lunes, 31 de marzo de 2014

Las antípodas

Las antípodas

cómo embarcarme siendo isla,
cómo aislarme siendo nave.

Nunca debí dejarte solo.
En la esquina suroeste de europa
la suerte se dividió en dos
segmentos de segundos planos,
el atril de la superficie de tu ida
y mi paz al falsamente mirar
el escaparate de los trajes (de flamenca)
por donde, en lugar del pan,
tu cuerpo caminaba erguido
buscando el viaje
que te apartara de mí
o de ti mismo
o a mí misma
del pan.

me persigue el hambre
de haberte regalado mi soledad
en ese cristal egoísta.
Es la playa, la venerable playa
de mis infantiles logros,
tan real como el alimento que me predica,
la que avala la verdad de mi sensación,
su realidad y su causa sensacional y
real. Verdaderamente real.

verdaderamente
por ti comienzo
por hacerme amiga de tu suerte,
por mí termina
por embarcarme en las naves
que me trasladen lejos
aguas adentro mar
de un horizonte
que no perturbe
el armonioso y líquido y fresco
sostenido de tu boca o tu apetito…

Y me arrumbo en el ardiente deseo
de dejar de ser y estar
paloma, fuente, torre
o playa dejar de ser
para estar sólo isla
silenciosa,
como la que Google recogía
ya en las antípodas
de este suroeste.

domingo, 30 de marzo de 2014



Cómo nublar el sentido
del cielo raso y sin nombre,
cómo ocultar la luz
sino es con mis manos
cómo poder no poder
defender lo que es cierto
y me atora la garganta
si el aire y mis pulmones
son lo mismo cuando lloro
como el cielo llueve cuando se nubla
el sentido de las cosas y se ve
holgazanear al tiempo
que no me ayuda pasando
deprisa como las nubes huyen
ante la presencia de los rayos
del sol y tu luz cómo nublarla
sino es con mis manos
y con mi lluvia.
Cómo no llorar con ellas
y ser agua que recorre las calles
hasta tu avenida hacia
mí.
Cómo no llegar a dormir
mientras la ciudad despierta
y así no llorar, ni llover
ni huir de mí misma.

Cómo negarme.
Cómo negarte.
Cómo negarlo.

Cómo no
decir sí.

viernes, 28 de marzo de 2014

El chocolate no se vende

(Siempre desprendo a los poemarios de toda la prosa que contengan cuando los voy corrigiendo, pero en este caso, el de Los cabezos amarillos dejaré incluido este relato, completamente verídico, :). Me divierte, y poéticamente explica muchas claves de algunos de los poemas. Y me gusta, tengo necesidad de alguna vez poder explicar las claves de mis poemas. Además para mí es un poema, no creo en las categorías de prosa y "poesía" (verso).


El chocolate no se vende

Cuando los coches se atascaban en los caminos de arena había un motivo para mi miedo que hoy revierte en risa. El seiscientos era muy pequeño, iba cargado con, algunas veces, siete personas (las dos más de mis abuelos cuando un año se vinieron a pasar los primeros días) más una bombona de butano y el peso de la tienda de campaña, amén de todos los bártulos necesarios para poder disfrutar dos meses de vacaciones en la playa. Es decir, entre su tamaño minúsculo, el del seiscientos, y el peso que soportaban sus ruedas se conformaba el imposible para rodar por los caminos de arena (nada llanos, nada asfaltados, arena pura y nada dura) sin algún tropiezo o lapsus en su marcha. Normalmente sucedía cuando sus ruedas cogían alguna hondonada más pronunciada. Yo siempre asomada a la ventanilla del conductor, mi padre, con la cabeza que casi se me escapaba del cuello que ahora imagino estirado como el de una mujer(niña) jirafa, olfateando el mar, los eucaliptos, los pinos y los distintos aromas verdes del bosque de este suroeste cayendo al mar.
De pronto, la falta de avance, el ruido extraño del motor que me chirriaba en los oídos y la expresión verbal de mi padre: Ea, atascado.
Sólo recuerdo una imagen que hoy califico como proverbial. Una vez todos fuera del coche, miro el seiscientos, y yo, aún tan pequeña en tamaño, cinco o seis años, hormiga que soy hoy, pues más hormiga entonces, lo percibo como pequeño -pequeño dentro literalmente de una hondonada de su exacto tamaño. O sea, no es que sus ruedas hubieran patinado, es que simplemente se había caído a un bache, a un precipicio, un buen precipicio de no más desnivel que 25 cms, los suficientes para que remontar le supusiera más que escalar, también literalmente, el puerto de las Palomas en la carretera que iba a Grazalema, cuando tenía que hacerlo con la primera metida, la primera. Esto significaba mucho más esfuerzo. Impotencia del pobre y noble seiscientos.
Sacarlo del apuro no era complicado. Los mayores extendían cartones o ramas secas de los árboles cercanos delante de sus ruedas, mi padre arrancaba el coche, los que podíamos ser útiles (sic) empujando, nos apostábamos en su parte trasera, con cuidado, el calor del motor, y así, normalmente salía del atolladero rápidamente. Si el bache era más hondo de lo previsto, de por ejemplo 35 cms de hondo, llegaba la última solución, la drástica, o sea, amarrarle al parachoques delantero una cuerda que comunicaba directamente con el opel negro enorme como un tren y mil toneladas de peso de mi tío. Es que es de HIERRO, decía mi padre, el seiscientos era de lata según él, pero el opel era de HIERRO, de hierro de verdad. Por eso pesaba tanto, y por su tamaño, claro, unos cinco metros desde mi perspectiva de entonces, tal vez 25, metros.
Esa era la solución radical, el plan B que si bien permitía la solución de un problema, también podría devenir en la llegada a otro peor. Es decir, que el enorme opel, al tener que tirar de un peso algo considerable, al fin y al cabo el seiscientos era un armatoste de metal y motor, fuera el que quedara enterrado en las sinuosidades de los caminos de arena.

Como esa vez sucedió.

Recuerdo las risas de mi tía y de mi madre. Juntas se reían absolutamente de todo, se lo pasaban bomba. A más risa de las dos, más cara de pocos amigos de mi tío, y viceversa y recíprocamente, claro, no recuerdo donde comenzaba el baile risas /mosqueo. Pero sí su cara seria, cabreado, mi tío, el bohemio de los dos hermanos, porque pintaba “cuadros”, que no vendía, claro, su trabajo era el de maestro de dibujo y trabajos manuales, y recuerdo a mi padre encendiendo un cigarro y no sintiéndose culpable. Mi tío tenía esa habilidad, lograr que cualquiera se sintiera culpable, por el no hablar, por el silencio y el cabreo contenido hasta que reventaba, y mi padre la habilidad de pasar de su hermano mayor cuando la situación emocional lo pedía. Normalmente le soltaba una gracia a la vez que iba disponiendo en su mente el engranaje correspondiente que le llevara a dar con la solución del problema, le comunicaba la idea a mi tío, la llevaban a la práctica y el problema se resolvía.
Mi padre volvió a montarse en el seiscientos aliviado del peso del resto de la familia, lo condujo con cuidado por el lado izquierdo del camino, ese por donde más hojas y ramas cubrían la peligrosísima arena, adelantó al opel y se situó justo donde antes, siguiendo la idea mi padre, habían extendido todos los cartones y ramas que en los minutos previos habían servido para sacar al mismo seiscientos del bache. Ahora la cuerda se disponía con sus cabos en puertos distintos, el delantero amarrado al motor del seiscientos. El trasero, al parachoques delantero del opel. Mi tío, aún con la cara de pocos amigos y de desconfianza completa en el proyecto, al volante de su opel, mi padre arrancó sus seiscientos verde clarito, primera marcha metida, yo con los oídos tapados, cada esfuerzo del seiscientos por aquel entonces se me figuraba que terminaba en explosión del cacharro saltando por los aires, temía por mi padre, mi tía y mi madre imagino que con algún rezo entre las risas nada contenidas, la guasa, el ruido del motor del seiscientos con el capó levantado para que no saliera ardiendo en el esfuerzo, la cara de pocos amigos de mi tío, primero muy lentamente rodaje sobre los cartones, otro tirón mas, otro ruido más-oídos más tapados, ojos cerrados apretados, y… ¡voilá!, ¡el milagro!, ¡el gran milagro!, las ruedas del opel de mi tío pudieron rodar (no más de diez centímetros) por la arena más firme. El seiscientos siguió tirando cada vez más alegre hasta que por fin ambos coches quedaron bien asentados sobre terreno firme.
Y yo pude respirar, y mi madre y mi tía no dejaban de reírse, y mi tío ya no tenía cara de pocos amigos.
Ah, es que aquel seiscientos era un héroe. Recuerdo las botellas de agua que mi padre siempre disponía cerca del motor, era el único riesgo, que se calentara más de la cuenta. Entonces mi padre le daba de beber, no sé cómo, y el coche seguía andando tan cantarín como siempre.
Pero esta vez su hazaña era de verdadero renombre, épica. Un minúsculo seiscientos sacando del precipicio de 30 cms a todo un opel de mil quinientas toneladas de peso (chispa más o menos).
Creo que mi tío no se lo perdonó en la vida. No sé si al seiscientos o a mi padre.
¡O a mi madre y mi tía!
Pero el caso es que ese año también pudimos llegar todos, seiscientos y opel incluidos, a la bajada que los cabezos amarillos, junto con su arroyo, disponían para que pudiéramos pasar las vacaciones más memorables. Allá junto a la torre árabe en ruinas. Allá iluminados en la marina noche por los carburos, allá donde casi me ahogo por segunda vez en mi vida si no hubiera sido porque mi primo me agarró de los pelos para sacarme del revolcón que la ola me había dado, allá donde comía chanquetes crudos recién pescados y donde sufrí el cólico de coquinas que hizo que mi padre y mi tío tuvieran que salir a toda pastilla (no sé si con el opel o el seiscientos) a buscar hielo para que no me deshidratara al pueblo más cercano, allá donde mi hermana pequeña terminó pudriendo casi todas las sillas de anea del chiringuito bar que nos hacía compañía. Y por el “nos” hay que entender dos tiendas de campaña con sendas familias en cada una cuyos miembros disponían de 10 kilómetros de playa de arena blanca para ellos solos, sin un alma salvo los domingos, uno de los cuales por primera vez vi una furgoneta enorme con la herradura pintada en sus flancos rodando por la arena mojada, a quien se le ocurre, decía mi padre, una furgoneta de una ferretería andando por la arena, se atascó, claro, también ella, pero para entonces y tras cuatro o cinco años, todos éramos expertos en extraer vehículos de gran tonelaje (sic) de sus atascos respectivos. Allá donde entre otros milagros presencié el más sencillo e inexplicable de todos desde mis ojos poéticos actuales, los pozos horizontales, los pozos que no necesitaban bombas para extraer el agua del acuífero correspondiente. Allá donde con tan sólo clavar una caña en los estratos amarillos de los cabezos, el agua manaba cristalina, clara, limpia y, además, irisada. Mis arcoíris son tan reales como la geología que nos garantizaba agua corriente, dulce y potable durante todas unas vacaciones de dos meses en la playa.
¿Qué por qué vacaciones de dos meses si mi padre no era el maestro?
Muy sencillo. porque mi padre era representante de chocolates Elgorriaga, o sea, vendedor.
Y ya se sabe, en el verano sureño, el chocolate no se vende.

Supongo que por eso me encanta.

jueves, 27 de marzo de 2014

Sembrar lechugas y disparar misiles

Definitivamente me he convencido: lo más útil que puedo hacer en mi vida es sembrar lechugas. Claro, que como al inconsciente o imbécil de turno le dio por soltar hace un par de años a todos los conejos que criaba, ahora no hay dios al que le dé lugar a coger un simple pimiento. Hacen su agosto en primavera los ávidos herbívoros, que como si no dispusieran de hectáreas rebosantes de yerbas (de todos los colores y sabores), les da por comer en plan "delicatessen", un bocadito acá, otro acullá, y todos certeramente dirigidos contra la exacta plantita que a una le da por sembrar. "Dirigidos contra", sí, son misiles contra mis mínimas ilusiones, misiles que lanzó el inconsciente de turno que piensa que todo el mundo dispone de capital para poder cercar un huerto con malla a prueba de bomba. Bombas son los puñeteros conejos, bombas lanzadas por el egoísta de turno.
Así que no me ha quedado más remedio que sembrarlas en una simple jardinera.
Y mientras veo pasar a conejos como zollos, tan gordos y bien criados como un gato doméstico y capado. Un día acorralé a uno en el barranco con la escopeta de plomillos, pero como pesa más que yo, no conseguí atinarle. Voy a sacarme la licencia de caza en cuanto pueda, pero una licencia para poder disparar misiles. Contra los conejos no, contra la puñetera inconsciencia.



Sembrar lechugas

partiré las tablas de la ley
sobre mi cadera, que es más fuerte
que tu dios y mi pudor.

ahora llega la hora del recóndito.
cualquiera sabe donde estaremos
pero recuerdo las lechugas recién sembradas
y sólo quisiera estar allí,
mirándolas,
tú con tu cerveza bajo el alcornoque
yo con mi tinto con casera
y las botas de agua llenas de barro
de haber andado los dos
en cuclillas enterrando
nuestros dedos que se rozan
bajo el blando légamo
y el sol
qué alegría la luz dorada
del sol
a cielo abierto
bañándonos como

si dos peces
iluminados
fuéramos

nacidos más allá,
durante ese sueño
que durmió el día
cuando vivía sumergido.

(De El hombre cuadrado)



miércoles, 26 de marzo de 2014

Amor de hondos y bajos fondos

Amor de hondos y bajos fondos

Al menos sirve el querer más.
Amor de bajos fondos,
sí fue fácil:
éramos Amor.

El amor es una calleja cierra
de donde sólo se sale
con los pies multiplicados
por delante.
Nada tenía, nada me quitaron
los vendavales delinquieron
a cuchilladas juntas en cada costilla
y las ingles cercenaron buscando la general
de mi aorta acampando en nuestro vasto pecho:
entre mi frente y mis plantas
te ubiqué regurgitando mi sangre sana,
sola abasto, sola mísera la dádiva
de los periódicos y los herrajes
que sobre tu regia mente y mi cóncava cabeza
depositaban los hunos de la noche de afuera.
Vándala la risa de las ciudades y de las otras hormigas,
¡esa marabunta que nos asesinó cuando
nos atrevimos a dormir sobre los cartones
que defenestraron!... Tan generoso fue
su tirar la casa por la ventana.

Yo creo que aún andamos expiando,
callejón arriba, callejón abajo,
el crimen sin escena, sólo
por no desahuciarla, sólo
por no dejar vacía esta calleja
cierra a un lado del mundo.

Canción

(Continúa ofreciéndome "datos" este poemario del que ya casi renegaba.)

CANCIÓN

Alguien me tocó el alma el otro día, alguien,
con la tierna almohada de su voz ensoñadora.
Alguien suscribió mis versos,
reinventó la luz sobre la tierra, que ya caminaba ominosa,
anduvo abriendo puertas mientras, oculta yo,
mis manos temblaban.

Antes, cuando abrías tus párpados a la luz cegadora,
los amaneceres cabalgaban por la orilla de este verbo que no es verbo sino
margen acotado carnalmente.
Se cerró el mar.
No me acompañó entonces el Poeta.
Ni el mirlo sostuvo con su canto mis roncas lágrimas.
Ni siquiera la primavera, que anhelé tiempo después, llegó a bañar los atardeceres
con la niebla empapada en perfume.

Antes, mucho antes, dormía en la tierra recordando
el verde trampantojo de la encina,
y yo, yo, bailaba al son de los tambores de las fiestas humanas.
Cuando me quedé muda,
no me cobijó el Poeta.
Ni la lumbre, ni la hojarasca fértil.
Bajé al infierno de todas las vidas sorteadas.
Hablé para llorar.
Rodé para existir temblando, acunada por mi propio frío en la cruz de
todos los huertos.

Antes, tiempo eterno antes,
saltaba sobre las piedras con mis zapatos de rosas
generando vida, esperanza y muerte...¡feliz!
Una y sola entre las de mi especie
albergaba en mi cóncava realidad todas las esperanzas,
todo el alimento de la tierra.
Ahora, más allá de las sombras,
permanece siempre abierto el horizonte luminoso que nos avanza el sol
en su homenaje tardío
a la belleza de Lo Sin Nombre.

Camina, rueda mía, camina,
llévame por tus senderos de perdón y olvido,
que el polvo que levantes sea mi clámide en la espera.
Muéstrame en tu devenir el movimiento sobre el mar, las almas, la luz.
Adelántate
y obliga a pervertir el siniestro don de la matanza oblicua.
Camina por mí para que, cuando renazca,
las encinas continúen dibujando caracolas en el aire con sus candilejas de Abril.

(La presencia por la ausencia. Bohodón ediciones, 2010. (escritura: 2005)

La vida en nueva

La vida en nueva

algo ha sucedido en el alma
de un hombre moreno
y su sonrisa descabellada
que me mata, algo ama,
algo ríe dentro de su vida
que me alegra vibrar
los párpados de mi risa
aflorando la novedad en el bálsamo
de los labios rosas y tiernos
como gajos de mandarina
que han tomado el sol
en la arena blanca de mi playa.

algo me prende
la vida en nueva.

la niña cuadrada, ya cuadrada
en los brazos de sus olas
de su madre el mar
gobierna sus esquinas
sin embargo y a pesar
del pudor que nace.
Ríe cincuenta años
después temblorosa
ante los amarillos cabezos.
no sabe
si la amparan
o la asustan
aún.
distingue
hoy.
Aquellos cabezudos
y aquellos ojos sendos
sin ojos que la miraban
mientras su madre la bañaba
en el mar de las olas rientes,
porque los cabezudos
sólo aparecieron
en la arena del mar
muerto y roto.
No existen ya.

medio siglo le ha bastado
para descubrir el pozo de estrellas
entre las rocas que escondían
a los cangrejos, a los erizos del revés
y a su hermana haciendo el indio
como hoy ella misma suele hacerlo
siempre, pero valientemente
sumergirme y nacer
a la transparencia de tus manos
acariciándome las ingles:
es el agua del mar que todo lo limpia,
como la Belleza anida en el lunar
de tu piel, púdica piel hoy
mi barrera
y mi sometimiento conforme
a mi amor
a tu libertad.

martes, 25 de marzo de 2014

Entrevista capotiana en el blog de Toni Montesinos

Toni Montesinos tuvo la generosidad de hacérmela hace escasos meses y hoy ha tenido la gentileza de publicarla en su blog "Alma en las palabras".

AQUÍ puede leerse.


Sola

Esta mañana he recordado este antiguo poema escrito un invierno de 2006. Aunque una, la mayor parte de las veces, se sonroje (por vergüenza, imagino que fruto del aprendizaje y la evolución) cuando se relee en antiguas composiciones, de vez en cuando el poema devuelve la mirada, y aunque pudiera corregirlo por aquí o por allá, aprendo a quedarme con su valor "per se", sin valoraciones... Como si no fuera mío también. Nunca me releo una vez publicado el libro. NO "me digo" nada, puesto que ya "lo sé"(lo escribí), amén de ese prurito de vergüenza que me persigue. Por mí, tiraría todos mis libros a la candela... Pero... Pero... el día llega, al parecer.

(Pertenece a "La presencia por la ausencia". El libro está ahora a muy barato, a cinco euros he visto que lo han puesto, así que por si alguien se anima aquí dejo el enlace para compra online:

AQUÍ)



SOLA

Caminar sin suelo es estar sola.
Colmar la paciencia de las luces soñando que permaneces
es estar sola.
Abaratar el sentido de la pléyade de incongruencias que se avienen
es estar sola.
Iluminar cabizbaja sobre tu ausencia es estar sola
cabalgando por los oteros de la desmentida y la suspicacia.
Llorar es estar sola.
Beber de tu oído soñando que duermes es estar sola.
Trabajar sobre ultratumba limando las asperezas del perfil de tu ausencia
significa soledad, quimera, sueño o alma rota y cejijunta.
Así, estoy sola.
Sola entre las yerbas y tu ausencia.
Sola sin más.

(La presencia por la ausencia. Bohodón Ediciones. Octubre, 2010)

viernes, 21 de marzo de 2014

El reencuentro

El reencuentro

Me resuelvo hallándote
en el abrazo de todos
los años y la vergüenza
me abandona habilitando
la estancia clara de la luz
en el agua y el fuego
quemando todos los días
de abandono de mí
desde tu brazo
me acojo palpitante
y viva en la paz, en el amor
y en el reencuentro con el paraíso
imperdible.

Los días grises

Los días grises

de los vapores nace la flor
de la retama se ensucia
hasta evaporarse más allá
de los adioses vespertinos,
como un nido de letras
garabateadas en la mancha
negra del orifico en la pared
tan desconchada, ¡sin venera!
que la sujete ni la entibie
tan sólida y marmórea
ruina que se extingue
desde los terceros
a los jamases definitivos
tu cuerpo se evade
como el humo de la sombra
en la tarde de los días grises
que nos conquistaron.
Y ya ni somos
ni estamos ni tú ni yo
ni ellos, que nos adoraron
hasta consumirme.

Me consumieron con tu ayuda.
Ya sé que la filantropía te apremia
como a mí la mala idea
de derrotarme.

Como una afrenta te sostengo
en esta noche sin día
ni día sin noche también
tuyo y tuya
y tuya me sostengo
sin verbo tangible
que me explique tu cómo,
tu porqué,
tú siendo
mi enemigo.

Y te sigues y me persigo
mientras se evaden
los grises días.

La luz de los días (com un arbre nu)

La luz de los días (com un arbre nu)

Ya los gavilanes se sumergen
en el río de las horas.
Romper el tiempo siempre
fue lo nuestro, aunque construir
catedrales no se nos diera
bien sabemos hacer
el amor entre sus pilares
y la luz de las vidrieras y la piedra
nos tallan como flores maduras
que robustecen el estallido
de los transparentes en otoño.

Y jamás nos sonrió la suerte.
Aunque el membrillo, sí.

Ahora que los árboles se desnudan
columpio su ocaso
en tus pupilas tú me ves
como si nunca me hubieran mirado
como un árbol vestido
de pájaros azules y voces
como la suma del bien
y tu longitud de hombre libre
como un árbol desnudo
y mi latitud de mujer
como un árbol desnudo
con sus hojas
ya transparentes
somos.

jueves, 20 de marzo de 2014

El ocaso de los dioses

El ocaso de los dioses

Separado en semántica sección
de tu abrupto y cavernícola segmento,
huyes de las palabras
de tu misma osamenta,
y así, cuando desbrozas, queda
al desnudo tu abuso sobre escleróticas
sanciones, los argumentos solapados
con grapas de cobre, tu venérea boca
no articula el son con lo que te corroe,
te desarma.
Pobre hombre muerto de sí.

El mundo se deshace y tú das
oídos a la música.
Se te han adherido a la piel todas
las mieles posibles a ellas
las moscas y las pupilas azules
te señalan con bajeza de contrabajo
desafinado por el tiempo que hacía
que tus dedos no acariciaban
los tendones del hueco,
la caja de resonancia sirvió de nido
a los ratones y ahora las pavesas
de las bolsas de plástico
se esparcen cayendo
de tu estómago
a tus manos,
a tus manos que miran
a tus manos que te hunden.
Y nieva tras tu ventana en pleno mayo.

Qué pena de música fatua.
nunca sabrá que ya no concluye
ni el día atardece
la caída de tus párpados,
tanto echármela a la espalda
está arrasando con la belleza
de las puestas de sol,
allí, a media tarde,
cuando la montaña las impedía,
donde yo era infeliz
como tú, pobre hombre muerto
de hambre de gloria de amor
que no te devuelven.

miércoles, 19 de marzo de 2014

La rosa eterna

La rosa eterna

se me rompe
un poco todo
solo un poco,
eso es bueno.

mas la quiebra siempre mide calores
y yo no soy
de medidas desmesurada
siempre atiendo
alcauciles en invierno,
rosas en verano,
dónde el verano dónde
la longitud del estero, la sombra
del árbol la juventud
de la herida la vejez
de la flor el crecimiento
del fruto me alimento
con adioses como otros osos
se alimentan de hormigas,
pero mi lengua sólo sabe lamer
y escarbar hasta el paladar.
con ella vadeo
algunos cursos del surco
que y qué solo
me vale denso
donde intento remontar
el barrizal de este barbecho
arando algo con mi boca
a su lengua y sus dientes.
la tarea es compleja, y, sobre todo,
indigesta, pero no hay bien
que sin malestar
llegue.

me colmo en tu vaivén,
por eso sé
que la risa volverá a brotar
desde esta boca abierta,
como la hierbabuena allá
en las azoteas de blanco, allá
donde mi abuelo Salvador
construyó todos los mayos
levantándome rosas en la mirada.

martes, 18 de marzo de 2014

Los mieles

Los mieles


Despertar el día
con lágrimas de alegría
significa amar más
allá de la noche.
Cuánta boca dulce emanan
los cabezos amarillos,
son gárgolas resplandecientes
ataviadas con la luna
de sonrisa de la chiquilla
afanada en la tumba de arena.
Que no reportará mieles
el triunfo descabellado del juego
soy, si tú me lo permites,
la que te limpia de arena
los párpados cerrados,
esas pequeñas bellezas
embebidas en el poniente
por la luz de la barca,
proa que allende el mar
conquista varales de cañas
verdes, como tus ojos, madre,
como tus ojos verdes
y mieles.

Y los que tú mirabas.
Y los que todos buscamos.

Sobre la inefabilidad (El lugar infrecuentado)

Sobre la inefabilidad (El lugar infrecuentado)

Cuando aludimos a lo inefable o a la insondabilidad intentando referirnos a lo que comúnmente podemos entender como ser humano, no evidenciamos pruebas de que efectivamente las característica que nos aparte o destaque del resto de las especies de los seres vivos, calificando una parte de nuestro ser, aquél que al parecer, o al menos históricamente, hemos concluido por llamar espíritu o alma, sea especialmente profunda, o efectivamente insondable, inexplicable o totalmente imposible de entender o analizar en su totalidad, sino que nos referimos, la mayoría de las veces sin percatarnos de ello, a nuestra propia limitación en el hecho o intento de conocernos al completo. Lo único que sucede es que somos conscientes de ello, de esa propia limitación para el hecho de aprehendernos, nuestra “inhabilitación” para con ello. La prueba de esa consciencia es que hemos logrado llegar a verbalizarlo, aunque, singular, y paradójicamente, cada vez que se usen determinados adjetivos para calificar al espíritu humano, se interprete hasta por el propio hablador como el que el ser humano es, como así quisiéramos, como si así lo deseáramos fervientemente, insondable, indeterminable, incalificable en su totalidad.

Tal vez lo sea para nosotros mismos, por esa misma limitación empíricamente demostrada, pero no hay nada que nos pueda demostrar que podemos ser estudiados como especie por un “segundo”, observador, estudioso nuestro, sea o no su existencia posible. El desdoblamiento poético es el único modo asimilable.

Tal vez en las misma autoconciencia del Hombre como especie se halla la misma limitación que, a la vez que nos empuja hacia ese, al parecer infinito, afán cognitivo por nuestras propias características (y por nuestro entorno), nos determina como impedidos para nuestro propio estudio.

Sólo nos queda amar.
Sólo nos queda poder saber amar.
Sólo nos queda lograr la alienación de nosotros mismos.

Pero, ¿quién desearía, o podría, dejar de ser ser humano?

Aquí es donde interviene la poética, aquí es donde halla su lugar como culmen ejercitante del ser de hombre total. Como superación de la contradicción inherente a la propia autoconciencia humana.
Si somos incapaces de sondabilizarnos a nosotros mismos, puesto que no somos más que lo mismo que deseamos sondabilizar, según argumento anterior, sólo un ejercicio que acerque, que inmiscuya la inefabilidad del ser humano, un espacio hallado y donde ser encontrados, puede encontrar sitio en ese proceso, de por sí, imposible.

(Tras releer estos párrafos escritos el 9 de Diciembre de 2009 pienso hoy, 14 de Marzo de 2014 en el famoso para mí "lugar infrecuentado" de Empédocles).

domingo, 16 de marzo de 2014

Parménides fue mi primer amor que eres tú

Parménides fue mi primer
amor que eres tú

es que necesito rey-
vindicarte.
si estás ahí
fue
porque tú y yo
así lo quisimos,
nos convino en un modo
esta especie
a nuestro modo
de hijos futuros de caínes y abeles
en sus encuentros de hienas
que solas miraban,
qué solas miraban
las leonas que se acercaban,
los leones que descansaban,
ellas llevan las mismas tetas de mi sexo
ellas llevan los mismos te(s)tos de tu sexo.
Yo no amo a las hienas
injustamente,
en nada injusto te amo, hombre
recio, simbiosis
de La Costra en mis sienes.
Mas sí te necesito
en mi pecho unido
a mi cerebro.

Ella es la enemiga que creamos.
Y Ella me ha robado
lo que más quiero
lo que más deseo,
lo que necesito,
a mi compañero en la vida
de esta física tesitura.

Qué te habrá robado Ella
a ti.

No importa seamos
más o menos, Dios
diría si existe más allá
de los claveles y las fuentes.
Pero este lugar de presente,
siempre el sitio,
anhela su justicia de tiempo,
como ya te dije algún día,
nuestro compañero.
Y en él, si tú no hablas,
no hay luz que brille,
eje que la decline
o sombra que la represente,
fuera lo que dijera Platón
y todos los que tras él
malinterpretaron.

es que yo me quedé allá,
junto a los presocráticos,
a la intemperie
en nuestro
al final
primer
encuentro.

viernes, 14 de marzo de 2014

Anónimos sevillanos






Anónimo Sevillano (Epistola moral a Fabio)


Fabio, las esperanzas cortesanas
Prisiones son do el ambicioso muere
Y donde al más astuto nacen canas.


El que no las limare o las rompiere,
Ni el nombre de varón ha merecido,
Ni subir al honor que pretendiere.


El ánimo plebeyo y abatido
Elija, en sus intentos temeroso,
Primero estar suspenso que caído;


Que el corazón entero y generoso
Al caso adverso inclinará la frente
Antes que la rodilla al poderoso.


Más triunfos, más coronas dio al prudente
Que supo retirarse, la fortuna,
Que al que esperó obstinada y locamente.


Esta invasión terrible e importuna
De contrario sucesos nos espera
Desde el primer sollozo de la cuna.


Dejémosla pasar como a la fiera
Corriente del gran Betis, cuando airado
Dilata hasta los montes su ribera.


Aquel entre los héroes es contado
Que el premio mereció, no quien le alcanza
Por vanas consecuencias del estado.


Peculio propio es ya de la privanza
Cuanto de Astrea fue, cuando regía
Con su temida espada y su balanza.


El oro, la maldad, la tiranía
Del inicuo procede y pasa al bueno.
¿Qué espera la virtud o qué confía?


Ven y reposa en el materno seno
De la antigua Romúlea, cuyo clima
Te será más humano y más sereno.


Adonde por lo menos, cuando oprima
Nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno:
«Blanda le sea», al derramarla encima;


Donde no dejarás la mesa ayuno
Cuando te falte en ella el pece raro
O cuando su pavón nos niegue Juno.


Busca pues el sosiego dulce y caro,
Como en la obscura noche del Egeo
Busca el piloto el eminente faro;


Que si acortas y ciñes tu deseo
Dirás: «Lo que desprecio he conseguido;
Que la opinion vulgar es devaneo.»


Más precia el ruiseñor su pobre nido
De pluma y leves pajas, más sus quejas
En el bosque repuesto y escondido,


Que halagar lisonjero las orejas
De algun príncipe insigne; aprisionado
En el metal de las doradas rejas.


Triste de aquel que vive destinado
A esa antigua colonia de los vicios,
Augur de los semblantes del privado.


Cese el ansia y la sed de los oficios;
Que acepta el don y burla del intento
El ídolo a quien haces sacrificios.


Iguala con la vida el pensamiento,
Y no le pasarás de hoy a mañana,
Ni quizá de un momento a otro momento.


Casi no tienes ni una sombra vana
De nuestra antigua Itálica, y ¿esperas?
¡Oh error perpetuo de la suerte humana!


Las enseñas grecianas, las banderas
Del senado y romana monarquía
Murieron, y pasaron sus carreras.


¿Qué es nuestra vida más que un breve día
Do apena sale el sol cuando se pierde
En las tinieblas de la noche fría?


¿Qué más que el heno, a la mañana verde,
Seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío!
¿Será que de este sueño me recuerde?


¿Será que pueda ver que me desvío
De la vida viviendo, y que está unida
La cauta muerte al simple vivir mío?


Como los ríos, que en veloz corrida
Se llevan a la mar, tal soy llevado
Al último suspiro de mi vida.


De la pasada edad ¿qué me ha quedado?
O ¿qué tengo yo, a dicha, en la que espero,
Sin ninguna noticia de mi hado?


¡Oh, si acabase, viendo cómo muero,
De aprender a morir antes que llegue
Aquel forzoso término postrero;


Antes que aquesta mies inútil siegue
De la severa muerte dura mano,
Y a la común materia se la entregue!


Pasáronse las flores del verano,
El otoño pasó con sus racimos,
Pasó el invierno con sus nieves cano;


Las hojas que en las altas selvas vimos
Cayeron, ¡y nosotros a porfía
En nuestro engaño inmóviles vivimos!


Temamos al Señor que nos envía
Las espigas del año y la hartura,
Y la temprana pluvia y la tardía.


No imitemos la tierra siempre dura
A las aguas del cielo y al arado,
Ni la vid cuyo fruto no madura.


¿Piensas acaso tú que fue criado
El varón para rayo de la guerra,
Para surcar el piélago salado,


Para medir el orbe de la tierra
Y el cerco donde el sol siempre camina?
¡Oh, quien así lo entiende, cuánto yerra!


Esta nuestra porción, alta y divina,
A mayores acciones es llamada
Y en más nobles objetos se termina.


Así aquella que al hombre sólo es dada,
Sacra razón y pura, me despierta,
De esplendor y de rayos coronada;


Y en la fría región dura y desierta
De aqueste pecho enciende nueva llama,
Y la luz vuelve a arder que estaba muerta.


Quiero, Fabio, seguir a quien me llama,
Y callado pasar entre la gente,
Que no afecto los nombres ni la fama.


El soberbio tirano del Oriente
Que maciza las torres de cien codos
Del cándido metal puro y luciente


Apenas puede ya comprar los modos
Del pecar; la virtud es más barata,
Ella consigo misma ruega a todos.


¡Pobre de aquel que corre y se dilata
Por cuantos son los climas y los mares,
Perseguidor del oro y de la plata!


Un ángulo me basta entre mis lares,
Un libro y un amigo, un sueño breve,
Que no perturben deudas ni pesares.


Esto tan solamente es cuanto debe
Naturaleza al simple y al discreto,
Y algún manjar común, honesto y leve.


No, porque así te escribo, hagas conceto
Que pongo la virtud en ejercicio:
Que aun esto fue difícil a Epicteto.


Basta al que empieza aborrecer el vicio,
Y el ánimo enseñar a ser modesto;
Después le será el cielo más propicio.


Despreciar el deleite no es supuesto
De sólida virtud; que aun el vicioso
En sí propio le nota de molesto.


Mas no podrás negarme cuán forzoso
Este camino sea al alto asiento,
Morada de la paz y del reposo.


No sazona la fruta en un momento
Aquella inteligencia que mensura
La duración de todo a su talento.


Flor la vimos primero hermosa y pura,
Luego materia acerba y desabrida,
Y perfecta después, dulce y madura;


Tal la humana prudencia es bien que mida
Y dispense y comparta las acciones
Que han de ser compañeras de la vida.


No quiera Dios que imite estos varones
Que moran nuestras plazas macilentos,
De la virtud infames histriones;


Esos inmundos trágicos, atentos
Al aplauso común, cuyas entrañas
Son infaustos y oscuros monumentos.


¡Cuán callada que pasa las montañas
El aura, respirando mansamente!
¡Qué gárrula y sonante por las cañas!


¡Qué muda la virtud por el prudente!
¡Qué redundante y llena de ruido
Por el vano, ambicioso y aparente!


Quiero imitar al pueblo en el vestido,
En las costumbres sólo a los mejores,
Sin presumir de roto y mal ceñido.


No resplandezca el oro y los colores
En nuestro traje, ni tampoco sea
Igual al de los dóricos cantores.


Una mediana vida yo posea,
Un estilo común y moderado,
Que no lo note nadie que lo vea.


En el plebeyo barro mal tostado
Hubo ya quien bebió tan ambicioso
Como en el vaso múrrimo preciado;


Y alguno tan ilustre y generoso
Que usó, como si fuera plata neta,
Del cristal transparente y luminoso.


Sin la templanza ¿viste tú perfeta
Alguna cosa? ¡Oh muerte! ven callada,
Como sueles venir en la saeta,


No en la tonante máquina preñada
De fuego y de rumor; que no es mi puerta
De doblados metales fabricada.


Así, Fabio, me muestra descubierta
Su esencia la verdad, y mi albedrío
Con ella se compone y se concierta.


No te burles de ver cuánto confío,
Ni al arte de decir, vana y pomposa,
El ardor atribuyas de este brío.


¿Es por ventura menos poderosa
Que el vicio la virtud? ¿Es menos fuerte?
No la arguyas de flaca y temerosa.


La codicia en las manos de la suerte
Se arroja al mar, la ira a las espadas,
Y la ambición se ríe de la muerte.


Y ¿no serán siquiera tan osadas
Las opuestas acciones, si las miro
De más ilustres genios ayudadas?


Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
De cuanto simple amé; rompí los lazos.
Ven y verás al alto fin que aspiro,
Antes que el tiempo muera en nuestros brazos.



(Desde Dámaso Alonso hay certeza en su atribución a Andrés Fernández de Andrada, 1575-1648)

jueves, 13 de marzo de 2014

Que vuelvan los lilas (con fotografía)

Hay verboluces que tardan en componerse años (foto de hace pocos días, poema del 2010)





Que vuelvan los lilas

Como las lilas de ultramar.
Así me posé sobre la yerba
cercana a tu estanque,
convertí cañas en siringas
hasta inundarte
de ti. Canto y taño.
En honor de las letras me hago sangre,
despedazo cada labio por ver
si al nombrarlas consigo oír
el descanso. Anhelo el otoño
sin que haya nacido el verano.
¿Y si me dejas en reposo?
No morirás aunque duerma,
la luz se hace luz sin el tiempo:
hay algo más.
En el vacío interestelar
coexiste la anti-materia,
¿por qué yo no puedo auto-extinguirme?
Ser capaz de perpetrar deicidio
contra estas cansadas manos,
estos pesados brazos más tuyos
que míos: deja que duerman.
Al parecer, sólo el aire me mantiene
viva, ventana y lumbre,
al parecer, el sonido no ondea
sobre el agua, puerta y límites.
Al parecer, los lilos florecen
sólo una vez al año.

¿Qué tal si me permites apoyar la cabeza
aunque sea en la nube de espinas?
Ahuyentarme. Dejarme en paz de mí.
Auto-ventilarme en un sol,
en una punta,
en un nítido y exento atisbo
del negro sobre el blanco:
¡Puff!, y permitir...
No ser.
Auto-inhibirme en el altar
de las lilas abiertas a lo que sea.

Al blanco.

(De Los parasoles de Afrodita. Baile del sol, 2013)

miércoles, 12 de marzo de 2014

La muralla

La muralla

Recordando el hilo el alma
blanda se dispone
abierta sobre el albero
del paseo. ¿Y mi avenida?,
¿dónde queda mi avenida?
Hiela el contacto febril
de la piedra, madre, ¿la muralla
también la construiste?

Soportar el peso de los árboles
entre las almenas engarrotadas
como si el cielo se mancillara
con solo mirarlo: los días grises
permanecen obscenamente,
son las bocas de los que aúllan.
El grito, el dolor, la muchedumbre,
la agitación de la argamasa,
los merlones derrumbándose, algo así
como el desvencijamiento del amor
y sus nanosegundos de imposible
olvido.

¿Puede un hombre encarecer el porvenir?
¿Someter a sus fueros lo inocente?
... ¿Y el viento, madre, dónde está el viento
que hasta al mismo frío ya congela?
El hielo en este pacto sin tacto
sugiere a la paloma sueños
de descoyuntura.
Se atesoran las sienes de la muralla:
obedece izándose como la vida
ya se muere, a pico y pala
y con la tumba.

Enquistamos adioses como el mármol,
pero la yedra siempre ablanda piedras
y los muros caen mecidos
naturalmente por el estremecimiento
de lo vivo. De la caricia.

Corazón contento

Te tarareo desde que me recuerdo (y me recuerdo desde que tenía meses), te canté por dentro durante mi adolescencia, me sorprendiste volviendo a mis engramas musicales durante los inicios de la edad esa que llaman adulta y ya, en plena madurez, te descubrí cantada (¡y bailada!) por esta joya de mujer. Cuando vuelves a mí, cuando me despierto y al cabo de las horas apareces en los ritmos y melodías de mi mente, entonces descubro que sigo siendo la misma: corazón contento. Yo doy gracias a la vida por ser como soy, saber vivir las penas y las alegrías que ella nos regala (porque todas son privilegios que se nos conceden), y sobre todo por no saber desperdiciar ni un segundo de vida. Quien pena esgrimiendo razones, vive limitándose, y lo que es el gran pecado, vive limitando a la vida (inútilmente, por otro lado, esfuerzos vanos).

(Creo que es la segunda o tercera vez que la comparto en este blog. Siempre vuelve.  ¡Que conste, es mi video preferido de toda la puñetera internet!... ah,  y daría lo que fuera por poder bailarla como ella ;))

)

Convaleciente

Convaleciente

Suavemente asoman
los dardos verdes, caen
a plomo sobre el iris
clavando la preñez
de un estado de esperanza.
Convaleciente convengo
con mi vientre en el réquiem
por un pasado tan lejano,
los errores cometidos
ahora nacen remediados.

Remedo con mi sombra,
que sí me pertenece
y a la que domino,
cuantas veces entorpezca
el camino el cansancio
por la desventura, el exilio
desmesurado de tu cuerpo
en estas noches mías y de mi sombra,
tan quejosas, tan enfermizas, tan a luces
del alba que renace. No hay dolor
que por gozo no llegue. La partida
vuela siempre el ave de retorno.

Como las cigüeñas de un norte.

Del amarillo al rosa escribo
tiñendo los días grises
de negro y rojo,
nuestros jóvenes colores,
de duelo por el ayer
que vivos hemos muerto,
de amor por un hoy,
que ya nuestro y no yerto.

martes, 11 de marzo de 2014

Confesión

Confesión

Hay que quemar todo lo que acabe con nuestro corazón.

En realidad, y tras demasiados años, la sensación que me queda, es que los poetas solo escriben para sí mismos y para otros poetas. Y eso es lo más deprimente y frustrante que puedo sentir.
Odio con toda mi alma el sentido gremial de los que se dedican a las letras. LO ODIO HASTA LA MUERTE.

Voy a ponerme a doblar ropa del "lavao".
Y a regar las macetas.

Y a joder al personal con lo que pueda de mis letras o mi mirada o mi vida o mi sentido del humor o mi tristeza.

Y a hacer fotografías cuyos disparos me llamen.
Y a pensar en ti como si no hubieras muerto.

Voy a emborracharme de mi propia gracia mientras la hallo en lo otro.

Hay que quemar todo lo que acabe con nuestro corazón.

Aria de Afrodita, de "Los parasoles de Afrodita" (audio)


Del libro Los parasoles de Afrodita (Baile del sol, 2013), el poema titulado "Aria de Afrodita" (disculpas por algún tropezón a la hora de recitarlo).

A 500px subiré ahora una fotografía que sin querer se me ha relacionado con él. Las cosas de la poesía...




lunes, 10 de marzo de 2014

El abrazo (audio)

El abrazo
Nacer desde ti al olvido
de la nula compañía,
provocar dolor
en los pétalos de la rosa,
que, como es flor, ni siente
ni padece, venerar tus ojos
mientras verdeo muros
tejiendo adoquines
de mullida seda
para que tu paso tierno
baile al son de tus oídos,
tu flexible equilibrio
de hombre mío y mutante,
de amor caliente a frío
mudo espacio reinante
entre tú y yo
y el aire.

(Hace tiempo que no subo audios, pido disculpas si no se oye.)

Conduzco desnuda



No sé por dónde empezar. Mucho trabajo hecho y acumulado. Vuelvo del campo a la ciudad y no sé qué es peor, si el ruido de la rotaflex de la obra de al lado o el viento frío estampándose en mi alma, si apenas tener conexión para poder compartir lo que hago o disponer de una que me permite estar libre de manos (y hasta de pies). La indecisión solo es producto del miedo. Miedo a salir volando (con el viento), miedo a hacer volar por el mismo miedo de los demás. Trasnochar o no hacerlo, madrugar para servir a dios o al diablo. Al final el trabajo se acumula y la conclusión llega por sí sola. Solo hay que dejar volar a lo que se es, que la luz llegue. Escarbar hasta el mismo centro de la tierra como suelo hacerlo con mis poemas y mis fotografías. Servir a lo verdadero. Me baja la fiebre, y eso que vuelvo al nife, allá donde hasta la más dura piedra se diluye. La severidad solo tiene nombre de cáscara. Yo trabajo por horadar esta costra, la que sirve a la mentira y a nuestros miedos.
Hoy he conducido. El viento era tan fuerte que hacía oscilar la dirección del coche. No he podido evitar pisar hasta 150 km/h (*), aún a riesgo de que el viento me matase. Evito que me aplaste el camión que marchaba a 120 "adelantando" a otro automóvil que iba a 130. Prefiero morir siendo yo que morir bajo la limitación de lo que se engaña a sí mismo. Vivir, sé vivir con todo de lo que los demás intentan disfrazarse. Aunque yo vaya desnuda.

(*)Este blog es de literatura, de poesía. Por supuesto que en un segundo he tenido que ponerme a 150, las condiciones del tráfico así lo exigían. La velocidad de crucero normal hoy en día en una autopista (para un experto conductor, que yo lo soy) es de 130. Y lo que la norma establece, no sobrepasar los 120 km/h. Pero nadie puede hacer nada contra los que ponen en peligro la vida de los demás, y yo he debido intentar salvar la mía (y de camino la de unos cuantos), con conciencia. Solo tengo una. VIVIR, a costa de nadie y procurando el bien de los demás, es nuestro principal deber.

domingo, 9 de marzo de 2014

Dolores de en-tuerto

Cuando me sentaba en este mismo escritorio, mis letras eran jóvenes. Desde los dieciocho a los veintinueve anduve (porque andaba, seguía caminando por muy sentada que estuviera) con la compañía de esta mesa y esta misma silla. Con él, y sobre ellas, estudié mis últimos años de carrera. Con él, y sobre ellas, escribí mi tesis de licenciatura, y tantas cartas como días contienen seis años. Es, y se trata en realidad, de mi escritorio de toda la vida. o del escritorio de toda mi vida, que quizás hoy se cierra. Hoy, sin preverlo, se ha vuelto a recomponer, bajo el sol de un día deslumbrante. La mesa, ya algo desvencijada, provenía de las pertenencias de mi abuelo. Sobre ella aparecía siempre lustrosa su máquina de escribir, una preciosa underwood donde me destrozaba los dedos intentando mis primeros ejetcicios con semejante armatoste. entre tecla y tecla casi cabía la mano de la niña de dies años q se afanaba en comprender el funcionamiento del artilugio. Hoy ya desaparecida, la mesa q la sostenía forma parte del mobiliario auxiliar de esta casa de campo. Sus cajones encierran o protegen alguna colección de mecheros, útiles de imprenta, papel de cartas, folios de colores... La silla, que fue fabricada por un tío carpintero expresamente para "las niñas", proviene del desmantelamiento de la casa de mi madre, inexistentes ya, la casa y mi madre. Ella la usaba, una vez q yo dejé de vivir allí, como auxiliar de cuarto de baño: depósito para algún  primoroso neceser  y asiento para su descanso cuando se asfixiaba al caminar ( un paso) de la ducha al lavabo.
Hoy se reúnen al sol de Marzo, mesa y silla. Vuelven a lo q fueron aunque el escenario sea completamente distinto, en apariencia. Un dardo doliente, punzante, pero de aspecto tan suave como una pluma se me ha clavado. Son las traiciones de la costra dura de la nomenclatura. Por eso mismo nunca megustaron los cactus. Llamar amor a lo q hiere.
Me pregunto por la escena de la paradoja y lo verdadero. Sol, resfríos, punzones, ayeres, presentes, vientre, mi ojo derecho medio ciego y algún sombrero... Pero siempre poder verlos. Aunque solo sea con un ojo. Poder verme. La injusticia, la crueldad, la tortura tienen nombre de miedo y de carencia de uno mismo. No los deseo en mi vida. Todo duele hasta que se recompone, vuelven a su amor, a su ser, a la luz... Tan solo hay que esperar.



sábado, 8 de marzo de 2014

La desquerida

La desquerida

¿Y de qué sirvió que te acupuntaras?
Los vacíos como las cañas huecas
y el orificio expeliendo
música desde tus yemas
a mis labios de tierra
abierta de tu boca.
Ya hablaremos de amor
cuando las rosas sanen.
Mientras, me abordaré
tras el leve tarareo
de tu yugular esperando
que asome sola
la sonrisa del tiempo
por venir
más rosa y lirio:

extirpar el candado de este pecho,
que estrellaras tus ojos sobre mi aorta.

Yo no fui mujer ni cadera
ni tálamo maldito que en tu vida
infringes. Yo no fui timón levante
ni simún o mistral ni solanera,
ni siquiera un hueco o viento
caliente o frío que en tus manos albergara
a esa estrella escapista que hace huída
doliente mientras mis uñas emponzoñan
manjar preso de injusticia: hígado
para los buitres fui esparciendo
acre y húmedo alimento de roca
que no fui promesa ni en cadenas confluí
con el río que ya no fluye ni yerba
oscilante siquiera en el margen
del dolor de la oscura y negra fiera
que duerme en la rama de la acacia
como si bello canto nocturno
trinaran sus encendidos iris.
Yo no fui ni selva monte
o bosque de tundra sólo solitario,
ni fui ni sigo siendo sólo loba
o madre ni sólo risa.
Yo no fui mar ni cima
ni siquiera fuego o el agua
sin comer desaparece
infligida por la noche
que no se bebe.
Y no fui ni olmo
ni siquiera sauce
que llora fui
si acaso flema
ni siquiera
yo
poeta.

jueves, 6 de marzo de 2014

El imposible olvido

El imposible olvido

Así como así
te has ido
desprendiendo
de cada velo o vuelo
unido a ti
de mí te vas
olvidando
de ti.

martes, 4 de marzo de 2014

Así

Así

La tarde llorando
me recuerda mi pesar
pesando sobre este frágil
bienestar, tan breve,
tan ligero tanto suyo
o mío tan liviano
como la afilada brisa
de la incertidumbre
o la certeza de saber.

¿Dónde estaremos cuando
tú y yo nos amemos?
Dónde sobrevivirá el descanso,
el consuelo, cuando mis lágrimas
tumben tu pecho,
cuando la virtud de la vida
aparezca en nuestras vidas,
cuándo...

Cómo...

Así dejo sellados mis labios,
como un hueco de presente
u obsequio de silencio
para el futuro y la muerte
del dolor.
Sin pasado alguno.
Sin porqués.

lunes, 3 de marzo de 2014

La novia cadáver

La novia cadáver

No, creo que no hubo
amniocentesis.

algunos hombres y mujeres
cocean, vocean aullidos
de sus trancas y pezuñas
grises.

Caminar, tanto caminé
sobre las ortigas
como terminan los pies
en dedos de costumbre
en la yerba
y sus flecos punzantes.
Consumisteis un porvenir
de solaz indiscreto,
oculto lo más bello
ahora como siempre
trabajan los dioses.

Y yo lloro,
lloro.

ese habitante cuadrado
habla verdes por tu nuca.

Si más deseo,
avarientos jamelgos
y otros cuadrúpedos
Himalayas
como techos andróginos
donde todo es posible
en el vaso boca abajo
y la salud requerida
por tu lengua escalando
el cuello de los olvidos, timbres
del arco trilobulado que abre
son, sentido y mecha
hasta la escafandra.

he pretendido adioses
cuando sólo he casado                con mis muertos,
estas manos y tu boca
qué son sino
tan sólo
una
sola.

Atasco

Atasco

sabes que un poema me vino
a la boca cuando te vi amaneciendo.
Las descerebradas señales de tráfico
hacían caso omiso de tu paso.
Los parachoques brillaban
por tu ausencia.
La mitad de la luna
dibujaba tus sabores.

Juré que no quisieron olvidar.

hay días, ya algunas
noches
en las que se desquicia la torre
de la iglesia, suelta su freno
y de capa caída cae.
Ciega la salida de la calle.

domingo, 2 de marzo de 2014

árbol solo

árbol solo

Hubo un lugar
sometido
a mis piernas (¿?)

tranquilamente dormito
en la espera del cuento inacabado.
solicitud y bienes acarician
mis hojas verdes, y yo, riendo,
entre los pájaros admiro mi floresta.
Tantas verdes hojas
y olor a madera,
tanta humedad
sobre el rocío con mi savia
como apacible compañera
de toda mi vida
suya ayudándome al sorteo
de los precipicios
de los juicios del leñador
y las tempestades abusivas
del mal previsto por la atmósfera,
las heladas y las hormigas
y los hábiles podadores,
y ni el amor me acuchilla
tatuando todos sus nombres
de verde puesto en vilo al filo
hasta el punto caído desde el nido
que cobijé cantando sobre el abismo
cuando el sol se me derramaba
en cada brazo, cada lentisco leñoso
o cada cruz y frío cuando
duermo silencios de desdén
o refresco de infantiles sinsabores y balanceos…
no hay penas, no hay penas
sólo de sola juventud
algo herida por el círculo
secante de la entrepierna enterrada.

Mas en este invierno
los rizomas ya adquieren
de nieve su secreto y mi savia
se concentra en los bajos
más bajos de mi canto.

se fueron hacia el otro lado
mientras yo concluyo
el Misterio sobre la tierra.

Bicordial

Bicordial (A H. C. )

Corazón, quedo y mudo
en tu silencio. Corazón,
aprieto con tus manos
este gemido. Corazón,
no te hago caso omiso:
al alba te alivié.

Corazón, tu tierra, mi
tierra, tiene plumas:
sobre ella despedazaron las aves blancas,
frenaron el sereno de su sal con las fauces.
Pero tu mi tierra tu tierra canta
sobre fósiles y fantasmas
que logramos resucitar henchidos
de agua, sustancia y carne.
Tu tierra y mi tierra funden luces
sobre la faz tornasolada
de la colina tan reseca,
la casa azul sobre la espalda
—al peso de los riñones—,
el toro en bisiesto año,
la amargura del oro líquido,
la lluvia sobre la carretera…
Tu stop, corazón.

Tu tierra mi tierra,
clama tiempo, clama día,
clama por tus hondas huellas
al son del canto que moldea
el barro en dos, ojos,
los azules, corazón:
Las palomas que de la nada nacen,
el santo y seña, suertes que nos hacen:
No somos aves, no somos duendes.
Al despojarnos del miedo
—¿qué es la muerte sino un desnudo?—,
sólo nos queda el nombre.

Corazón, desde esta garganta
y la tuya te expandes
abriendo estas proclamas
al orbe dicho, quieto y al unísono
se cantan mutuamente, juntos
no somos uno, sino dos,
que es un mayor número.

sábado, 1 de marzo de 2014

Licencia de caza

Licencia de caza

Es decir todo humano,
tan humano y vivo
todo como yo
vivo la misma muerte
llegando junto a ti.

En esta circunstancia intransitable
, porque no se camina ni se cruza,
solo hace viable el paso
por las manos, con los ojos
de esta implícita tesitura
en la que me descompone la vida
sin saber qué me añade
o me sustrae la desmedida
de tu mesura bien traída

o mal, que para el sí
adviene tu santa compostura,
¿cómo necrosar tu santa especie?
describir sin ánimo
por qué, por ventura o suerte,
en las que no creo,
pero
no soy nadie más
que tú. Y tu galgo
rezuma liebres. Y yo,
no soy más que ser
persiguiendo la gacela
con mis ojos y mi amor.

Licencia de caza
a la que aspiro:
ser más libre o liebre
sola que me las piro
por el barranco
hasta esconder
de mí. A tu mirada.

tras tantos ya siglos
que la duración de los años,
los días que pasan
pernoctando en el cuarto
de la luna menguante,
te suprimo para reivindicarte.
No fueron amos, solo flores,
libre me las siento
a todas ellas
y es todo este
mi medio siglo de vida
levantando

mi conciencia de ser
amante, mi condena
de pasantía a todos
extendible: nada gobernable
la vida a la que yo llamo
muerte que a todos nos hace
seres. Valientes
los menos. Como tú.
 
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