miércoles, 18 de julio de 2012

Los parasoles de Afrodita

Los parasoles de Afrodita


Ya llegaste, te has sentado ya.
Tengo tus ojos delante:
De su dorado vientre, el de Afrodita,
nacieron celestes parasoles,
sombrillas chinas que la diosa abrió
para cultivar mi piel con la nácar
y el humus de marino hechizo
arrojado sobre la ola que,
de vuelta y viene, con-forma la marea
del sanguíneo mar de poniente:
¡Mar mío, mar lleno, mar
tan grande como yo misma!,
exclama la diosa rediviva
ignorante de su testicular
progenie, urania utopía
transformada por mor del viento
en conflagración de carne
sobre agua-sal y carne.


Gemiste en mis ojos: ¡Dame aire!
Gemiste en mi boca: agua blande
y piel para el cuántico cuerpo,
envoltura de este juguete polivalente
en el que me sumerges hasta contentar objeto
de los ritmos internos que manifiestan la eufonía,
venéreas transacciones, de las celestes esferas.
Amor, cueva clara a la sombra
de los chinos parasoles visitas.
No tu música, no tus brazos,
no tu centro; ni siquiera tus alas,
en el reitero de esta penumbra
de piel interna, hallarán ajado,
que ella misma regenera
a medida de las Eras.
Que sí, vuelan ya.


Urano,
hoy ya caes,
hoy ya retornas
por tus genitales.
Qué castrado te dejamos, ¡ay!
Ay, castrado, sí. Mas —te hablo al oído—,
recuerda,
sólo a sangre
tu carne engendró
lo más sagrado.
Ahora ya cayendo,
piensa,
podrás hacer
de la descendiente de tus gónadas
real
cayado.

( Sofía Serra. Correcciones de Los parasoles de Afrodita)
 
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