lunes, 10 de marzo de 2014

Conduzco desnuda



No sé por dónde empezar. Mucho trabajo hecho y acumulado. Vuelvo del campo a la ciudad y no sé qué es peor, si el ruido de la rotaflex de la obra de al lado o el viento frío estampándose en mi alma, si apenas tener conexión para poder compartir lo que hago o disponer de una que me permite estar libre de manos (y hasta de pies). La indecisión solo es producto del miedo. Miedo a salir volando (con el viento), miedo a hacer volar por el mismo miedo de los demás. Trasnochar o no hacerlo, madrugar para servir a dios o al diablo. Al final el trabajo se acumula y la conclusión llega por sí sola. Solo hay que dejar volar a lo que se es, que la luz llegue. Escarbar hasta el mismo centro de la tierra como suelo hacerlo con mis poemas y mis fotografías. Servir a lo verdadero. Me baja la fiebre, y eso que vuelvo al nife, allá donde hasta la más dura piedra se diluye. La severidad solo tiene nombre de cáscara. Yo trabajo por horadar esta costra, la que sirve a la mentira y a nuestros miedos.
Hoy he conducido. El viento era tan fuerte que hacía oscilar la dirección del coche. No he podido evitar pisar hasta 150 km/h (*), aún a riesgo de que el viento me matase. Evito que me aplaste el camión que marchaba a 120 "adelantando" a otro automóvil que iba a 130. Prefiero morir siendo yo que morir bajo la limitación de lo que se engaña a sí mismo. Vivir, sé vivir con todo de lo que los demás intentan disfrazarse. Aunque yo vaya desnuda.

(*)Este blog es de literatura, de poesía. Por supuesto que en un segundo he tenido que ponerme a 150, las condiciones del tráfico así lo exigían. La velocidad de crucero normal hoy en día en una autopista (para un experto conductor, que yo lo soy) es de 130. Y lo que la norma establece, no sobrepasar los 120 km/h. Pero nadie puede hacer nada contra los que ponen en peligro la vida de los demás, y yo he debido intentar salvar la mía (y de camino la de unos cuantos), con conciencia. Solo tengo una. VIVIR, a costa de nadie y procurando el bien de los demás, es nuestro principal deber.

domingo, 9 de marzo de 2014

Dolores de en-tuerto

Cuando me sentaba en este mismo escritorio, mis letras eran jóvenes. Desde los dieciocho a los veintinueve anduve (porque andaba, seguía caminando por muy sentada que estuviera) con la compañía de esta mesa y esta misma silla. Con él, y sobre ellas, estudié mis últimos años de carrera. Con él, y sobre ellas, escribí mi tesis de licenciatura, y tantas cartas como días contienen seis años. Es, y se trata en realidad, de mi escritorio de toda la vida. o del escritorio de toda mi vida, que quizás hoy se cierra. Hoy, sin preverlo, se ha vuelto a recomponer, bajo el sol de un día deslumbrante. La mesa, ya algo desvencijada, provenía de las pertenencias de mi abuelo. Sobre ella aparecía siempre lustrosa su máquina de escribir, una preciosa underwood donde me destrozaba los dedos intentando mis primeros ejetcicios con semejante armatoste. entre tecla y tecla casi cabía la mano de la niña de dies años q se afanaba en comprender el funcionamiento del artilugio. Hoy ya desaparecida, la mesa q la sostenía forma parte del mobiliario auxiliar de esta casa de campo. Sus cajones encierran o protegen alguna colección de mecheros, útiles de imprenta, papel de cartas, folios de colores... La silla, que fue fabricada por un tío carpintero expresamente para "las niñas", proviene del desmantelamiento de la casa de mi madre, inexistentes ya, la casa y mi madre. Ella la usaba, una vez q yo dejé de vivir allí, como auxiliar de cuarto de baño: depósito para algún  primoroso neceser  y asiento para su descanso cuando se asfixiaba al caminar ( un paso) de la ducha al lavabo.
Hoy se reúnen al sol de Marzo, mesa y silla. Vuelven a lo q fueron aunque el escenario sea completamente distinto, en apariencia. Un dardo doliente, punzante, pero de aspecto tan suave como una pluma se me ha clavado. Son las traiciones de la costra dura de la nomenclatura. Por eso mismo nunca megustaron los cactus. Llamar amor a lo q hiere.
Me pregunto por la escena de la paradoja y lo verdadero. Sol, resfríos, punzones, ayeres, presentes, vientre, mi ojo derecho medio ciego y algún sombrero... Pero siempre poder verlos. Aunque solo sea con un ojo. Poder verme. La injusticia, la crueldad, la tortura tienen nombre de miedo y de carencia de uno mismo. No los deseo en mi vida. Todo duele hasta que se recompone, vuelven a su amor, a su ser, a la luz... Tan solo hay que esperar.



sábado, 8 de marzo de 2014

La desquerida

La desquerida

¿Y de qué sirvió que te acupuntaras?
Los vacíos como las cañas huecas
y el orificio expeliendo
música desde tus yemas
a mis labios de tierra
abierta de tu boca.
Ya hablaremos de amor
cuando las rosas sanen.
Mientras, me abordaré
tras el leve tarareo
de tu yugular esperando
que asome sola
la sonrisa del tiempo
por venir
más rosa y lirio:

extirpar el candado de este pecho,
que estrellaras tus ojos sobre mi aorta.

Yo no fui mujer ni cadera
ni tálamo maldito que en tu vida
infringes. Yo no fui timón levante
ni simún o mistral ni solanera,
ni siquiera un hueco o viento
caliente o frío que en tus manos albergara
a esa estrella escapista que hace huída
doliente mientras mis uñas emponzoñan
manjar preso de injusticia: hígado
para los buitres fui esparciendo
acre y húmedo alimento de roca
que no fui promesa ni en cadenas confluí
con el río que ya no fluye ni yerba
oscilante siquiera en el margen
del dolor de la oscura y negra fiera
que duerme en la rama de la acacia
como si bello canto nocturno
trinaran sus encendidos iris.
Yo no fui ni selva monte
o bosque de tundra sólo solitario,
ni fui ni sigo siendo sólo loba
o madre ni sólo risa.
Yo no fui mar ni cima
ni siquiera fuego o el agua
sin comer desaparece
infligida por la noche
que no se bebe.
Y no fui ni olmo
ni siquiera sauce
que llora fui
si acaso flema
ni siquiera
yo
poeta.

jueves, 6 de marzo de 2014

El imposible olvido

El imposible olvido

Así como así
te has ido
desprendiendo
de cada velo o vuelo
unido a ti
de mí te vas
olvidando
de ti.

martes, 4 de marzo de 2014

Así

Así

La tarde llorando
me recuerda mi pesar
pesando sobre este frágil
bienestar, tan breve,
tan ligero tanto suyo
o mío tan liviano
como la afilada brisa
de la incertidumbre
o la certeza de saber.

¿Dónde estaremos cuando
tú y yo nos amemos?
Dónde sobrevivirá el descanso,
el consuelo, cuando mis lágrimas
tumben tu pecho,
cuando la virtud de la vida
aparezca en nuestras vidas,
cuándo...

Cómo...

Así dejo sellados mis labios,
como un hueco de presente
u obsequio de silencio
para el futuro y la muerte
del dolor.
Sin pasado alguno.
Sin porqués.
 
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