Mostrando entradas con la etiqueta Martín Lucía. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Martín Lucía. Mostrar todas las entradas

domingo, 8 de diciembre de 2019

"Ya no hay tiempo", o la creación de un intemporal

"Ya no hay tiempo", o la creación de un intemporal

Me pilla de lleno su lectura disfrutando de la otra, la de los clásicos, en concreto la de La Madre Naturaleza, donde Pardo Bazán contesta generosamente a mi pregunta sobre el por qué me gustan tanto los clásicos, disfrutando yo de sus descripciones, tanto de paisajes como de personajes, larguísimas y bellísimas, además de excelentemente concernidas. Es decir, sitúa al lector. Lo sitúa y lo engancha, lo recoge y arropa, y a aquél, o sea, a mí, no le queda más que disponer de tiempo para poder seguir leyendo. Mi enganche a los clásicos, porque es un enganche, una adicción que en los últimos años se ha convertido en algo preocupante. Desde que leí a Proust, no consigo deshacerme de ella. El mono es lo de menos. Siempre están ahí, nunca me van a faltar. El problema, mi problema, es que bien sé que existen nuevas drogas, igual de efectivas o incluso más podrían ser, cuya lectura satisfactoria añadirían a mi mente ese prurito de contemporaneidad que todo humano vividor de su presente necesita. Pero nunca lo encuentro.

La narrativa actual me ha pillado también en la misma adicción. Son innumerables las novelas (o relatos) que he comenzado y hasta casi terminado, pero ninguno benéficamente, satisfactoriamente. El aburrimiento se apodera de mí. No me gusta que me cuenten historias, deduzco desde hace mucho tiempo. Hoy, corrijo. No me gustan cómo me las cuentan. Mi trabajo en la escritura de la poesía tendrá mucho que ver, pero tampoco descarto que la narrativa, la “cuentación” de historias, padece en general en nuestro tiempo de una carencia de lenguaje suyo, propio, de un lenguaje que la acompañe en su tiempo, el contemporáneo. Ese es el problema desde mi punto de vista. Ese es el problema.

No es la trama, la historia contada, la que debe llevar a la lectura. Para eso me veo una peli, me digo. A la vez que la “veo-oigo”, puedo estar haciendo otras cosas, desde coser o cocinar hasta incluso leer ensayo, si la película no me dice demasiado. Pero la lectura literaria debe absorberme para poder disfrutarla. Quizás porque soy amante de la literatura, me gusta leer. No hay más misterio. Necesito que sea la propia lectura, es decir mi inclusión en el desarrollo de la escritura practicada por el autor, la que me incite a seguir la trama hasta su final. Esa es para mí la narrativa, el arte de narrar. Otros pensarán que debe existir un equilibrio entre ambas propuestas, pero tal como mencionaba, yo me decanto por la segunda. O mi mente, la trabazón de tantos años dedicada a la interpretación de signos enlazados entre sí conformando un significado y un significante condensadas en unas neuronas y sus enlaces químicos.

Y eso es lo que he encontrado en la lectura de Ya no hay tiempo. Literatura, el arte de la letra, el arte de la palabra escrita. Reconozco que el título me chocó al principio. Digamos que no me gustaba, muchas vocales seguidas, cuestión de sonido, de musicalidad (otra vez mi gusto por la escritura de poesía, o mi afición a la literatura). Pero una vez leída acierto a comprender, no ya su porqué semántico, el del título, sino, lo que es más importante para esta mente lectora, su causa formal. Exactamente así te lleva su autor a lo largo del recorrido de la historia que cuenta. Sin tiempo y con la lengua fuera, como si efectivamente una solo pudiera pronunciar vocales. No queda resuello para las consonantes, y mucho menos para las oclusivas. Salvo al final, cuando ya por fin encuentras el tiempo para el resuello. Cuando acaba. Cuando la lectura de literatura, finaliza.

Desarrolla Martín Lucía una prosa, una narrativa, estructurada en frases muy cortas la mayoría de las veces. “Malo” me dije al principio, porque no soy muy amante de ese tipo de prosa. Algunos escritores se han aficionado a ella como un banderín o pendón que les proclamase su contemporaneidad. Pero lo que se fuerza nunca obtiene buen resultado. Nace el pastiche, el sinsentido. La forma y el fondo, en este caso la trama, porque de novela se trata, deben conformar un todo completo. “Magnífica”, me dije cuando llevaba unas quince o veinte páginas. Es esa prosa, su prosa, la que el autor elige, la que te marca el ritmo en una carrera que es puro sprint desde el comienzo. Es la que te engancha, la que te coge de la mano y tira de ti aunque no te quede oxígeno o casi pulmones. Su estilo, resumiendo es este. Pero ni mucho menos tan solo. Ni mucho menos. Hay mucho más, muchísimo más. El autor, poeta, recurre a la repetición de frases ya dichas, de ideas ya expresadas, no importa si un renglón antes o diez páginas antes, como si con ello nos enchufara la máscara de oxígeno que necesitamos para seguir con el sprint. No son descansos. Son verdaderas inspiraciones de aire puro que el escritor nos suministra. No recapitula, sí nos recuerda, a la vez que nos marca el ritmo, son verdaderos mantras, para que logremos llegar a culminar la marcha, llegar a la meta: el final del libro.

El autor juega con el tiempo, ese concurso lineal que siempre nombro como nuestro compañero, moldeándolo a su antojo, rompiéndolo, alterándolo, situándonos en un presente o en un pasado, y hasta en un futuro (la previsión de lo que puede suceder que nace en la mente lectora) a lo largo de a disposición de capítulos que él maneja como efectivamente un creador, un creador que está al margen del mismo tiempo porque él mismo lo ha creado, lo ha hecho posible. Martín lucía crea el tiempo de su novela y al lector no le queda otra que vivirlo tal como él señala que hay que vivirlo, para eso es el AUTOR. Es esa la labor de un creador literario, incluso la de crear el tiempo. La guinda del pastel. El pastel es el drama que desarrolla, la historia que nos cuenta y su habilidad para contarlo tal como ese drama que inventa, necesita ser contado.

Martín Lucía es poeta. Un poeta que escribe su primera novela. Gracias a que no ha podido, o no ha querido, evadirse de ese reclamo interior que es la actividad poética, ha conseguido convertir la narración de una historia más o menos actual (podría también calificársela de clásica, clásica porque es tremendamente humana), situada en un momento actual, elaborada con una prosa muy actual, en una narración verdaderamente contemporánea, es decir, con una prosa que acompaña a su tiempo. A ESTE TIEMPO. Ese tiempo cuyo título nos dice que ya no existirá, aquí, en la obra de arte que todo facto de literatura debiera comportar, encuentra su lugar de ser. Y porque es de este tiempo, su tiempo, es un clásico de una novela del siglo XXI. Un clásico para una lectora como yo. Una obra de arte literaria.

Ya no hay tiempo cuenta una historia de amor sobre muchos tipos de amores. Amor por la lectura, amor por las historias con intrigas, amor por el cine, amor por la música, amor por los amigos, amor por la pareja, amor por uno mismo… También una historia de amor por la escritura literaria. La del propio autor. Hasta cuenta la historia de amor por la lectura de una lectora que por fin ha podido terminar satisfecha una novela de nuestro tiempo. Nuestro compañero. Ya no hay tiempo sí ha encontrado su tiempo: nuestra contemporaneidad. Y por ende, la de todos los venideros, exactamente tal como logra un clásico.

oOo

Se puede adquirir AQUÍ

sábado, 14 de febrero de 2015

Crónica de una pequeñez enunciada



Caminar hasta el atril con la sala vacía resulta fácil, una especie de corriente de aire la empuja a una. Bajarse de él con la sala llena de miradas, oídos y voces inteligentes, resulta muy costoso, por no decir casi imposible. Conclusión, en casa del herrero cuchara de palo. Apenas fotos del acto. Consigo extraer dos mínimamente representativas. Ninguna hace justicia, hablaron más personas, llegó casi un tercio del público algo más tarde, ¡hasta treinta personas pude contar!: Mala fotógrafa. Demasiadas tareas me impongo, una no puede abarcarlo todo: iba como autora, quise ser maestra de ceremonias, contable y encima fotógrafa, un imposible. No obstante, hoy me planteo el reto de ser la cronista de un acto en el que cierta medida fui protagonista. Me martirizo a mí misma. Ayer, feliz inmediatamente después, muy feliz. Hoy me despierto sintiéndome una cucarachita: ambiciosa, egoísta, presuntuosa: ¿quién soy yo para escribir/publicar poesía?
Menos mal que la palabra existe, y la fotografía, que el registro, el grafos, es una actuación natural humana. Tengo las notas de Pilar González Modino (leer más abajo), esas palabras sobre las que desarrolló su magnífica alocución, tengo las palabras de Manuel Moya en su prólogo (se puede leer AQUÍ), tengo las fotos de mí misma gesticulando, tengo el recuerdo en mi oído de las palabras del editor y hasta las de Manolo Moya tildando mi poesía como de versos no limpios.
Hasta tengo la controversia suscitada: poesía que provoca sosiego versus poesía que provoca desasosiego. ¿Qué más se puede pedir?
Tengo, tengo, poseo: quizás esa sea la clave. Rica en afectos, rica en poesía, rica en logros vitales, no me siento capaz de agradecerme. Mucho menos me siento tan enorme como para conseguir abarcar con mi agradecimiento el apoyo de las personas que se suman a mis empeños.
Pequeña, en resumidas cuentas muy pequeña para tanto dado por todo y por todos.
Menos mal que la macarena me mira de frente. Y vela por una surtida y generosa muestra de especie humana que quiso aguantar hasta las tantas de la noche. Allí sí, donde me compro mi solerita, en la bodeguita del Pumarejo (Paco, ay Paco, mañana republicaré tu poema).
Gracias a todos por tanto dado.
Una suroesteña pequeña


Sobre SUROESTE (por Pilar González Modino)

1.- PRÓLOGO
Primera vez: osadía.
Duda inicial: ¿un libro de la poesía y sus geografías posibles?, ¿una geografía poética? O ¿palabras que crean el paisaje?
En cualquier caso, para aventurarse en un territorio (aunque sea conocido) o para orientarse en un paisaje o simplemente para vivir, es imprescindible adoptar una posición, un punto de vista, una mirada.
Y esa mirada, en mi caso, es la del lector. La de alguien que se aventura en el paisaje de Suroeste guiada por las palabras. Las palabras de Sofía son causa (causa de la belleza). Las mías son efecto. (metáfora de la piedra lanzada en la alberca)
Ni puedo ni me atrevo a desentrañar el poema. Porque es imposible. Porque el poema será diferente para cada lector, será o se convertirá en lo que cada uno de nosotros elija o sienta. Sólo pretendo decir lo que la lectura de Suroeste me evoca. (evocar: llamar a espíritus o traer algo a la memoria).

2.- ESPACIO
Suroeste es el paisaje, el punto cardinal (principal, fundamental) que señala la brújula de nuestra identidad. Llamo la atención sobre el “nuestra”, porque es compartida, plural, incluyente.
Es el mapa sobre el que estamos co-locados (alojados en el lugar común).
Es la tierra vital de nuestros mayores (atlantes, tartesios) que nosotros hemos heredado y convertido en mito.
Es nuestro “finis terrae”.

Es la geografía de la metáfora: el río grande que se deshilacha y se desborda en marismas, se hace laberinto y luego se hace mar.
Y la tierra que lo abraza desde las orillas y que está viva gracias al río.
Tal vez es que el paisaje es el verdadero hábitat del ser humano.
(Río Viejo I)

3.- TIEMPO
Pero Suroeste no es sólo un espacio. Es también un tiempo.
El tiempo del comienzo, de la semilla, en el que todo es, aún, posible.
En abstracto y en concreto. Le dije a Sofía, cuando tuvo la osadía de proponerme participar en esta presentación, y yo el desparpajo de aceptar, que su libro era un motivo de reencuentro generacional.
Con nosotros mismos, con quienes éramos hace 30 años.
Y con “los de entonces”, con quienes éramos “los nuestros”.
Y el reencuentro, después de media vida, es fecundo. Porque fecunda en experiencias es la tierra del suroeste. Y porque los cimientos que casi todos nosotros construimos en aquel momento de nuestras vidas, todavía resisten pese a las aventuras y desventuras que vinieron después.
(El Sur.)

4.- LA PALABRA
El espacio, el tiempo.... y la palabra.
Para avanzar por el río laberíntico del suroeste. Palabra que guía, que a veces vela y que a veces desvela los misterios, los infinitos y los abismos del corazón.
Hay veces en que a Sofía se le entiende todo y hay veces en que es críptica. Y creo que lo hace a conciencia, a cosa hecha, como decimos por aquí, por este suroeste.
Su voz es la del alquimista que guarda el secreto de la vida y de la belleza, la voz de quien hace pensamientos y sentires. Pues es nada menos que Aristóteles quien sostiene que la poesía (poiésis) es hacer, crear (por oposición a la teoría –conocimiento, búsqueda de la verdad- y a la praxis –acción-).
A cosa hecha, Sofía le pone nombre a las cosas y así crea el paisaje vital (físico, casi metafísico M.Moya dixit) de Suroeste.
Por eso, lo que parecía inicialmente un tratado de geografía poética o una interpretación del paisaje es, en realidad, un libro de amor.
De palabra cálida, brava, cotidiana y lúcida para hablar de amor.
Porque no tiene más remedio. Porque Sofía no tiene más remedio. Porque su poesía es un acto de responsabilidad personal y cívica.
Ella sabe (y nos desvela) que al borde del abismo sólo puedes hacerte el muerto o hacerte poeta.

Por eso, si tuviera que resumir este Suroeste en 4 versos, serían los de su juicio final:

Ya sé que hablas
de amor
de esperar
de para qué.

Sevilla, 13 de febrero de 2015

(Pilar Rodríguez Modino)




Así de bonito estaba el patio del lugar
Vista de la preciosa sala antes de que llegaran 10 personas más


Pilar González Modino, Martín Lucía (el editor) y Manuel Moya

Los últimos del Pumarejo (y la macarena al fondo y Suroeste en sus manos)


La cucarachita pidiéndole a la macarena que la haga más grande para poder abarcar,
y por tanto dar,
 las gracias que todos merecéis.


 
Creative Commons License
El cuarto claro by Sofía Serra Giráldez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España License.