sábado, 8 de diciembre de 2012

La estatua de mármol

La estatua de mármol

Querer desentrañarte
o desentrañarme,
dejar que el dolor aflore
como los manantiales
desde el pecho de los cabezos amarillos.
Las cañas habrán de ser verdes
dedos que enraícen
en cada uno de mis huesos.
Así, en vez de mamas ves florecer
brotes de aulagas, retamas
arbustos costeros cubiertos
de flores blancas y grises.
Sus hojas decimonónicas
tan aromáticas endulzan
el aire tibio que emana
el sentimiento de haberme
descubierto viva aun
enterrada bajo tantos estratos
de arenas fósiles.
la lluvia verdea las lindes
—es invierno en este sur—
de la casa que cada año
estrenamos: a nuestros pies
la estampa de la playa
y la escritura sobre ella
con el cálamo de la caña
más dura, ya reseca
y quebradiza.

Qué me pedirá a cambio la naturaleza
ahora que olvido el granito
y las arcillas de las encinas
sino mi misma vida

que despierta con el dolor
conquistando cada espacio
intercostal
marmóreo,
las caderas
y mi pecho
horadado.

fundir en la misma empresa
la baja-amar y el desentierro
de la estatua con sus blancos
brazos.

(Sofía Serra. De Los cabezos amarillos)

viernes, 7 de diciembre de 2012

Salvemos las guerras


¿Mueves de nuevo guerras, Venus,
después de paz tan prolongada?
(Horacio)

Leerlos me hace recuperar la paz y seguridad perdidas. O semiperdidas. A los clásicos. Leeros.

Leer a Horacio es recuperarme. Leer a Catulo, rescatarme. Mis venas arrancan de ellos aún sin haber nacido en su tiempo. De alguna forma extendieron las suyas hasta  mí, y hasta tantos. Lástima que ni en ellos, hoy aún , ni hoy aún, podamos encontrarnos.
Pero no he de lamentar nada. Me acompaña la luz de aquello en lo que creo que no es nada original ni extraño al ser humano, y sí común al cauce que las raíces fueron construyendo. Me siento tan de ellos como si hubiera nacido ayer, tal vez casi de cualquier tiempo menos de este.

Esa es la clave. No sentirnos del tiempo, sólo sus compañeros.

La sensación de paz me embarga.

Dios salve a estas guerras.
Que dios siempre las salve.

Sofía Serra (El desembarco)

jueves, 6 de diciembre de 2012

El alma desterrada

El alma desterrada

El corazón no duele,
pero a cambio
el cuerpo desaparece.


La sangre me hierve
y cuando llega a su natural
condensación por el frío
que me rodea, me chorrean
las lágrimas, agua y sales
como la urea que al matojo reverdece,
el poso es tierra donde
el cañaveral germina y crece,
mas estoy
a revienta calderas
y el barco de vapor
busca el otro motor
de aceite y gas
que me suprima
de esta artificial suerte
de esperar sobre cabezos rojos
cuando los amarillos
me destilaron
los siete colores del arco iris,
me explosione
y, convertida en humo
y celeste e intangible,
vuele por los aires
hasta mi padre marítimo
una vez
él también se condense
en olas de salinas
y reales y blancas
tempestades o ciudades,
no importa
si pequeñas o grandes urbes.

5 de diciembre de 2012 (Los cabezos amarillos)

Pasantía (La sombra)

Pasantía (La sombra)

… Y nadie como yo ha sabido mirar en ellas.

y si ni el sol ni la tierra
llueven a medida de los gustos
de cada uno o dos
o en la tierra
no hace lluvia o agua
acorde con lo sentido
por ambos
manifiestos
mutuales
y si no se enteran
de nada recíprocamente vecinos
o separados
cuando nube
o cuando tierra
cuando sol
y cuando agua, sin embargo,
nace el verde.
Y siguen sin enterarse,
o integrarse.

Sus lugares me declinan.

Sofía Serra (El hombre cuadrado)

El muriente


El muriente

Ante el misterio, cantar o callar.
Y me robaron el silencio
hace mucho tiempo.



Cansadas, las rémoras se duermen
al amanecer, justo oriente.
Canta el mirlo cuando menos se espera,
ave nítida, tan límpido su eco.
Un acervo incita,
no instiga, no
duele más, no
pervierte el son.
Así que, recuperando un dios que no se oculta,
desde esta memoria hablo:
Mi pecado ha sido recuperar
el caudal de genes que mis padres,
padres nuestros, amasaron
para nuestra fortuna.

Padres y madres míos
que engendrasteis este río,
mudad la desembocadura
desde este alba al muriente,
que ya aquí pernocta la mañana,
que aquí, ya, transitan las corrientes,
que aquí, en cuenta abierta,
el mirlo ya canta
sosteniendo en su eco subacuático
todo aquello que, desde las aves y los peces
que poblaron nuestros pies
allá por donde entonces,
el tiempo con banco en el paraíso,
nos hizo humanos sin disimulos,
más libres en la piedra de la orilla,
más hombre erguido sobre su bípeda simiente,
que ya otea el horizonte buscando la otra baya
que ya la introduce en el estómago con su mano
que más allá del árbol fuente bebe y la digiere,
que qué árbol sino
aquél que el árbol
ya hecho leña.

Para candela
de la caverna.

(Sofía Serra, de El muriente)

 
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