domingo, 2 de febrero de 2020

Tres sobre este estado de derecho



Okupación

De lo que sobra se alimenta
la paja del destino, cabizbaja
la nube es atraída por el potente
imán prendiéndose en las miríadas
de hojas de las encinas, sanas mutaciones
de la pérdida, el bestiario escondido
de un amanecer nublado, las regalías
de la lluvia que ya vuelve a domeñar
los pináculos de la sequía, el polvo,
la alergia aun sin apenas polen,
yerba verde hoy retapizada
de agua ahogada en la tierra.

De nuevo también aparece mi araña,
juega al escondite de la temperatura.
Mi tamaño la calienta y gira
sobre sí misma, como el planeta:
ellas estaban antes que nosotros
aquí, como el lagarto, como los topillos,
como el mirlo, como la culebra.
De más está que pensemos
en esta tierra vaciada de hambres
como el lugar muerto
donde caer bien muerto.
Okupas somos de un jardín
donde no habitaba el hombre,
un campo vertebrado con patas
de araña y de opiliones, bacterias
escindidas de la yerba, rosarios
de orugas envueltas en boas
de terciopelo, como modelos
desfilando por la pasarela
se contornean sin hacer preguntas.
Mi araña lobo busca ovejas
en el cuarto de baño, le doy la vuelta
y vuelve a desaparecer al segundo
suelo y ante mis ojos
vuelve la sentencia:
ellas estaban aquí antes que nosotros.
Los okupas somos, okupas permitidos
por un reino de lombrices y encinas
con majestad de tierra y juicios
sumarísimos sin condenas
ni falsos testimonios. El ratón
me da la luz en la cocina, con sus ojillos
golpea el martillo: os habitamos,
ya no estáis vaciados
sino dentro. Sino extramuros
del gobierno de la injusticia.

Justicia

Mi tierra avezada me pinta las uñas,
las ramas del escaramujo baten
mi cabello que se enreda entre
las yemas de las futuras rosas,
dos combatientes a fuego de armas
tiernas y con solo dolor
de la okupa y sembradora de rosas:
por aquella que atajó mi pelo,
por aquella que se fue con su yema
brotante. Una gota de sangre
comporta justo precio por una rosa
abortada por la cabeza que le dio
asiento y nido donde antes solo cardos
grises y pasto de ovejas crecían
a salvo de mis manos. Mis manos
las cuida la tierra esmerilando
mi piel, tornasolando mis uñas,
más fundida con ella sin estar en la tumba
ni en la muerte. Esta esteticista
no cobra por embellecer
salvo mi propia carne y su pellejo:
el exacto y justo precio a cambio
que gustosa le prodigo.

Le pago.

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