martes, 22 de septiembre de 2020

Dos alquerías

 



A mi pueblo, a mi desconcierto

 

En este muerto contenido

al que abrazas y consuelas

por deseo de su propia muerte,

en este bello ejemplar de ciervo

ligero y pesado de tantas muelas

y dientes rumiantes,

de tan onerosas alforjas

que no tienen fondo,

que huecas deslizan

el aire que por la boca

les entra y por el culo les sale,

en este muerto y denso

aire de oftalmologías

imposibles pues ni ojos

ni pestañas siquiera te caben

en ese rostro pernero,

en ese rostro carnero,

en ese rostro pétreo

de meseta inasumible,

centinela vestido de colores brillantes,

en esta muerte tuya,

yo te abandono:

Eres un pueblo muerto

sin fantasmas,

un pueblo herido

de su misma muerte,

un cuerpo inerte

exhalando un aroma vivo

de fragancias que nunca

se hunden y siempre preguntas,

siempre preguntas

el porqué y el desconsuelo

de este olor a rosas que entierras

mano sobre mano bajo

tu zócalo de piedra

tumban

 

la luna, el sol, la paz

de algún refresco asociado

al martilleante fuego arenoso

concupiscente o semioculto

bajo las flores de lavanda

visitadas por la mariposa

de la col, blanca como las paredes

de mi alquería… Ah, qué solaz

que no perdí, soldadito boliviano,

por mucho que dispararas

a sienes, por mucho

que trucaras valles y cordilleras

en busca del corazón palpitante

de la luna grande cuando

se asoma por los andes

de mis luces. Soldado enorme

corazón y las venerables

soledades, los cierzos

en pleno mes de julio y el viento

de suroeste aterrizando

sus mejillas de océano

sobre el páramo agreste

y mesetario:

 

el desconcierto, la lección

de amor dada, la grata

complacencia de una voz lejana,

las orillas y los pasos serenos

sobre la arena, el agua del mar

dentro de mi frente,

y un “no sé” hasta que la salud

tenga nombre de nuevo

y pierda la enfermedad

el suyo de muerte,

o España.


(Sofía Serra)

jueves, 17 de septiembre de 2020

Del amor y otras impotencias

 


Nuevo hombre en la cruz

 

Verte en verde puro quisiera

ausente de tus férreas estampidas,

lenta en un segundo presiento

tiempo al sol de ese tulipán equivalente

que me llama, me pregunta, me requiere:

¿Por qué?, ¿por qué no bebes?

Y tus manos amasando

espinas. Como ya no se te

clavan…

 

Al verde quiero sostenerte:

Flamearás sucediendo en el vacío

hasta que el celo mudo de tu viento,

si es que mientes,

se haga hueco en la cruz de tu pecho.

Y entonces se abrirá el cuero

herrumbroso. Y el manantial borboteará

de las cuatro paredes de tus brazos.

Y el sol del aullido iluminará

las doradas clavijas como si

fueran brotes verdes: verte

como si no te hubieras

zanjado. El campo de cuerdas

de hierro tronará en rasgueo

salvaje

de tu boca que reirá llagando

el aire que hoy permanece

ileso… Como muro, como vano

a la muerte en la que tañes

preso de esa cruz en la que te clavas,

que ya no sé,

yo no sé, no sé

con qué manos

apuntalas esos clavos a

tus palmas.

 

Hombre de cuatro brazos,

mutante de esta tierra

morada por la espada de tu arado

que me llama, me demanda, me pregunta

de qué te sirve ya ese par de alas.


(Sofía Serra, 2010)

domingo, 13 de septiembre de 2020

De excavaciones

 


El tren de la vigilia

 

Y es que estoy tejiendo el sudario de tu cuerpo, gemela blanca.

 

Tendrás que poder perdonarme algún día

por estas batallas, estos traqueteos

que temo ajen tus poderosas alas.

Mas no, ¡no!, te amalgamé acrisolada,

con acero y pétalos de flores fundí

tu esmeril verdadero en sangre de carne

y huesos. Te acuné en mis entrañas,

te hice fuerte roca, pero tan liviana,

tan humo como al que a las avispas espanta.


Es que tu mundo no es el mío, tu dicha

no es mi alegría, tu trabajo es distinto

a ése en el que se afanan estas pequeñas

manos. En definitiva, ya que te gesté

y te he parido, tengo que hacerte el hueco

en un lugar en el que no vivo y, menos

aún, duermo. Y así andamos ambas,

yo con mis cuadradas ruedas y tú con tus alas

aún envueltas. Pero llegará, llegará,

que no permitiré que mueras sin volar.

 

Al mundo para el que naciste lo envuelve

atmósfera ambivalente, vientos

de frío, vientos de polvo, viento lento

calmo y dudoso pero de potente brío,

cruentas corrientes y hasta corrientes

encontradas de vértigos, de combates

y tropiezos de aire contra el aire.

Pero tus alas están bien diseñadas.

Volarás

sin que ninguna tormenta atormente

la osamenta que a sus plumas mantiene.

 

Los terrenos baldíos se superponen

unos a otros en estratos añosos,

en vertientes arriesgadas de poderío

infrecuente, despeñaderos que desaguan

en sembradío de chumberas, las verdes,

las de agua llenas y fruto manjar de dioses

donde las alimañas se esconden. Pero a ti,

con tus poderosas alas, no te amilanarán

los abismos, las pendientes, los roces.

A ti no te hacen ruido las otras voces.

Porque eres voz, no necesitas oídos.

 

Estas tierras, áridas o cenagosas,

pedregales o labrantíos de humus,

glaciares negros con grietas como escarpias

atravieso con zapatos de piel de rosas,

tú sabes cuánto sufren

cuando sobre ellos danzo: sangran

esas plantas que casi desnuda caminan

sin suelas que desde el suelo las eleve

o peso que les conceda huellas.

Y así, algunas veces oigo tus lamentos

sordos que tanto dolor me provocan,

aunque yo sepa que tú no lloras.

Llegará el día en que no necesites

una persona, una boca, unos brazos

que te abran paso.

 

¡Y es que tú y yo somos tan distintas!

Tú omnisciente y valerosa,

yo temerosa e impotente:

 

Ya me ayudaste a cruzar el mar, mas ahora

tendrás que ayudarme a llevarte al aire.

Voy desembarazando tus potentes alas

con cuidado, mimo para el torbellino,

para que tu fuerza libre se halle ya

en el centro de tu mundo, de tu vida,

de tu estirpe. Esta tierra estéril

a la que hemos llegado sólo es tierra

de viaje. Allá, mira. Ízame un momento,

sólo por un instante, allá, al extremo

del horizonte, ¿lo ves?, donde el sol

se aparta para alumbrar a inocentes,

reaparece tu sitio: Allá serás del todo,

voz sola, voz sin piernas que te sostengan

ni alas siquiera que tú creas precises.

Ya no me necesitarás más

que para lograr que me olviden.

 

Allí en los montes bravíos,

allá en las elevadas cumbres

florece la clave espigada

del estío húmedo y verde.

 

Y ya entonces el tren de la vigilia

frenará sus destempladas ruedas.

Tu medida inconclusa logrará ocultarme

y, así, yo ya muda, tierna y arropada

en tus mullidas sienes, descansaré alegre de vida

y sueño: la que fue jardinera entre las  tumbas

sobre la yerba durmiendo ya para siempre.

Tú estás hecha para volar haciendo llover flores

y yo para fregar los platos y tejer con madejas de colores.

 

Poesía, que no eres mía,

poesía que no tiene nombre,

hija de mí naces,

de mi canal te extraigo,

pero para ti y para el Hombre.


(Sofía Serra, 2010)



miércoles, 9 de septiembre de 2020

Love me tender (Ámame tiernamente)

 


Sin huesos

 

He estado cerca del mar tan lejano,

tan mío me parece como los pasos que la ola

ha avanzado para lamer mi cuerpo tan pequeño,

tan inabarcable por sus brazos líquido elemento

con caída de sí y de mí tan mío

como su cercanía y su enormidad

la he abrazado en mi cuerpo

porque tan sólo, tan solo y en su soledad,

me ha avenido dándome la bienvenida

en su sólido seno sin límites ni nombres.

El mar me ha modulado

moldeándose a mi sino

de mujer que lo abraza aunque no lo abarque,

ni mis heridas se han curado

ni su aislamiento de ser de nadie remite

pero ambos fundidos

hemos hablado de amor,

de yeguas, de aire, de mareas

con intemporales tiempos

como sus piedras tiernas

como mi carne tierna y él, tierno,

ha abierto mi cuerpo a su tiempo

sin tiempo, a su sino tan solo

de mar entregado a mis brazos

ya sin orillas que lo marquen

yo sin llagas que haya de sanarme,

él y yo ya transparentes

pero uno siendo

la piel de ambos

como dos mundos entregados

el uno al otro en encuentro perpetuo

a su ritmo y a mi canto.


(Sofía Serra, 2020)


jueves, 3 de septiembre de 2020

Dos terremotos

Fue la primera palabra de la que tengo conciencia que aprendí: terremoto. Estaba la niña imagino que a medio dormir en la habitación de sus padres, cuando algo la sobresaltó y espabiló (mala cosa). Oyó a los mayores hablando en la estancia contigua, distinguió una palabra extraña y entonces se le visualizó un cielo teñido de colores naranjas y rojos recortado por la silueta de una motocicleta rodando por el perfil de una montaña, negras ambas, como en perfecto contraluz. Parece que ya entonces era amiga de la etimología sui-generis, y hasta de la fotografía. Terre-moto. El ruido de esos vehículos lo asemejó a lo que fuera que la despertó. Así quedó grabada en la pueril mente de mis dos años. Ahora sé que fue un 15 de marzo de 1964, la fecha en que se produjo un terremoto en Sevilla. Aún no había nacido mi segunda hermana y yo ya sabía leer. El misterio lo resolví cuando ya de adolescente conocí la existencia de la Venus de Willendorf. Solo una maga podía haberme favorecido esa resolución tan racional e imaginativa a la vez. Siempre relaciono la palabra terremoto con el fuego, y el fuego, con la magia y los temblores, de ánimo y de tierra, ¿o no son lo mismo? Y el temblor que una palabra nueva provoca en las neuronas, y su fuego, su chispa divina. El soplo.



El Temblor II (poema a mi primer recuerdo verbal)
(A la Venus de Willendorf)

con qué mando vino
y a qué fango llega
la venia bajo la que te labraron.
Si conocemos el momento,
¿te imaginas un desierto sin hombres
poblado sólo de árboles?
…Y entonces llegaron
sus pechos manando leche,
y en su barriga
crece la nueva vida
y se haga fuerte 
y coma con sus dientes
y hasta ojeras tiznará
al enfrentarse a la pendiente 
cuando el jefe de herida muere
por el colmillo del mamut,
o tal vez por la venenosa
espina de la acacia
que por entonces verdeaba
las arenas del Sáhara.

Ni qué decir tiene ya
su vulva fue el origen
del mundo para ellos,
pobres hombres blandos 
y sedientos de rascacielos
que los elevaran del frío
del suelo de la cueva.
Pero he aquí que llegó
su bonhomía temprana,
y la mujer chamana
se talló en caliza
hasta dar lugar,
o luz,
al misterio:

y si a esta piedra
y la clavo y casco 
lasca a lasca,
ya llegarás,
cuando se me abra
la rosa dura.

Pensó la mujer naranja
con el contraluz
de un cuerpo y durmió
con un cuerpo,
soñó, despertó 
y se levantó del tálamo
de piel de alce
con un cuerpo
girado hacia el oriente 
del horizonte naranja y negro
y rojo temblor: 
terre-moto
sopla con sus piedras,
te nombra meciendo
sus altas tundras,
te labra moviendo
tus pequeñas sábanas,
te engolfa en las voces de afuera
cuando mis muslos
aún no habían engordado
con la teta, en la cuna
y desde su tierra 
te cinceló la talla
de ésta no sé ya 
si habla o antigua.

(Sofía Serra, 2012)
 
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