La entrañabilidad de la poesía de Vallejo
Desde esta ventana de mi tiempo
abierta al otoño de mis luces,
me deslumbra el paisaje limpio
de un cuerpo ya muerto
cobijando mis sentidos
en la cueva de la osa
que nunca deseó deshibernar.
Válgame el amor resucitado,
la placa conmemorativa de la endecha
descubierta entre las ruinas pétreas,
Petra alzada, en los cálidos acantilados
de la arena eterna, la entraña
intangible del verso secreto,
la cantina audible de la interna presencia,
alma incontable de almas
unidas por el hilo de plata invisible,
letras de ser a ser insistente
sosteniendo los cielos amarillos
del río sin sombra ni cauce
que ablanda los riscos afilados
del devenir humano
y su gobernanza de duelo y terror.
Porque más allá, mucho más lejos
del pasado, aún más distante
que el origen de la nada,
late la inquietud primigenia
de lo innombrable
o tan solo tan cercano
que desmiente al big bang,
o cualquier otra lejanía,
y el Universo adquiere
sentido de ser
bebé en mi regazo.
Y yo lo mezo.
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