domingo, 23 de agosto de 2020

Dos torres

Hay torres que ganan en belleza al hallarse en ruinas, sin que con ello me refiera a esa admiración más o menos mórbida por la decadencia, sino a que a las construcciones, a los artefactos, a los objetos y hasta a los pensamientos y a los sentimientos, a todo aquello que posee una entidad sea de la naturaleza que sea, el tiempo, como compañero nuestro que es, termina por ejercer de demiurgo otorgando ¿él o nosotros?) existencia propia a aquello que parece desvencijado o derruido. Ni siquiera podría decir que “transformado”, porque entonces presumiría que parte de algún otro ente. El adjetivo que más se acerca es el de “creado”, como extraído de la nada hasta ser él mismo por sí mismo. Y así, ya, conforma vida bella propia dejando de ser una ruina. A lo mejor por eso mismo escribí tras este libro ese otro poemario titulado “Extinción de ruina”, ahora que lo pienso. El poema, ¡por-dios!, que se me va de las manos esta introducción. 




Torre en ruinas

ciega estuve tú
con tu silueta rota
y ancha anduviste
cercando la contraviesa
de mis ojos, ese alma
que se pierde de lo más evidente,
torre albarrana,
torre marítima,
a deshora me avisaste
del drama urgente y pavoroso.
una torre ruinosa
lamida por el mar
y sus sales, pasto
de borrascas, de la tensión
de las mareas, del gobierno
de los locos muertos
de hambre y otros géneros
de sedes y sillones.

(Del libro "Los cabezos amarillos")


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