Desconocida
voy huyéndole a la noche, nebulosa,
manto, velo transparente, certera
advertencia de mí
en este tiempo perdido,
¿o extraviada yo de él?
No sé si tengo que saludar
o ir despidiéndome.
Dar la bienvenida o asomarme
al adiós
que es abismo, que es región
no sé si de mis centros y alegrías
o el verdadero paisaje del lugar
que hoy me resulta invisible.
Un “no sé” tatúa mi frente
y en la zozobra de mi nuca
los opiliones se arremolinan
buscando el calor de la certeza.
No puedo darles nada
más que mi fría inquietud
sin nombre:
¿en qué país te has convertido?,
sin cabeza continúas caminando,
tus manos atarean cada tu día de mercado,
cada tu día de hoy que se te regala
sin precio,
sin saber de dónde proviene,
sin hallar tablilla de cera
donde estamparme,
pertenecer ni a recuerdos cuneiformes,
aéreos elefantes que he dejado volar
junto a la fluvial gaviota
que también vuela camino
de la costa, del mar, la orilla,
el destino sin destino posible
salvo el de su viaje.
Ahora comprendo al légamo,
a la verdina, ahora el perro
no muerde el agua, ahora,
los límites licuados del aire,
mis ojos como rasa tabla,
se abandonan a un río sin nombre:
el agua estancada crea la vida,
aunque yo no sepa cómo se llama.
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