Para que no se me olvide.
Abajo, poema del libro.
Pero no recordaste
Cualquier ciudad transita
por mis manos
con las caricias de su lomo.
Ya apuntan modos
las dodecafónicas ingles,
se inscriben en el gozo
como las orugas que reptan
por los perfiles de las hojas,
doblándose
sobre sí mismas
amortiguan
el aroma de haber abrazado
donde más oprimen
los gestos:
el señuelo,
la bifurcación.
No hay otra palabra.
La verdadera huele.
Los techos indisponen
contra el cielo estrellado
y tú te cubres
con tejados a dos aguas.
Pero quién va decir
si el árbol o la mentira
crecen ajenos.
Mis manos y tus piernas
hacen tiempo lamiendo
la escarcha salvaje y antigua
que cubría la ciudad de las luces.
Desde aquí, desde este polvoriento camino,
voy preparando la partida
con espejos que no enluto
para no guardar
ominosos encierros
de otros lesos seres,
son sólo fantasmas sin
diafragma ni pulmones.
Algunos pútridos afanes
quedaron colgando del árbol
como bolas de navidad fuera
de temporada.
Tanta dejadez ausenta
el valle rico de la vertical memoria,
siempre verde y limpia
como el tiempo, nuestro compañero.
Este viejo camino
sin duda tránsito
como todos
los caminos
que llegan o hacemos,
este cansancio inaudito
solo se llama el poema
y se escribe
en dos palabras, o cinco:
mi hueco y tu lleno.
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