MARÍTIMO ES TU CUERPO: LA POESÍA DE SOFÍA SERRA GIRÁLDEZ
Sofía Serra Giráldez. 'Suroeste'. Ediciones en Huida, 2015.
Suroeste. El título nos emplaza ya geográficamente. El curso bajo del Guadalquivir, ese «gran rey de Andalucía» que cantara Góngora, y que aparece, una y otra vez, a la vez majestuoso y cercano, en los poemas de Sofía Serra. El suroeste es tanto un lugar geográfico como un estado del alma. El filósofo Amiel lo afirmaba en su diario, en frase muy criticada por Pessoa: «El paisaje es un estado del alma». Este lo es, sin duda. Este suroeste de Sofía Serra es un estado de plenitud, una especie de edén primigenio en que nada tiene pasado, solo futuro.
'Suroeste', el libro, está construido como un tríptico. Una hoja fina lo abre («Pre-scriptum») y otra hoja fina lo cierra («Post-scriptum»), y, en medio, custodiada por ellas, está la floresta de la imaginación poética de Sofía, el "Scriptum". No puede uno evitar pensar en el famoso tríptico de El Bosco, 'El jardín de las delicias': en la tabla central, un inabarcable jardín, o, mejor, selva indómita, de palabras.
Ya en el Pre-scriptum se nos dan pistas: en el poema «Suroeste» se muestra a las claras que este lugar geográfico, lugar de llegada, es también el amado, la «bahía de 'tú'» en la que rompe el mar verbal de la poesía de Sofía Serra. Y el post-scriptum —perdón por el salto— viene acompañado de un referente pictórico, que no es el Bosco, sino Miguel Ángel, su celebérrimo Juicio Final en la Capilla Sixtina, y la estremecedora figura de San Bartolomé desollado:
[...] es necesario que habiten
otros hombres otros cuerpos
quizás
aquellos
despellejados por las manos
del púgil miguel y ángel
que los expuso en la pared
ante Dios y ante el infierno.
El Post-Scriptum es, entonces, una reflexión final, un juicio sobre lo vivido, y al mismo tiempo una anticipada premonición de lo que vendrá («ya sé que hablas / de amor de / esperar /de para /qué»).
Entre estas dos finas hojas del tríptico, todo el espacio maravilloso del Scriptum, el libro propiamente dicho: celebración de la pertenencia a un lugar, de la felicidad del amor correspondido, de la esperanza en el mejoramiento del ser humano. Se abre esta sección central con un poema en tres partes, «Tres grados matinales al suroeste», que es un jubiloso saludo al amanecer:
[...] y de nuevo las tórtolas, felices
y virginales tórtolas
e invioladas tórtolas
por la negrura de la noche,
abren las puertas -tal como
abren sus alas-
del templo del nuevo día,
las vestales y primorosas azucenas
vestidas de ceniza y plumas
para mis ojos
tus ansias de hombre bueno
en este abismo hasta la primavera
Este saludo al amanecer es a la vez saludo al amor. Y lo que se inaugura no es solo el día: en el poema «In situ», que viene inmediatamente después, se nos muestra un estado edénico, en que la plenitud de la Naturaleza hace innecesaria la invención de la música, porque la Naturaleza tiene ya su música:
Sólo se escuchaba a los animales,
a sus muchedumbres y manadas,
a sus riñas y sus ruidos de apareo,
a todo lo semoviente que caminaba
sobre el suelo y bajo él. No,
no fue necesario en aquellos tiempos
inventar la música.
Paisaje edénico y felicidad compartida con la pareja que se va desplegando en los poemas que siguen: «El potro griego», «El perdón», «Las seis de la mañana y sereno»: el río, que acaricia la tierrra, adquiere en estos poemas connotaciones eróticas, y se convierte en el protagonista en los poemas que viene después, «El río viejo I» y «El río viejo II», aunque aquí puede hacerse otra lectura distinta: la poeta se identifica con el río, y el avance de éste, su «guerra contra las piedras» puede remitir a la ardua tarea de la escritura, a la dura lucha por expresarse, por comunicar. El río es página:
Los cabezos se agrupan
en los márgenes de tu página
imantada por el sol de la lluvia,
cuando solo soy yo,
blando y unísono excombatiente
de la guerra contra las piedras,
la venerable escritura de la montaña
que ríe pendientes con lamentos
por hacer qué queda.
Me abarco tan solo
sugiero la planicie que me ama.
Aunque no se abandona nunca el simbolismo erótico del río, como en el bellísimo poema «La escafandra fluvial», y se complementa además con otros símbolos, como la playa y el mar, llegando ya el río a su desembocadura («El hombre ahora y yo»; «Acceso»):
[....] y aquí, todo mar,
cuando yo te veo todo mar
cuando tú me miras todo mar
cuando cabeceo abocada a ti
todo mar y ese vello que asoma
por tu axila todo mar
desde mis bebedizos de hambre
de tu garganta, paz
y aula cerrada
tu cóncava carne
entre mis manos todo mar [...]
Otros poemas celebran las tareas cotidianas («Performance del trabajo», «Tarde»); y la unión amorosa («Posesión», «Amanecer»). La identificación entre la carnalidad del paisaje y la geografía erótica se expresa maravillosamente en poemas como «Geografía de lo intocable»:
[...] marítimo es tu cuerpo
de hombre a mi costa
de geografía
en esta noche marina
u oriental.
«Cuentas de febrero», otro de los muchos grandes poemas del libro, es un cántico a dos personas que han decidido juntar sus vidas, y que trascienden lo cotidiano en una unión que se siente como indestructible. A medida que se avanza en la lectura del poemario, sin embargo, se advierte la llegada de un tono más amargo: la duda, como en el poema «Vacío»:
[...] yo soy solo
espacio albergo
duda no sé
si vacío no
sé si tú
O, en «No fingir»:
[...] el mar y el aullido
de un mundo incompleto,
un mundo sin ti.
Y, sin embargo, prosigue el amor, prosigue la celebración de lo cotidiano, de lo sencillo, y hasta algo tan prosaico como la alergia puede tener implicaciones metafísicas. Cito este poema completo:
ALERGIA
voy a llorar un poco para
des-congestionar
las fosas pudientes
de mi inmersión
ajena
a toda externa luz
obligo a perpetrarme:
des-vanecerme,
des-aparecer,
des-vivir,
des-ser,
quizás.
Pero no es cosa de seguir cartografiando este paisaje hechizado por la poesía: es un viaje que el lector deberá hacer, navegando por el estuario, llegándose a la playa, escuchando el fragor del mar. Más allá de su temática, y de este suroeste mítico y erótico que se consagra en la literatura de Sofía Serra, está su lucha a brazo partido con el lenguaje para alcanzar una expresión propia. Hay ecos de César Vallejo en sus audaces neologismos: «descaridad», «socarrónica», «nularé», «te umbro»), siempre etimológicamente bien fundamentados; en su uso profuso y eficaz del calambur, marcado a menudo mediante guiones y/o paréntesis («des-embocadura», «u-fana(l)», «a-mar-zo»); en el empleo sugerente de la paronomasia («a nadie contar, / a todo cantar, a nada llegar, a todos llagar»); en una puntuación libérrima e insólita; y en la manera en que se escanden los versos, con muchos encabalgamientos abruptos, a la vez ocultando unos sentidos y alumbrando otros. No se crea, por ello, que hay nada de artificioso en un uso tan frecuente y eficaz de la retórica: todo brota con naturalidad pasmosa de su firme pulso poético. Lo mismo que su elección, muchas veces desconcertante, del léxico, pues se mezclan registros en un rico caldo verbal, o las osadas metáforas con que nos asaltan a veces los poemas. La voluntad de decir(se) tensa el lenguaje, descubre en él posibilidades latentes pero inéditas, funda una expresión personal y diferente, un suroeste de la poesía que es un placer ir descubriendo.
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Con este libro inició la poeta Sofía Serra Giráldez (Sevilla, 1962) un ciclo poético, el ciclo del Suroeste, que consta de tres libros (o cuatro, ya que uno de ellos fusiona dos anteriores). Los libros son: 'Suroeste', el primero en publicarse (2015), y el primero de la trilogía; 'La exploradora', segundo libro, aunque último en cuanto al orden de publicación (2022), en el que se funden 'La exploradora' y 'Solenostemon'; y el tercero, aunque segundo en publicarse, 'Los cabezos amarillos' (2019).
(Autor: César Rodríguez de Sepúlveda.)
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