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jueves, 3 de septiembre de 2020

Dos terremotos

Fue la primera palabra de la que tengo conciencia que aprendí: terremoto. Estaba la niña imagino que a medio dormir en la habitación de sus padres, cuando algo la sobresaltó y espabiló (mala cosa). Oyó a los mayores hablando en la estancia contigua, distinguió una palabra extraña y entonces se le visualizó un cielo teñido de colores naranjas y rojos recortado por la silueta de una motocicleta rodando por el perfil de una montaña, negras ambas, como en perfecto contraluz. Parece que ya entonces era amiga de la etimología sui-generis, y hasta de la fotografía. Terre-moto. El ruido de esos vehículos lo asemejó a lo que fuera que la despertó. Así quedó grabada en la pueril mente de mis dos años. Ahora sé que fue un 15 de marzo de 1964, la fecha en que se produjo un terremoto en Sevilla. Aún no había nacido mi segunda hermana y yo ya sabía leer. El misterio lo resolví cuando ya de adolescente conocí la existencia de la Venus de Willendorf. Solo una maga podía haberme favorecido esa resolución tan racional e imaginativa a la vez. Siempre relaciono la palabra terremoto con el fuego, y el fuego, con la magia y los temblores, de ánimo y de tierra, ¿o no son lo mismo? Y el temblor que una palabra nueva provoca en las neuronas, y su fuego, su chispa divina. El soplo.



El Temblor II (poema a mi primer recuerdo verbal)
(A la Venus de Willendorf)

con qué mando vino
y a qué fango llega
la venia bajo la que te labraron.
Si conocemos el momento,
¿te imaginas un desierto sin hombres
poblado sólo de árboles?
…Y entonces llegaron
sus pechos manando leche,
y en su barriga
crece la nueva vida
y se haga fuerte 
y coma con sus dientes
y hasta ojeras tiznará
al enfrentarse a la pendiente 
cuando el jefe de herida muere
por el colmillo del mamut,
o tal vez por la venenosa
espina de la acacia
que por entonces verdeaba
las arenas del Sáhara.

Ni qué decir tiene ya
su vulva fue el origen
del mundo para ellos,
pobres hombres blandos 
y sedientos de rascacielos
que los elevaran del frío
del suelo de la cueva.
Pero he aquí que llegó
su bonhomía temprana,
y la mujer chamana
se talló en caliza
hasta dar lugar,
o luz,
al misterio:

y si a esta piedra
y la clavo y casco 
lasca a lasca,
ya llegarás,
cuando se me abra
la rosa dura.

Pensó la mujer naranja
con el contraluz
de un cuerpo y durmió
con un cuerpo,
soñó, despertó 
y se levantó del tálamo
de piel de alce
con un cuerpo
girado hacia el oriente 
del horizonte naranja y negro
y rojo temblor: 
terre-moto
sopla con sus piedras,
te nombra meciendo
sus altas tundras,
te labra moviendo
tus pequeñas sábanas,
te engolfa en las voces de afuera
cuando mis muslos
aún no habían engordado
con la teta, en la cuna
y desde su tierra 
te cinceló la talla
de ésta no sé ya 
si habla o antigua.

(Sofía Serra, 2012)
 
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