martes, 31 de marzo de 2020

Alentar



El aliento

Pienso que no hay otro mundo allí arriba
Más lejano que aquel que contemplan estos ojos,
Donde la Sabiduría nunca se burló del Amor,
Donde la Virtud nunca se sometió a la Infamia.
(Emily Brontë)

El mundo que creamos
ajeno a la naturaleza
nos derrota cada día.
Solo ella nos contempla
como madre imparcial
atenta y justa. Si dolientes,
su indulgencia nos endulzará
el amargor de la mentira.
Si dichosos, bendice
cada nube gris con sus lágrimas,
la tierra se torna tierna,
la luz palidece levando
las anclas del velo
que nos oculta lo verdadero.

—¿Cuándo dejaremos de actuar
como dioses? Seamos
sacerdotes de la humildad,
nuestro natural límite—.

Cuando los hombres construyen
tercos los habitáculos siniestros
de la infamia y la injusticia,
cuando avarientos se desdicen
hasta de la bendición
de haber nacido y reniegan
del dolor de su madre
cuando los trajo al mundo,
entonces la tez cetrina
cubre con su manto de cenizas
la belleza del paisaje luminoso,
nuestros ojos cesan,
nuestras manos se desmenuzan,
nuestras bocas se quedan
mudas del espanto,
gobierna el mundo un imperio
de desdicha. Solo queda el amarillo
pálido de los corazones secos
tan pequeños y arrugados
como aceitunas inmaduras
que ni los pájaros picotean
y caen sobre el desquiciante suelo.

Pero hasta en la infinita tristeza
del paisaje desolado, la esperanza luce:
Los olivos de la paz
no han hecho más que comenzar
otra posibilidad de existencia:
La ceniza torna el suelo
más ligero y fecundo.

No desesperes, amado mío,
los dos hemos visto rebrotar
el verde en los terrenos
arrasados por el fuego.

La noche en llamas se sucede,
invariable el hueco azul
apasionado de la mañana
abre su boca desperezando
el aliento.

martes, 24 de marzo de 2020

Otra pandemia




Pandemia (de todos)

Aun sin casi cuerpo revives
todos los años, majestuosas
extensiones de un síndrome
tan natural como cualquier virus
que contagia, que hunde en la tierra
sus lentísimos brazos de onagra
habitante de este mundo
tan pleno como hueco
tu tronco y tu ronco estallido
en zarcillos de flores y hojas verdes
que revientan el cielo
con tu pausada descarga
de polen y polvo viejo
del frío invierno antaño
salud de tu casa, tu fuste
tan cueva, tu carne recia
tan pasto de gusanos
que socavan tus paredes
trepanando tu leño
tan inhumano que no sucumbe
sino que se levanta agradecido
al revivir ya oreado
por los mismos orificios
que te casi mataron.
He aquí el misterio, el misterio,
lo ignoto, lo no revelado,
como el hueco que me fallece
al preguntarme por culpa
si no te abandono y si te olvido
el mensaje me tumba a tus pies
entonando esta melopea
de cántaro de barro llena
de contenido pero hueca
de vacío pues el tiempo
llegará como yo llegaré
a mí misma y a mi edad
de canto prolongado
tan sin apenas cuerpo
pero con flores y gusanos
de vida que embutirán
toda la tierra y las luces
en mis ramas ya verdeadas
del plácido estío y la geoda
sin nubes de distancia
entre el azufre de la tierra
y el azafrán del otoño del día,
tu futuro jaspeado de dudas
como las que me devoran o adornan
festoneando mi fuste
de líquenes secos mas vivos
de materia muerta que renace
como tú o como yo
que ya no sé si soy encina
o piedra o tierra o lluvia,
de hoja en hoja me persigo
tramitando cada paso
que escalo sobre tu corona
de frágiles brozas y tupidas flores
de cuento chino y sus verdades
de no ser más que tu espejo
de luces verdes donde griseas
tu tronco atravesándome
cada meninge hasta que exclama
la tierra taladrándome me abre
en brazos de sueño esplendente
originando el campo
de incertidumbre irradiada
por la luz y el calor
de todos los seres que rehaces
con el soplo de tu reviviscente
pandemia, o primavera.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Lírico paisaje



Paisaje con lirio

Este privilegio que arropo
en mi regazo, ni canta por sí mismo
ni me llega regalado, este privilegio
nació fruto de mi albedrío
y el del suelo que me premió
con carencias la osadía
de hacer mía la voluntad
del hierro y de las piedras
como las que sorteo
al florecer en estos parajes
solitarios de un hogar construido
con alas de mundo interno
y voces de terrenas melodías.
Ahora que me libro,
cierro las jaulas de los vientos:
poder aislarme de ellos
cuando quiero,
suprimir el encierro que la dura
y seca costra a otras flores impone,
caminar con mis hijos poblando
casi medio mundo sin atisbar
ser humano ni ser por ninguno percibido,
abrirme por la tarde pues lirio soy,
lirio longevo en suelo inerte
al que quiebro y revivo
floreciéndome, como lirio extraigo
de mi áspero y gris regazo el color
de los bienes y el aroma de las paces,
como lirio contraigo mis pétalos
cuando el sol me sobreexpone
y a su luz caída yo me levanto,
y multiplico mi especie en estos tiempos
de yermos pasajes, de extrañas veces
para los extraños -siempre esos extraños
ante mi delicada rutina-
que pisan suelos condenados
a no florecer nunca.

Y sin culpa continúo sosteniendo
y arropando con mis moradas
sedas este privilegio de ser
entre tanto páramo incendiario
la única flor que no atiende
a bonanzas o males temporales:
incólume lirio bajo la encina
que sueña su paso lento
sobre el rosa suelo de la edad
y la voluntad nombrada
entre cardos y piedras elegida
ser flor de muchos días.

viernes, 13 de marzo de 2020

Vírico paisaje



El paisaje

Yo no soy paisaje digno de reflejar
en fotografías o grandes lienzos,
en documentales feroces
que la comparativa provoca,
ni siquiera en las evanescentes
pantallas por donde se asoman
al resto del mundo y sus aconteceres.
Apenas árboles,
a duras penas multitud de piedras,
una tierra dura coronada de yerba
rala producto de las bocas rumiantes
y los extremos de temperatura,
algún arroyuelo de invierno,
cardos grises y verdes,
caminos polvorientos o embarrados
sin grandes sombras que los alivien,
soy un paisaje no de cuento,
un paisaje mínimo de esplendor
natural o humano, una especie
de tierra de nadie sin casi nadie
que me lleve a los altares
de la admiración. Recuerdo
a los bajíos del alma
terca e inmune a pasiones
o ventisqueros de halagos,
tan mudo que nadie me oye
salvo alguna oveja y sienes
tan tercas como yo. Soy paisaje
decrépito de umbrías y ternura,
de hojas caídas y cascadas frescas
y hasta de hombres. Sin embargo,
no duermo ni descanso, ventrílocuo,
pongo voz a los cierzos, los levantes
los solanos y los ponientes,
a los vientos rijo como una rosa
nacida en la obstinación
de los mapas, planos de puro inermes,
como una rosa de los vientos
a la que los vientos no tumban.
De tan viejo, mis huesos frágiles,
en polvo y tierra se funden.
De tan firme, mis pies columbran
la salud de las bacterias
que favorecen mi engorde:
nitritos y nitratos me rejuvenecen
como si amo del espectáculo fuera
y hasta tierno y aireado me vuelven
las cuchilladas profundas de los hombres
y sus manos. Soy plegado y raso,
anciano y joven, domesticado
y salvaje como el ser humano
que de mí vivía y ahora, otros,
para mí viven. Conservo mis años,
mis siglos, en cada nuevo brote
del lirio que amanece morado
sobre mi suelo rosa y terso
de tantas pisadas de animales.
Mas me dibujan caminantes
sin pasos pero con huellas
solo visibles cuando caen.
Yo no soy paisaje digno de cine,
pero mitigo la airada mirada
de quien me vislumbre
respirando mis aires libres
de virus coronados por la falaz
pandemia de tanto ser
habituado a la pequeñez
que no encuentra, no halla,
no atina a contemplarse
más allá de sí mismo.
Devuelvo como espejo
todas las estrategias que asolanan
las arrugas profundas y recias
de tanta hambre de mentira:
soy verdad como la poética
de las cosas, soy justicia firme
en mi dureza que a todos
devuelve la mirada
y hace felices a quienes ante mí
se derrotan de sí.
 
Creative Commons License
El cuarto claro by Sofía Serra Giráldez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España License.