El muriente
Ante el misterio, cantar o callar.
Y me robaron el silencio
hace mucho tiempo.
Cansadas ya, las rémoras se duermen
al amanecer. Justo oriente.
Canta el mirlo cuando menos se espera,
ave nítida, tan límpido su eco.
Un acervo incita, no instiga, no
duele más, no pervierte el son.
Así que, recuperando un dios que no se
oculta,
desde esta memoria hablo:
Mi pecado ha sido recuperar
el caudal de genes que mis padres,
padres nuestros, amasaron
para nuestra fortuna:
Madres y padres todos
que engendrasteis este río,
mudad la desembocadura
desde este alba al muriente,
que ya, aquí, pernocta la mañana,
que aquí, ya, transitan las corrientes,
que aquí, en cuenta abierta,
el mirlo ya canta sosteniendo
con su acústica subacuática
todo aquello que, desde los peces
que poblaron nuestros pies
allá por donde entonces
el tiempo con banco en el paraíso,
nos hizo humanos sin disimulos,
más libres en la piedra de la orilla,
más hombre erguido sobre su bípeda
simiente
que ya otea el horizonte buscando la otra
baya
que ya la introduce en su boca con la
mano
que más allá del árbol
fuente bebe y la digiere,
que qué árbol sino
aquél que el árbol
ya hecho leña
para candela
de la caverna.
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