martes, 24 de septiembre de 2013

Yo maqueté el encuentro en camarinal, ;) (Javier Sánchez Menéndez, el libro de los indolentes.1)

Aquí está ya "El libro de los indolentes. (1. El encuentro en Camarinal)", de Javier Sánchez Menéndez. Lo ha maquetado y diseñado una servidora y me siento como una vaca de gorda de orgullosa por haber tenido la oportunidad. Y como una reina de privilegiada por haberlo podido leer ya, ser de las primeras personas en hacerlo. Es un libro impresionante. Y es un libro lleno de esperanza.

¡¡ENHORABUENA, JAVIER!!

Y enhorabuena a todos nosotros por poder tener ya al alcance una obra tan preciosa, tan magnífica, tan distinta, tan necesaria. En el enlace de la editorial dice "prosa poética". Ya sé que hay que nombrar de una forma inteligible, pero no estoy de acuerdo con esa categoría. La llamada prosa de Javier Sánchez Menéndez no es prosa, es pura poesía. Claro, que esto sólo puede ser entendido por los que aciertan a atisbar lo que significa la palabra poesía. La  poesía no es verso, ni decir cosas bonitas o de una forma especial, eso ya lo sabemos. Escribir poesía significa ser capaz de trascender al lenguaje de tal forma que él, aunque sea el vehículo de transmisión, deja de tener apariencia de lenguaje. Se convierte en un metalenguaje, algo mucho más allá de él. No hay que decodificar, el cerebro se deja sustraer por él. la lectura parece que pasa inadvertida al acto neuronal. Eso es escribir poesía. Y eso es lo que hace Javier en este libro (que es la primera parte de lo que se prevé como una serie). Se puede decir que el autor lleva ensayando este estilo desde 1984, allá cuando comenzó su conocida serie de Fábula. No sé cuándo exactamente ha escrito este Libro de los indolentes, pero sí he percibido que por su estilo y por lo desarrollado en él, la trama, el concepto que lo sustenta, ha logrado encontrar la forma para el contenido. La simbología presente a lo largo de todo el texto, la ingente cantidad de guiños al lector actúan de verdaderos ganchos que se apropian de la mente para además de lograr influir en su espíritu, ética y estéticamente, despertarle la inquietud por no dejar de leer hasta descubrir. Y se descubre ¡Y tanto que se descubre! Y lo que se descubre (casi en cada capítulo), para hablar en plata, deja al lector con las patas colgando. Una no puede imaginar que tras toda esa sucesión de símbolos, alegorías, que incluso algunas veces pasan por la mente como fuertes claroscuros, casi como contempláramos un paisaje tenebroso y hasta desolado, lo que existe es una enorme ventana al paisaje más agradable y acogedor imaginable. La luz, la mañana, un huerto, un paisaje de montaña con el día despejado. La esperanza.
Mientras lo maquetaba me acordaba de un pintor, Miró. Recuerdo al estudiarlo allá por mis años mozos cómo aprendí cómo, efectivamente, tras esa sucesión de, al parecer, símbolos extraños en su pintura, en la mayoría lo que el pintor hace es cantar a la vida. Recordaba las primeras, esas más "inteligibles", esos huertos con almendros en flor. Cada artista se apoya en lo que logra construir como simbología de su personal estilo, cada artista verdadero. Miró llega a construir su propio "alfabeto", quizás ya ten hermético que desaparece o queda muy alejado de esa especie de salvífica noción de la existencia. Algo así me parecía a mí que Javier Sánchez Menéndez le sucedía en Fábula, de lo que creo él también era consciente, de ahí la necesidad también de transmitir hechos claros con palabras claras y rotundas sobre el posicionamiento personal del autor acerca de cada cuestión social, REAL, susceptible de tratar, pequeñas "contaminaciones" que anclaban la obra al suelo para que el lector no se perdiera. Sin embargo, para mi percepción, en este libro de los indolentes ha logrado dar el paso fundamental. Ése por el que importa realmente un pimiento nada y todo. Lo repito, no hay que decodificar, la mente no necesita molestarse en ello. El lenguaje creado lo hace por una sin que nos demos cuenta. Son los primeros huertos de Miró quintaesenciados. Una se siente, de pronto, quizás tras cada capítulo, quizás tras cada párrafo o tras la lectura de cualquier renglón habitando el lugar perfecto, ese que soñamos para nuestra alma. Cada uno lo pintará como quiera: Como hay esperanza, la vida es salvación. 


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lunes, 23 de septiembre de 2013

La luz de los días (com un arbre nu)

La luz de los días (com un arbre nu)

Ya los gavilanes se sumergen
en el río de las horas.
Romper el tiempo siempre
fue lo nuestro, aunque construir
catedrales no se nos diera
bien sabemos hacer
el amor entre sus pilares
y la luz de las vidrieras y la piedra
nos tallan como flores maduras
que robustecen el estallido
de los transparentes en otoño.

Y jamás nos sonrió la suerte.
Aunque el membrillo, sí.

Ahora que los árboles se desnudan
columpio su ocaso
en tus pupilas tú me ves
como si nunca me hubieran mirado
como un árbol vestido
de pájaros azules y voces
como la suma del bien
y tu longitud de hombre libre
como un árbol desnudo
y mi latitud de mujer
como un árbol desnudo
con sus hojas
ya transparentes
somos.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Los sucesos

Los sucesos

Cuánto hace que te quieres
endiosar,
hábil y téstigo mundo,

los sucesos que me asfixian
suelen provenir de partes
de agua estancada,
esferas de esdrújulo aire,
mitad comino, mitad veneno
para las verdes sienes,
la voluntad que se me impone
por mor de la codicia de
y la falta de
tierra donde poner los pies
los otros.


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Como un árbol

Como un árbol

Entre las múltiples variedades de formas con las que suelo autoflagelarme destaca una con respecto al hecho del mundo y la sociedad en sí. Consiste en declararme como inútil para el emprendimiento, nula capacidad emprendedora. Sin embargo, hoy se me ha hecho la luz con respecto a dios. No es que yo sea incapaz de emprender nada, sino que tengo los pies en la tierra (y hasta más abajo, sí, allá, allá por el río sin sombra ni cauce) y la cabeza en el aire. No vivo superficialmente. No vivo con la mentira de “aquí”.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Medusa

Medusa

Nunca me han regalado un ramillete
de flores que llevarme al pecho.
No sé, la vida
sucede tantas ocasiones
tan injusta con las diosas
que no son de mármol…

Pero en Carrara triunfé.
Me aplastaron la ingle
como una lengua
de sapo. El príncipe
afiló su cincel
y el bloque de una tonelada
se desprendió de la cantera
limpia y mansamente.
Entonces llegó Miguel Ángel
y encontró su David
y su fama.
Pero tampoco me regaló un ramillete
de flores que llevarme al pecho.

Siempre estoy sola
y aún no sé
en qué consiste la soledad
salvo en estar
sola, algo descabellada
—cada vez menos
sierpes me quedan—
y hacer Arte con mi mirada.
 
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