domingo, 9 de marzo de 2014

Dolores de en-tuerto

Cuando me sentaba en este mismo escritorio, mis letras eran jóvenes. Desde los dieciocho a los veintinueve anduve (porque andaba, seguía caminando por muy sentada que estuviera) con la compañía de esta mesa y esta misma silla. Con él, y sobre ellas, estudié mis últimos años de carrera. Con él, y sobre ellas, escribí mi tesis de licenciatura, y tantas cartas como días contienen seis años. Es, y se trata en realidad, de mi escritorio de toda la vida. o del escritorio de toda mi vida, que quizás hoy se cierra. Hoy, sin preverlo, se ha vuelto a recomponer, bajo el sol de un día deslumbrante. La mesa, ya algo desvencijada, provenía de las pertenencias de mi abuelo. Sobre ella aparecía siempre lustrosa su máquina de escribir, una preciosa underwood donde me destrozaba los dedos intentando mis primeros ejetcicios con semejante armatoste. entre tecla y tecla casi cabía la mano de la niña de dies años q se afanaba en comprender el funcionamiento del artilugio. Hoy ya desaparecida, la mesa q la sostenía forma parte del mobiliario auxiliar de esta casa de campo. Sus cajones encierran o protegen alguna colección de mecheros, útiles de imprenta, papel de cartas, folios de colores... La silla, que fue fabricada por un tío carpintero expresamente para "las niñas", proviene del desmantelamiento de la casa de mi madre, inexistentes ya, la casa y mi madre. Ella la usaba, una vez q yo dejé de vivir allí, como auxiliar de cuarto de baño: depósito para algún  primoroso neceser  y asiento para su descanso cuando se asfixiaba al caminar ( un paso) de la ducha al lavabo.
Hoy se reúnen al sol de Marzo, mesa y silla. Vuelven a lo q fueron aunque el escenario sea completamente distinto, en apariencia. Un dardo doliente, punzante, pero de aspecto tan suave como una pluma se me ha clavado. Son las traiciones de la costra dura de la nomenclatura. Por eso mismo nunca megustaron los cactus. Llamar amor a lo q hiere.
Me pregunto por la escena de la paradoja y lo verdadero. Sol, resfríos, punzones, ayeres, presentes, vientre, mi ojo derecho medio ciego y algún sombrero... Pero siempre poder verlos. Aunque solo sea con un ojo. Poder verme. La injusticia, la crueldad, la tortura tienen nombre de miedo y de carencia de uno mismo. No los deseo en mi vida. Todo duele hasta que se recompone, vuelven a su amor, a su ser, a la luz... Tan solo hay que esperar.



2 comentarios:

  1. Bonitos recuerdos... No los pierdas nunca.
    Un beso.

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  2. Dijiste:
    """Sol, resfríos, punzones, ayeres, presentes, vientre, mi ojo derecho medio ciego y algún sombrero..."""

    Pensé en criticarte por tus excesos en tu inmersión literaria, pero comprendí que era verdad y no literatura lo que decías, que hablabas de nosotros, de los de poca voz y pocos medios, los que la democracia de los estados, ciega y muda y sorda, deja de lado y abandona y no proteje frente a los abusos no directamente visibles. Por eso no me gusta del todo a mí la literatura. Han adornado tanto todo, ruido encima de ruido, que cuando se dice la simple y austera verdad, nadie se inmuta, piensan que es otra floritura literaria. Vete a un oculislta de confianza.Los vidrios que utilizas para tus gafas no son los adecuados, provocan el deterioro, en vez de la curacíón de tu vista. A mí me ocurre igual, sólo que yo estoy solo y abandono la idea misma de defenderme, por las pocas probabilidades de éxito, frente a la ceguera que puede llegar. A la vez que lees -y nesitas leer; claro; unas malas lentes te destrozan los ojos cuando no son las lentes adecuadas.Y no es literatura lo que afirmo.

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El cuarto claro by Sofía Serra Giráldez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España License.