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martes, 31 de julio de 2012

El cansancio de Afrodita (Que vuelvan los lilas)


El cansancio de Afrodita (Que vuelvan los lilas)

Como las lilas de ultramar.
Así me posé sobre la yerba
cercana a tu estanque,
convertí cañas en siringas
hasta inundarte
de ti. Canto y taño.
En honor de las letras me hago sangre,
despedazo cada labio por ver
si al nombrarlas consigo
oír el descanso.
Anhelo el otoño sin que haya nacido el verano.


¿Y si me dejas en reposo?
No morirás aunque duerma,
la luz se hace luz sin el tiempo:
hay algo más.
En el vacío interestelar
coexiste la anti-materia,
¿por qué yo no puedo auto-extinguirme?
Ser capaz de perpetrar deicidio
contra estas cansadas manos,
estos pesados brazos más tuyos
que míos: deja que duerman.
Al parecer, sólo el aire me mantiene viva,
ventana y lumbre.
Al parecer, el sonido no ondea sobre el agua,
puerta y límites.
Al parecer, los lilos florecen una vez al año.


¿Qué tal si me permites apoyar la cabeza
aunque sea en la nube de espinas?
Ahuyentarme. Dejarme en paz de mí.


Auto-ventilarme en un sol,
en una punta,
en un nítido y exento atisbo
del negro sobre el blanco.
¡Puff!, y dejar...
Dejar de ser.
Auto-inhibirme en el altar
de las lilas abiertas a lo que sea.


Al blanco.


Sofía Serra (Correcciones de Los parasoles de Afrodita)

miércoles, 18 de julio de 2012

Los parasoles de Afrodita

Los parasoles de Afrodita


Ya llegaste, te has sentado ya.
Tengo tus ojos delante:
De su dorado vientre, el de Afrodita,
nacieron celestes parasoles,
sombrillas chinas que la diosa abrió
para cultivar mi piel con la nácar
y el humus de marino hechizo
arrojado sobre la ola que,
de vuelta y viene, con-forma la marea
del sanguíneo mar de poniente:
¡Mar mío, mar lleno, mar
tan grande como yo misma!,
exclama la diosa rediviva
ignorante de su testicular
progenie, urania utopía
transformada por mor del viento
en conflagración de carne
sobre agua-sal y carne.


Gemiste en mis ojos: ¡Dame aire!
Gemiste en mi boca: agua blande
y piel para el cuántico cuerpo,
envoltura de este juguete polivalente
en el que me sumerges hasta contentar objeto
de los ritmos internos que manifiestan la eufonía,
venéreas transacciones, de las celestes esferas.
Amor, cueva clara a la sombra
de los chinos parasoles visitas.
No tu música, no tus brazos,
no tu centro; ni siquiera tus alas,
en el reitero de esta penumbra
de piel interna, hallarán ajado,
que ella misma regenera
a medida de las Eras.
Que sí, vuelan ya.


Urano,
hoy ya caes,
hoy ya retornas
por tus genitales.
Qué castrado te dejamos, ¡ay!
Ay, castrado, sí. Mas —te hablo al oído—,
recuerda,
sólo a sangre
tu carne engendró
lo más sagrado.
Ahora ya cayendo,
piensa,
podrás hacer
de la descendiente de tus gónadas
real
cayado.

( Sofía Serra. Correcciones de Los parasoles de Afrodita)

viernes, 13 de julio de 2012

Afrodisíacos fuegos


Afrodisíacos fuegos

I

He vivido alguna decena larga de incendios forestales, la mayoría leves, escasa superficie quemada, y cercanos; la menor parte descomunales, graves y algo alejados.
La primera vez que vi arder el bosque en primera línea de fuego, hay expresiones que no tienen desperdicio, fue hará unos treinta años, allá por la Sierra de Alájar, en la peña de Arias Montano (Huelva). Yo pasaba días de vacaciones en el cercano pueblo de Fuenteheridos. La juventud en tropel nos desplazamos a ver el espectáculo. Quedé impresionada, comprendí la inutilidad de las manos del hombre contra una llama del tamaño de un árbol crecido. El aire y el fuego se confabulan contra las carnes tiernas de los seres vivos, en esta ocasión, las víctimas seguras, las verdes de las plantas y las blancuzcas o rojizas de los insectos y mamíferos de menor tamaño. Los pájaros huyen volando, los animales grandes suelen saber ponerse a buen recaudo si la velocidad de sus patas se lo permite. Recordaba la película “Bambi” que tanto me impresionó de pequeña. El hombre intenta, y en ocasiones lo consigue, luchar contra él.
Los terrenos se recuperan al año siguiente. Cientos de árboles desaparecen, décadas y hasta cientos de años de laborioso trabajo de la naturaleza, pero es cierto que la tierra vuelve a reverdecer. Nada se pierde en la naturaleza. Somos los hombres (¿no somos naturales?) los que perdemos: pulmones, recursos para explotaciones forestales, ganaderas o agrícolas y solaz para nuestra vista ante la contemplación de paisajes verdes. Identificamos belleza con paisaje verde, cuando estéticamente un paisaje quemado no sólo no se desprende de esa cualidad, sino que, dependiendo de gustos, hasta puede multiplicarla.
El fuego nos asusta tal como nos da de comer. La vinculación del ser humano con la combustión del oxígeno, un fenómeno natural, se demuestra desde los primeros mitos y en todas las culturas. Hoy en día es sinónimo de catástrofe. Catástrofe humana, medio ambiental, es decir, de nuestro espacio, nuestro hábitat. ¿Nuestro hábitat? La Naturaleza.
Ella nunca sufre, sus ritmos e intereses son distintos a los nuestros, ella siempre gana, nunca pierde, la naturaleza sigue su curso, nada es catástrofe para ella. Se mantiene y se alimenta de sí misma, sabe recrearse y autogenerarse. El hombre con su inteligencia no la ayuda, no debemos engañarnos, sólo nos ayudamos a nosotros mismos, egoístamente. Sembramos plantones de árboles allá donde el fuego arrasó bosques, construimos nuevos paisajes, como las hormigas, ellas también los transforman con el triture de la tierra en sus excavaciones, sólo que nuestra potencia es mayor.
Como la del fuego.


II

Sierra Pajosa ardía casi un año sí, otro no y el de en medio también. Sierra Pajosa no tiene árboles. La cubren retamas, esos grandes arbustos de hojas finas y delgadas de color verde blanquecino que, de tan agrupados y en la distancia, asemejan un manto como de terciopelo sobre las estribaciones de la serranía. Ardía un verano y al verano siguiente la contemplabas otra vez verde. No quedaba ni una sola encina, conforma una isla de arbusto entre dehesas, bosque rural, bosque del hombre. El riesgo más peligroso lo constituía que las llamas se desplazaran hacia el borde de la carretera: una gasolinera. Pero los terrenos cuidados por el hombre suelen estar libres de ese peligro. Prevención, limpieza de rastrojos, cortafuegos. El hombre sabe apañárselas hasta para (no) provocar un incendio.
Fermín nos contaba cómo las rencillas familiares y sociales de la comarca se solventaban a base de provocación de incendios en los terrenos del “enemigo”.¿Tú no me dejas cazar en tus terrenos en pleno otoño?, fuego que te endilgo para vengarme. Se deja correr un conejo con una ristra de cerillas encendidas amarrada a su cola. El vecino, normalmente gran o mediano o hasta pequeño propietario se quedaba sin dehesa para sus cerdos. Hubo unos años en que se aprovechó una guerra para solventarlos, la civil española, claro. Pero esto es pieza de otra cacería, cerdo de otra matanza mucho más grave que la que el fuego provoca. Al hombre le acompaña la conciencia del tiempo. A los animales y las plantas, no. Un país , un grupo humano, tarda en recuperarse décadas, si no hasta algún siglo. Parece como si a nuestra conciencia temporal le acompañase la capacidad para retardar la resurrección de la vida natural del hombre, su psicología, sus emociones, sus relaciones sociales. Su mente, su dolor, su capacidad para la alegría.
Pasé la noche casi en blanco. A seis o siete kilómetros se había declarado un incendio, esta vez en zona boscosa lindando con Sierra Pajosa, de encinas siempre, pero con matorrales tupidos entre ellas, típico bosque mediterráneo preparado y conservado para la caza, es decir, para que muchas especies pudieran criarse durante el verano. Tardó en dejarse controlar. El viento no cobraba fuerza, pero la visión del horizonte nocturno festoneado de llamas imponía demasiado. Temía que aún discurriendo el pleno verano al aire le diera la ventolera por traerlo del norte, un casi imposible. Pero, ¿y si sucedía? No estaba cerca, pero  quinientos metros no son nada para una chispa en el aire. Hablábamos siempre de nuestras capacidades para poder contener un incendio que llegara a nuestro alrededor. Teníamos la yerba seca cortada, al menos la más cercana a las casas si ese año no habíamos tenido ocasión o recursos para desbrozar toda la hectárea. Los diferentes puntos de agua estaban estratégicamente situados, casi por casualidad, y si alguno faltaba, la tal manguera más cercana disponía de metros suficientes con los que acercarse a determinada zona más alejada.


III

Resultaba espectacular ver trabajar al helicóptero que ayudaba a extinguir un pequeño incendio que se declaró en la ladera de Las cañadillas. De él colgaba uno de esos artilugios que recogen agua y la dejan caer en puntos concretos. Evolucionaba volando en dirección hacia una zona que identificábamos como lugar por donde aproximadamente podía correr la ribera. Llenaba el helicóptero la bolsa o cubo de enormes dimensiones con agua, se elevaba, volvía a desplazarse por el aire y, cuando llegaba a la zona determinada, dejaba caer el líquido contenido. El agua. El agua contra el fuego. Una manguera no fue capaz de controlar uno doméstico que apenas quemó más de 200 metros cuadrados. Pasto corto, ralo. Una encina cercana y cuatro o cinco árboles recién sembrados. Labor controlada de quema de mínimos. Viró el ligero viento, giró a Levante. El hombre se quedó sin manos para dominar.
Afortunadamente, por la carretera cercana pasaba justo en ese momento una patrulla del Infoca. Vieron el humo. Cuatro o cinco potentes hombres y mujeres altos como trinquetes saltaban las vallas de piedra como si fueran atletas, que lo eran. Carreras, palas de goma, cinco minutos, fuego extinguido.
Temblé como una perrilla con frío. Lloré de impotencia, pavor. Nada se pudo hacer por el pequeño laurel, aunque las llamas ni lo habían rozado. A la higuera hubo que mimarla durante años hasta que pudo dar frutos, aunque siempre ya creció achatada y como arbusto algo desmesurado. Ella fue la que inauguró casi diez años más tarde el poemario Los parasoles de Afrodita.

oOo

viernes, 15 de junio de 2012

Bailando con-suelo

(El desconcierto es la semilla de la poesía, el estado mental que debe poseer al poeta justo antes de acercarse a la sabiduría del poema. Es el límite, el espacio sin lugar, el blanco, el “in albi”, el la nada.
El desconcierto abruma y la bruma es poesía Todo lo que sea descorrer el velo nos sobrecoge “pre”. Pero nada hay que podamos hacer contra el hecho de ver. El viento siempre nos tumbará. No hay vuelo ni gozo. Es natural. Un estado natural, como el hambre, Como el dormir, como el reír o el llorar. El desconsuelo. El desconsuelo es el arma del poeta, su pica en Flandes. Si la clava, nace la verdad.)






Bailando con-suelo


Y este pecho mío,
este giro venido a mayor vuelo,
este cubrecama,
esta solana vuelta,
este canto de gaviota
afinado en el diapasón
de los aullidos de los lobos:
esa luz licuada bajo la sonrisa blanca.
Yo no te buscaba, Amor. Busca cielo
y busca barco el agua:
Y el barco viró girando sobre sí
compartiendo sino
con el tren que vino y fue.
Yo no te buscaba, el torbellino
arrima sello al destino
y desvela el nombre de muerte
en la fotografía quemada
del tiempo sin consuelo.
Has llegado lentamente,
pero has dado la vuelta a la vida.
… Si ya ves que no te vi venir
despacio, en pausa mis ojos
o tal vez cierta ausencia
de sagaz aplomo para estas cosas,
céfiros que los llaman, y yo,
verdades las he aullado siempre.
… Si es que no te vi llegar.
Sí que soplé templada,
desde el natural de mis pulmones
a la flor desnuda que abre
cosecha bajo el suelo.
Sí, vuelta a vuelta cintura asomada.
Sí, al pretil de la tuya.


Dicen que sólo puede explicarse del revés,
mas ya hace algunos siglos
que la jardinera regó collares,
y decenas de años que artesonó
el techo con sus iris muertos
abiertos a la bruma, a la niebla...
Y aquel sin consuelo llegó rodando
hasta sus pies como perla transparente.
Pero por el suelo, por el suelo avanzó girando.


Hasta los nudillos de pie con el puño en alto
la eterna lobezna se irguió y ahora pregunta:
¿Queda alguien puro en este mundo?


Nudillos, no tengo a nadie.
Nudillos, no quiero nada.
Nudillos, todo doy:
Matriz longeva pare puños de alegría
ensartada nudillo a nudillo
en el collar de las perlas licuadas
que germinaron allá en la tumba.
Más este con suelo, este consuelo
que desdice ya mi palabra antigua.


Sofía Serra (De Los parasoles de Afrodita)



miércoles, 1 de febrero de 2012

Canto de amapola-libertad

(Correcciones "Los parasoles de Afrodita")


Un poema que me tiene frenada en terminar ese poemario, creí que ya por fin lo tenía, pretendía hace unos minutos grabarlo recitándolo y...




:)))


Aquí dejo el poema habiéndole metido mano de nuevo, me tiene "desesperá" este poemario, ;)

Canto de amapola-libertad


Como las tórtolas,
como las tórtolas de las tardes de verano
que se enamoran entretejiendo la armonía,
el mutuo silábico de la palabra
del tú al gemelo que se ha perdido
en los vagabundeos por los lugares,
así permaneces tras el propio verbo,
y,
sonríe, ave de la noche llena,
sonríe que en tu boca laten
las flores de tu estómago
tan ardientes y frescas
que yo las huelo,
que ya arrasan mi mucosa,
...ay, amor, tus flores de mariposa
con pétalos de amapolas...
¿cómo no orientarlas hacia tus pies
o depositarlas en tu sabia boca?
O esparcirlas sobre tus hombros,
sobre tu cabello ungirte
con el bálsamo del sueño
sobre el camino desandado
que sólo trae de vuelta
lo que somos, lo único que cuenta.


Escribe un libro con los besos,
levanta el vuelo alto
de tus rojos y pétalos:
de la roja amapola
llega
la pacífica respuesta y su libre imperio sobre la mies,
que yo, ya,
uní
sus semillas con mis pechos,
que yo sé del estipendio
más allá de la rasas leyes y del amor
a toda muerte de lo huero
y la mentira del reclamo
sordo.
Como la verdad grande y buena del agua se bebe:
Las amapolas no necesitan para florecer
más que el siguiente año. Que aún no existe.
Miedo al futuro-Sólo-Miedo a lo nonato-Sólo-Miedo a lo inocente.


Y aquí, la urdidora de letras,
lenta siempre jardinera
de amapolas y tulipanes
de futuros anteriores,
siempre sol y viento,
siempre agua, siempre tierra,
siempre manos tuyas
me han sembrado, y yo,
en la tierra-yo cultivo
tu semilla de hombre bueno:
Gozo, gozo al regar esta dehesa
libre de los escombros de la bestia.
Gozo al traspasar el filo envenenado
de la renta en la avaricia
sobre la que todo surte,
todo abona, todo cuida
la jardinera.
No ha mentira, no hay amaino
sobre pétalos en vano
hasta el vacío del revés o del derecho
todo llena: sólo hay que dar la vuelta.
Yo soy fuerza y poder de Hombre,
verdad de tú a tú, de amapola a tulipanes
esto hablo:
es demasiado de ti
o de solo y sólo
entre dos se nombra:
en sí, sobre mí y por ti.


La alterada amapola
te grita con dos cantos de besos
y en el verso escribe lo que tú ya sabes:
Yo no quiero más de ti que por ti,
que eres roja y escindida de ti
flor de amor:
Ay, jardinera, qué lenta labras...
Que ya no te queda nada por hacer...
Que las amapolas han brotado siempre por sí solas.


Sofía Serra (Los parasoles de Afrodita)

¡Ah!, por cierto, lo escribí como una verboluz, hilado con esta fotografía, la cual disparé en el Jardín Botánico de Madrid un 24 de Abril de 2010.

miércoles, 18 de enero de 2012

Los cotiledones

(Correcciones "Los parasoles de Afrodita")

Aprovecho esta entrada para decir que la editorial Baile del sol me ha asegurado por dos veces su interés por publicar este poemario. Saldría para el año que viene. Lo escribo en condicional porque aún no he firmado nada y queda mucho tiempo.
Este poemario, aunque pienso que es de los más bonitos que la poesía se ha dignado en querer hacer salir de mis manos, es muy complejo, por sus poemas, claro, también por la idea de su tema sobre la que  se fue pergeñando. En realidad es un intento de reivindicación del eros personificado en la figura de Afrodita,  una especie de pelea mía porque todos fuéramos capaces de ponernos en el lugar de ella, que tanto ofrece y sobre la que tanto se pervierte, se usa  fraudulentamente, sus sufrimientos, sus batallas y su necesidad de hallar paz y hasta cobijo (parasoles).
Pero como digo es complejo, la mayoría son poemas muy-muy extensos, con ritmos endiabladamente dificiles, creo que gana por completo cuando el poema lo recito, no por mi voz o mi capacidad (escasa) para recitar, sino porque al menos puedo así transmitir el ritmo y tono originario desde el que nacen, que sí es muy particular, mío, una amante de la música, el ritmo, sevillana, medio africana y encima con conocimientos musicales porque anduve en mi niñez y adolescencia estudiando en el conservatorio, o sea, todo se me junta rítmicamente  en este poemario.
En cualquier caso, aunque terminado, no dejo de darle vueltas, sobre todo a esos poemas más extensos, así que subo este con nueva revisión (décimoquinta según mis archivos tras seis anteriores de estructuración).
Este poema en particular es importante en ...bueno, mi poética, porque es cuando por primera vez consigo nombrar algo que se convierte en clave de toda mi concepción del arte, esa "costra dura de la nomenclatura" sobre la que tanto abundo siempre, incluso fotográficamente.



Los cotiledones


Fuente y albedrío libre de junto a mí:
ya sobrenada tu agua bañándome
desde mis manos que sobre ti han sudado.
Suerte-sal y urbano renombre del monte
sobre el monte de Venus,
o sobre la colina del loco,
hacia esta orillas vivas de estuario
que se abre a la barra del río que me hace y renace.


Ay, Amor, cómo destilan néctar
las flores de estas jacarandas
altas, altas como los rascacielos.


Desde estos valles de verde amapola,
yo respiro exaltada sobre mi cadera unida
a tu alma cerrada de vértigo
a los dólmenes que sostienes
con las puntas de tus dedos,
a los adoquines mojados,
al pilar-soledad de tus retozos
sobre las vendas de seda de la droga blanda
de las carnes acicaladas
de las diosas que no son griegas.
Solapando temblores,
apisonando tu bomba-corazón
bajo las otras humanidades, las otras voces,
las vampiras de la celeste sangre.
—Y todos abastecidos
sin saber que el agua
que bebemos no proviene más
que de un mismo pozo
que no tiene nombre.
Mar eterno, mar sin orillas, mar subterráneo
bajo la costra dura de la nomenclatura—


Ya se yergue salvaje y sañuda
el ave de la suerte. ¿Suerte?
Suerte nuestra de Ser de Hombres.
Sino lleva destino sin nombre
de vida y marea, la vena
que nos atraviesa de parte a parte y no duele.
Ay, salvaje clámide que te espera,
velo translúcido a horcajadas de tu cintura,
tanagra abrigada, ¿a qué esperas para desembarazarte
del telúrico manto de lino que te ampara?
Luce como la Venus de Milo, aun sin brazos,
luce cual estatua blanca de alma,
predispuesta a tornarte
en manca y grande esposa viva
del hombre y su tierra y su agua clara
del pozo desde el que ya naciste.
¿Libertad manca?... Libertad plena.


Cerrada la puerta de amapola
viva, no olvido que tras el paso de la corriente
quedan germinales nuevas semillas,
tartáricas visiones de quien anduvo soñando muerto
que duerme sobre la cama de su osamenta
clavada al suelo de sus necesidades,
mis anhelos.


Canto al poeta en paro,
canto al de roja sangre,
al derrotado en la tierra
ante los ojos torturados del semejante.
Canto a la vida fecunda que adquiere nombre de vida
más allá de tus manos o los cotiledones de mayo,
canto serio sin sonrisa de risa: nunca ríes, poeta de ti.
Come alegría, come vida, cómeme.
Cultiva mis lágrimas, lava mi ropa, revuélcame en tu cama.
Acoge en ti algo más que el título bajo el que te escudas.


El poeta quiere estar sólo, ¿qué le pasará al poeta?
¿El signo por sus alas o el saco desgaje
de su vientre descuartizado?
¿Qué le sucede al poeta que ni sabe ni contesta?
El poeta tiene que estar solo, ¿cómo puede vivir el poeta?


Poeta a más contra el viento,
poeta a más contra la suerte que surte
poetas de más y más voz contra la mansedumbre
y las vieras de peregrino hacia el lugar que ya sabemos.
Que no es Dios.
Solo, libre y pendenciero contra su alma,
el poeta nace más allá de la entrepierna madre,
en las almenas que amilanan
la sombra de las nubes bajo el cielo, bajo tu cielo,
hunde tus hombros en el poder de la mies,
llora naciendo, que así cantaremos
con tu llanto los que nos pudrimos,
los que morimos, los que abaratamos este silencio
con míseros cantos de gozo travestido.


Ya ves cómo abro esta risa a caudales de dos manos llenas
de aire va, agua viene, tierra fértil, fuego mío,
sentencia a sangre de poeta abrasada en viento,
no más que ente divergente ya sin voz, aún sin flores y sin llanto:
no más que dos cotiledones abiertos al sol de mayo.


Sofía Serra (Los parasoles de Afrodita)

domingo, 18 de diciembre de 2011

La palabra dada

La palabra dada


Compaginar
la salud de los mortales
henchidos de vértigo
sobre el precipicio de la retama
—esa que, abandonando la dehesa,
sentó sus reales en mi mesa—,
¿puede acaso cada rama
de sus elucubraciones instantes,
sueltos y me llevo suelto
y quito, suelta página
y te deslumbro a vela salva
y llama y superficialmente?


Venerar tantos quistes, tantas agujas en el cielo,
tantas grietas en la tierra, tanto secano soportado,
tanta helada desmoronando los aceites
de mis ungidas raíces y sus temblores…


Redoma de versos. Palabros
rescindidos y quincallas
que cuelgan de los andarines dedos
tiritantes bajo los guantes de goma.


… qué frío de mundo
paralizando a cada parte
de uno; y aflorarte.


Y revocarte.


(Sofía Serra)

jueves, 15 de diciembre de 2011

El temblor (poema al primer recuerdo verbal)

El temblor (poema al primer recuerdo verbal)
(A la Venus de Willendorf)


con qué mando vino
y a qué fango llega
la venia bajo la que te labraron.
Si conocemos el momento,
¿te imaginas un desierto sin hombres
poblado sólo de árboles?
…Y entonces llegaron
sus pechos manando leche
y en su barriga
crece la nueva vida
y se haga fuerte
y coma con sus dientes
y hasta ojeras tiznará
al enfrentarse a la pendiente
cuando el jefe de herida muere
por el colmillo del mamut,
o tal vez por la venenosa
espina de la acacia
que por entonces verdeaba
las arenas del sáhara.


Ni qué decir tiene ya
su vulva fue el origen
del mundo para ellos,
pobres hombres blandos
y sedientos de rascacielos
que los elevaran del frío
del suelo de la cueva.
Pero he aquí que llegó
su bonhomía temprana,
y la mujer chamana
se talló en caliza
hasta dar lugar,
o luz,
al misterio:


y si a esta piedra
y la clavo y casco
y lasca a lasca
ya llegarás,
cuando se me abra
la rosa dura.




Pensó la mujer naranja
con el contraluz
de un cuerpo y durmió
con un cuerpo,
soñó, despertó
y se levantó del tálamo
de piel de alce
con su cuerpo
girado hacia el oriente
del horizonte naranja y negro
y rojo temblor:
terremoto
sopla con sus piedras,
te nombra meciendo
sus estepas altas,
te labra moviendo
tus pequeñas sábanas
te engolfa en las voces de afuera
cuando mis muslos
aún no habían engordado
con la teta, en la cuna
y desde su tierra
se cinceló la talla
de esta no sé ya
si habla o antigua.

Sofía Serra (Noviembre, 2011)

miércoles, 14 de diciembre de 2011

¿No se va a hacer nada en Sol este fin de año?

Aquí, en Sevilla,  visionando de reojo una película española donde aparece la Puerta del sol (Madrid) en un fin de año, me lo pregunto: ¿no se va hacer nada en Sol este fin de año? Ya ha pesado el verano, el otoño y hasta las elecciones...¿Ya está todo el mundo contento con sus libros publicados, editoriales incluidas, sobre la movida o con sus resúmenes y / o poemas sobre lo vivido puesto por escrito en sus blogs? ¿Ya esos escritores con nombre y sin ellos, esos tantos artífices, críticos poéticos incluidos,  que tantísimo se inclinaron desde sus pedestales oficiales y extraoficiales, léase esnobistas, sumándose como locos a todo el movimiento (ver prueba ínfima y personal en mi etiqueta 15-M) hicieron su primavera, su agosto y hasta su Octubre? ¿Estiman ellos YA que, llegado el invierno, deben hibernar como preñadas osas? ¿Preñadas de qué?, me pregunto.
Madroños, ¿quiénes se han emborrachado con vuestros frutos este otoño?

Este invierno medio frío, no traerá año de bienes, a menos que nieve.
(Esto por supuesto no es poema, ni prosaica prosa.)


(Correcciones Nueva Biología)


Mayúscula sonal solar


Será que el Sol tardó en llegar.
No sé qué hace
ahora dando
la verdad.


Sofía Serra (Nueva Biología, 2010)

lunes, 12 de diciembre de 2011

La puerta II

Tengo distintas "puertas" en distintos poemarios, a ver si soy capaz de ir dando con todas ellas:


(Correcciones "Nueva Biología")


La puerta II


¡Ostras!
Bi-valvas.
Bib-al-buceantes,
al ajeno enmadran.


Y la perla se hace.


Sofía Serra ( de "Nueva Biología")

Soleá (Al baile, Irene la serranilla)

En el cuarto oscuro I

(Correcciones "El muriente")


EN EL CUARTO OSCURO I


Fotómetro


Porque ya se disparó, no necesita banderas.
Ahora sabe cómo la piedra siente
en el destajo que la comprime
entre la tierra y el cielo.


Es la medida.


Velocidad


Estoy confusa,
está difusa
aquella fusa
se ha frenado
en la lectura
que atraviesa
las traviesas
y frenopáticas
pautas de la nomenclatura.


Pausa.


Obturación


Que no desaparezcan tras nuestros pasos
las breves puertas. Atemorizan
tantos vientos ocupados
por la manzana del juego
sutil,
sí,
de la guerra
abierta al carro de combate,
son
las panteras negras que asoman
sus grandes ojos verdes, verdes,
demandan luz estival
milimetrada
por el ojo de la cerradura.


Viajo por mí misma y me pierdo.


El Uni-verso debería ser bivalvo.


Sofía Serra, de "El muriente"

sábado, 10 de diciembre de 2011

La puerta III

(Correcciones "El muriente")


La puerta III


Quiero de ti
agua.
Desde esta tierra luna y nueva
levantan sus ramas negras
los árboles  bajo el cielo frío
(yo te oigo),
el cielo les cuelga transparente
por sus flancos,
flancos negros
que dibujan y mueren
el justo día,
día sol,
de húmedas raíces y francos vuelos


encendidos en la noche.


un gladiolo enhiesto
y curvo me deshace la boca
amainando el huracán
que me desplaza.
Un derribo junto a la cerca
me acompaña
cuando estoy sola y viva,
cuando los ojos de las lechuzas
se asombran
                    ineludiblemente
cantan para mis oídos
no si el miedo bulle,
                    sólo sí,
sólo sí de canto y llanto libre:
tanta presencia
en la fresca brisa
de embestida.


Sofía Serra, "El  muriente".

viernes, 9 de diciembre de 2011

Dulcinea se suicidó

Dulcinea se suicidó


Quijote de poderoso turno
y desdeñable salvajada,


¿a cuánto asciende el valor
de tu última tesitura
o tu segunda o quinta
puesta en marcha? soldados heridos
levantan sus bayonetas
contra la jungla invisible
de las quijotescas ocasiones,
la avaricia rompe el saco,
las honestas peticiones de tus poros
atraviesan la cejijunta soledad del sol.
vengadas, las solitudes vengadas
de cada vello de tu cuerpo
en paz,
en paz la respuesta.
Someten los verbos el arraigo
y la permanencia de la latitud
de la dulce mujer que se te fue.


Sofía Serra. Noviembre, 2011 (El hombre cuadrado)

jueves, 8 de diciembre de 2011

La llegada (solsticio de invierno)

La llegada (solsticio de invierno)


Has hecho mal en venir
hasta mí o el sur. El sol
tumba la calle bajo la sombra
de la palmera, yo no tendré la culpa,
tanto poder sobre el universo
camina con muletas de tus manos,
de la osadía de tu buen nombre
de bello ejemplar herido y cauto
más allá de las sierras heladas.
Cuando llegabas sentí
sobrevenir a la espera.
Su sombra obtuvo tanto,
tanto suelo, tanta nube,
tanto mar,
que se quedó pequeña,
la calle se quedó corta
y los umbrales amenazaron
con abrirse sobre las aceras.
Sólo quise descubrir
la palmera tras la esquina
donde te sentí gemir, llorar
y aguzarte.


Y agucé el oído.


Levántate y anda, calmo
caminante por veredas de nieve
y playas tumbonas y resaca
de tan profusa marea de imbatibles
y solitarios glaciares.
Justo camina y justo emprende
teletransportes y
un no me quitte pas
hasta la costumbre.
Qué pena que los asteriscos
hagan sombra sobre las nubes,
salen al paso
de un sol desorbitado, sin planetas
que lo ensimismen,
sin jerigonzas de plástico, apenas lumbre
en el universo tan espantado,
tan poco salutífero,
tan ajado limando
enlaza rocas desertando
de cada sombra oblicua,
de cada caricia
que tu rayo propicia.


(Sofía Serra)

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Lamento del despoesido

(Correcciones "El muriente")


Lamento del despoesido


he tenido delante a la pelirroja espera,
mas esquivé sus verdes manos
y afilé mis hombros lomando peñas.
Ahora surco camino de las nieves,
ahora descubro cuán pesada losa
mi gravedad de hombre
sin plumas y sin mi garganta
fue.


El hielo tatúa oleosos fríos
en mis antebrazos brota
loctite entre los párpados
de mi hipocampo sin meninges
ni bola de cristal


para ya adivinar,
—aunque solo fuera—
que el sol que me devuelve
inundaba el día
porque en mi saliva se posó
la imperfecta rosa roja.


Este lamento que desdoblo al aire
encaja el terco objetivo en mi frente:
yo no puedo verme. Beber
del deleite le fue dado
a mi boca menuda y hueca,
la osa cavó la cueva,
pero mi agujero negro
rebosó en la espesa mesura
de mis células, fotovoltaicas
con que sólo hubiera corrido
el pestillo:
abrir los verticales miembros,
cerrar la horizontal
a tanta bombilla de bajo consumo
de mí mismo.


Se me despeinan los codos
se enmuñonan estas rodillas,
se me esfuma el bajovientre,
mano tanto velo inerte y denso,
tanto humo plomo a lomos
de esta mañana espalda
que doblo y vierto hoy
con fauces lágrimas
que me engullen.


(Sofía Serra, El muriente)

martes, 6 de diciembre de 2011

Anónimo sevillano

Anónimo Sevillano (Epistola moral a Fabio)


Fabio, las esperanzas cortesanas
Prisiones son do el ambicioso muere
Y donde al más astuto nacen canas.


El que no las limare o las rompiere,
Ni el nombre de varón ha merecido,
Ni subir al honor que pretendiere.


El ánimo plebeyo y abatido
Elija, en sus intentos temeroso,
Primero estar suspenso que caído;


Que el corazón entero y generoso
Al caso adverso inclinará la frente
Antes que la rodilla al poderoso.


Más triunfos, más coronas dio al prudente
Que supo retirarse, la fortuna,
Que al que esperó obstinada y locamente.


Esta invasión terrible e importuna
De contrario sucesos nos espera
Desde el primer sollozo de la cuna.


Dejémosla pasar como a la fiera
Corriente del gran Betis, cuando airado
Dilata hasta los montes su ribera.


Aquel entre los héroes es contado
Que el premio mereció, no quien le alcanza
Por vanas consecuencias del estado.


Peculio propio es ya de la privanza
Cuanto de Astrea fue, cuando regía
Con su temida espada y su balanza.


El oro, la maldad, la tiranía
Del inicuo procede y pasa al bueno.
¿Qué espera la virtud o qué confía?


Ven y reposa en el materno seno
De la antigua Romúlea, cuyo clima
Te será más humano y más sereno.


Adonde por lo menos, cuando oprima
Nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno:
«Blanda le sea», al derramarla encima;


Donde no dejarás la mesa ayuno
Cuando te falte en ella el pece raro
O cuando su pavón nos niegue Juno.


Busca pues el sosiego dulce y caro,
Como en la obscura noche del Egeo
Busca el piloto el eminente faro;


Que si acortas y ciñes tu deseo
Dirás: «Lo que desprecio he conseguido;
Que la opinion vulgar es devaneo.»


Más precia el ruiseñor su pobre nido
De pluma y leves pajas, más sus quejas
En el bosque repuesto y escondido,


Que halagar lisonjero las orejas
De algun príncipe insigne; aprisionado
En el metal de las doradas rejas.


Triste de aquel que vive destinado
A esa antigua colonia de los vicios,
Augur de los semblantes del privado.


Cese el ansia y la sed de los oficios;
Que acepta el don y burla del intento
El ídolo a quien haces sacrificios.


Iguala con la vida el pensamiento,
Y no le pasarás de hoy a mañana,
Ni quizá de un momento a otro momento.


Casi no tienes ni una sombra vana
De nuestra antigua Itálica, y ¿esperas?
¡Oh error perpetuo de la suerte humana!


Las enseñas grecianas, las banderas
Del senado y romana monarquía
Murieron, y pasaron sus carreras.


¿Qué es nuestra vida más que un breve día
Do apena sale el sol cuando se pierde
En las tinieblas de la noche fría?


¿Qué más que el heno, a la mañana verde,
Seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío!
¿Será que de este sueño me recuerde?


¿Será que pueda ver que me desvío
De la vida viviendo, y que está unida
La cauta muerte al simple vivir mío?


Como los ríos, que en veloz corrida
Se llevan a la mar, tal soy llevado
Al último suspiro de mi vida.


De la pasada edad ¿qué me ha quedado?
O ¿qué tengo yo, a dicha, en la que espero,
Sin ninguna noticia de mi hado?


¡Oh, si acabase, viendo cómo muero,
De aprender a morir antes que llegue
Aquel forzoso término postrero;


Antes que aquesta mies inútil siegue
De la severa muerte dura mano,
Y a la común materia se la entregue!


Pasáronse las flores del verano,
El otoño pasó con sus racimos,
Pasó el invierno con sus nieves cano;


Las hojas que en las altas selvas vimos
Cayeron, ¡y nosotros a porfía
En nuestro engaño inmóviles vivimos!


Temamos al Señor que nos envía
Las espigas del año y la hartura,
Y la temprana pluvia y la tardía.


No imitemos la tierra siempre dura
A las aguas del cielo y al arado,
Ni la vid cuyo fruto no madura.


¿Piensas acaso tú que fue criado
El varón para rayo de la guerra,
Para surcar el piélago salado,


Para medir el orbe de la tierra
Y el cerco donde el sol siempre camina?
¡Oh, quien así lo entiende, cuánto yerra!


Esta nuestra porción, alta y divina,
A mayores acciones es llamada
Y en más nobles objetos se termina.


Así aquella que al hombre sólo es dada,
Sacra razón y pura, me despierta,
De esplendor y de rayos coronada;


Y en la fría región dura y desierta
De aqueste pecho enciende nueva llama,
Y la luz vuelve a arder que estaba muerta.


Quiero, Fabio, seguir a quien me llama,
Y callado pasar entre la gente,
Que no afecto los nombres ni la fama.


El soberbio tirano del Oriente
Que maciza las torres de cien codos
Del cándido metal puro y luciente


Apenas puede ya comprar los modos
Del pecar; la virtud es más barata,
Ella consigo misma ruega a todos.


¡Pobre de aquel que corre y se dilata
Por cuantos son los climas y los mares,
Perseguidor del oro y de la plata!


Un ángulo me basta entre mis lares,
Un libro y un amigo, un sueño breve,
Que no perturben deudas ni pesares.


Esto tan solamente es cuanto debe
Naturaleza al simple y al discreto,
Y algún manjar común, honesto y leve.


No, porque así te escribo, hagas conceto
Que pongo la virtud en ejercicio:
Que aun esto fue difícil a Epicteto.


Basta al que empieza aborrecer el vicio,
Y el ánimo enseñar a ser modesto;
Después le será el cielo más propicio.


Despreciar el deleite no es supuesto
De sólida virtud; que aun el vicioso
En sí propio le nota de molesto.


Mas no podrás negarme cuán forzoso
Este camino sea al alto asiento,
Morada de la paz y del reposo.


No sazona la fruta en un momento
Aquella inteligencia que mensura
La duración de todo a su talento.


Flor la vimos primero hermosa y pura,
Luego materia acerba y desabrida,
Y perfecta después, dulce y madura;


Tal la humana prudencia es bien que mida
Y dispense y comparta las acciones
Que han de ser compañeras de la vida.


No quiera Dios que imite estos varones
Que moran nuestras plazas macilentos,
De la virtud infames histriones;


Esos inmundos trágicos, atentos
Al aplauso común, cuyas entrañas
Son infaustos y oscuros monumentos.


¡Cuán callada que pasa las montañas
El aura, respirando mansamente!
¡Qué gárrula y sonante por las cañas!


¡Qué muda la virtud por el prudente!
¡Qué redundante y llena de ruido
Por el vano, ambicioso y aparente!


Quiero imitar al pueblo en el vestido,
En las costumbres sólo a los mejores,
Sin presumir de roto y mal ceñido.


No resplandezca el oro y los colores
En nuestro traje, ni tampoco sea
Igual al de los dóricos cantores.


Una mediana vida yo posea,
Un estilo común y moderado,
Que no lo note nadie que lo vea.


En el plebeyo barro mal tostado
Hubo ya quien bebió tan ambicioso
Como en el vaso múrrimo preciado;


Y alguno tan ilustre y generoso
Que usó, como si fuera plata neta,
Del cristal transparente y luminoso.


Sin la templanza ¿viste tú perfeta
Alguna cosa? ¡Oh muerte! ven callada,
Como sueles venir en la saeta,


No en la tonante máquina preñada
De fuego y de rumor; que no es mi puerta
De doblados metales fabricada.


Así, Fabio, me muestra descubierta
Su esencia la verdad, y mi albedrío
Con ella se compone y se concierta.


No te burles de ver cuánto confío,
Ni al arte de decir, vana y pomposa,
El ardor atribuyas de este brío.


¿Es por ventura menos poderosa
Que el vicio la virtud? ¿Es menos fuerte?
No la arguyas de flaca y temerosa.


La codicia en las manos de la suerte
Se arroja al mar, la ira a las espadas,
Y la ambición se ríe de la muerte.


Y ¿no serán siquiera tan osadas
Las opuestas acciones, si las miro
De más ilustres genios ayudadas?


Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
De cuanto simple amé; rompí los lazos.
Ven y verás al alto fin que aspiro,
Antes que el tiempo muera en nuestros brazos.



(Desde Dámaso Alonso hay certeza en su atribución a Andrés Fernández de Andrada, 1575-1648)

 
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