sábado, 6 de noviembre de 2010

La buena suerte de un nob(v)el

No, si yo también lo pienso,  o sí, que hay gente que nace con estrella y otras estrelladas, y a algunos otros les cambia, dicen, la buena o mala fortuna, y aún dicen más, que verdad universal es que cuando a uno le conceden el Nobel suele suceder.
Y debe ser así. Hoy he percibido prueba tangible,  fotografiable  y hasta bebible de que estas sucesos acontecen, cuando de vuelta esta noche  me he topado  con este escaparate de una librería y, al fijarme, he comprobado que habían puesto, pegadito, vamos, el libro de un señor autor al lado del mío, ¡del mío! ahí, en el mejor sitio del escaparate, en todo el centro, ¡al lado del mío que acaba de salir!, repito. ¿Existirá mejor fortuna?...que baje dios y lo vea.
Digo yo, digo yo, ¡pero qué puñetera suerte ha tenido este hombre,  Don Mario Vargas Llosa, por dios! y no digamos Alfaguara que es la editorial que le publica su última novela. ¡La de libros que se van hinchar de vender  sólo porque lo han colocado al lado del mío, publicado por Bohodón Ediciones,  en todo el centrito del escaparate....ahí pegaito...¿qué habrá hecho?, ¿qué habrán hecho para merecer tamaña fortuna?...




Por si alguien duda sobre el tono de la entrada: Todavía me bota el corazón de la IMPRESIÓN y mi jodida, POR FIN, ¡¡BUENA SUERTE!!

(Hoy sí coloco todas las etiquetas posibles, HOY SÍ: señor google, ¡arranque motores!)

viernes, 5 de noviembre de 2010

Mula de carga

Mula de carga

De este cansancio nace el abandono
el más orejudo abandono,
el más afortunado mestizaje,
el mas lechoso canal y cauce
de embarque y desembarque.


Yo no quiero hacerme nombre de nada.
Soy carne, trémula y tierna,
híbrida sin-descendente,
¿para qué necesito al verbo
si me predico en la sustancia?


Sujeta de yerta y reyerta,
vereda, me ato a la zancadilla de mis propias pezuñas.
Sin más adjetivos.


Sofía Serra, Noviembre 2010

martes, 2 de noviembre de 2010

Pagadas suertes


Título de la fotografía: Nena (picar en la foto para verla más grande)

Perra y ciega 

Se me quedó lejos. Se me quedó la casa lejos
y aún traduzco las señales de su hoguera.
Es difícil distinguir entre la llama del recuerdo
y el ardor de la nueva aurora.
De ciega a ciego vislumbro este aire,
este espacio
que,
entre tu vejiga y la mía,
palpo y se me escapa entre los dedos,
palpo y tanteo con palabras,
palpo y mantengo invisible en esta mano,
la derecha, mientras te hablo a los ojos:
¿qué hay, qué hay aquí, mi dios,
que sostengo, peso, sopeso, te muestro y no, sin embargo, no veo?

Sofía Serra, 30 de Octubre 2010

lunes, 1 de noviembre de 2010

Un pequeñísimo homenaje a D. Francisco de Quevedo (Republicación)

(Del 16 de Agosto de 2009)

(Pequeño porque su Arte fue demasiado grande para cualquier acción que yo pretenda, aunque sea homenajearlo)


No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca o la frente,
silencio avises o amenaces miedo.

¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Hoy, sin miedo que libre escandalice,
puede hablar el ingenio, asegurado
de que mayor poder le atemorice.

En otros siglos pudo ser pecado
severo estudio y la verdad desnuda,
y romper el silencio el bien hablado.

pues sepa quien lo niega y quien lo duda,
que es la lengua la verdad de Dios severo,
y la lengua de Dios nunca fue muda.


[...]

Comienzo de "Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos, escrita a Don gaspar de Guzmán, Conde de olivares, en su valimiento". Francisco de Quevedo



Hace escasos días, visitando una de la miríada de redes sociales culturales que existen por este panorama actual de Internet, aprovechando por supuesto que ya dispongo de buena conexión que me permite navegar con prontitud, "asistí" a una "sesuda" discusión en la que se planteaba si en el arte, en ese caso la literatura, era mejor lo poco o lo mucho. Aturdida , y algo perpleja ( aún, debo reconocerlo, me dejan descolocada estos "encuentros" con disquisiciones que YA el Hombre ha dejado más que solventadas a lo largo de su Historia como ser capaz de fabricar Arte) la leí, para terminar, como siempre suele sucederme, escandalizada (no termino de acostumbrarme) por, simplemente, la supina ignorancia que destilaban las opiniones allí vertidas, y no por falta de posibilidad de acceso a la cultura, al conocimiento), y que ronda todavía por este ser humano que pretende, intenta, no lo logra y encima se cree. Me entraron unas ganas casi imposibles de controlar de registrarme en la red sólo para añadir a la discusión la siguiente pregunta:

¿Han oído hablar alguna vez de D. Luis de Góngora y de D. Francisco de Quevedo, del culteranismo y el conceptismo ?

Era una pregunta dirigida a todos, o al menos a la mayoría, recurrentes seres humanos expertos en la escritura, y, sobre todo, en la acudida a intensos y, por lo leído, serísimos talleres literarios, todos no gratuitos. No tengo nada en contra de ellos, los talleres literarios, salvo el hecho de que me parecen solamente negocios experimentados en el arte de sacar dinero a, la mayoría de las veces, inocentes, o ignorantes, personas que piensan que por acudir a lecciones sobre el arte de escribir, pueden automáticamente convertirse en escritores, y aún peor, negocios, su mayor parte, no puedo generalizar, además de que vaya por delante mi desconocimiento, pues nunca he accedido a ninguno, ni virtual, ni físico, pero existen realidades que se pueden juzgar tan sólo por los resultados que producen, que se dedican a exprimir a personas que, por padecer graves o leves transtornos psicológicos, acuden a ellos para intentar aprender una técnica que puede resultarles positiva como tratamiento para su enfermedad. En resumen, SACAMANTECAS. Eso es lo que considero que realmente son los llamados talleres literarios que tan de moda se han puesto actualmente.
Me pregunto siempre ante la contemplación del panorama actual que el arte de la escritura y la literatura presentan en este mundo mediatizado por la ingente globalización y consiguiente y pandémica desindividualización del ser humano, y por consiguiente, y valga la reiteración, la inquietante incapacidad del mismo para ubicar las cosas en el propio sitio que les corresponde, si, estas personas, que por casi cualquier circunstancia, como  seres humanos que somos, sienten en algún momento la necesidad y el gusto de escribir, han empezado por leer. Es la pregunta primera, la originaria, la más simple que acude a mi pensamiento. A partir de ella podemos concluir en, como si de un cono de deyección se tratase, una casi inundación, por la gran cantidad que a continuación me sobrevienen.
Desde mi punto de vista, de lectora, es muy grave el daño que se le está haciendo a la literatura en particular, y al arte en general, desde este medio que es Internet, aunque hace años contemplé esperanzada sus inicios por, exactamente, todo lo contrario. Hoy pienso que no correrán ríos de sangre (aunque gotas de la misma, poéticamente hablando, se deslizan ya) y que de alguna forma, como siempre sucede con todo lo humano, las aguas volverán a su cauce.
Recuerdo cómo leyendo la novela "Juliano el Apóstata" (Gore Vidal), me encontré con las reflexiones que el propio hacía, por boca de alguien cercano al futuro emperador, sobre el problema de enseñar a leer a lo que entonces llamaban el pueblo. Recuerdo cuánto se ha luchado a lo largo de los siglos, por parte de algunos seres humanos, por hacer extensivo el acceso a la cultura a todo Hombre independientemente de su condición social ( e incluso de género); recuerdo cómo yo misma abogo una y otra vez por que es sólo la cultura (el conocimiento por parte del ser humano de lo que ha hecho y lo que es) lo que nos puede ayudar para intentar lograr un mundo mejor, más justo para y con todos; recuerdo como en una época como aquella que se conoce como la de la Paz del imperio, la Pax Augusta, cuando Augusto llegó al poder en Roma, existió una especie de afán escribidor que se manifestó en la abundante literatura que conservamos de su época. Y, por último, hoy mismo he recordado, pasando a mp3 una canción de Paco Ibáñez en el Olympia, cómo el propio Quevedo satirizaba sobre las modas por el arte literario que en su propio siglo se desarrollaban.

Resulta de sobras conocida la interpretación por la cual, en épocas de crisis, esto es, en épocas de cambio, el ser humano necesita viva y ardientemente dejar manifiesta expresión de sus sensaciones, afanes, sentimientos y pensamientos, ya sea mediante la palabra o mediante cualquier otro lenguaje. Esto normalmente repercute en el logro de una abundante producción artística que conlleva la contemplación de la citada etapa como una ídem dorada de la cultura.
Esperemos que resulte así, y que el cernidor de los años no tarde demasiado en actuar, o que los puros negocios mercantiles, por siempre y para siempre reñidos con el Arte, y entre los que incluyo a la mayoría de las editoriales actuales, de cualquier tipo, ya físicas, ya "virtuales", no estropeen las supremas intenciones de un ser humano que puede y debe hacer las cosas BIEN.
O que los seres humanos no se dejen ensuciar, tentados por el engaño al que el exceso de vanidad les lleva.

Este post quiere ser un pequeño homenaje a Quevedo, pero igualmente podría hacerlo extensible a cualquiera de los miles de escritores, esos que llamamos clásicos, que, lamentablemente, por mucho que sus nombres suenen, y a la vista de lo que se contempla, pocos seres con pretensiones de ser escritores han leído en su vida (que se atrevan a confesarlo o no, resulta ya cosa distinta)

Decía Quevedo al final de su soneto "Receta para hacer soledades en un día" (Obvio que iba dirigido contra Góngora, pero hasta esta enemistad resulta hermosa de contemplar a la vista de lo que manifestaron artísticamente uno y otro poeta):

[...]

Que ya toda Castilla,
con toda esta cartilla,
se abrasa de poetas babilones,
escribiendo sonetos confusiones;
y en la Mancha, pastores y gañanes,
atestadas de ajos las barrigas,
hacen ya cultedades como migas.


(Francisco de Quevedo)


De más está decir que sólo habría que sustituir los nombres de los lugares geográficos por uno más "global", ya sea el de nuestro propio planeta o el de esta misma red, o los del tipo de estrofa y otras "modo/as" en las formas para trasplantar esos versos a nuestros días sin que perdieran ni un ápice de actualidad.
Un clásico, eso es lo que faculta a un "clásico". Su a-temporalidad.

(Sofía Serra, Agosto 2009)

De profundis (II). Oscar Wilde

Continuación de ésta


"Me culpo también por haber dejado que me llevases a una ruina financiera absoluta y deshonrosa. Me acuerdo de una mañana a comienzos de octubre del 92; estaba yo sentado en el bosque ya amarilleante de Bracknell con tu madre. En aquel tiempo yo sabía muy poco de tu verdadera naturaleza. Había estado de sábado a lunes contigo en Oxford. Tú habías estado diez días conmigo en Cromer, jugando al golf. La conversación recayó sobre ti, y tu madre empezó a hablarme de tu carácter. Me habló de tus dos defectos principales, tu vanidad y, según sus palabras, tu «absoluta inconsciencia en materia de dinero». Recuerdo muy bien cómo me reí. No tenía ni idea de que lo primero me llevaría a la cárcel y lo segundo a la quiebra. Pensé que la vanidad era una especie de flor airosa en un hombre joven; en cuanto a la prodigalidad -porque pensé que no se refería más que a la prodigalidad-, las virtudes de la prudencia y el ahorro no estaban ni en mi naturaleza ni en mi estirpe. Pero antes de que nuestra amistad cumpliera un mes más empecé a ver lo que realmente quería decir tu madre. Tu insistencia en una vida de abundancia desenfrenada; tus incesantes peticiones de dinero; tu pretensión de que todos tus placeres los pagara yo, estuviera o no contigo, me pusieron al cabo de un tiempo en serios aprietos pecuniarios, y lo que para mí, al menos, hacía aquellos derroches tan monótonos y faltos de interés, conforme tu persistente ocupación de mi vida se hacía cada vez más fuerte, era que el dinero realmente se gastara poco más que en los placeres de comer, beber y ese tipo de cosas. De vez en cuando es un gozo tener la mesa roja de vino y rosas, pero tú ibas más allá de todo gusto y mesura. Tú exigías sin elegancia y recibías sin gratitud. Diste en pensar que tenías una especie de derecho a vivir a mi costa y con un lujo profuso al que nunca habías estado acostumbrado, y que por eso mismo aguzaba tanto más tus apetitos, y al final si perdías dinero jugando en un casino de Argel te bastaba con telegrafiarme a la mañana siguiente a Londres para que abonase tus pérdidas en tu cuenta del banco, y no volvías a pensar más en el asunto.
Si te digo que entre el otoño de 1892 y la fecha de mi encarcelamiento me gasté contigo y en ti más de 5.000 libras en dinero contante y sonante, letras aparte, te harás una idea de la clase de vida que exigías. ¿Te parece que exagero? Mis gastos ordinarios contigo para un día cualquiera en Londres -en almuerzo, comida, cena, diversiones, coches y demás- sumaban entre 12 y 20 libras, y el gasto semanal, lógicamente proporcionado, oscilaba entre las 80 y las 130 libras. Nuestros tres meses en Goring me costaron (contando, por supuesto, el alquiler) 1.340 libras. He tenido que recorrer paso a paso cada apunte de mi vida con el Receptor de Quiebras. Fue horrible. «La vida llana y alto el pensamiento» era, por supuesto, un ideal que en aquella época no podías apreciar, pero ese despilfarro fue una vergüenza para los dos. Una de las comidas más deliciosas que recuerdo la hicimos Robbie y yo en un cafetillo del Soho, y vino a costar en chelines lo que costaban en libras las comidas que yo te daba. De aquella comida con Robbie salió el primero y mejor de todos mis diálogos. Idea, título, tratamiento, tono, todo salió con un cubierto de tres francos y medio. De las comidas desenfrenadas contigo no queda más que el recuerdo de haber comido demasiado y bebido demasiado. Y el ceder yo a tus demandas era malo para ti. Eso lo sabes ahora. Te hacía a menudo codicioso; a veces no poco desaprensivo; insolente siempre. En demasiadas ocasiones había muy poca alegría, muy poco privilegio en invitarte. Olvidabas, no diré la cortesía formal de dar las gracias, porque las cortesías formales no van bien con una amistad estrecha, sino simplemente la elegancia de la compañía cordial, el encanto de la conversación agradable, el rEpirvóvxaxóP, que decían los griegos, y todas esas delicadezas amables que embellecen la vida, y que son un acompañamiento de la vida como podría ser la música, armonización de las cosas y melodía en los intervalos desabridos o silenciosos. Y aunque pueda parecerte extraño que una persona en la terrible situación en que yo estoy encuentre diferencia entre una infamia y otra, aun así reconozco francamente que la locura de tirar todo ese dinero por ti, y dejarte dilapidar mi fortuna con daño tuyo no menos que mío, para mí y a mis ojos pone en mi quiebra una nota de disipación vulgar que me hace avergonzarme de ella doblemente. Yo estaba hecho para otras cosas.
Pero más que nada me culpo de la total degradación ética en que permití que me sumieras. La base del carácter es la fuerza de voluntad, y la mía se plegó absolutamente a la tuya. Suena grotesco, pero no por ello es menos cierto. Aquellas escenas incesantes que parecían ser casi físicamente necesarias para ti, y en las que tu mente y tu cuerpo se deformaban y te convertías en algo tan terrible de mirar como de escuchar; esa manía espantosa que has heredado de tu padre, la manía de escribir cartas repugnantes y odiosas; esa absoluta falta de control sobre tus emociones que se manifestaba lo mismo en tus largos y rencorosos estados de silencio reconcentrado como en los accesos súbitos de ira casi epiléptica; todas esas cosas, en alusión a las cuales una de las cartas que te escribí, dejada por ti en el Savoy o en otro hotel y por lo tanto presentada ante el Tribunal por el abogado de tu padre, contenía un ruego no exento de patetismo, si en aquel tiempo hubieras sido capaz de ver el patetismo en sus elementos o en su expresión, esas cosas, digo, fueron el origen y las causas de mi fatídica rendición a tus demandas cada día mayores. Me agotabas. Era el triunfo de la naturaleza pequeña sobre la grande. Era esa tiranía de los débiles sobre los fuertes que en no sé dónde de una de mis obras describo como «la única tiranía que dura».
Y era inevitable. En toda relación de la vida con otros tiene uno que encontrar algún moyen de viere. En tu caso, había que ceder ante ti o dejarte. No cabía otra alternativa. Por cariño hacia ti, profundo aunque equivocado; por una gran compasión de tus defectos de modo de ser y temperamento; por mi proverbial buen carácter y mi pereza celta; por una aversión artística a las escenas groseras y las palabras feas; por esa incapacidad para el rencor de cualquier clase que en aquel tiempo me caracterizaba; por mi negativa a que me amargasen o afeasen la vida lo que para mí, con la vista realmente puesta en otras cosas, eran meras minucias que no valían más de un momento de pensamiento o interés; por esas razones, aunque parezcan tontas, yo cedía siempre. Y el resultado natural era que tus pretensiones, tus ansias de dominio, tus imposiciones fueran cada día más descomedidas. Tu motivo más ruin, tu apetito más bajo, tu pasión más vulgar, eran para ti leyes a las que había que amoldar siempre las vidas de los demás, y a las cuales, llegado el caso, había que sacrificarlas sin escrúpulo."

(Continúa en esta posterior)
 
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