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jueves, 1 de enero de 2015
A Manuel Moya, mi agradecimiento
Llegó como un heraldo del adiós y un heraldo del advenimiento. Dormir bajo su manto y despertar con su cálida luz. Así se nombran a los poetas, a los hombres buenos, a los grandes amigos, a los amigos como hermanos, a los amantes del más elevado lenguaje humano, a los escrutadores del sueño, a los andarines virginales por muchas barbas que posean. A los advertidores de lo verdadero.
A los tres nos unió sin que ninguno de los tres lo supiéramos, ni ahora, ni antes, así hemos quedado unidos, ya para siempre en el molde vivo de la palabra, palabras como tríos, tríos como estuarios como triángulos como este suroeste. Tríos por todos lados, T-ríos y desembocaduras, la corriente del Golfo que pasa por Nueva York, la cálida corriente que este suroeste no necesita, aunque, o quizás, porque este suroeste conforma la tierra también de un golfo, sin embargo llega hasta una calentando un frío día de Enero con su salina templanza. Despertar al nuevo año. Asimilar pasados. Pertrechar el presente a la lumbre de los afectos bajo el manto sagrado de la Poesía, esa que humildemente pienso es la que hace posible la justicia de las cosas.
Gracias por este prólogo, Manolo. Ya una vez me echaste una mano, una enormísima mano con Poeta en Nueva York allá cuando ambos éramos jóvenes. Tu siempre habilísimo análisis, tu exquisita sensibilidad ante la percepción de esos artificios que hacen posible la obra de arte, me reconcilió con la literatura en un momento en que las malas influencias estuvieron a punto de dar al traste con todo el amor por la poesía que había desarrollado desde casi niña. Ahora vuelves a hacerlo, echarme otra mano tuya, abriendo este poemario con tu capacidad, tu nombre y tu afecto por mí. Desde luego no podría haber comenzado el año más y mejor arropada. Gracias por estar conmigo.
(Ayer, poco antes de las doce campanadas, me llegó el prólogo que solicité a mi amigo Manolo Moya para "Suroeste".)
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