miércoles, 16 de enero de 2013

El potro griego

El potro griego

ajustaste el porvenir,
relojero inquietante,
cuando los candados
se cerraban y el mar se abría.


Viento a solas barajando
cada poro de tus pómulos
como dos pechos de kore
o muchacha griega
descubriendo
el aturdido arroyo
que lentamente golpea
cada roca brillante
que acaricia el musgo,
oteando a nivel del agua y del aire
la isla sumergida y acuosa
que moldearon los gigantes
de tus dedos y tus labios
y tu ojeriza vendimiada a raíz
de largos cortos, desde la orilla
hasta el cabezo: Verte y verte venir
abrazado siempre a mí misma.

Habitación cálida
de recurso extra vía
que te amplía el cauce
de este lecho de río
que hoy desemboca.
Llanto perpetuo por amor.
Llanto de minusválido soldado.
Llanto compungido de militares entrevistas
sobre el vello que les cubre la piel,
y un devenir y un sortear
y un kilómetro justo vertical
de esta sin pies pausa.

Veneraremos a los dioses
cuando éstos hayan partido,
y yo, virginal entelequia de la costumbre,
acomodaré los pliegues de mi falda
al sondeo preciso de tu mano y tu deseo.

Y verteremos lágrimas de cable
azul y verde como el mar caribe.
El golfo del león quedará al frío
de la navaja, y otras dos bocanas
de mar se fundirán en la buena rutina
de la tierra de crear océanos.
No habrá bandido ni bando
ni tronante bestia BI-famante.

Vuelve el hombre y la yerba
vuelve sobre las sonoras flores,
vuelve el generador del símbolo preciso.
Sin seguidos el mar se hace y el río
vuela ya cansado y completo,
sin sentido de sí mismo.

Sofía Serra (De Suroeste)

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