Minority report
Siltolá pasará a la historia (histeria, no) de la edición española por la publicación de este libro (ya sé que por la de algunos otros, pero ninguno viviremos para comprobar la veracidad de este ejercicio mío de posiblemente soberbia estupidez. Sin embargo, o tal vez por lo mismo, apuesto mi cabeza por esta precognición). En estos tiempos tan convulsos mediáticamente, tan resbaladizos para no importa si autor junior o senior biográfica y biobibliográficamente, concilia, llega la paz en el ser al contemplar, COMPROBAR CÓMO el ejercicio autoral de, voy a decir, media vida de compromiso, digo media por no acaparar actos de parcas, con la literatura, obtiene, mínimamente, el reconocimiento que este esfuerzo merece.
Muchos piensan, cuántos, que el ejercicio de poeta se reduce a una especie de reclusión querida y gustosa allá en la alta torre de un no sé qué uno mismo perdido entre los laureles de invierno, el naranjo, la azotea de la vecina o el mar que se ve y no se pero se imagina.
Pudiera ser que todo esto sea necesario metafóricamente hablando: son las claves en palabras, solo palabras cuando son exactamente eso, solo palabras, todo en esta vida tan llena de palabras que nadie entiende, que todos leemos, absorbemos sin solo asomarnos al mínimo de su significante (no digamos ya significado). Ni el mismo autor es consciente de su labor de autoría, al menos cuando logra que otros ojos la aprehendan, hay que repetírselo mil veces, si al menos se tiene la oportunidad. Y Manuel Moya es especialista en humildad y no creer en los demás. Como todo buen autor que ni siquiera se plantee el recurso de preciarse, (no, cielo, tú no cabes en la tumba, Manolo).
Menos Mal.
Se necesitan autores así.
Quizás uno por mil.
Con uno por mil basta.
Un solo autor por mil desatiende el infecto de la parafernalia y el robobo de la jojoya que mundifica la excelsa labor del ser de poeta. Uno entre mil. Quizás uno entre un millón.
Nada amiga de presentaciones de libros, nada amiga de recitales de poesía (por dios, hace tanto tiempo de la poesía pasó de la cantata a la letra escrita, ¿para qué ejercicio de memoria?), el pasado viernes no pude más que agachar la cabeza con lágrimas de emoción ante la Maestría poética y La Poética. Con mayúscula. Nada ni nadie lo ha conseguido en creo que treinta años.
Salvo este libro, Salida de emergencia, y esta editorial, con su labor como dios (poesía) manda.
Una paz conseguida. Gracias a Manuel Moya y a Siltolá.
* * *
Salida de emergencia o el absoluto ejercicio de la propia negación del ser de poeta. Leer Salida emergencia es contemplar cómo el poeta se revuelve contra sí en un cuestionamiento sin par sobre la propia labor poética, para terminar, sin previsión, siendo más poeta que nunca, o que todos, o, quizás, El Poeta. Salida de emergencia está autorizada para todos los públicos, es necesaria para todos los públicos, lo mismo para ese aficionado y hecho a los quehaceres literarios poéticos , que para ese otro que aún anda en pañales en torno al manido concepto de la escritura de La Poesía. Salida de emergencia enhebra el fatum sobre 800 versos, no sé si 900, 800 versos que al hombre, y por tanto al poeta, le eran más necesarios que la propia escritura. Que su misma labor de poeta.
Y SÍ, cielo, tú debes caber dentro.
Tienes que escarbar y escarbar hasta que quepas dentro,[...]
No hay salida de emergencia para el poeta, ni de emergencia ni de nada, simplemente no hay salida. Ni siquiera la propia tumba.