(A Sevilla)
El paralelo se ha colmado de inmundicia.
Las calles aparecen.
Ahora las veo porque
sobresti
mo-mi-mi-
rada sobre
el suelo el papel
dibuja
la mancha blanca y alada,
que se desplaza
y obtiene tierra.
Quisiera yo deshacerlo,
reivindicar su aroma origen
sembrar sobre el adoquín
el árbol con ciruelas
pasas prestas para
ingerir,
limpiar los intestinos
de una ciudad de carne y hueso
gris. Bella sin alma. No tiene a nadie.
No tiene manos.
No tiene pies.
Ojalá nos abandonara
(pero tampoco es nadie)
como el alma abandona
los cuerpos cuando
ya inertes.
Y nosotros, tantos
muertos de carne
y hueso blanco,
nos evaporaríamos.
El hueco. Lo limpio. La libertad
de Ella.
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Sevilla poblada y fatua, que torpemente desconozco; Sevilla amplia, lejana y sola.
ResponderEliminarLa defines bien desde mi subjetividad.
EliminarSalvo lo de fatua, que es característica impuesta por quienes no saben de ella, normalmente sus habitantes, no me refiero a quien como tú no la conozca como visitante.
Todo llega de los tópicos (los amables y los productos de la envidia), y acá andamos algunos teniendo que cargar con ellos sintiéndonos sin embargo más sevillanos que los mismos que la jalean (o la envidian...;)
Todos desconocedores, todos. Todos, en el fondo, ignorantes.
Este poema tiene un ritmo y una musicalidad que es para ser escuchado en tu voz, Sofía.
ResponderEliminarYo, como Robin, torpemente e inexplicablemente, desconozco Sevilla.
Lo intentaré, Eloy. Gracias. Un abrazo.
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