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viernes, 16 de enero de 2015

Los tesoros (verboluz)

El tesoro

Echarte de menos tiene nombre
de huerto, de tierra oscura
bienvenida a la luz tras el arado,
de oleaje amante de la arena
y sal de abrazo a la lluvia
sobre mi tierra, tú, echarte
de ningún lado, almarte
en cada pedúnculo de la flor
helada que no se aja,
echarte nunca ni a ningún cielo
aunque puedas volar como paloma,
como arcángel de mar y limones,
un echarte de menos solo
y sola
significa un de ti más,
un de mí menos,
un alfanje de luz
en las minas del rey Salomón,
ese tesoro al que nunca quiero acceder
pero hoy poseo.

Para verla en grande y sin marco AQUÍ

sábado, 3 de enero de 2015

Paseo por la antigua judería de Sevilla

Paseo por la antigua judería de Sevilla

De esa esquina y la pared
blanca o barro hay que hablar
aunque se llame piedra o desierto
ni para las hormigas, cómo
no ahuecarla entre mis brazos,
morder, mamar
de sus pezones de pintura, ladrillo,
cables, sombra, sol quemado
y yo tan suya de todas y todos,
el suelo, el cielo, la torre
el naranjo, la casa pintada de azul
y mi cansancio de piernas
extendidas sobre los adoquines.
De esto, el cuerpo con su amor
por mí, se nutren mis ojos velando
porque los quicios se unan,
las orillas de la calle con las orillas
de la torre, tantas fachadas,
ninguna falsa, cocinera de cada fuego
me hago hueco entre los geranios,
y de pronto, el rayo de sol de invierno
columbra mi propio gesto:
ah, qué roja la flor aun en enero.
tanta sombra y ningún judío,
tanta luz y ningún hebreo,
tanta sevilla y ningún sevillano,
ni yo misma, ¿o sí?, ¡¿o sí'?¡
¿sevillana soy? Madre del mundo
cuando la voz timbra extendida
llamándome: ser o no ser, ¡pero soy!

a pesar del sueño y la alegría
debo dormir, dormir
como lo hacen los cantores
ebrios de necesidad de ti
y tus ubérrimas ubres,
morir, tal vez soñar dejando
de existir. no cesar nunca
en esta cóncava habitación
que me ubica como si fuera un jazmín
trasplantado antes del tiempo tardío:
todos florecen en el perfume
de nuestras manos.

viernes, 2 de enero de 2015

Almendra japonesa

Almendra japonesa

Los restos y tanto frío
que me acosté a dormir
la penumbra del estómago,
lo que restaba y tanto frío
a dormir como si cielo
fuera el cenizo rojo y verde
de invierno que está triste,
muy triste con sus restos,
como las luces anglosajonas
bajo la niebla tan triste
como un suelo mojado
por la niebla,
algo sucio
nada puede
quedarse
asentado en él,
tan triste ese suelo
como la luz de las almendras
cuando se hielan y las hojas
de su árbol ya han caído,
ya han caído como las cortinas
del aire empujan mis brazos
como hojas caídas
hasta el suelo gris o verde
de la noche y el lamento frío
de la esperanza métrica
como ese fruto encerrado,
como esa cáscara dura
que no hay quien la rompa,
ni mis manos ni mis ojos, y quién,
qué si no debe romperla
sino yo, o yo dentro de ella.
Para qué, se pregunta el boreal
que la congela.

rumbo o derrota o victoria,
o intransigencia o victoria,
ser capaz, quizás solo
la nobleza del antiguo samurai
me delata. Con su espada
y su coraza.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Estrella de seis puntas

Estrella de seis puntas
(para un árbol de navidad)

Nos queremos más allá
de lo que somos
parte el alivio, la ternura
el consuelo, la naturaleza de estar
vivos más allá de lo que lo estemos,
la sapiencia del deseo
de no pertenecernos
porque ya nos poseemos
desde cada uno y su cuenta
atrás en este camino
de barro y piedra que es la vida
y su milagro, y nuestro milagro,
un amor esencial
que se reparte por sí mismo.
Un amor doble multiplicado
por nuestras dobles
extremidades, los cuatro
punto cardinales que oferenta
la rosa de los vientos
que no necesita veleta
que señale nuestro sino

ya tuyo y mío.
Somos dos más
para marcar

los rumbos de la ubérrima derrota:
una tierna estrella de seis puntas
con lo que de su cumbre nos proceda.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Noche iluminada

Noche iluminada

Así, sin imaginar la luz,
como un deseo batiente,
como abrigo en mí
tu amanecer de lobo joven
aullando alegre,
como la selva anudando el paso
de tantas vías que se extienden.

No cesa la noche de verter
lágrimas lloviendo el cielo.
Pero no las nubes grises, sino rosas,
no la tristeza roza el suelo
recio de adoquines. Sana
la lluvia haciendo
reír al aire como mi boca
se abre a la sonrisa blanca
de un día que aún no se conoce
ni a sí mismo.

Juegan las gotas a juntarse
para lamer la calle y las farolas
a divertirse vistiendo
de lamé dorado a las paredes.
Roto el silencio de la nube parda
canta el aire bajo el agua:
un infierno de alegría,
un cielo negro tan natural
como la vida misma asoma sus ojos
a mi alma también dorada,
llueve izando el día nuevo
con la escena satisfecha
de un sueño que canta
por bulerías mojadas
al compás de las palmas
de lo dicho y la dicha
presentida.
Con los barros y las piedras,
con el agua, con el aire,
con mis oídos
dibuja el cielo el suelo
que me ilumina y me hace,
si no más tuya, sí más blanda,
más fuerte y dura,
más brillante, más licuada
más alada con pies más bellos,
o sea, más de ti, más del cielo,
una especie de milagro
que solo acontece
al sonreír la noche
al sonreír a mi alma
que sonríe al futuro día
y la lluvia que él depare.




miércoles, 15 de octubre de 2014

Las naves de Babilonia eran redondas (No echar de menos)

Las naves de Babilonia eran redondas
(No echar de menos)

Echar
de más al menos
tirar
del hilo al sol
por la borda
el lastre
masacrar
el recuerdo
liquidar
la luz y así
marear
el horizonte o sueño
inclinado
hacia el presente,
como la noche azul, que nunca se detiene,
como el día del olvido
de ti,

o mi nave,

algo babilónica la verdad
todo hay que decirlo
hasta en un poema.

martes, 14 de octubre de 2014

Flores y frutos

He visto naranjos con azahar y hasta perales en flor en la tercera estación de este hemisferio norte, pero jamás a la recia encina sucumbiendo a las mieles de un otoño cálido y lluvioso. Estoy segura de que hay quienes achacarán la convivencia de síntomas tan señeros de las dos distintas estaciones al cambio climático, pero a mí no me resultan demasiado extrañas. Quizás porque vivo en un sur. Imágenes como la que pudieron disfrutar mis ojos, y que esta fotografía intenta mostrar, solo me retrotraen a algunos versos/ideas mías. En un mundo esférico, ¿cómo atreverse a señalar diferencias?, ¿qué es norte y qué sur? Solo abstraigo que esta encina vive ajena a los límites, a la costra dura de la nomenclatura. Por suerte ya no podré nombrar las candilejas como tan solo de Abril, ese mes en el tanto siempre "echo de menos". Ahora puedo mostrar la prueba de que Octubre (el Abril del hemisferio sur), es también el mes de la primera, aunque mi cuerpo pise un hemisferio norte.

Flores y frutos en Meridiana claridad

martes, 23 de septiembre de 2014

Los armados invencibles (un regalo)

Durante el campestre verano tupido de calor y sequía compartí, con quien en realidad solo comparto sobre estos temas, amén de casi cualquier intimidad, mis dudas sobre la biografía de nuestro señero escritor. Nace como respuesta La Belleza. No tengo más que decir salvo en el poema que incluyo, escrito ayer nada más ser objeto de este hermoso regalo. Autor del mismo: Juan Carlos Sánchez Sottosanto. Mía es la sin precio fortuna de gozar de su amistad.

ALGÚN SITIO DE INDIAS, circa 1615

a Sofía Jesús Serra Giráldez

Fue un brujo de esta gentilidad bárbara el primero en advertirme de la existencia del Otro. Avivando un humo nauseabundo que aspiraba con fruición, agitando los labios como en una agonía, con los ojos en blanco, señaló con su mano hacia la mar océano. Así supe del Otro; en su lengua me dijo que me había robado el nombre y, por lo tanto, el ánima. Que era tan pobre como yo, pero famoso gracias a un objeto que le era desconocido y que costó precisar. Recogió hojas de un árbol y las apiló. Después señaló hacia los pocos papeles que yo conservaba y habló de sus “hormigas”. Se refería a las letras. Colegí que estaba hablando de un libro; lo creí demente, o impostor, o poseso por el Diablo.
En mi triste juventud supe de libros. Anhelé Alcalá o Salamanca; mi padre era pobre. Conoció cárceles, que yo después reviví. Me conformé saqueando bibliotecas ajenas, juntado celosamente los maravedíes para comprar novedades, o trocando libros por favores. Yo mismo compuse un libro. Cada tiempo busca escapar de sí mismo. En mis días, las huidas iban por un regreso a la vida de los pastores, amenizada por deleites que ellos nunca conocieron, o venirse aquí, a las Indias. Probé la primera, en un relato repleto de versos; creía entonces que podía imitar al gran Montemayor, o incluso a los pretéritos: Longo, Virgilio, Teócrito.
Pero supe a tiempo que mis versos eran anodinos, que yo nada podría contra tantos poetas al itálico modo que florecían en mi tierra. Y nadie ignora que la prosa en romance es un arte menor, indigno de las glorias de Roma o de Atenas. Probé entonces las armas en el nombre de un Cristo en el que apenas creía. Con fiebre y calenturas, subí a cubierta en la Más Grande de las Batallas. El corazón se salvó; mi mano izquierda quedó muerta para siempre. Me prometieron dones de Su Majestad. La desdicha siguió; fui apresado y entre moros aprendí el árabe impuro, lejano ya al de mis ancestros de los que hoy no me avergüenzo. Vuelto a Castilla, mi nombre glorioso en la Batalla se había recubierto de olvido. Era un doble destierro; lo quise triple: pedí mi pase a Indias. La primera vez me fue negada por mi sangre sospechosa. La segunda me fue concedida por el Señor, Mi Rey. Tras meses de peligros arribé a este continente de las maravillas.
No prosperé. Me dieron encomiendas. Pronto descubrí que bajo ese nombre casi dulce se escondía el horror y la esclavitud. Los naturales sufrían como ningún hombre merece sufrir. Descuidé la encomienda; mis indios huían, y mi poca ventura, también. Los últimos que quedaron me tuvieron piedad; con sus hierbas curaron mi sarna y las correderas que los frutos de Indias me provocaban. Por último, me ofrecieron escapar con ellos. El amo huyendo junto a sus esclavos. Conocían refugios aún inaccesibles: era su tierra. Naturalmente, acepté.
Fui bien recibido; con ellos cesaré mis días. He dispuesto que el brujo, en la hora terrible, me dé una pócima que haga suave mi viaje. Me he entregado al olvido: un día descubrí que el latín se había esfumado; más tarde el italiano, luego el árabe. Apenas pude retener pedazos móviles de mi propia lengua. Aprendí la suya. Es bella. Intenté versos en ella; no pude. Se burlaron de los experimentos, pero intuí que en el fondo les complacía mi esfuerzo.
Años después de la Visión del Humo, volví a saber del Otro. Un aventurero extremeño cruzó el territorio, afiebrada la imaginación por cierto manantial aurífero que le depararía riquezas como para llenar galeones. Socarronamente, los indios le agregaron noticias fabulosas que el extremeño creyó a pie juntillas. No era un resignado, como yo. Me supuso un natural, aunque le sorprendió mi barba. Con pavor descubrió que yo era del otro Lado. Me dio noticias que no me interesaron. En su morral había libros; por cortesía, los miré. Pero ahora el pavor fue mío, porque en dos de ellos alcancé a deletrear mi nombre. Eran libros baratos; me dijo que en “nuestra” tierra se vendían a millares y hacían las delicias de nobles y rufianes. Intenté leerlos; trataban de cierto hidalgo que se volvía loco y salía al mundo a desfacer entuertos junto a un escudero plebeyo. Pensé primero: estoy tan loco como ese hidalgo. Pensé después: es imposible. Pensé después, ya más calmo: en este Vasto Imperio donde las distancias son tan inusitadas como en los días de Alejandro (recordar a Alejandro me pareció un milagro), donde el Santo Oficio descubría a cada instante fraude de nombres, bigamias, documentos falsos, ¿por qué no podría alguno intentar sustituirme? Pero, ¿por qué mi nombre desventurado, que solo a más pobreza podía condenarlo?
El extremeño se perdió en la selva. Quiso dejarme ese par de libros: me negué. Seguramente murió comido por jaguares, picado por víboras, asaltado por mosquitos grandes como pájaros. Al menos poseía una ilusión. Decidí consultar al brujo; me fue concedida la audiencia.
Ya estaba ciego, piel y huesos como esos muertos que suelen enterrar en las montañas. Le recordé la Visión del Humo; la recordó. Le pregunté por el nombre verdadero del Otro; le sorprendió mi pregunta. Me dijo que no había Otro alguno; que, robada el ánima, era yo el fantasma, perdido en estas soledades, vegetando apenas para que el ladrón fraguara ese objeto que nuevamente imitó con hojas apiladas. Me oyó llorar. Me consoló. Me dijo que él, Gran Hechicero, sabedor de Todos los Arcanos de los Padres, se haría polvo y olvido junto a toda su tribu. Pero que los dioses, en cambio, me darían a mí, el perdedor de todas las batallas, un nombre eterno como el de los propios dioses. Después cantó una endecha por su pueblo, y después bendijo mi fantasma indiano que sus ojos -lamentó- ya no podían ver. Luego se adormiló, y me fui despacio para no despertarlo.
Musité una oración, pero no sabía a qué deidad de los mundos dirigirla.

(Autor: Juan Carlos Sánchez Sottosanto)

La inven(c)dible

No tengo para pagar
la luz —Tiene precio
la luz?
No tengo para poder
comer —Tiene precio
el alimento?
Pero a cambio tengo
un trozo de tierra
donde poder caer
muerta o viva,
que no se puede vender,
dos brazos
donde poder calentarme,
que no se pueden vender,
cuatro ojos que pueden ver
por mí,
que no se pueden vender,
y un hormiguero con sus mil trece
exactos habitantes donde poder
derramar mis lágrimas,
que no se puede vender.
Porque no tiene precio.

Nada de lo que poseo
tiene precio.

¿Me tengo a mí?
(Para venderme, pregunto).






 
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