miércoles, 17 de agosto de 2011

lunes, 15 de agosto de 2011

La querencia

La querencia


Traduzco la síntesis entre la foto
y la malpartida de tu boca
cuando sonríes al cielo.
yo necesito un dentista
que me aligere las raíces
que en tu mella se me entierran.


Enhebrada y con sentido
voceo el alarido de tu nombre.
Comunicamos caminos
de fuego fagocitados
por el humo de la escarcha.
Nos conservarán como alcachofas,
flores verdes ahogadas
en cítricos mares transparentes.
¿Quién buceará hasta encontrarnos?
Sin batiscafo ni señuelo
argumentan inmersiones
en los otros como dioses.
El bote de cristal conservero
no claudica ante lo evidente.
No hay quien lo abra.


Sofía Serra. Agosto, 2011

sábado, 13 de agosto de 2011

La flor

(Correcciones Nueva biología)




La flor


Por más que esbozo,
por más que desdibujo este lienzo glauco,
petroglifos o bisontes de Altamira,
no importa dónde nos refugiemos,
no acierta esta deshilada mano
a trazar el boceto.
Somos entelequias de un proyecto
previendo su muerte al nacer:
prometido homo sapiens
desde el canal del parto
trazado por el nombre,
¿quién lo dijo, ¡quién!, por primera vez?
A veces acierto a descubrirlo
en la carcajada de la nube.




Y en la lombriz.




Ya huelga el umbral del cielo.
A un paso de dios,
nos hacemos flor.


Sofía Serra, 2010.

viernes, 12 de agosto de 2011

Palabras de Proust

Proust ha vuelto a dejarme un gran regalo a la vez que terminaba hace un par de días el quinto volumen de su "En busca del tiempo perdido" (la negrita es mía):


[...] Por ejemplo, aquella música me parecía algo más verdadero que todos los libros conocidos. A veces pensaba yo que se debía a que, al no adoptar la forma de ideas lo que sentimos en la vida, su plasmación literaria, es decir, intelectual, lo expone, lo explica, lo analiza, pero no lo recompone como la música, en la que los sonidos parecen adoptar la inflexión del ser, reproducir esa punta interior y extrema de las sensaciones [...] En la música de Vinteuil, había también esas visiones imposibles de expresar y casi prohibidas, ya que, cuando en el momento de quedarnos dormidos, recibimos la caricia de su irreal encantamiento, en ese preciso momento en en el que la razón nos ha abandonado, los ojos se sellan y, antes de haber tenido tiempo de conocer no sólo inefable, sino también lo invisible, nos quedamos dormidos. Cuando me abandonaba a esa hipótesis según la cual el arte sería real, me parecía que era incluso más que la simple alegría nerviosa de un tiempo hermoso o de una noche de opio que la música puede transmitir: una embriaguez más real, más fecunda, al menos por lo que yo presentía, pero no es posible que una escultura, una música, que infunde una emoción —nos parece— más elevada, más pura, más verdadera, no corresponda a cierta realidad espiritual o, si no, la vida carecería de sentido. [...] Como aquella taza de té, tantas sensaciones de luz, los rumores claros, los ruidosos colores que Vinteuil nos enviaba del mundo en el que componía, paseaban por delante de mi imaginación, con insistencia, pero demasiado aprisa para que ésta pudiera aprehenderlo, algo que pudiese yo comparar con la sedería embalsamada de un geranio. Sólo que en el recuerdo se puedeya que no ahondar— al menos precisar gracias a una determinación de circunstancias que explican por qué cierto sabor ha podido recordarnos sensaciones luminosas, al no proceder las vagas sensaciones de Vinteuil de un recuerdo, sino de una impresión [...] no habría habido que encontrar una explicación material de la fragancia del geranio de su música, sino el equivalente profundo, la fiesta desconocida (de la que su obra parecían fragmentos disyuntos, los pedazos con fracturas escarlatas), modo en el que oía" y proyectaba fuera de sí el universo. En aquella cualidad desconocida de un mundo único y que ningún otro músico nos había permitido jamás radicaba tal vez —decía yo a Albertine— la prueba más auténtica del genio, mucho más que en el contenido de la obra misma. "¿Incluso en la literatura?", me preguntaba Albertine. "Sí, incluso en la literatura." Y al volver a pensar en la monotonía de las obras de Vinteuil, explicaba yo a Albertine que los grandes literatos nunca han hecho sino una sola obra o, mejor dicho, han refractado mediante diversos medios una misma belleza que aportan al mundo.
Marcel Proust. "La prisionera" (En busca del tiempo perdido)




Me llama la atención que Proust, al referirse al arte siempre lo haga, al menos por ahora, a partir de la experiencia vivida a través de la percepción de la música (Vinteuil) o de la pintura (Elstir), aunque en este pasaje tímidamente nombra a la escultura. La literatura, "su arte", la relega al principio a la herramienta de plasmación del análisis, aunque al final se ve que le abre un hueco en ese particular, por propia, de él, teoría del Arte que desde que comencé a leer esta obra veo que va "construyendo" o argumentándose.
Me pregunto si de aquí al final nombrará a la poesía (verbal). Si lo ha hecho antes, me ha pasado desapercibido el supuesto pasaje. 
Estos "provistos por escrito", al menos los de esta mi edad, no son mis "fuentes", como Javier Valls me comentó el otro día, es decir, no extraigo conocimiento esenciales a través de ellas. Estos Provistos por escrito llevan funcionando en mí de otra forma desde hace ya más tiempo del que una desearía. Simplemente me confirman en mis suposiciones o  "creencias". A veces, en el ejercicio de la lectura desde hace bastante más que demasiado tiempo, me siento buscando no la respuesta, sino tan sólo el apoyo, me proveen de compañía mental en el sentido de que encuentro lo mismo que yo pienso, expresado "grafiado" por otros seres humanos. Lo cual significa para mi espíritu un gran consuelo.
Aunque no encuentre nada "nuevo", eso es cierto.

La canción del guindo en flor

(Correcciones de "Los parasoles de Afrodita")
Ayer lo recordé, al hacer esta fotografía




La canción del guindo en flor


Cascarón de amor.
Cascarón de un huevo partido en dos,
colmo del revés o del derecho,
si no vuelvo, no hallo paz.
¿Qué será de lo que abasteces
a esta turbada lluvia?
¿Eres suelo a donde llego?
¿Eres cielo de donde vengo?
Escurro incierta
por las esquinas
de esta dehesa:
No más celaje de media suela.
Salto brava en gotas
sobre la dura tierra de Agosto,
las metonimias escoltan al viento
que ya ni espigas que tumbar encuentra.


Ésta es mi vida.
Ésta es mi hora.
Ésta es mi brisa, éste es mi suelo.
Camino a cuatro patas,
olfateo la muda humedad,
adapto mi estómago a la curva amistosa de la tierra.
Zahorí desde el ombligo,
vuelvo sobre mí
y me tumbo de rostro
al cielo:
no quiero más,
no quiero más que lo que soy,
esta flor más entre las flores,
esta yerba más entre los verdes,
esta espiga rubia más harina,
este cuerpo en guinda. Tan en paz.


Viento que te veo,
viento al cielo me devuelves
y al aire de sus corolas llego.
Desde este suelo duelo,
canto, vivo y río
por todos lo que han muerto
queriendo quedar callados.


Que no se engañe,
que no se signe suerte
de grave o poesía tierna o leve.
Este universal navío no tiende amarras
ni hojas puerto al muelle calendario.
Yo sembré un guindo que florece todo el año,
su fruta colma ya este seno, ahora
las palomas se posan junto al tiempo:
No temen al equilibrio de la muerte.


Tú, nadador fecundo, suelta
tus largos brazos, baila al aire.
Riega con tu mojada piel
el cielo blanco de este agosto.
Esta rubia tarde que por la mudez se arrastra,
mejilla sobre el polvo amarillo
como el trigo del verde junio,
alimenta el hambre:
Muere hambriento
el cóncavo y marmóreo cráneo
lastrado con lasca y otra lasca
tras las huecas órbitas oculares.
Huella este territorio alumbrado
del suelo suelto de presente.
Cerca y al lado del agua,
en el sitio del guindo perenne.


Sofía Serra. Agosto, 2010.
 
Creative Commons License
El cuarto claro by Sofía Serra Giráldez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España License.