Demiurga
El tiempo que me ocupa, me hace libre.
A la vez que la noche se cobija
en brazos de su futuro
y bostezando se apresura
a descansar de su jornada
y le va llegando el sueño
que la despojará del pasado
día vivido entre las estrellas
y la luz dálmata de la luna,
así su oscuridad me revela
la luminaria universal del orden perpetuo,
la constante e insufrible belleza,
la intangibilidad de tanto innegable,
tan pequeña yo ante mis neuronas,
me sucede el real escenario
de tanto vertido por las cataratas
invisibles de lo inabarcable.
Una noche que aspira
el oxígeno sin combustionar
ni consumir ni una mota de polvo
de medio planeta que a oscuras
permanece. Los ritmos medidos
los ritmos pautados de un celeste
mundo que nos inspira
eternamente cuando eternamente
erramos errados.
Ni música de esferas ni designios
divinos nos gobiernan.
Un universo completo e infinito
se crea desde el hueco craneal
hasta el terreno del social
concordato entre tú y yo.
¿Y, cómo acompañarlo, cómo habitarlo
cómo medirlo, cómo acompasarlo
si no nos entendemos ni silabeando
el mismo idioma de gestos y sueños?
Vagamos, como decía, como dije,
hace mil años, como burbujas
interestelares sin comprender
ni siquiera el lleno que nos sostiene:
Desconvocar el descanso de la noche,
amanecer al día del suceso,
poblar el horizonte con el tacto,
hablar creando el tiempo,
ese que mantiene
al universo
vivo.