Día D. Mañana
He llegado al silencio y aquí necesito poder quedarme. Haber dado con el hallazgo y asimilar la pérdida de la búsqueda sin consciencia.
Someter la alegría a la tristeza del no saber ya qué hacer.
¿Qué hago aquí? Y qué he hecho.
Tanto comprendido para nada, para no saber ni adónde he llegado.
Comencé serena y segura y termino con el corazón en un puño y una sensación de desbordamiento que me enmudece. ¿Qué he hecho mal?, ¿acaso el camino era buscar la felicidad? No. Partía de su hallazgo, del hallazgo de la verdadera felicidad, el encuentro con uno mismo dentro del sí mismo verdadero, el paraíso imperdible. El camino era seguir y dar, comunicar lo descubierto. Y he seguido. Y creo que he dado. Sólo creo. Pero sí he llegado. Hasta dónde. ¿Dónde esto? ¿Qué me remata?, ¿el encuentro con lo que deseaba o el deshallazgo del otro? Encontrarme en el otro ha funcionado, pero ver en el espejo y no poder acceder a él construye la jaula de la impotencia. ¿Impotencia de qué, para qué?, ¿qué necesitas? Comprendo al otro, a mí misma ni me acerco.
Todo se hunde arrepentido. ¿Qué he hecho, construido? Un camino que veo si miro atrás; pero si dirijo la vista hacia delante sólo vislumbro inquietud dentro mía, permanencia absoluta de lo que siempre me contrae.
La obesa bola de obsidiana hermética, uniforme, uni-ente. No sé nada. Lo que tengo hecho sólo me ha servido para llegar hasta aquí. Y me pregunto, ¿y ahora qué? No contemplo ni inercia ni voluntad. No hay nada. Nada más que inquietud. Una inquietud que me atora, que me ahoga. Que me duele.
El dolor. Siempre el dolor.
Sólo la poesía me ha generado bien hasta ahora, pero su camino me ha llevado al extremo opuesto y exactamente el mismo donde comencé, lo mío en el otro. ¿Me he quedado vacía? Me veo, veo mis propias espaldas partiendo ayer.
Brota la necesidad de frenar. Brota la necesidad de llorar. Sólo brota la necesidad. El llanto no sale. Es mi pecho interno el que suplica una luz, una salida ¿A qué y a dónde?
¿De qué tengo miedo?, ¿tengo miedo?
El shock, esto puede ser el shock: el resultado de llegar. Esta miseria en el espíritu, esta congoja. Si yo no quería llegar, sólo hacer…
Y ahora, ¿qué hago? O ¿qué deseo hacer?
La clave sólo puedo hallarla en mí misma. Nada ni nadie me aporta nada nuevo. Los datos me sobran. No los necesito aunque los adquiera. Los voy dejando caer desde mis manos una vez que los he exprimido, que me han dado su jugo, su zumo.
Mis manos están impregnadas de néctar. Nada puedo tocar sin manchar, ni a mí misma.
Se me acabó todo, todo lo externo. Y yo conmigo misma me ahogo. No me quepo.
¿Qué ente quiero? ¿Qué “lo que es” necesito?
Desflorar la piel que me cubre hasta expandirme por el aire, ser aire también diluirme, dejar de ser. El no ser.
El no ente.
A eso he llegado, porque ya soy en el otro.
Dejo de existir.
Aunque la intensa inquietud permanece. Allí, junto al tronco de encina seco, como si mi sombra hubiera decidido quedarse a su lado y mi cuerpo hubiera seguido caminando. Sola hasta de mi propia sombra.
El shock del que intento despegarme.
Seguir caminando hasta sin ella.
Ser continuando siendo.
Ser continuando siendo.
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