Entre las múltiples variedades de formas con las que suelo autoflagelarme destaca una con respecto al hecho del mundo y la sociedad en sí. Consiste en declararme como inútil para el emprendimiento, nula capacidad emprendedora. Sin embargo, hoy se me ha hecho la luz con respecto a dios. No es que yo sea incapaz de emprender nada, sino que tengo los pies en la tierra (y hasta más abajo, sí, allá, allá por el río sin sombra ni cauce) y la cabeza en el aire. No vivo superficialmente. No vivo con la mentira de “aquí”.
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