La esquiladora
En este mundo atisbo
por la costumbre boca
y la palabra madre, y las palabras padres.
…
Por la costumbre boca de tu oído al tobillo
de esta veterana práctica de andar sobre el noctivago,
el día confuso y las fusas que humildemente
agitaron el combustible
que de tu boca padre mana,
y tu boca madre bala.
Aquí despiertan indigentes desnudas.
En la acera piel y en el negro asfalto
duermen las células de sus pellejos,
órbitas oculares en las calles,
en la corteza de las encinas,
en los troncos de los plátanos también desnudos.
Aquí se funden las otras carnes
mejores para el mercado.
Se rascan la barriga y mullen entre lanas,
consignan su estratagema entre las ubres
de no sé qué diosa que exista.
Si nadie la alimenta, si nadie la pronuncia,
¿a qué tantas piernas para darla por invencible?
Aquí, dios, entre tú y el frío,
ha nacido una cobarde de tus manos,
una vil estirpe de alguno de tus dedos que floreció
en manzanas aún sin nombre.
Aquí, dios, te pregunto instándote,
por qué siempre aguzas el oído al balido leve.
Los gritos se me mueren en las manos
y no doy abasto para tanto sudario,
para tanta capa de negra lana,
para tanta tumba de palabra.
Sofía Serra, Enero 2011
domingo, 23 de enero de 2011
De profundis (X). Oscar Wilde
(Viene de esta entrada anterior)
Claro que sé que desde un punto de vista las cosas se me harán más cuesta arriba que a otros; así ha de ser, por la propia naturaleza del caso. Los pobres ladrones y proscritos que están encarcelados aquí conmigo son en muchos aspectos más afortunados que yo. El caminito de gris ciudad o verde campo que vio su pecado es pequeño; para encontrar a quienes no sepan nada de lo que han hecho no tienen que ir más allá de lo que vuela un pájaro entre el crepúsculo del alba y el alba misma; pero para mí «el mundo se ha reducido a la anchura de una mano», y dondequiera que vaya mi nombre está escrito con plomo sobre las peñas. Porque yo no he venido de la oscuridad a la notoriedad momentánea del delito, sino de una especie de eternidad de fama a una especie de eternidad de infamia, y a veces a mí mismo me parece haber demostrado, si hacía falta demostrarlo, que de lo famoso a lo infame no hay más que un paso, si lo hay.
Aun así, en el propio hecho de que la gente me haya de reconocer allí donde vaya, y saberlo todo de mi vida en lo que ha tenido de desvarío, distingo algo bueno para mí. Me impondrá la necesidad de volver a afirmarme como artista, y tan pronto como me sea posible. Si soy capaz de hacer siquiera otra obra de arte hermosa podré quitarle a la malicia su veneno, y a la cobardía su mofa, y arrancar de raíz la lengua del escarnio. Y si la vida es, como sin duda lo es, un problema para mí, también yo soy un problema para la Vida. La gente ha de adoptar una actitud hacia mí, y con ello juzgarse y juzgarme. No es necesario que diga que no hablo de personas concretas. Los únicos con los que me interesaría estar son los artistas y las personas que han sufrido: los que saben lo que es la Belleza, y los que saben lo que es el Dolor; nadie más me interesa. Ni le planteo exigencias a la Vida. En todo lo que he dicho me preocupa únicamente mi actitud mental hacia la vida en su totalidad; y siento que no avergonzarme de haber sido castigado es una de las primeras metas que tengo que alcanzar, para mi propia perfección, y por lo imperfecto que soy.
Después tengo que aprender a ser feliz. En otro tiempo lo supe, o creí saberlo, por instinto. En otro tiempo mi corazón estaba siempre en primavera. Mi temperamento era hermano de la dicha. Yo llenaba mi vida de placer hasta el borde, como se llena hasta el borde una copa de vino. Ahora estoy afrontando la vida desde una óptica completamente nueva, y hasta lo que es imaginar la felicidad me resulta a menudo extremadamente difícil. Recuerdo que en mi primer curso de Oxford leí en el Renacimiento de Pater -ese libro que ha tenido una influencia tan extraña sobre mi vida- que Dante coloca en las bajuras del Infierno a los que viven empecinados en la tristeza; y me fui a la biblioteca del colegio y miré el pasaje de la Divina Comedia donde bajo la ciénaga terrible yacen los que estuvieron «tristes en el aire dulce», repitiendo para siempre en sus suspiros:
Tristi fummo nell' aer dolce che dal sol s'allegra.
[Tristes estuvimos / en el aire dulce que con el sol se alegra.]
Yo sabía que la Iglesia condenaba la accidia, pero la idea toda me parecía muy fantástica, el tipo de pecado, me dije, que inventa un sacerdote que no sabe nada de la vida real. Ni entendía tampoco que Dante, que dice que «el dolor nos recasa con Dios», pudiera ser tan duro con los enamorados de la melancolía, si verdaderamente los hubiera. No tenía ni idea de que un día ésa iba a ser una de las mayores tentaciones de mi vida.
Mientras estuve en la prisión de Wandsworth anhelaba morir. Era mi único deseo. Cuando tras dos meses en la enfermería me trasladaron aquí, y vi que poco a poco iba mejorando mi salud física, me puse rabioso. Decidí suicidarme el mismo día que saliera de la cárcel. Al cabo de un tiempo ese mal ánimo pasó, y resolví vivir, pero vestido de tinieblas como un Rey se viste de púrpura: no volver a sonreír; convertir toda casa donde entrara en casa de duelo; hacer a mis amigos caminar despacio y tristes conmigo; enseñarles que la melancolía es el verdadero secreto de la vida; lisiarlos con un dolor ajeno; desfigurarlos con mi pena. Ahora pienso de otro modo muy distinto. Veo que sería desagradecido y malo si cuando mis amigos vienen a verme pusiera una cara tan larga que ellos tuvieran que ponerla más larga aún para solidarizarse; o, si quisiera recibirlos, invitarlos a sentarse en silencio a comer hierbas amargas y asados funerarios. Tengo que aprender a estar alegre y contento.
En las dos últimas ocasiones en que se me permitió ver aquí a mis amigos traté de estar lo más alegre posible, y manifestar mi alegría para compensarlos siquiera levemente por la molestia de haber hecho todo el viaje desde Londres para visitarme. Es una compensación pequeña, lo sé, pero estoy seguro de que es la que más les agrada. El sábado hará una semana que vi a Robbie durante una hora, y traté de dar la expresión más completa posible del deleite que realmente me producía nuestro encuentro. Y que, en los principios y las ideas que aquí me estoy forjando, voy bien encaminado, me lo demuestra el hecho de que es ahora cuando, por primera vez desde mi encarcelamiento, tengo un verdadero deseo de vivir.
Es tanto lo que me queda por hacer, que me parecería una terrible tragedia morir antes de haber podido completar siquiera una pequeña parte. Veo nuevos caminos en el Arte y en la Vida, cada uno de los cuales es un modo inédito de perfección. Anhelo vivir para poder explorar lo que para mí es nada menos que un mundo nuevo. ¿Quieres saber qué es ese mundo nuevo? Creo que te lo puedes imaginar. Es el mundo en el que vivo hace algún tiempo.
El dolor, pues, y todo lo que enseña, es mi mundo nuevo. Yo vivía enteramente para el placer. Rehuía el dolor y el sufrimiento de cualquier clase. Los detestaba. Estaba resuelto a no verlos en lo posible, es decir, a tratarlos como modos de imperfección. No eran parte de mi plan de vida. No tenían sitio en mi filosofía. Mi madre, que conocía la vida como un todo, solía citarme a menudo los versos de Goethe, escritos por Carlyle en un libro que le había regalado años atrás, y traducidos, me figuro, también por él:
Who never ate his bread in sorrow, Who never spent the midnight hours Weeping and waiting for the morrow, He knows you not, ye Heavenly Powers.
[El que nunca comió su pan con dolor, / el que nunca pasó las horas de la medianoche / llorando y esperando a la mañana, / ése no os conoce, Potencias Celestiales.]
Eran los versos que aquella noble Reina de Prusia, a quien Napoleón trató con tan grosera brutalidad, citaba en su humillación y exilio; eran versos que mi madre citaba a menudo en las tribulaciones de sus últimos años; yo me negaba en rotundo a aceptar o admitir la enorme verdad oculta en ellos. No la podía entender. Recuerdo muy bien que le decía que yo no quería comer mi pan con dolor, ni pasar ninguna noche llorando y esperando despierto un amanecer más amargo. No tenía yo ni idea de que era una de las cosas especiales que los Hados me tenían reservadas; que durante un año entero de mi vida, realmente, iba a hacer poco más. Pero es así como se me ha adjudicado mi parte; y durante los últimos meses, tras terribles luchas y dificultades, he podido comprender algunas de las lecciones que se ocultan en el corazón de la pena. Los clérigos, y la gente que usa frases sin sabiduría, hablan a veces del sufrimiento como un misterio. La verdad es que es una revelación. Se descubren cosas que uno nunca había descubierto. La historia entera se ve desde otra óptica. Lo que sobre el Arte se había sentido oscuramente por instinto, se comprende intelectual y emocionalmente con perfecta claridad de visión y absoluta intensidad de aprehensión.
Yo veo ahora que el dolor, por ser la emoción suprema de que el hombre es capaz, es a la vez el tipo y la prueba de todo gran Arte. Lo que el artista va siempre buscando es ese modo de existencia en el que alma y cuerpo son una unidad indivisible; en el que lo exterior es expresivo de lo interior; en el que la Forma revela. De tales modos de existencia hay no pocos: la juventud y las artes atentas a la juventud pueden servirnos de modelo en un momento; en otro quizá pensemos que, por su sutileza y sensibilidad de impresión, su sugerencia de un espíritu que habita en las cosas externas y se reviste de tierra y aire, de bruma y ciudad por igual, y por la mórbida simpatía de sus estados, y tonos y colores, el arte del paisaje moderno está realizando para nosotros pictóricamente lo que los griegos realizaron con tal perfección plástica. La música, en la que todo contenido está absorbido en la expresión y no se puede separar de ella, es un ejemplo complejo, y una flor o un niño son un ejemplo simple de lo que quiero decir: pero el Dolor es el tipo acabado, lo mismo en la vida que en el Arte.
Tras la Alegría y la Risa puede haber un temperamento grosero, duro y encallecido. Pero tras el Dolor siempre hay Dolor. La Pena, a diferencia del Placer, no lleva máscara. La verdad en el Arte no es ninguna correspondencia entre la idea esencial y la existencia accidental; no es la semejanza de figura y sombra, ni de la forma reflejada en el cristal y la forma misma; no es ningún Eco que baje de la oquedad de un monte, como no es el pozo de agua de plata en el valle que muestra la Luna a la Luna y Narciso a Narciso. La verdad en el Arte es la unidad de la cosa consigo misma; lo exterior hecho expresivo de lo interior; el alma encarnada; el cuerpo movido por el espíritu. Por eso no hay verdad comparable al Dolor. Hay momentos en que el Dolor me parece ser la única verdad. Otras cosas podrán ser ilusiones de la vista o del apetito, hechas para cegar lo uno y empachar lo otro, pero con el Dolor se han construido mundos, y en el nacimiento de un niño o de una estrella hay dolor.
Más que eso: hay en torno al Dolor una intensa, una extraordinaria realidad. He dicho de mí que estaba en relaciones simbólicas con el arte y la cultura de mi época. No hay un solo hombre desdichado de los que están conmigo en este lugar desdichado que no esté en relaciones simbólicas con el secreto mismo de la vida. Porque el secreto de la vida es el sufrimiento. Eso es lo que se oculta detrás de todo. Cuando empezamos a vivir, lo dulce es tan dulce para nosotros, y lo amargo es tan amargo, que inevitablemente dirigimos todos nuestros deseos al placer, y aspiramos no ya a «alimentarnos de miel un mes o dos», sino a no probar otro alimento en todos nuestros años, ignorantes de que mientras tanto podemos estar realmente matando de hambre el alma.
Recuerdo haber hablado una vez sobre este tema con una de las personalidades mas hermosas de cuantas he conocido: una mujer, cuya simpatía y noble bondad hacia mí antes y después de la tragedia de mi encarcelamiento sería imposible describir; que verdaderamente me ha ayudado, aunque ella no lo sabe, a soportar el peso de mis males más que nadie en el mundo; y todo por el mero hecho de su existencia: por ser lo que es, en parte un ideal y en parte una influencia, una sugerencia de lo que uno podría llegar a ser y a la vez una ayuda real para llegar a serlo, un alma que embalsama el aire común y hace parecer lo espiritual tan natural y sencillo como la luz del sol o el mar, una persona para quien la Belleza y el Dolor caminan de la mano y tienen el mismo mensaje. En la ocasión que ahora tengo presente recuerdo nítidamente haberle dicho que en una sola callejuela de Londres había sufrimiento bastante para demostrar que Dios no amaba al hombre, y que dondequiera que hubiera dolor, aunque sólo fuera el de un niño en un jardincillo llorando por una falta que hubiese o no cometido, la entera faz de la creación quedaba desfigurada por completo. Estaba totalmente equivocado. Ella me lo dijo, pero yo no la podía creer. No estaba en la esfera en donde se alcanza esa convicción. Ahora me parece que el Amor de alguna clase es la única explicación posible de la extraordinaria cantidad de sufrimiento que hay en el mundo. No concibo otra explicación. Estoy convencido de que no la hay, y de que si, como he dicho, se han construido mundos con el Dolor, ha sido por las manos del Amor, porque de ninguna otra manera podía el Alma del hombre para quien se han hecho los mundos alcanzar la plena estatura de su perfección. Placer para el cuerpo hermoso, pero Dolor para el Alma hermosa.
viernes, 21 de enero de 2011
Geofísica manual
Geofísica manual
Palomas como flechas imantadas
de estruendo al sordo,
de la quinta enmienda al silencio,
guardo
paciencia y aire en los bolsillos
vuelo y carne en las manos,
soldaditos desmenuzados convertidos en flores
que tapizan el nubarrón
con tormentas, breves y cicateras,
mas no escuchaste no escuchaste
ni la sordina plagada de pimienta
que se acercó a tu nariz
de hombre vagabundo sobre el eje.
Cuando estornudaste,
el mundo ya había dormido
sobre su propio lazo de Van Hallen.
Porque el hoy en tu boca significa libertad,
yo me manumiso.
El mañana es sólo prenda de horca,
y al ayer, al ayer...
que le den
manómetros.
Sofía Serra, Enero 2011
Palomas como flechas imantadas
de estruendo al sordo,
de la quinta enmienda al silencio,
guardo
paciencia y aire en los bolsillos
vuelo y carne en las manos,
soldaditos desmenuzados convertidos en flores
que tapizan el nubarrón
con tormentas, breves y cicateras,
mas no escuchaste no escuchaste
ni la sordina plagada de pimienta
que se acercó a tu nariz
de hombre vagabundo sobre el eje.
Cuando estornudaste,
el mundo ya había dormido
sobre su propio lazo de Van Hallen.
Porque el hoy en tu boca significa libertad,
yo me manumiso.
El mañana es sólo prenda de horca,
y al ayer, al ayer...
que le den
manómetros.
Sofía Serra, Enero 2011
miércoles, 19 de enero de 2011
Sobre la voz y el oído y el silencio y las palabras y la nada y la mudez.
Tres de hace pocos días que se me han enlazado con dos que tenía escritos del anterior poemario.
Nota aclaratoria: cada vez que incluyo un trío de asterisco, "hablo" de que lo que viene a continuación es un poema aparte. Cuando llevan título, prescindo de incluirlos. Quisiera recordar que este blog, como indico en "sobre mí brevemente", es para mí como un segundo cuaderno de trabajo. Miles son las ocasiones en las que me sobrevienen la necesidad de cerrarlo, este cuaderno, seguir a puerta cerrada. Pero miles son las ocasiones también en que acierto a ver que ése no es el camino, al menos el mío. Si me equivoco es que ése también lo será, el del error en la decisión.
El contable
Estoy haciendo balance.
Escribía, comía, reía.
perdí amigos.
Escribo, como, lloro.
Hago amigos.
Estoy haciendo balance.
No tengo palabras.
La mujer cubista
Ni mucho menos
desecho en los versos.
Cúbicamente me llegan
cuando cierro los ojos.
Será que lo que veo grita demasiado
y se me desplazan anatomías
camino del volumen por comprobar
si en el plano,
oído, boca y dedo índice
se hacen compañía.
(Nueva Biología, Diciembre, 2010)
Orbe I
Difícil acostarse a descansar.
Déjenme a solas,
soy el tribunal y la mentira,
el fiscal y la memoria,
déjenme a solas descansar
sobre estos hombros inquietos bajo el frío de la ventana
abierta
déjenme a solas.
Mal-decir hasta que los oídos revienten,
el único asomo de duda
que me queda
sin duda
a solas
se despeja.
Orbe II
Carta reblandecida sin palabras
de vuelta
en estas manos sobre el delantal.
Aquí,
en este tejido de fuerza y escape,
en estos azules cuadros entreverados
con rosadas vetas de carne
está todo lo que nos interesa, aquí,
en este bolsillo cabe,
en este pequeño hueco
puro, virgen y casto bolsillo lleno de mudo aire.
Orbe III
Ando o nado
cosiendo a hurtadillas de las palabras.
Se amontonan en el canal de mi cuello
se asoman al pretil de mi hombro,
se iluminan con la salvaje honestidad del contraluz
clavando su mirada
ora en el tejido de seda,
mudas de asombro,
ora en el perfil de mi barbilla,
por si ella, la detonación batiente de que su momento llega,
se mueve o se aviene a la costura mental,
pronunciando,
recogiendo verbalmente el tejido
de mis neuronas.
Se ensimisman esas prendas del agua,
las palabras asomadas a mi hombro
sobre los hipocampos que las hebras han tramado.
Recuerdan el mar.
Creo que es mi oído el que brama como caracola.
* * *
Se queda sola la duda de si sólo tú.
(Sofía Serra, enero 2011)
(edito para decir esto que acabo de escribir en mi muro de Facebook como cuando siempre suelo hacer incluyo mediante enlace la última entrada que hago aquí: Este FB es la releche. Acaba de bloquearme la introducción de un enlace a mi blog, como siempre suelo hacer cada vez que publico poemas, por estimarlo OFENSIVO. Me dice que ha sido denunciado. Si alguien quiere leerlos, puede ir a mi blog, es la última entrada)
(edito para decir esto que acabo de escribir en mi muro de Facebook como cuando siempre suelo hacer incluyo mediante enlace la última entrada que hago aquí: Este FB es la releche. Acaba de bloquearme la introducción de un enlace a mi blog, como siempre suelo hacer cada vez que publico poemas, por estimarlo OFENSIVO. Me dice que ha sido denunciado. Si alguien quiere leerlos, puede ir a mi blog, es la última entrada)
martes, 18 de enero de 2011
Nanit
Anoche, por circunstancias adventicias y sobrevenidas, es decir, que me han llegado s anunciándome algo y que se han "avenido" a mí sin yo preverlas, me topé con un breve poemario que terminé de componer justo por esta fechas. Lo tenía casi olvidado. Para mi alegría, voy comprobando que lo tengo creo que corregido del todo. Éste es uno de sus poemas, ya subido a este blog, pero me agrada la idea de volver a hacerlo.
Voy también comprobando que llevo dos años y medio, imagino que ya para tres (pierde una las cuentas de tanto intentar anotar fecha) hablando una y otra vez sobre las mismas cuestiones. Se dice que "siempre" se fotografía lo mismo. En lenguaje escrito sucede igual. Sólo varía la forma. Las circunstancias modifican sólo los accidentes.
Nanit
Duelen hablando quedamente los lentos crepúsculos de estos días semejantes a ciertas aves que se posan sobre la anochecida./
Duelen quebrando horizontes allá por donde el sol se pierde para lograr ser más sol, más aurora del otro lado, del otro barrio, donde danzan ligeros/
los bostezos, las axilas, los murmullos ahogados bajo las sábanas/
y nuestro olor profundo y seguro de ser vivo alimentándose de sí mismo./
La luz. La luz a oscuras en este abandono necesario de nuestra fuente/
para lograr la bendita proclama del sol sobre todos, sobre las firmes costuras de este travestido animal que persiste y persiste, hombro sobre hombro,/
fuente sobre fuente, del puente al puente de tu mirada sobre el río, el mar, la ancha distancia.../
el agua./
¿Qué te habita que tanto me arroba?/
¿De qué consumo me abasteces que al igual que me llena me deshace en estas perlas claras?/
Siempre amor, siempre ahogo, siempre agua escondida y clara anhelando/
el perfil de tu mejilla, los labios que me hunden sin haber besado siquiera la fuente terma de este ocaso bajo el sol,/
bajo la estrella tras tu vida que persigo por el canal de vuelta/
en gozoso desorden, de corriente continua de ti a mí, de mí a ti imaginando que llego hasta tu boca de Hombre abierto a mi avenida./
Creo yo que somos dos batiéndonos en la común espera de nuestra suerte en el otro, en el cauce depositado, en el lecho de tu pecho y el mío, aún calientes./
Caliente nuestra cama de común y mutuo abrigo en esta luz a oscuras del encuentro entre el día y la noche, el siglo y la espera,/
confortados bajo la misma manta, bajo el mismo sol,/
redescubiertos en la mañana de esos anhelos que nos conforman como carne de luz, amor y ser vivo pleno./
Creo yo que no somos dos, sino uno./
Uno más el deseo de no perdernos en el horizonte de un nuevo espejismo./
Sofía Serra, Diciembre 2009
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