viernes, 17 de diciembre de 2021

Saludes y Saludos

 



Sanaciones

 

Del cielo seco cae la arisca helada,

sin prendas, se tumba amando

sobre la yerba,

sobre los lomos del huerto,

sobre todo,

sobre las tuberías externas de cobre

y las mangueras de azufre.

Con paños calientes vendo

su estrategia de estatua de bronce,

su herida de ser corriente

estancando la ruptura

del devenir de sus ríos,

sus ríos de agua termal y verde,

lento arribo de la sima de la tierra

que a mis manos, y a la lavadora,

llega. Calmo y me calma el secreto

que guardo en mi bolsillo,

este calor que inventa mi amor

por la casa, nuestra casa,

nuestro piso de 10.000 metros

redondos acendrado con agua

de las entrañas de este suelo.

Como si diosa fuera yo, su ofrenda

me obsequia alzando mares del sur

desalados.

De este sur.

Y yo la bendigo con mis ojos

y el dolor de mis dedos.

La arisca fiel que se afana aun tumbada,

la ama de invierno que guarda las llaves

de la primavera, la enfermera

que lava todas las úlceras.

Aunque duela.

 

Sola culmina su labor sanadora,

sendas malignas gobiernan los trotamundos

estivales del sol y sus lagartos soldados

a las piedras como pajes perezosos

de su reino sanitario.

La tierra la sostiene,

se deja seducir por amor tan insólito,

sabe de su salud protectora,

siempre la recuerda,

nunca olvida, aunque la mates,

clava sobre ella el puñal de hielo

de tu furia:

te devolverá los verdes ríos

y salados mares de los frutos calientes

de tus manos cuando no te dolían.

Y así, se venga mi madre,

me recuerda a mí también,

nunca olvida mi siembra.

Aunque hiele.


(Sofía Serra)

lunes, 8 de marzo de 2021

Dos manifestaciones


Una mujer en el campo


Tan concreta, tan nítidamente
anidada en este hoy y en el mañana,
tan incrustada como la roca
que asoma, tan inamovible
por fuerza humana, así asiento
mis luces y mis sombras
bajo la tierra abrigada a la intemperie
del cielo degluto lombrices
y bebo lluvia o gotas de escarcha.
Trago muelas, separo dientes
de ajo tuercen mis huesos
que la perra esconde bajo la loma
de estiércol que yo venteo
para alimentar el huerto y los rosales.
Me muevo sobre mí misma
generando energía de flores
eólicas y polvo amarillo.
Transmuto orígenes,
duplico, oreo: construyo
un hogar para la primavera.
 
Y para nuestro tiempo.

martes, 9 de febrero de 2021

Espejo

 


El paisaje (Vírico paisaje)

Yo no soy paisaje digno de reflejar
en fotografías o grandes lienzos,
en documentales feroces
que la comparativa provoca,
ni siquiera en las evanescentes
pantallas por donde se asoman
al resto del mundo y sus aconteceres.
Apenas árboles a duras
penas multitud de piedras,
una severa tierra coronada de yerba
rala producto de las bocas rumiantes
y los extremos de temperatura,
algún arroyuelo de invierno,
cardos grises y verdes,
caminos polvorientos o embarrados
sin grandes sombras que los alivien,
soy un paisaje no de cuento,
un paisaje mínimo de esplendor
natural o humano, una especie
de tierra de nadie sin casi nadie
que me lleve a los altares
de la admiración. Recuerdo
a los bajíos del alma
terca e inmune a pasiones
o ventisqueros de halagos,
tan mudo que nadie me oye
salvo alguna oveja y sienes
tan tenaces como yo. Soy paisaje
decrépito de umbrías y ternura,
de hojas caídas y cascadas frescas
y hasta de hombres. Sin embargo,
no duermo ni descanso, ventrílocuo,
pongo voz a los cierzos, los levantes
los simunes y los ponientes,
a los vientos rijo como una rosa
nacida en la obstinación
de los mapas, planos de puro inermes,
como una espiga de los vientos
a la que el oleaje aéreo no tumba.
De tan viejo, mis huesos frágiles
en polvo y tierra se funden.
De tan firme, mis pies columbran
la salud de las bacterias
que favorecen mi engorde
nitritos y nitratos me rejuvenecen
como si estrella del espectáculo fuera
y hasta tierno y aireado me vuelven
las cuchilladas profundas de los hombres
y sus manos. Soy plegado y raso,
anciano y joven, domesticado
y salvaje como el ser humano
que de mí vivía y, ahora, otros,
para mí viven. Conservo mis años,
mis siglos, en cada nuevo brote
de lirio que amanece morado
sobre mi suelo rosa y terso
de tantas pisadas de animales.
Mas me dibujan caminantes
sin pasos pero con huellas
solo visibles cuando caen.
Yo no soy paisaje digno de cine,
pero mitigo la furibunda mirada
de quien me vislumbre
respirando mis aires libres
de virus coronados por la falaz
pandemia de tanto ser
habituado a la pequeñez
que no encuentra, no halla,
no atina a contemplarse
más allá de sí mismo.
Devuelvo como espejo
todas las estrategias que asolanan
las arrugas profundas y recias
de tanta hambre de mentira:
soy verdad como la poética
de las cosas, soy justicia firme
en mi dureza que a todos
devuelve la vista
y hace felices a quienes ante mí
se derrotan de sí.

(De "Un lugar en el mundo")

miércoles, 3 de febrero de 2021

Dos radiografías digitales




Las víctimas y mis dedos

Tras ciertos asomos
de dudas, mis dedos
se posan sapientes,
teclean las letras,
se erigen valientes,
recogen la riada,
la pausa, el censo,
la nube, la yerba,
el lamento lento
de la oriente tierra,
gama extendida
sobre cuatro puntos
ordinales, mapa
de ningún ensueño.
mis dedos seducen,
mis dedos deducen,
mis dedos reducen
a plano, ordenan
y mandan, dirigen,
sentencian la muerte,
mis dedos verdugos
victiman mi mente,
rehén sin prejuicio,
sin norma y sin tabla,
bendice el destino
de tan blanca batalla:
aquí, el soldado,
ahí, el paciente,
y por todos lados
el aspa espectáculo
del cruento deseo:
llegar, lograr ser
seres siempre amados.

(De "Extinción de ruina")

lunes, 11 de enero de 2021

Púrpura nevada, o nieve roja

 



Practico la hablación

(ante la visión de una imagen de televisión 
en la que aparecía una niña abierta de piernas 
siendo sometida a la ablación.)



y vuestras mudas y nudas voces arrancadas
de vuestras bocas, vuestro esófago,
vuestra tripa, mis ovarios,
vuestras roncas
y granadas
rosas
rojas
lágrimas en el pétalo siguiente,
el conspicuo
y detenido, ablatado altar de dioses,
y tu tierna guerra y tus galgas piernas
y tus manos leves blancas
ya
para nada.
para blande espada, que suturen,
que revienten sus oculares
sobre sima, sobre duda,
con mi finta, con mi sesgo,
con tu grito,
con mis manos
mataré al hijo insano
que te abla, que te blinda
a ti de ti,
a nosotras
que te hablamos,
que te hablo por mi boca,
que los ablo por sus cuellos:
Sangre para la tierra que en ella es fértil.
Sus cerebros,
para los perros.

(De "El muriente".)
 
Creative Commons License
El cuarto claro by Sofía Serra Giráldez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España License.