domingo, 31 de marzo de 2013

Domingo de Resurrección







Practico cierto desencuentro con las letras o no sé si con mi mente.
Debe ser que se me escapan algunas neuronas, atino a comprender. Quizás las he dejado olvidadas. En algún golpe de viento han debido quedarse enganchadas en la esquina
de la calle.
me saben mal las letras.
me saben mal las fotografías
Será que escribo con la garganta.
Debo terminar de corregir Suroeste. No veo el momento de hacerlo.
No tengo ganas de nada. La apatía me está inundando.

¿O será la lluvia?

Me está pudiendo el desánimo y el desánimo me lleva a la apatía. Yo, ¡apática!, ¡ja!
Perdiendo el norte porque este sur ya no es sur.

selva y lunática empresa
de simientes escondidas.
la despensa las guarda
como perlas
entre claveles
las cruces
siempre las cruces
señalan el paraíso. los obeliscos
los dejo para los muertos.
ellos y su hambre de verte.
ella y su muerte de ti.

Como no me encuentro en las letras me busco en las ¡casualidad y excepción! ayer me dispararon dos fotos en casa de mi madre. Me busco en ellas. Sí, es evidente, soy yo. Me reconozco. Aún no he perdido el juicio. Ni el apetito, por lo que veo… ergo, sana como una pera.
No es mi mente la que está enferma. Es el externo. Aunque debería estar contenta (tampoco estoy triste), porque es domingo de resurrección y mi madre no se ha muerto. Justo lo contrario. Como ayer por fin nos hizo caso (santo tranxilium), ha dormido muy bien, ya no le agobia la flema, los tobillos se le van desinflamando. La ansiedad. La culpable de la mayoría de nuestros males. El miedo. Lo que nos puede. Lo único. Desde nuestro origen. Hoy tan sólo sucede que hemos aprendido a reconocerla, a reconocerlo. Con alguna ayuda química nuestra mente se relaja, y por tanto nuestro organismo vuelve a sus fueros, a su naturaleza. A dormir cuando lo necesita, a excretar cuando es necesario, a razonar, a la sensatez de lo natural.
El miedo es el artificio creado por nuestra mente para defenderse de la percepción del mal. Surge el pathos como una de sus expresiones (el miedo también necesita expresión, el miedo es, sino un ser vivo, sí un ente) pathos por el bien o pathos por el mal. En todo caso, pathos.
El responsable de algunos perjuicios y algunos beneficios para el hombre.
Y yo me encuentro a-pática.
Completamente.
Será que he perdido todo el miedo.

Pero, me pregunto, ¿es sano vivir sin miedo?
Quiero responder que mientras se tenga hambre y sed, sí.
Y sonrío.
El espejo me hace cosquillas, me ilusiona.
Me encuentro.




yoesella(nula)


yoesella(nula)

ased
iada
seda
idaa
soma
dala
noche

nome
consu
mome
consu
mesu
como
deti.

agot
adas
uper
adap
orda
rtan
tost
úeso
yoes.

(Sofía Serra)

(debe ser algún árbol, pero yo no lo veo)

sábado, 30 de marzo de 2013

silencio

silencio

Amor, qué cerca te alejo
en el limo de mis sueños
ansiosos de mi pena licuada
en la paz incandescente y fría,
por qué no me limpias
con tus labios de frente
o de costado me apuñalas
siempre sólo me queda cintura
que doblar para protegerme
de tanto tangente de lejanía,
de tanto desvío tuyo.

desde este aposento
cabeza abajo me asomo
al borde del verde olivar
vareo tus sienes
movedizas y remotas minutas
alabeadas por los alisios
sellados en las aguas del río
transparentan su densa
seda me conmueve
hacia su corriente
lugar tal certeza
sin oscuridad con bajíos
lentos y descansados
en ti.

Amado,
cómo te llamo
si tus ojos ya se cierran,
¿tal vez querrías
que mi voz llegase
a los sonidos de tu mente
y, así, la sinfonía de tu sueño
callase cualquier espacio
para hacer tiempo
a la girándula de tus letras
en mi boca? Duermes y tus aves
concilian sedes garantes y vespertinas
para la garganta de una nueva aurora.

aquí quedan puros y duros
sin pronunciamiento
mientras la ciudad amanece
vencido el sueño
de intentar el silencio
de tus nombres.

Sofía Serra (De Suroeste)

viernes, 29 de marzo de 2013

El juego de la esperanza

El juego de la esperanza

podemos derrocharnos en la luz
o saltarnos aritméticas, todo
menos soy una esclava de mí.

hay cartas sólo flores
con las que jugamos
cuando somos ellas,
siempre son nuestras
apostantes,
¿has visto cómo ríe
la rosaleda al besarla
tus ojos abriendo
la mañana?
en cada balcón del aire
depositamos seria
esperanza de no caer.

pero siempre caemos:

sépalo dormida
y blanda la sierpe en flor
y ronca de tanto
despertar soledades

todo remolcando,
y todo lima,
y todo muge,

todo embarca la llaga,
todo ablanda el estuario
siempre iluso
todo taladra
la cabecera de tus ojos
al centro de mi espalda
vaga transita por mis hombros,
préstamos del aire,
véngate dentro
y arrastra conjeturas
sobre el tapete verde.

Eso pasa, dios, ¡cuánto pasa!
Pero no la esperanza.

(Sofía Serra, De Suroeste)

(Vaya por todos, pero vaya por dos Esperanzas de Sevilla que esta madrugada se han mojado... Ya están bien refugiadas.)

jueves, 28 de marzo de 2013

Mis muertes

Mis muertes

Mi abuelo paterno cambió de marca de tabaco. De Goya o Ducados, empezó a fumar Sombra. El médico le había recomendado no fumar o cambiar a esa marca, la primera “Light” que apareció en el mercado español. Lo recuerdo como unos tres o cuatro años consumiéndola y moderando radicalmente su ingesta de humo. Después le vieron una manchita en el pulmón. Me dijo madre: pulmonía de juventud mal curada. Dijeron los especialistas: Biopsia. Y entonces, murió a los pocos meses de que se la practicaran.
Me recuerdo camino del cine de verano con mis hermanas, la primera vez que íbamos completamente solas. Yo sintiéndome muy orgullosa de poder cuidar de ellas esa tarde-noche en la que murió, la tarea que mi padre me había encomendado: es que se ha muerto nuestro abuelo, decía alguna amiguita o amiguito del barrio que nos íbamos encontrando, así estamos (están, son pequeñas) distraídas, me ha dicho mi padre.

Celi: su mano en la esquina del pasillo del piso de la calle Imperial, nos asustaba asomándola sujetando un paraguas cerrado. Nos reíamos de puro miedo o nervios, alteradillas. Éramos más pequeñas que ella. Pero poco, lo suficiente para distraernos, lo suficiente para aún divertirse con niñas algo menores. Después su muerte. Un tumor cerebral, nos dijo mi madre. Vómitos, ceguera, operación, apenas unos meses y a los 14 años ya se fue.
Aún puede verse su triste mirada en las fotos de comunión de mi hermana. Estaba previsto desde hace mucho. Pero entonces yo no sabía.

Mi abuela paterna: con 94 años ya muriendo, no te preocupes abuela, ya viene el médico, y me cogía la mano apretándomela, ella, que ni casi besos había dado, me miraba con sus ojos brillantes, y yo,  "quieres que venga el médico, ¿verdad abuela?, asentía con su cabeza, “para ponerte buena, ¿verdad, abuela?”, y entonces vi resbalar las lágrimas (las de ella, que nunca había llorado) sin dejar de mover su casi esquelética cabeza de arriba abajo: ¡sí, sí, sí! me decía con su desesperados ojos ya siendo lagos. No quería morir. No he conocido a nadie que se agarrara a la vida como ella.

Mi padre: sus hombros bajo la camiseta interior, le apreciaba sus huesos bajo el tejido aunque no estuviera tan delgado. Cierta ausencia de la carne, como si esa materia comenzara a desaparecer antes de morir. Su nuca al practicarle el rapado común en la idiosincrasia familiar de varones calvos. Semana santa en el campo sin ellos. “Mamá, ¿cómo está-estáis?”. “Bien, hoy se ha tomado el vino con la pajita porque no podía llevarse la copa a la boca, pero bien”. Cuelgo el teléfono cuando termina la conversación. Salgo de la casa hacia la grama rompiendo en llanto desconsolado. “yo no quiero que mi padre se vea así, M., ¡no quiero!, ¡es horrible!, que se muera ya... con lo que mi padre ha sido, ¡cuánto tiene que estar sufriendo!”
Murió inmediatamente tras mi deseo, la madrugada del sábado al domingo de resurrección.
Y él no era creyente.
Ni yo.
Pero sentí como si alguien me dijera: me lo llevo, ¿no ves q mañana se resucita?

Mi madre, la veo morir, irse aunque algo en su cabeza no se lo diga. Ya tiene los tobillos tan hinchados como mi padre. Sé que le falla el corazón por pura evolución natural de su enfermedad. No quiso ir al cardiólogo hace dos años. Y la comprendí. Total, si lo que tiene es una fibrosis pulmonar. Hasta donde llegue. Ese hasta donde, que sea de la mejor forma posible. A su aire. La única buena forma.
Mi padre tuvo el valor de irse en zapatillas a la calle cuando no le cabían los pies en los zapatos, a pasear por la Encarnación (lástima, no conoció las setas. Bueno, lástima no, mejor). Así nos lo encontramos una tarde noche de febrero: “venga, M. vamos a tomarnos un cubata”, y yo enfadada porque ni aún enfermo quisiera dejar ese costumbre vespertina. ¿Y para qué?, pensaba luego… mejor el disfrute, su voluntad.
Siempre la voluntad.
Mi madre no quiere que me quede con ella, voy, apaño algo, el fregado, dos o tres cosillas, sus ojos cerrados, su “estoy más a gusto sola”… Yo me voy. Su voluntad. Apenas puede respirar, se alimenta de oxígeno y los buenos guisos que le prepara mi hermana, come aunque no tenga hambre, ella me lo dice, y yo recuerdo que en el hospicio de las monjas siempre fue una niña obediente, tal como ella siempre nos ha contado, muy obediente, siempre obediente, siempre...
Pero no quiere moverse ni para ir a la peluquería de la calle de al lado. Se rebela.
Su única rebelión.
Mi madre, mi madre. ¿Cuánto le queda de vida?
No quiero que se vea así. Sé que sufre. A su forma.

La muerte no es mala. Es malo el dolor. La enseñanza para nada. El aprendizaje y que nada de lo aprendido sirva. Ni el dolor siquiera.
No saber, no ver, no percibir: la técnica del no dolor. La única.
Y sé que soy incapaz de aprenderla.

(Once años hace que él murió, once años después, un 30 y un 31 de Marzo caen en la misma secuencia, sábado de pasión y domingo de resurrección. Supongo que tengo miedo y que, como siempre, practico el único mecanismo de defensa que conozco, prepararme, doler antes del dolor.)
 
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