jueves, 5 de marzo de 2020

De refugios

Fotografía original del periódico "El País"


El otro mundo

Tantos mundos, y no son de ninguno.
Como bultos caminantes, como sombras
que hablan con murmullos de agua
bajo el cielo y su espacio sin límites,
a la luz de la blanca bandera,
sobre el suelo firme donde
árboles y yerba crecen sin desvío,
sin conocimiento de que son
árboles y yerba como los de este mundo,
sin sospecha de diferencia
se dejan pisar como las que yo
piso enterrando cada semilla,
cada piedra en el légamo
de todos los ríos, que malogramos
como fronteras aspadas,
como conciertos de herida y sangre,
así perturbamos, así confundimos,
así erizamos la piel de este planeta
tan virgen, tan inocente en sí mismo.
Árboles de alambre nos opriman
creciendo junto a nuestras piernas
que ya no existen salvo en nuestra espina,
bífida se someta a la coyuntura
de dividirse y lograr hacer puente
entre las dos orillas, la tuya y la mía,
caminantes sin rumbo, siniestra
tentativa de mundo explorado,
de mundo construido a golpe
de hierro y frío que se funden
en el lienzo. De la afilada ferralla
a la tierna carne de seres
tan débiles, tan vulnerables
erigiendo el inhóspito paisaje
sin señas de vida o piedras,
sin animales dudosos de sed
o hambre abatimos los perfiles
licuados del aire eliminando
matices, favoreciendo iguales
que no nos despierten,
que nos acunen dormidos
para soñar mientras la vida dure
que todos los mismos morimos.
Mas unos lo hacen sin suelo
donde caer bien muertos
y otros enterrados en vida
dentro de la costra que los tortura.
Ninguno el mismo, todos semejantes,
todos difusos a ojos de nuestro mundo.
Así miramos, así nos contemplamos
los unos a los otros desde la orilla
que no traspasamos,
aun a nuestros pies y siendo de río
tan calmo, tan vadeante, y de nadie.

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