poeta cuya memoria, hoy por hoy, sólo tiene una pequeña placa de azulejos que lo recuerda en ese lugar. Una placa rodeada de coches cuyos dueños siempre nos estamos "peleando" por encontrar lugar de aparcamiento, luchando vecinos a brazo partido contra la presencia de los automóviles de los periodistas que a casi diario, se aposentan en las puertas del Palacio en busca de la instantánea de la respetada señora, ya anciana, que es dueña del mismo, y de camino de algún allegado, y contra la habitual locura que supone encontrar aparcamiento en pleno centro de Sevilla.
Señor alcalde, perderíamos todos unas...creo que unas nueve plazas de aparcamiento, pero ¿no embelleceríamos de esta forma un lugar que resplandece formalmente por sí mismo, pero esencialmente por ser depositario de una de las luces más serenas, sensatas y ejemplificadoras de lo que es la labor de un poeta, y además más injustamente tratado en su tiempo, y a su vez y por lo mismo, nos embelleceríamos a todos los sevillanos?
Ya que fue obligado a morir lejos de su tierra por la existencia de una guerra provocada por traidores a su propia patria ( que también era la del poeta), podríamos construir la paz que no le dieron tornando un lugar casi salvaje en un recatado, bello y simbólico huerto urbano.
No creo que sea cuestión de dinero, e intuyo que hasta los mismos habitantes , y hasta dueños, del citado palacio, habrán apostado por ello.
No suelo pedir nada los polìticos, ni los aborrezco ni abomino de ellos, pues creo en el excelso arte al que se suponen comprometidos, pero la figura del poeta Antonio Machado bien merece hacer una excepción en esa especie de cuestación personal por la creencia en el ser humano y su capacidad para ser justos con sus semejantes.
Si se construyera esa pequeña barreduela tal vez el poeta podría ya asomarse desde el cielo a mirar a su patio y su limonero (mis naranjales) sin tener que querer obviar las filas de coches aparcados que oscurecen una pared blanca de cal, suministro de luz.