La ciudad de Sevilla no sólo son sus calles, también sus azoteas forman parte del urbanismo, y el "humanismo" de la población, al menos desde mi vivencia, desde lo que soy. Constituyen una especie de tercer nivel de conocimiento, sobre el asfalto o el adoquín y sobre la intimidad de las viviendas. Desde ellas se sale al cielo, a los árboles y al laberinto de sus planos urbanos, además de que permiten el vislumbre de los humanos que habitan esas cajas de ladrillos enjabelgadas que conforman sus calles cuando ellos también las usan.
Una especie de sincrético tercer nivel.
Y como tal, permiten la vivencia íntima asomada al resto de la ciudad.
Como buena ciudad del sur, del sur de Europa, del sur del hemisferio Norte, en Sevilla la azotea es una zona más habitable del hogar, alivio de algunos extremos. Se puede tomar el fresco de la noche tras las endiabladas temperaturas del día durante el estío, y durante el invierno, permiten las caricias de la luz del sol. Como Sevilla, sobre todo en su casco histórico (creo recordar que uno de los más grandes de no sé qué grupo) es ciudad achaparrada, extendida, puedes avistar desde ellas las elevaciones que los edificios más emblemáticos de la ciudad ostentan.
Al fondo, cimborrio del Palacio de las Dueñas (SXVI), con algunos cipreses que pueblan sus extensos jardines.
Esta fotografía llega del archivo, constituye una de los primeros disparos que realicé con cámara digital. Revelada para la ocasión.
Esta azotea ya no existe tal cual.
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