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miércoles, 6 de noviembre de 2019

Dos momentos




El momento

Sólo sucede
que cuando se rompe un vaso,
mi propia risa me duele
y soy yo la que recoge
hecha añicos la alegría
que la provocó ahondando
en las arterias del conocimiento
de la lumbre plana
sedo bacanales de hambre,
luego huyen como aves voraces y sedientas
de ombligos llenos de agua:
la tierra, la tierra madre
es la coyuntura de esa escarpada linde
que me vio. Creo que nacer.

pero qué más da el momento.

La piedrecita rueda
por la cárcava arenosa del cabezo
de mimbre y cristal, la tierra amarilla
me cobija en su seda de lumbre
y hace décadas que aprendí a pintar
los colores del arco iris
con mis ojos fijos en el arroyuelo,
pequeño y mínimo
arroyuelo de agua dulce
que se deslizaba hacia el mar.

Y la torre albarrana en el mar
como ancla del mismo mar,
blandos tus lomos de piedra
y de aroma del cañaveral
que endulza
mis dedos, las manos:
nos damos las manos
junto a la orilla.

(De "Solenostemon". Donde ya se anuncia el siguiente poemario, "Los cabezos amarillos", que será publicado en breve por Ediciones en Huida.)

jueves, 2 de agosto de 2012

Dos perlas de John Donne



Donne (1572-1631) es un diamante en bruto. ¿En bruto?, un bruto el mundo tras él.
La mejor inversión que hice este año que ya avanza, cuatro euros en dos volúmenes de su poesía completa, allá por febrero.


(Epigramas)


RALPHIUS


Compassion in the world again is bred;
Ralphius is sick, the broker keeps his bed.


RALPHIUS


De nuevo se alza la compasión en el mundo;
Ralphius está enfermo, el broker(*) guarda cama.


(*)En traducción original "agente de negocios"




THE LIAR


Thou in the fields walk'st out the supping hours
And yet thou swear'st has supped like a king;
Like Nebuchadnezzar perchance with grass and flowers,
A salad worse than spanish dieting.


EL MENTIROSO


Paseas por el campo a la hora de la comida
Y todavía juras que has comido como un rey;
Como Nabucodonosor quizás con yerba y con flores,
Una ensalada peor que la dieta española.


(traducciones mías)


jueves, 31 de mayo de 2012

Agustín García Calvo. París, 1973

(Fragmento final del prólogo a su traducción de los Sonetos de Shakespeare. Editorial Anagrama, 1974. Primera edición, 1993)

Así es pués, como iban cuajando desordenadamente las traducciones de algunos de los Sonetos, según el estado del ánimo o las tormentas de los días nos llevaban de uno en otro; y cierto que al principio no habíamos pensado en traducirlos todos ni publicarlos pero, al ir siendo muchos, comenzó a tirar la serie por sí misma a completarse, y en fin, el evidente placer con que tres o cuatro amigos habían leído algunas que otras de las traducciones y la buena disposición de su mismo futuro editor, Jorge de Herralde, nos decidieron a darles el libro entero a los lectores de lengua castellana. De manera que, así como no puede el más hondo agradecimiento al poeta hacernos decir que todos los sonetos de la serie sean igualmente felices o logrados, así también entre sus traducciones las habrá que, nacidas más bien del puro placer privado, resulten más placenteras para el público, en tanto que otras, más bien traídas ya por la necesidad de publicar el libro, sean menos gustosas para los lectores; ello aparte de que el azar combinatorio o la diosa Fortuna, regente verdadero de la creación poética, también en la humilde y desesperada tarea de la traducción habrá tenido la última palabra. Pero qué vamos a hacerle: aliter non fit liber, como disculpaba Marcial la publicación de sus colecciones de epigramas. Y al fin, en tanto que sigue Amor atormentando a las gentes de estas clases nuestras, acaso;les he transmitido decentemente algunos quejidos del manso cisne del Avon y les he regalado un libro de descubrimiento y consuelo del Amor a los lectores de mi lengua. ¿No se recibirá más bien con agradecimiento?
Claro que en este punto me pregunto de qué lectores estoy hablando. ¿Es que hay alguien que lea poesía en este mundo?— aparte —digo— de los propios productores del género, que por ello mismo tampoco propiamente podrán leerla —quiero decir, con el descuido que permitiera el asalto de lo leído a las estructuras de sus propias almas. Pero, en todo caso, aparte de ellos, ¿quedan por ahí todavía, no ya compradores de libros de poemas, sino verdaderos consumidores de poesía? O para no andarnos con rodeos y atrevernos a preguntar la cosa más de frente: ¿es que la poesía misma no es una especie de anacronismo o de impertinencia en estos tiempos? Si no como canción, al menos como versos para leer (y no puede negarse que esto son más bien los Sonetos de Shakespeare), ¿se habrá muerto también, sin acabar de darse cuenta de ello, este tipo de producción lingüística que se llamaba poesía? Fruto ella de esos tiempos de la Historia en que la raza humana tenía esclavos o plebeyos iletrados o por lo menos proletarios, y los señores de la Vida solían poner en los versos y los libros una interpretación culta y pasional, privada, de la miseria constitutiva del Estado, ¿qué puede ella tener que hacer en esta especie de Nueva Sociedad, fase, al parecer, de liquidación de la Historia misma en la apocalipsis del aburrimiento del Progreso? En medio de la informe mecanicidad del ritmo que en autopistas finisemanales y en contabilidades automáticas y escaleras mecánicas de supermercados impone la Estupidez Reinante, ¿qué vienen a contar, con sus añoranzas de paraíso perdido y sus intimaciones de libertad contradictoria los variegados números de la poesía? ¿Qué diablos hacía yo traduciendo en aquella mansarda estos sonetos de amor a los sones lejanos, allá abajo, del berreo de automóviles en embotellamientos y de porras de gendarmes contra blusas de cuero de manifestantes concienciados? Eso es lo que me pregunto en el momento de mandar estos versos a la imprenta.
París, Enero de 1973.

jueves, 19 de abril de 2012

Sobre la libertad

La tiranía de la costumbre, se levanta por todas partes como una constante barrera que se opone al avance humano, porque libra una constante lucha con la inclinación a aspirar algo más que a lo corriente; inclinación que se denomina, según las circunstancias, espíritu de libertad, o bien espíritu de progreso o de mejora. El espíritu de progreso no es siempre espíritu de libertad, pues puede desear imponer el progreso a quienes no se sienten atados a él; y el espíritu de libertad, cuando se resiste, a esos esfuerzos, puede aliarse local temporalmente con los adversarios del progreso; pero la única fuente y verdadera del progreso es la libertad, pues, gracias a ella, puede contar el progreso con tantos centros independientes como personas existan.


Stuart Mill. Ensayo sobre la libertad.

oOo


sábado, 31 de marzo de 2012

Citas recobradas. En busca del tiempo perdido. I

[...] "por eso el genio [...] tal vez se diga que, como los contemporáneos carecen de la perspectiva necesaria, sólo la posteridad debería leer las obras escritas exclusivamente para ella, como ciertas pinturas que a poca distancia no se pueden apreciar correctamente. Pero, en realidad, toda pusilánime precaución para evitar juicios erróneos resulta inútil, porque son inevitables. la causa de que una obra genial difícilmente sea admirada enseguida es la de que quien la ha escrito es singular y pocos se le parecen. Su obra misma, al fecundar las pocas mentes capaces de comprenderla, es la que los hará crecer y multiplicarse.
[...] La llamada posteridad  es la de la obra. Es necesario que la obra [...] cree por sí misma su posteridad. [...] Por eso es necesario que el artista —si quiere que su obra pueda seguir su rumbo— la lance [...] hasta donde hay bastante profundidad, en pleno futuro lejano. Y, sin embargo, si bien no tener en cuenta ese tiempo por venir, auténtica perspectiva de las obras maestras, constituye el error de los malos jueces, a veces tenerlo en cuenta es el peligroso escrúpulo de los buenos. [...] la obligación de que una obra de arte incluya en la totalidad de su belleza el factor del tiempo equivaldría a mezclar nuestro juicio con algo tan azaroso [...] pues lo que engendra las posibilidades y las excluye no es forzosamente competencia del genio" [...]
En busca del tiempo perdido. 2. A la sombra de las muchachas en flor. Marcel Proust

oOo

lunes, 20 de febrero de 2012

Majuelos, Proust y yo

Creo que es el único poema, el que abajo transcribo, donde recurro al tan manoseado concepto de la infancia como la edad inocente del ser humano para recrearme en el proceso artístico. Es decir, donde únicamente aludo al hecho del tiempo discursivo (tengo que escribir sobre esta palabra) para referirme a cuestiones artísticas, creativas, comunicativas.
En todo lo demás, Proust y yo disentimos en los términos concretos, salvo en el fundamental: la estructura para una teoría del arte.
Estoy terminando de leer "En busca del tiempo perdido". Una emoción inefable, literalmente porque  me siento incapaz de escribir sobre el particular, se ha ido apoderando de mí estos días al encontrar en su último volumen LA MISMA teoría del arte, y por tanto teoría de la concepción humana y su existencia social, en la que yo creo. Y digo en la que yo creo porque es la que sin proponérmelo, pero sé que necesitándolo (poder autoexplicarme el arte), he ido construyendo a lo largo de muchos años a través de la misma escritura de poemas y la realización de fotografías.
Por coincidir, me he encontrado que hasta nombra al pozo artesiano (ver croquis fotografiado en uno de los gadgets que inauguran este blog, el de la izquierda, y hasta el de la derecha, una máquina hacedora de pozos artesianos).
Donde Proust nombra Amor, yo nombro Arte, donde el nombra sufrimiento yo nombro esfuerzo, donde el nombra tiempo horizontal, yo nombro memoria vertical, donde el nombra esencia, yo nombro paraíso imperdible, donde el nombra nomenclatura, yo nombro costra dura (de la nomenclatura). Tal nuestras "disensiones".
Poéticamente podría decir que donde el nombra "majuelos" yo nombro "intuición" (por cierto, tengo que lograr dar con alguna fotografía de este tipo de flores, no sé a cuáles se refiere, creo que crecen silvestres en los márgenes de los caminos), tal vez ésta sea la mayor "disensión" entre su concepción y la mía.

Intuición

Cuando abarco súbitamente
al dolmen y a la espiga,
algo tuyo y mío queda dentro
de este pecho palidecido
en cantueso de yo no sé,
sólo huelo
ahuyentando
humo.
La calma se hace calma,
la hoja verde se pronuncia en la hoja verde,
la ventana gira sobre sí
y yo puedo contemplar el paisaje.
Todo está en su lugar
sin que el orden lo haya puesto,
sin rodaderas, sin caminos,
sin voy o llego con los pasos.
Sin bicicletas que me atropellen.
Pudiera ser retorno
a la infancia,
a la infancia
antes de ser
accidente
en tu boca.

Sofía Serra ("El muriente")


(aún no he llegado al final de la obra de Proust, unas 100 páginas creo que me quedan)

sábado, 14 de enero de 2012

De orfandades, poema de Juan Carlos Sánchez Sottosanto

Un poema que anoche publicó Juan Carlos Sánchez Sottosanto que me conmovió por completo nada más leerlo. Sintetiza su poética mis siete años de vida en el campo. Allí llegué  recién huérfana de padre y viví casi huérfana de madre, sintiéndola envejecer en la distancia sin poder hacer casi nada por vivir junto a ella la naturalidad en los ciclos de la vida, lo que tan importante resulta para la psicología humana. Y para rematar, con esa soledad impuesta a la que nos obligan las acciones  crueles y malvadas de algunos de nuestros semejantes. En definitiva, huérfana de ser humano, huérfana de los semejantes, efectivamente como el poeta remata, desahuciada.
Y cuando un ser humano se siente así, desahuciado, sólo le queda la tierra como con-suelo.

No hay geografías en la poesía, no cuando un Poeta la re-crea y le canta. Los poetas también necesitamos a los poetas, a otros que canten por nosotros.

De orfandades

Poco a poco me voy tornando huérfano.
La orfandad es esperada y esperable,
pero siempre arriba inesperable
como la noche súbita en eclipse.

Y hay hoy las orfandades que de puro pretéritas,
lo fueron siempre, y la ausencia entonces,
es inútil llorarla: ¿quién recuerda
las púrpuras de amnios y placenta?

Pero las otras, promiscuas, paulatinas,
son aquellas que dan vuelta los zodíacos,
el meridión, el septentrión, la mácula
de la muerte por mácula de vida.

Y así a quien acunó hoy acunamos,
y así a quien protegió hoy vemos, tristes,
nuestras falibles manos tan en vano
intentando dar fuerza en la caricia.

Y el candor que un lecho o un recodo
nos brindó con piedra y con certeza,
arenisca es hoy, y escurre lenta,
y no hay límites seguros en el páramo.

¿Quizás el resignarse tornaríanos
libres como el chaparro, aislado
árbol pampeano que, superviviente,
olvidó la semilla,
olvidó a los hermanos,
olvidó que fue un yuyo trasplantado,
y resistió al desborde y a la seca,
y adapticio al paisaje, se conforma
con los verdes ocasos y los astros
que –felizmente- son los mismos?

Ni la pampa ya me da seguros.
¿Dónde está el sauce barrenado?
¿Dónde el fachinal que desecaron
y sembraron de rostros y de casas?
¿Dónde el roto camino, pura arcilla,
dónde el río de prepo encorsetado
por cauces de artificio y ultrajado
por puentes, acueductos, carreteras?

Madre pampa, tan solo vuelves madre
en tu feroz canícula de enero,
en tu feroz helada junio-julio,
en tu viento de polen de septiembre.

En la costra cuando el agua falta.
En el miasma cuando el agua sobra.
Pero de esa orfandad me libras, cruenta,
y no tornas los rostros devorados.

Como Uranos o Cronos, más que Gea
o Rea, devorante, tierna y sádica,
ahondas en las frentes las arrugas,
ahondas en las frentes los alzhéimeres,
y en tu seno recoges a los muertos,
anónimos o en pampa evanescente;
toda te cubres, al fin, de indiferencia:
lo mismo los guanacos que los indios,
los venados, los huincas, los matungos,
los asesinos y los asesinados,
las lápidas de mármol,
las fosas de NNs.

Al cabo tú también te sientas huérfana.
Tu demiurgo creador no dio bondades.
Te hizo mar, te hizo tierra, te hizo arena,
te hizo fósiles y luz y vendavales,
y ciclones y trombas y amasijos
del fuego con el agua, de la piedra
que llega hasta ser tamo, e invisible.
Invisible tu dios e indiferente.
La orfandad fue tu madre, y madre huérfana,
¿qué otra cosa criar que desahuciados?

(Juan Carlos Sánchez Sottosanto, 2012)

martes, 6 de diciembre de 2011

Anónimo sevillano

Anónimo Sevillano (Epistola moral a Fabio)


Fabio, las esperanzas cortesanas
Prisiones son do el ambicioso muere
Y donde al más astuto nacen canas.


El que no las limare o las rompiere,
Ni el nombre de varón ha merecido,
Ni subir al honor que pretendiere.


El ánimo plebeyo y abatido
Elija, en sus intentos temeroso,
Primero estar suspenso que caído;


Que el corazón entero y generoso
Al caso adverso inclinará la frente
Antes que la rodilla al poderoso.


Más triunfos, más coronas dio al prudente
Que supo retirarse, la fortuna,
Que al que esperó obstinada y locamente.


Esta invasión terrible e importuna
De contrario sucesos nos espera
Desde el primer sollozo de la cuna.


Dejémosla pasar como a la fiera
Corriente del gran Betis, cuando airado
Dilata hasta los montes su ribera.


Aquel entre los héroes es contado
Que el premio mereció, no quien le alcanza
Por vanas consecuencias del estado.


Peculio propio es ya de la privanza
Cuanto de Astrea fue, cuando regía
Con su temida espada y su balanza.


El oro, la maldad, la tiranía
Del inicuo procede y pasa al bueno.
¿Qué espera la virtud o qué confía?


Ven y reposa en el materno seno
De la antigua Romúlea, cuyo clima
Te será más humano y más sereno.


Adonde por lo menos, cuando oprima
Nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno:
«Blanda le sea», al derramarla encima;


Donde no dejarás la mesa ayuno
Cuando te falte en ella el pece raro
O cuando su pavón nos niegue Juno.


Busca pues el sosiego dulce y caro,
Como en la obscura noche del Egeo
Busca el piloto el eminente faro;


Que si acortas y ciñes tu deseo
Dirás: «Lo que desprecio he conseguido;
Que la opinion vulgar es devaneo.»


Más precia el ruiseñor su pobre nido
De pluma y leves pajas, más sus quejas
En el bosque repuesto y escondido,


Que halagar lisonjero las orejas
De algun príncipe insigne; aprisionado
En el metal de las doradas rejas.


Triste de aquel que vive destinado
A esa antigua colonia de los vicios,
Augur de los semblantes del privado.


Cese el ansia y la sed de los oficios;
Que acepta el don y burla del intento
El ídolo a quien haces sacrificios.


Iguala con la vida el pensamiento,
Y no le pasarás de hoy a mañana,
Ni quizá de un momento a otro momento.


Casi no tienes ni una sombra vana
De nuestra antigua Itálica, y ¿esperas?
¡Oh error perpetuo de la suerte humana!


Las enseñas grecianas, las banderas
Del senado y romana monarquía
Murieron, y pasaron sus carreras.


¿Qué es nuestra vida más que un breve día
Do apena sale el sol cuando se pierde
En las tinieblas de la noche fría?


¿Qué más que el heno, a la mañana verde,
Seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío!
¿Será que de este sueño me recuerde?


¿Será que pueda ver que me desvío
De la vida viviendo, y que está unida
La cauta muerte al simple vivir mío?


Como los ríos, que en veloz corrida
Se llevan a la mar, tal soy llevado
Al último suspiro de mi vida.


De la pasada edad ¿qué me ha quedado?
O ¿qué tengo yo, a dicha, en la que espero,
Sin ninguna noticia de mi hado?


¡Oh, si acabase, viendo cómo muero,
De aprender a morir antes que llegue
Aquel forzoso término postrero;


Antes que aquesta mies inútil siegue
De la severa muerte dura mano,
Y a la común materia se la entregue!


Pasáronse las flores del verano,
El otoño pasó con sus racimos,
Pasó el invierno con sus nieves cano;


Las hojas que en las altas selvas vimos
Cayeron, ¡y nosotros a porfía
En nuestro engaño inmóviles vivimos!


Temamos al Señor que nos envía
Las espigas del año y la hartura,
Y la temprana pluvia y la tardía.


No imitemos la tierra siempre dura
A las aguas del cielo y al arado,
Ni la vid cuyo fruto no madura.


¿Piensas acaso tú que fue criado
El varón para rayo de la guerra,
Para surcar el piélago salado,


Para medir el orbe de la tierra
Y el cerco donde el sol siempre camina?
¡Oh, quien así lo entiende, cuánto yerra!


Esta nuestra porción, alta y divina,
A mayores acciones es llamada
Y en más nobles objetos se termina.


Así aquella que al hombre sólo es dada,
Sacra razón y pura, me despierta,
De esplendor y de rayos coronada;


Y en la fría región dura y desierta
De aqueste pecho enciende nueva llama,
Y la luz vuelve a arder que estaba muerta.


Quiero, Fabio, seguir a quien me llama,
Y callado pasar entre la gente,
Que no afecto los nombres ni la fama.


El soberbio tirano del Oriente
Que maciza las torres de cien codos
Del cándido metal puro y luciente


Apenas puede ya comprar los modos
Del pecar; la virtud es más barata,
Ella consigo misma ruega a todos.


¡Pobre de aquel que corre y se dilata
Por cuantos son los climas y los mares,
Perseguidor del oro y de la plata!


Un ángulo me basta entre mis lares,
Un libro y un amigo, un sueño breve,
Que no perturben deudas ni pesares.


Esto tan solamente es cuanto debe
Naturaleza al simple y al discreto,
Y algún manjar común, honesto y leve.


No, porque así te escribo, hagas conceto
Que pongo la virtud en ejercicio:
Que aun esto fue difícil a Epicteto.


Basta al que empieza aborrecer el vicio,
Y el ánimo enseñar a ser modesto;
Después le será el cielo más propicio.


Despreciar el deleite no es supuesto
De sólida virtud; que aun el vicioso
En sí propio le nota de molesto.


Mas no podrás negarme cuán forzoso
Este camino sea al alto asiento,
Morada de la paz y del reposo.


No sazona la fruta en un momento
Aquella inteligencia que mensura
La duración de todo a su talento.


Flor la vimos primero hermosa y pura,
Luego materia acerba y desabrida,
Y perfecta después, dulce y madura;


Tal la humana prudencia es bien que mida
Y dispense y comparta las acciones
Que han de ser compañeras de la vida.


No quiera Dios que imite estos varones
Que moran nuestras plazas macilentos,
De la virtud infames histriones;


Esos inmundos trágicos, atentos
Al aplauso común, cuyas entrañas
Son infaustos y oscuros monumentos.


¡Cuán callada que pasa las montañas
El aura, respirando mansamente!
¡Qué gárrula y sonante por las cañas!


¡Qué muda la virtud por el prudente!
¡Qué redundante y llena de ruido
Por el vano, ambicioso y aparente!


Quiero imitar al pueblo en el vestido,
En las costumbres sólo a los mejores,
Sin presumir de roto y mal ceñido.


No resplandezca el oro y los colores
En nuestro traje, ni tampoco sea
Igual al de los dóricos cantores.


Una mediana vida yo posea,
Un estilo común y moderado,
Que no lo note nadie que lo vea.


En el plebeyo barro mal tostado
Hubo ya quien bebió tan ambicioso
Como en el vaso múrrimo preciado;


Y alguno tan ilustre y generoso
Que usó, como si fuera plata neta,
Del cristal transparente y luminoso.


Sin la templanza ¿viste tú perfeta
Alguna cosa? ¡Oh muerte! ven callada,
Como sueles venir en la saeta,


No en la tonante máquina preñada
De fuego y de rumor; que no es mi puerta
De doblados metales fabricada.


Así, Fabio, me muestra descubierta
Su esencia la verdad, y mi albedrío
Con ella se compone y se concierta.


No te burles de ver cuánto confío,
Ni al arte de decir, vana y pomposa,
El ardor atribuyas de este brío.


¿Es por ventura menos poderosa
Que el vicio la virtud? ¿Es menos fuerte?
No la arguyas de flaca y temerosa.


La codicia en las manos de la suerte
Se arroja al mar, la ira a las espadas,
Y la ambición se ríe de la muerte.


Y ¿no serán siquiera tan osadas
Las opuestas acciones, si las miro
De más ilustres genios ayudadas?


Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
De cuanto simple amé; rompí los lazos.
Ven y verás al alto fin que aspiro,
Antes que el tiempo muera en nuestros brazos.



(Desde Dámaso Alonso hay certeza en su atribución a Andrés Fernández de Andrada, 1575-1648)

domingo, 20 de noviembre de 2011

La lluvia (Poema de Borges)

La lluvia


Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.


Quien la oye caer ha recobrado
el tiempo en que la suerte venturosa
le reveló una flor llamada rosa
y el curioso color del colorado.


Esta lluvia que ciega los cristales
alegrará en perdidos arrabales
las negras uvas de una parra en cierto


patio que ya no existe. La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.


(Jorge Luis Borges)

jueves, 18 de agosto de 2011

Fotografía de la rosa

Creo yo, creo yo, que la autora de este blog por fin ha encontrado la fotografía de la rosa que desde mayo del año pasado lleva buscando.
No sabe qué sucederá mañana, pero al menos está completamente segura de que esos versos que escribió eran ciertos: "cuando sabemos, cuando ya sabemos, la rosa se fotografía."


La rosa profunda 


A los quinientos años de la Hégira
Persia miró desde sus alminares
la invasión de las lanzas del desierto
y Attar de Nishapur miró una rosa
y le dijo con tácita palabra
como el que piensa, no como el que reza:
Tu vaga esfera está en mi mano. El tiempo
nos encorva a los dos y nos ignora
en esta tarde de un jardín perdido.
Tu leve peso es húmedo en el aire.
La incesante pleamar de tu fragancia
sube a mi vieja cara que declina
pero te sé más lejos que aquel niño
que te entrevió en las láminas de un sueño
o aquí en este jardín, una mañana.
La blancura del sol puede ser tuya
o el oro de la luna o la bermeja
firmeza de la espada en la victoria.
Soy ciego y nada sé, pero preveo
que son más los caminos. Cada cosa
es infinitas cosas. Eres música,
firmamentos, palacios, ríos, ángeles,
rosa profunda, ilimitada, íntima,
que el Señor mostrará a mis ojos muertos.

(Autor: Jorge Luis Borges)
 
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