lunes, 29 de noviembre de 2010

La mujer cauce







La mujer cauce

… Y mi gangrena matándose,
y mi prenda suicidándose,
y mi valentía puesta en el filo de la curva que la despelleja en vivo
y mi amor enlutándose con salvas de sí mismo,
mi amor abandonado a solas de muerte y cárcel,
mi amor derramado en el asfalto y en la fría calle,
mi amor bebido en vasos de tan cruenta vida…
demasiada sangre, demasiada sangre, demasiada sangre
tanto cuerpo, tanta alma, tanto rígido combate
a nuestras manos
allá por la fría galera de tu agria salva de mentiras que amortajaron
sobre boca, sobre dientes,
sobre ese pecho erguido,
sobre esa fría muerte
sobre la que cabalgas como jinete inmerso
en la hueca noche de un capullo de rosa,
un brote de olivo que destetaron antes del mediodía,
un cachorro herido que nunca tuvo madre,
ni padre no hay más que uno y el tuyo calzó siete suelas
y se me va el mundo corriente abajo
de huellas del agua
buceando por las estampidas que sus cornadas gritan en las ingles
como si la suerte aterrizara cada vez que la rosada simiente de esa tierra,
esa tierra a la que vas, no supiera encontrarte.
Ojos abre ella,
ojos restañas con tu loca huida hacia la alborada que velaste.


Con un dolor y un aspaviento,
con un dolor y un crisantemo sobre mi espalda,
con un dolor y un beso rosa prendido en tus hombros,
así comulgo con este atardecer
en el que te deslizas desde este canal a tu gozo que siempre tu gozo sea,
marido-amor-amigo-hombre-amante.


Sofía Serra, Noviembre 2010

sábado, 27 de noviembre de 2010

Entre editores y poetas (selección poemas para blog de Fernando Sabido)

Hace un par de días, Fernando Sabido, me propuso integrame en el blog que edita como antología de poetas para el siglo XXI. Al lugar  llegué como siempre se llega en estos casos, al menos yo, saltando de un enlace a otro en uno de mis paseos por los lugares de esta red. Me resultaba completamente desconocido la existencia del lugar y me maravillé ante descomunal trabajo que Fernando, ya Nando, realiza. Por casualidad porque ni siquiera me había dado tiempo a pensar un poeta que buscar, me saltó  a los ojos el nombre de Óscar Portela. Él es un poeta al que admiro muchísimo, y al que dediqué un poema que guardo con especial cariño, "Soy pirata",  y sobre el que opino nunca se hace la debida justicia por cuestiones ideológicas, sin saber mirar más allá los que en ese velo se quedan, cuando su inteligencia, capacidad poética y humana están  más allá de los límites habituales.  Para mí, es un fuera de serie, alguien que posee capacidades difíciles de encontrar en el común de los mortales. Me unió a él cierto conocimiento personal y ratos divertidos disfrutados allá en la red social de margen cero, red que ya no existe y que llevaba mi amigo  y también editor de la Revista Almiar Pedro Martínez (abajo dejo fotografía que me hice con él hace pocas semanas en Madrid, donde tuvo la amabilidad y generosidad de agasajarme con buenas viandas degustadas en un magnífico restaurante y visita  a lugares emblemáticos de Madrid acompañándome el día posterior a la presentación de mi libro en los diablos azules. La fotografía es en el Lhardy, donde nos tomamos un par de buenas cervezas). Total, que me dio tal alegría ver citado en condiciones a Óscar y su poética que de estos impulsos espontáneos dejé un comentario. Fue así como Fernando llegó a mi blog y fue así como le surgió la idea de proponerme la inclusión. Así que me pasé todo el día elaborando una pequeña bibliografía (tampoco puede ser  muy extensa, ;),  a dios gracias, porque odio el hecho de tener que autocitarme, lo paso rematadamente mal, y me sale hacerlo hacerlo del modo más ininteligible posible, como cierta especie de juego), así como una pequeña selección de mis poemas. 

Desde aquí quiero agradecerle públicamente a Fernando su interés y sobre todo su descomunal trabajo. Labores como las que esta persona desarrollada, así, por amor al arte, ni tienen precio ni nunca pueden ser correspondidas debidamente. Sirva esta entrada, es para lo que deseo que sirva, y sólo puedo hacerlo desde mí, para expresarle mi gratitud y rendirle aunque sea pequeño homenaje a su inmarcesible labor.
Incluyo los poemas y la pequeña bibliografía y aquí los enlaces donde se puede encontrar "mi cita". Por cierto que siempre me pregunto si en esto de las bibliografías hay o se debe citar todo lo que una haya publicado en formato libro o sólo lo referente a actividad creativa. Escribí, re-escribí mi tesis de licenciatura para ser publicada en la colección de ARTE HISPALENSE de la diputación de Sevilla,  allá por los tiempos de maricastaña, claro, pero no sé, como que no me encaja esa actitud aunque en mí esté íntimamente ligado todo lo referente al Arte...no sé, estas cuestiones son para mí fuentes de eternos conflictos internos, así he andado esta semana, ;)

Muchísimas gracias, Nando. 

(Disculpa que en la fotografía que incluya no aparezca contigo, pero servirá de pre-huella para la que pueda dispararte cuando vuelva en cualquier ocasión a Madrid y pueda conocerte así personalmente)

http://poetassigloveintiuno.blogspot.com/2010/11/2113-sofia-serra-giraldez.html

http://fernando-sabido-sanchez.blogspot.com/search/label/SOFIA%20SERRA%20GIRALDEZ


Título de la fotografía: Mi primer editor y yo (persona retratada, Pedro Martínez)


Sofía (Jesús) Serra Giráldez nace en Sevilla (España) un 24 de diciembre de 1962.
A los dos años es llamada por la lectura; a los doce, por la misma de la poesía. A los catorce lo hace la escritura de la última. A un mes de cumplir los cuarenta se decide a permanecer como voz y, por lo tanto, a no destruir lo que fuese que escribiera.
Desde entonces ha escrito unos diez poemarios, pero sólo el uno por ciento se ha publicado en papel:
"Asesinos de almas" : 2002-2003 (inédito)
"Mi ombligo bajo la helada": 2003 (inédito)
"La duermevera": 2003 (inédito)
"Entreterras": 2008 (inédito)
"Son-ethos": 2009 (publicado en blog)
"El paraíso imperdible": 2009 (publicado en blog)

“El deshielo”: 2009 (inédito)
"Del bestiario de los inocentes": 2009-2010 (inédito)
"Los parasoles de Afrodita": en "modo" corrección, 2010 (inédito)
"Nueva Biología": 2010 (en curso)

Su autor preferido: William Shakespeare.
Autores que han estado  y están con ella, por orden de aparición en su vida, hasta ahora: Pedro Salinas, Luis Cernuda, Miguel Hernández, José Saramago, Marcel Proust.
Autores que la han influido: todos a los que ha podido acceder.
Licenciada de grado en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla, no hace distingos entre disciplinas creativas. La Poética, o lo que es lo mismo, la capacidad para el lenguaje artístico en el ser humano es su bandera, si a alguna tuviera que adscribirse, aunque constantemente duda entre si cree en el Arte para poder creer en el ser humano o, porque cree en el ser humano, cree en el Arte.

Como ella mismo dice en su blog:
Creo en el Arte porque es el único lenguaje exclusivamente humano. Los lenguajes sirven para comunicar. Comunicándonos logramos conocer al otro. Conociendo al otro tenemos más posibilidades de saber ponernos en su lugar. Poniéndonos en su lugar, es posible el amor por el otro. El amor por el otro puede conllevar un mundo mejor.
Su actividad creativa la ha desarrollado a través de la palabra y la fotografía, fundamentalmente.
Actualmente compagina la escritura de poesía, la realización de fotografías, su labor de ama de casa y su dedicación, casi a tiempo completo, como miembro del equipo de Bohodón Ediciones.

* * *
SELECCIÓN DE POEMAS
(En mayúscula y negrita, títulos, y en cursiva y bajo los poemas, los poemarios a los que pertenecen)


SONETO DEL AUTOR DERECHO

Si de mi boca brotas limpia y libre,
vislumbrada para la batalla y la paz
que todo lo mutuo humano concibe…
Si de este mi gobierno al parirte real

te libro al aire y a tu propio ser vital,
y aunque tierno vástago de mi urdimbre,
que te entreteje en mi cárnico mimbre,
ya eres continente en tu líquida verdad

de la montaraz suerte del ser de Hombre...
¿Cómo asfixiarte con la atocha dura
del desperdicio humano, que no es pobre

en inmundicia, sino selva oscura
de su rica avaricia? Que te nombre
quien te nombre, de mí naciste pura.

2009 (no incluido en ningún poemario)


VIII

Frígida quisiera encontrarme,/
mis cervicales enhiestas, prestas a ser lanzadas a la feroz lejanía vertical/
inmediata al desvío de mi alma./
Presta y rígida como incólume veleta sin vientos./

Más allá, al amén de las nubes anaranjadas en mis pupilas tributarias,/
pervive la lozanía, la facilidad, la alegría del suspiro,/
las risas encandiladas en el brioso querer de la noche siempre nueva./

Tras sotavento, olvidando la liviana perfidia de una definición,/
encuentro, espero, y en esperanza mi alivio hilvano,/
la sorpresa risueña de oxígeno líquido que despierta MI tarro de todas las esencias./

No, si al final sevillana soy, maldita entre las yerbas,/
y entre las caracolas,/
sólo dispuesta a la afrenta de la desidia de la amarga clámide que lame la piel fría de las estatuas./
Porque sevillana sin nombre acepta la luz como existencia,/
como billete de ida y vuelta en la averna oscuridad de las migajas extendidas./
Luz, tremenda,/
hasta de mis cuentas de luciérnagas, luciérnagas de tus ojos, alma de los míos,/
que aun cegados en el rubí de tu primer presente,/
lograron entonar el baile de almenas que alimenta nuestra alma./
Ruego a la nada que percibo en trashumancia paradójica,/
que alivie, ame, sotavente y fresquee,/
disuelva y amilane,/
quiebre y abata,/
poderosa y dulcemente,/
esta rubicundez de ira contenida de volcán en humedales de ámbar, cielo y caldo de cultivo/
de futuras humanidades./

(Asesinos de almas)



LA LLUVIA DE TU ALEGRÍA

Siete plagas y un barbecho vomita el cielo./
Llueve, llueve, llueve e inunda,/
llueve mojando nuestros suelos de fósiles./
Llueve sobre el sol,/
sobre la luz, sobre tu alegría de niño moreno/
amante de todas las risas./
Llueve, y tú ríes, y te acompañan el llanto del cielo/
y mis brazos caídos ya mojados,/
ya derretidos de puro llanto./
Llueve, y el sol negro de tu pupila abarca todas las gotas hasta confundirlas./
El sol en sal,/
el mar en almíbar,/
el negro en todas las humedades gloriosas del planeta./

Y mi lloro se une a tu risa,/
y las gotas del cielo a tus niñas./
...Y el sol, ¿para cuándo el sol?

Ciega de mí,
el sol es tu alegría.

(Mi ombligo bajo la helada)



PEREZA

Torpe,/
torpe la vida,/
torpe la rama que se topa,/
torpe...¿o lenta?/
Lentitud en los cañaverales,/
en los blandos pasos de tu ausencia, justicia./
Lenticia en la lámpara colgada,/
en los topes de tu caja,/
en la luz, lechosa/
como agua,
de tu día que es lecho de nuestra vida./
En la ventana,/
en tu sombra de cable,/
en la curva de tu alma,/
encina.
Lenta en la mañana asomas tu mano fría,/
destrozando, sin herir,/
la perfecta calma del amanecer./
Lenta, yo creo que torpe,/
ensabias todas las almas, torpes también.../
Luces sin reparos en la noche,/
luces torpes, de nuevo,/
para tu primavera torpe,/
para tu torpe mirada,/
para tu torpe franquicia,/
para tu mercantil sonrisa de engaño, para tu hipócrita calma./

(La duermevera)



I

Sin más rodeos,/
ya que la noche avanza sobre tu piel plateada./
Sin ensimismamientos ni conjeturas sueltas,/
desinhibidas, habituales en estas manos mías./
Sin complejos, aturdida por mi misma contemplación,/
lubricada por el vacío del lívido ensueño,/
sin más utilidad que la mejor contractura de este músculo/
que golpea con palabra de poema,/
sin más obstáculos diseñados por tu sufrido otear de vida distante y
profunda./

Tus ojos.../
Sobre mí, la noche./
Tu barba.../
Sobre mí la luna y tus labios y sobre mí/
tu boca,/
sobre mí tu aliento y respiro/
colmando mis cóncavas realidades con tu fantasmal presencia./
Osada,/
¡gigantesca!.../
de nuevo quieta y pasmada.../
turbia,/
ensoñadora y grácil unto mis labios con tu aroma de cuello erguido,/
caliente y silente y bravo,/
sublimación de mis eras./
Uno, suelta.../
Tus manos combativas y mis pechos./

(De la parte “Tu ausencia” de La presencia por la ausencia)



POETA RÍO
(A Antonio Machado)
… Y yo que pensaba que mirabas desde el cielo/
al jardín desde mi vertical de habla,/
plúmbeo sonido que me sostiene y se me aviene/
cuando cimbrean,/
juntos,/
las espigadas dorsales de mi vida./
… Y yo que atisbaba naranjos sobre tus sostenidos y marmóreos limoneros./
… Y yo que ni abarcaba al cielo con la mirada salvo al paso del estornino que se posaba./
Y tu faz casi insufrible de poeta fecundo,/
tal vez surtido, tal vez reniego./
Y el canto que asume tu interna franqueza/
de agua viva y fresca para los otros ríos,/
que el tuyo, aún confunde, gigante,/
mi medida y la ensenada más lejana de mi playa:/
Aquélla en la que petroléo mis motores de búsqueda,/
de inasumible consciencia de las cosas divinas ya humanas, las dulces y las amargas,/
del vil sonido de la humildad como fachada/
tan impertinentemente obstruida.
De la ignorancia inasible de lo que fuimos,/
poderosos sobre el tiempo impotente/
que no puede ser más que futuro bajo tu palabra./

¿Y tú? ¿Qué fuiste tú bajo mi filtro telúrico de andanadas sobre las verticales?/

Me asomo, al ritmo de tu devuelta palabra, y me embrava la sospecha./
Dicen que los difuntos siempre vuelven a sus fuentes./
Yo me pregunto: si apenas me gustas, ¿cómo es posible que compartamos mirada?/

(Entreterras)



EL DESHIELO

Si de vez en cuando mi boca en tu boca se enreda,/
alerta a los nervios opacos,/
ésos que no excluyen a la materia,/
con permiso o sin él afianzaré mis ijares sobre el suelo./
Mi boca: mi yunta y mis alas abiertas./
Si de mi boca espanto a estas dulces llagas que, como palomas de ida y vuelta/ sostienen a la memoria/
tras el aullido del agorero salvaje,/
tú no te asustes, amada ama de mis venas./
Sólo los bancos y los árboles permanecen anclados a la tierra oscura,/
y hasta en el deshielo,/
comienzan aturdidas esas tuyas a licuarse, ríos de mares aún nonatos,/
verbos contenidos en los glaciares bajo la presión de los heleros/
deshilando el cambio termal como soplo oxigenado sobre estos ya jadeantes pulmones./
Del deshielo a la muerte anuda el paso del natural suceso/
como aquélla que nos dio vida y lugar,/
madre, que no te deseo la muerte,/
que preciso de tu ancianidad para conquistarme y luego poder morir…/
Vejez , sí, pero no carencia de hechizos./
Vejez como humana naturaleza, vejez como flor espigada, no contrahecha en cementeriales plásticos. Ni seca de olvidos./
Vejez resistencia que yo contigo me quedo./
Vejez como la del río, cada vez más ancho, más pausado, más fértil, más desprendido de su cauce,/
espacio ilimitado, acontecer sin tiempo,/
planicie moldeada a fuer de amables ecos de los gritos proferidos por el hombre…/
mar./

Como tú, madre, como tú./

(El deshielo)



POEMA A OSCURAS

No ya más sin el vivir que de ti emerge, penumbra de estío, curandera del olvido,/
quejigo amilanado que en la gruta de la nieve estira sus raíces lentas y fuertes,/
luchando, luchando:/
aterciopelando las húmedas arcillas, moldeando subsuelos de tierra blanda y pura,/
blandiendo las espadas afiladas de quebrados aconteceres, gimiendo a tiempo:/
al son, al son/
del torpe denuedo, de la grávida y lenta menoscaba,/
de la imperiosa batalla sobre las arenas que bordean a la fuente:/
bebiendo, bebiendo, llenando pulmones que se durmieron clamando,/
llorando, manando molde sobre molde de la lágrima siguiente:/
reniegos, tan sólo reniegos de líquidos veneros que combaten la dura cumbre de la suerte./
Sin oreo./
Sin aire en mi tierra, mi tierra, el secreto a voces de mi tumba abierta:/
Que yo ya muero, que yo ya me muero perteneciendo a esta sombra inútil de belleza sin par, de cristalina fuente./
Que yo ya sin ti no soy más que un asomo de duda,/
apenas remedo de la estrella combativa aprisionada en este lecho tan frío./
Y las deseo plenas./
A la duda y a la tierra./
... La tierra, la tierra, qué sola se queda ella con la nieve./
... Sin verte, sin verte, sin poder verte más que en el hálito cohibido del acaso del sol sobre la sombra de la nube./
Tras el frío y desangelante orgasmo de la soberbia./

...Y la sombra, la sombra, se queda tan sola mi pobre sombra... ¡oh, sí, sola!/
Sola, no más que sola. Apenas mente, olvido apenas,/
a duras penas ya muerte sin cuerpo que la eleve al cálido cielo de la luz azul celeste./

(El deshielo)


LA FUENTE

Desde un circunflejo acto reflejo entablas querella con la suerte./
Nada quiero, sobre nada vuelo./
Bajo la sombra de esta fuente crece el musgo fresco./
Bajo la luz y sus símiles, combaten pacientes las hormigas,/
palabras y más palabras para circunscribirnos a lo que somos/
más allá del albero entre las piedras donde se despistan algunas huellas./
¿Qué signo luminoso se expande sobre su clara geometría?/
Bajo la luz no veo ni nada quiero. Más que un asomo./
Un asomo de imperioso gozo, una faz digna que me devuelva aquel ocaso vestido de yerba dorada bajo el amanecer de la noche,/
un justo proclamo del sol sobre el sol,/
un combatiente dormido que despierte a su sonrisa./
Una quimera encallecida,/
una manos afanosas en el poeta de las suyas abiertas, unas flores, unos ojos.../
Ojos no busco, pero me asombra encontrarte en los tuyos./
Como si consiguiera verme./

Nocturna suerte del día.../

(Del bestiario de los inocentes)



CONJURO CONTRA LA BESTIA

Brama la casa por no poder hacer más que esperar a que la abran./
Llena, blanca, alma,/
clara puerta./
Se quedaron los poemas vacíos de palabras./
Noche blanca, orilla,/
marea salada./
Refrenan con su pálido orgasmo de piel, tranquila,/
venida a menos por los que callan por amor, dicen,/
mirada baja,/
con pestillo, mirada sin aviso de urgencia/
a tu soplo que es divino./
Pordioseros tapices cubren sus labios en sordina,/
corneta pagada, clarín festejado,/
retrato de La Locura disfrazada de simpleza./

Tengo que abaratar al Amor para que en todas partes quepa:/
Ese tan humilde venero que favorece la vida./
Ese que surge sin miedo y sin deterioro de la tierra,/
ese que gentil y mago se diluye hasta ser hoja, tus ojos,/
el sudor de tus labios y mies de tu estómago./

Definitivamente, lo has enterrado en tu avaricia./
Las baldosas se hacen infinitas, la geometría ocupa lugar en tu memoria,/
el lugar inventado, tu espasmo y el giro de tu cuello hacia tu omóplato:/
Gurú de la mala muerte,/
del orden de lo ajeno,/
funcionario del miedo y la destreza,/
qué bien sabes convivir con aquello que entorpece./
Francotirador con diana fija,/
mercader del aire, ¿cómo haría para silenciar/
tu desafinada proclama?/

... La bestia, la bestia que por tu boca se alimenta./

(Del bestiario de los inocentes)



EXTRACORPÓREA

Yo ya estaba aquí cuando tus ojos llegaron./
En la sorpresa cuando florecieron las lilas,/
en la calma del frío cuando llegó la noche/
templada que al relente se ofrece sudando:/
mi decrepitud de ente abusivo sobre las horas./
Yo ya no soy más que remedo de cierta espesura,/
un combate contra el muro, lento-muerto-duro,/
ya tan mayor y tan nula./
Ya tan vieja y tan parca./
Ya tan torpe con vida./
Imposible la aurora, imposible/
azul y verde, imposible/
soledad./
Imposible más que en la justa muerte de los que no velan./

¿Sabes?, tiene poco sentido, o ninguno,/
hacerte crecer mientras/
mis semejantes se destrozan las arterias,/
golpes bajos unos, otros a pecho abierto, así,/
como en el quirófano de trasplantes:/
Su ser latiendo tan vivo entre las manos/
de látex, tan vivo,/
vulnerable y solo,/
y yo aquí, tras este cristal que golpeo con mis puños/
para llamar, para llamar, para que abran,/
para que me dejen cuidarlo./
Y los carniceros juegan al fútbol con él,/
y él bota entre los témpanos de hielo,/
y rueda entre las garrigas espinosas del asolado páramo/
ese corazón, mis corazones derramando lágrimas y sangre/
de seres humanos dolientes y buenos, y no se quejan, mis reyes,/
¡No tienen voz!/
Pero yo los oigo. ¡Cómo su dolor bate en el mío propio!/
tan caliente, tan tierno, tan vivo en su cama de piedra,/
siempre despierto llorando./
Si al menos mis lágrimas lograran verdear el suelo duro/
o el espejo de mi cerebro consiguiera derretir el páramo de hielo.../

Pero no, no y no./
Mis puños son pequeños,/
mi voz inaudible, han sellado en cámara estanca/
a la tierra escenario de la tortura./
Y mis corazones, mis corazones, siguen/
rodando entre las botas de tacos de los hábiles jugadores que, a patadas,/
los derraman./
¿Comprendes por qué es inútil hacerte crecer?/
Tú estás hecha para besarlos, acogerlos en tu seno, sanarlos/
y luego depositarlos en sus hermosas estancias,/
y así, dar luz a los fanales que durante un tiempo,/
el tiempo del sufrimiento, debieron quedar cerrados./
Pero hoy, y desde hace ya tanto, te siento tan inútil.../
y todo es por este cristal a prueba de amor/
en el que nunca he creído y ahora/
me rompe la frente haciéndome agujeros en estas manos/
que se deshacen en polvo de cenizas de pura impotencia./
De dolor de muerte viva en este pecho latiendo./

(Del bestiario de los inocentes)



SONETO

Nada palabra va hueca palabra malabar juego de sílabas sueltas blancas palomas/ vuelan a devueltas del todo, desde ti al aire en el abra tránsito, abro, calmo, valles /sin labra asueto o sino pléyade en revueltas de verde y líquidas pieles disueltas/
en verdad vino, viento,/
¡sal!,/
que me abra tu fuego a labio mío me embelesa en mesnadas de boca, en abrazo a/ tu carne en mi profunda remesa de alba bravía a tu claro embarazo gozoso de mí/ en tu entrada ilesa en luz de amor guardada en mi/
regazo./

(Suelto)


HIGUERA QUE RENACE, FUEGO QUE ME HIZO

Higuera, amor, verde higuera soy,/
flores son mis frutos,/
sólo flores puedo darte,/
sólo frutos dulces flores,/
sólo dos, uno sólo/
fruto y flor maná./
Fruto/
y flor de ti, manjar/
de luz./
Y sombra y perfume para tu aliento mis hojas./
Estas manos te acarician la boca con mi flor/
de Abril , Junio y Agosto,/
estío extenso/
para extenuar tu sed, cansar tu fuego, salvar tu viento,/
de larga vida. Vida./

Higuera, higuera soy, higuera con raíces,/
yegua libre en mi propia cerca/
me entrego toda en dos, siempre, dos cosechas./

Ubérrima en higo y breva,/
perfumo en sombra y verde/
florecidos bajo el fuego./
Sin esperarla, siempreviva, verdeazul,/
por fin colmada/
palabra, mar de amor./

Si hundo mis raíces en la tierra, ¿qué me queda?/
Almanaque de prendidas hojas verdes/
en el azul de borde mar,/
playa lenta, playa ancha, tiempo anhelo, higuera y verde agua/
jugando a estampar arenas sobre las olas/
bravas, tan lujuriosas, tan ávidas/
de nombre./
Para mis muslos tu deseo de/
mar de fondo, mar de hulla, mar negra mía,/
mar de alma blandiendo espada/
viento, tan liviana,/
melódicamente blanca,/
vendaval de paz en la entraña sin la tierra./
Y sin raíces.

Ya no hay vida, ya sí sol./
Aquí y acá, lamento perdido/
sin eco en pensamiento,
sin células espejo,/
ya sin blancas hojas de los blancos árboles./
Como in albis, como en nada./
Dormir, si cobijada, mejor./
Higuera soy./
Higuera con des-mayo./
En el mar me deshago/
en esta blanca noche, blanca./
Y verde./

(Los parasoles de Afrodita)



DEL ALBA DE LA ROJA LLAGA

Alba, alba, que la noche ahueca el ala, alba brava/
que me desarma haciéndome/
de ancho mar, de río grande, de calma caliente en silo de nido/
en verte y llegarte sobre este simple destino/
que une, reparte y clava el sentido/
en la cruz, en mi suerte, en mi centro tu vida y mi llaga./

Y el nudo al común verbo, suerte/
y paso de mi quimera al averno va un soplo,/
y aire no encuentro./
Y galga abierta que llega y que llega,/
que corre y que vuela por donde el amor hace:/
tal vez por la nada, tal vez pura,/
sólo segura sin nombre oculto a voces./

Que yo ya sin miedo me quedo,/
arrancada al viento, goteada en suerte,/
en puro muerto peso donde/
se desmadejan estos dedos perversos,/
estos dedos ciclámenes auroras de naciente mundo/
se diluyen como guardas de espinas acechantes sobre este sol. A esta guarida/
de hembra común, solana, levantisca y quieta se acercan./
Corta./
Pulso incierto, nervio aterido de frío bajo el astro de potente rayo./
¿Por qué no me abrigas?/
Miedo sin acopio, de dolor sin/
asomo de descanso, suma, bienvenida a/
este parto por dentro, me parto, me desgajo, me destronco de mis células internas en la buena muerte del espejo dorado/
que atraviesa/
mi vientre de parte a parte hasta romperme en dos, diez, un millón de mí.../
Y echo mano. Y otra mano, y no recojo ni ninguna ni nada./
No-doy-abasto./

Estos dedos, estos dedos/
que han dejado de ser carne o ley de éstos desleídos en el aire sin olor de llama./
...Que me abandona, ¿que debo abandonarlos?, que me abandonan./
Que del aire se han hecho.../

Los esculpiré en la piedra, como la cumbre llaga come/
la cumbre boca que traspasa la llama, de piedra/
callada, dura como roca: quebradiza ROCA,/
roca que te quejas, roca gime, roca viento y muerte,/
roca, roca lesa, roca nada./
Desarmada./
Como la ola abierta en la playa... ¿qué quedará más que espuma así seca, absorta, tan sólo sorbo para la arena de la orilla?/
Ven , ven, ven al porvenir, a las duras suelas, a la llama viva,/
a la carne prieta./
Ven, ven, ven, vamos ya, amor,/
a quebrar el horizonte, a saltar de vela en vela,/
que no hay nada más vivo que su sonora llaga./
Ven, ven, amor, ven,/
que veremos cómo los geranios se rompen en flores llamas./

Cumbre de llaga, enterrad./
Cumbre de llaga devuelta/
de empacho de luz,/
de amor llama llega la inocente llaga. Roja. Generosa. Viva./
...Qué bonito parirte, mi flor, ¡qué bonito!.../
Qué bonito y cuánto vivo./
Cuánto vivo, dolor, cuánto vivo aunque tanto ya muera./

(Los parasoles de Afrodita)



LOS PARASOLES DE AFRODITA (CAE EL CIELO)

Ya llegaste, te has sentado ya./
Tengo tus ojos delante:/
De su dorado vientre, el de Afrodita,/
nacen celestes parasoles./
Sombrillas chinas que la diosa abrió/
para cultivar mi piel con la nácar
y el humus de marino arrobo arrojados/
sobre la ola que, de vuelta y viene, conforma la marea/
del sanguíneo mar de poniente:/
¡Mar mío, mar lleno, mar tan grande como yo misma!,/
exclama la diosa rediviva, aún ignorante de su testicular ascendencia./
Urania utopía transformada por mor/
del viento en conflagración de carne sobre agua-sal y carne./

Gemiste en mis ojos: ¡Dame aire!/
Gemiste en mi boca: agua blande y/
piel para el cuántico cuerpo,/
envoltura de este juguete polivalente/
en el que me sumerges hasta contentar objeto/
de los ritmos internos que manifiestan la eufonía,/
venéreas transacciones, de las celestes esferas./
Amor, cueva clara sombreada por los chinos parasoles visitas./
No tus brazos,/
no tu música,/
no tu centro;/
ni siquiera tus alas,/
en el reitero de esta penumbra de piel interna,/
hallarán ajado, que ella misma se renueva a la medida de las Eras./
Que sí, vuelan ya./

Urano,/
hoy ya caes,/
hoy ya retornas a por tus genitales./
Qué castrado te dejamos, ¡ay!/
Ay, castrado, sí. Mas, te hablo al oído, recuerda:/
Sólo a sangre, tu carne engendró lo más sagrado./
Ahora ya cayendo,/
piensa,/
podrás hacer de la progenie de tus gónadas real cayado./

(Los parasoles de Afrodita)


CUARTO CLARO, CAVERNA ABRIGADA Y D. JOSÉ SARAMAGO

Ya que te vas, llévate esta mano mía./
También esta parte infartada de corazón que ayudaste a revivir, y, por favor,/
esas rosas, que si no las respiras terminarán por no abrirse./
O no te vayas./
Vive integrado en los aires de este sustancial asomo de vida/
que parece todos llevamos a cuestas, cuando/
tú, ya tras la puerta,/
ríes con ojos brillantes de niño que riela allá en el río,/
entre las yerbas,/
mientras yo escribo sobre este suelo de tierra,/
hoy apisonado y lustroso,/
fruto del cuidado con el que supiste iluminar alguna conciencia libre,/
algún corazón distraído, alguna vena rota que suturaste/
con la voz de tus manos afanosas en el barro fresco de nuestra,/
siempre tuya y nuestra, abrigada caverna./

(Aunque escrito el 18 de junio de 2010, aparece incluido en La presencia por la ausencia, que se escribió entre 2005 y 2007 en el apartado “Poemas a modo de dedicatorias“)

miércoles, 24 de noviembre de 2010

De profundis (V). Oscar Wilde

Continuación de esta anterior


"A tu regreso a la ciudad desde el escenario material de la tragedia, a donde habías sido convocado, viniste enseguida a mí con dulzura y sencillez, vestido de luto y con los ojos empañados de lágrimas. Buscabas consuelo y ayuda como podría buscarlos un niño. Yo te abrí mi casa, mi hogar, mi corazón. Hice también mía tu pena, para ayudarte a soportarla. Nunca, ni con una palabra, aludí a tu comportamiento conmigo, a las escenas repugnantes, a la carta repugnante. Tu dolor, que era real, me parecía acercarte a mí más de lo que nunca estuvieras. Las flores que tomaste de mí para ponerlas en la tumba de tu hermano habían de ser un símbolo no sólo de la belleza de su vida, sino de la belleza que yace latente en todas las vidas y puede ser sacada a la luz.
Los dioses son extraños. No sólo de nuestros vicios hacen instrumentos con que flagelarnos. Nos llevan a la ruina con lo que en nosotros hay de bueno, de amable, de humano, de amoroso. De no haber sido por mi piedad y mi afecto hacia ti y los tuyos, yo no estaría ahora llorando en este lugar terrible.
Por supuesto que en toda nuestra relación se descubre, no ya el Destino, sino la Fatalidad: la Fatalidad que camina siempre deprisa, porque va al derramamiento de sangre. Por tu padre procedes de una estirpe con la que el matrimonio es horrible, la amistad fatal, y que pone manos violentas sobre su propia vida o las vidas ajenas. En toda pequeña circunstancia en la que los caminos de nuestras vidas se cruzaron; en todo punto de importancia grande o aparentemente trivial en que acudiste a mí buscando placer o buscando ayuda; en las ocasiones menudas, los accidentes leves que no parecen, en su relación con la vida, más que el polvo que danza en un rayo de luz o la hoja que cae del árbol revoloteando, venía detrás la Ruina, como el eco de un grito amargo, o la sombra que caza con el animal de presa. Nuestra amistad realmente comienza cuando me pides, en una carta muy patética y encantadora, que te auxilie en una situación pavorosa para cualquiera, y doblemente para un muchacho de Oxford: así lo hago, y el resultado de usar tú mi nombre como amigo tuyo ante sir George Lewis es que empiezo a perder su estima y su amistad, una amistad de quince años. Cuando me vi privado de su consejo, su ayuda y su consideración, me vi privado de lo que era la gran salvaguardia de mi vida.
Me mandas un poema muy bonito, de la escuela poética estudiantil, para mi aprobación; yo contesto con una carta de fantásticos conceptos literarios te comparo con Hilas, o Jacinto, Jonquil o Narciso, o alguien a quien el gran dios de la Poesía favoreciera y honrara con su amor. La carta es como un pasaje de uno de los sonetos de Shakespeare, traspuesto a tono menor. Sólo la pueden entender los que hayan leído el Banquete de Platón, o captado el espíritu de cierto ánimo grave que se nos ha hecho hermoso en los mármoles griegos. Era, déjame decirlo con franqueza, el tipo de carta que yo habría escrito, en un momento feliz aunque caprichoso, a cualquier joven gentil de una u otra Universidad que me hubiera enviado un poema de su mano, seguro de que tendría el ingenio o cultura suficientes para interpretar a derechas sus fantásticas expresiones. ¡Mira la historia de esa carta! Pasa de ti a las manos de un compañero aborrecible; de él a una panda de chantajistas; se reparten copias por Londres, a mis amigos y al empresario del teatro donde se está representando mi obra; se le dan todos los sentidos menos el recto; la Sociedad se embelesa con absurdos rumores de que he tenido que pagar una enorme suma de dinero por haberte escrito una carta infamante; esto sirve de base al peor ataque de tu padre; yo mismo presento la carta original ante el Tribunal para que se vea lo que es en realidad; el abogado de tu padre la denuncia como intento repulsivo e insidioso de corromper a la Inocencia; al cabo entra a formar parte de una acusación criminal; la Corona la recoge; el juez dictamina sobre ella con poca erudición y mucha moralidad; al final voy por ella a la cárcel. Ése es el resultado de escribirte una carta encantadora.
Mientras estoy contigo en Salisbury te asustas muchísimo con una comunicación amenazante de un antiguo compañero tuyo; me ruegas que vea al autor y te ayude; así lo hago; el resultado es la Ruina para mí. Me veo obligado a echar sobre mis hombros todo lo que tú has hecho y responder por ello. Cuando te suspenden en la licenciatura y tienes que salir de Oxford, me telegrafías a Londres suplicándome que vaya a estar contigo. Lo hago inmediatamente; me pides que te lleve a Goring, porque en esas circunstancias no querías ir a tu casa; en Goring ves una casa que te encanta; la alquilo por ti; el resultado desde todos los puntos de vista es la Ruina para mí. Un día vienes a pedirme, como favor personal, que escriba algo para una revista estudiantil de Oxford que va a poner en marcha un amigo tuyo, de quien jamás había oído hablar en mi vida ni sabía nada en absoluto. Por darte gusto -¿qué no hice siempre por darte gusto?- le mando una página de paradojas destinadas en un principio a la Saturday Review. Pocos meses después me encuentro sentado en el banquillo del Old Bailey por el carácter de la revista. Forma parte de la acusación de la Corona contra mí. Se me pide que saque la cara por la prosa de tu amigo y tus propios versos. Lo primero no lo puedo paliar; lo segundo, leal hasta el amargo fin a tu juvenil literatura y a tu vida juvenil, sí lo defiendo con denuedo, y no tolero que se diga que eres un escritor de indecencias. Pero voy a la cárcel, de todos modos, por la revista estudiantil de tu amigo y «el Amor que no se atreve a decir su nombre». En Navidad te hago un «regalo muy bonito», como lo calificabas en la carta de agradecimiento, por el que sabía que tenías capricho, que valía 40 o 50 libras como mucho. Cuando llega el crac de mi vida, y quedo arruinado, el alguacil que embarga mi biblioteca y la pone en venta lo hace para pagar el «regalo muy bonito». Fue por eso por lo que se sacó a subasta mi casa. En el momento final y terrible en que me veo asediado, y espoleado por tu asedio a iniciar un acción contra tu padre y hacerle detener, el clavo ardiendo al que me agarro en mis esfuerzos desesperados por evadirme es el enorme gasto. Le digo al abogado en tu presencia que no tengo fondos, que de ninguna manera puedo correr con las altísimas costas, que no dispongo de ningún dinero. Lo que dije era, como sabes, la pura verdad. En aquel viernes fatal, en vez de estar en el despacho de Humphreys consintiendo débilmente en mi propia ruina, yo habría estado libre y feliz en Francia lejos de ti y de tu padre, ignorante de su aborrecible tarjeta e indiferente a tus cartas, si hubiera podido salir del Avondale Hotel. Pero la gente del hotel se negó en rotundo a dejarme marchar. Tú te habías alojado conmigo durante diez días; habías acabado incluso, para mi gran y, lo reconocerás, legítima indignación, por traerte a un compañero tuyo a alojarse conmigo también; mi factura por los diez días sumaba casi 140 libras. El propietario dijo que no podía permitir que se sacase mi equipaje del hotel mientras no hubiera pagado la totalidad de la cuenta. Eso fue lo que me retuvo en Londres. De no ser por la cuenta del hotel me habría ido a París el jueves por la mañana.
Cuando le dije al abogado que no tenía dinero para hacer frente al gigantesco gasto, inmediatamente interviniste. Dijiste que tu familia pagaría de mil amores todo lo que hiciera alta; que tu padre había sido un íncubo para todos ellos; que a menudo habían comentado la posibilidad de meterle en un manicomio para no tenerle por medio; que era una fuente diaria de molestias y disgustos para tu madre y para todos; que con que yo diera un paso adelante para que le encerraran, la familia me tendría por su adalid y su benefactor; y que los propios parientes ricos de tu madre tendrían verdadero placer en sufragar todas las costas y gastos que el esfuerzo pudiera requerir. El abogado tiró para adelante, y deprisa y corriendo se me llevó al juzgado de guardia. No me quedaba ninguna excusa para no ir. Se me obligó. Ni que decir tiene que tu familia no paga las costas, y que, cuando se me deja en la bancarrota, es por obra de tu padre, y por las costas -su miserable monto-: unas 700 libras. En el momento presente mi mujer, enemistada conmigo por la importante cuestión de si debo contar con tres libras o tres libras y diez chelines a la semana para vivir, está preparando los trámites de un divorcio, para el cual, por supuesto, serán necesarias pruebas totalmente nuevas y un proceso totalmente nuevo, quizá seguido de acciones más serias. Yo, naturalmente, no sé nada de los detalles. Lo único que sé es el nombre del testigo en cuya declaración se apoyan los abogados de mi mujer: es tu propio criado de Oxford, a quien por expreso deseo tuyo tomé a mi servicio en el verano que pasamos en Goring.
Pero no hace falta que siga poniendo ejemplos de la extraña Fatalidad que pareces haber atraído sobre mí en todas las cosas, grandes o pequeñas. Me hace sentir a veces como si tú mismo no hubieras sido más que una marioneta movida por una mano secreta e invisible para llevar sucesos terribles a un terrible desenlace. Pero también las marionetas tienen pasiones. Introducen una trama nueva en lo que presentan, y tuercen el desenlace ordenado de la vicisitud para amoldarlo a su capricho o su apetito. Ser enteramente libre, y al mismo tiempo enteramente sometida a ley, es la paradoja eterna de la vida humana, que a cada momento hacemos realidad; y a menudo pienso que ésa es la única explicación posible de tu naturaleza, si es que los profundos y terribles misterios de un alma humana pueden tener explicación, salvo la que hace que el misterio sea todavía mas prodigioso."

Continúa en esta posterior

martes, 23 de noviembre de 2010

El hombre potro

Este pequeño poemita es para un hombre grande, El Potro, el administrador de Ciudad blogger, por su generosidad, y sobre todo, por su comprensión por las debilidades de los demás que, como siempre, vienen provocadas por la ignorancia, en este caso del desconocimiento de una mayoría sobre el funcionamiento del html en en este soporte de los blogs. Y desde luego con mi agradecimiento y todo mi cariño por su siempre generosa ayuda acompañada de la más humana amabilidad.
Ojalá todos fuéramos como él. El mundo sería muy distinto, porque nos habríamos dado de cara con nuestras alas.


El hombre potro

Y el último potro que corretea en el valle poblado
de verdes, y a veces negros, almanaques,
trota junto a las flores
y salta y brinca cabeceando
cada brillo de sus ojos,
cada jerga de sus crines
desmenuzando en sustancia aérea
que da vida a las nubes, las cuales,
agradecidas al darse por nacidas,
se posan en sus francos flancos,
y alas que vuelan, el potro
de castaño, de madera y tierra,
de pezuñas a cielo,
culmina su alegría
izando el paso
al eco de las montañas que cantan
a su trote, a su vuelo, a su risa:
¡Ha nacido Pegaso, ha nacido Pegaso!

Sofía Serra, 23 de Noviembre de 2010

domingo, 21 de noviembre de 2010

Regalos que suben desde el suelo

Hace tiempo que renuncié a utilizar el lenguaje discursivo para intentar explicar lo que me conmueve, gozo, padezco, me haces, me das, me quitas o me provocas, tú ser de enfrente ojos limpios de ti (me parafraseo). De nada sirve explicar cuando no se quiere comprender o simplemente no se está capacitado para ello. La carencia de ciertas células que hoy en día llaman espejo obliga a muchos seres humanos a permanecer en el atropello de la ignorancia.

Sin embargo, esta entrada será hoy una mezcla de lenguajes, hasta el que este medio posibilita de la inclusión de enlaces, inclusión desmedida de hoy, algo "interdisciplinar" como dirían los estudiosos. El mestizaje nos concita. Yo me debo, soy porque vosotros sois.

Han sido semanas, desde que publiqué mi libro, en las que, de haber sido otros los tiempos, tiempos anteriores en mi vida, este blog hubiera estado regado, inundado literalmente de "discursos" explicativos. Pero como digo, hace mucho tiempo que me llegó el conocimiento de la inutilidad de tales esfuerzos, porque explicar, amigos, siempre comporta inutilidad, además de resultar obscenamente desgastador. Esto se lo digo en el oído a mi hijo últimamente, aunque sé que es algo que deberá aprender por sí mismo.

En estas semana he recibido dos hermosos regalos que me han facilitado poder reconciliarme con la benefactora salud (vuelvo a parafrasearme) que me proporciona el hecho de tener la suerte de hallarme inmiscuida en lo que desde mi más certero y genuino yo me conmina constantemente a seguir creyendo en la Poesía como único camino de conocimiento verdadero sobre esta costra que todos habitamos y, otros, construyen.

Sendos regalos arman esta entrada, la hermosísima canción de María Bethania y la posibilidad de haber hecho la fotografía, ambos proporcionados por ese tipo de personas que en ese poema fundamental en mi poética, nombro como ángeles preclaros. Tienen nombres y apellidos, como normalmente nos situamos en este mundo para poder identificarnos ante los otros, tal como paralelamente  sucede con el reconocimiento de los rostros, esa tan misteriosa capacidad de la psique  por la que por la visión de unas facciones, sin ser capaces de definirlas ni concretarlas, estamos habilitados para RE-CONOCER  a nosotros mismos y al ser de enfrente, el hermano y el contrario, el ojos limpios de ti, el espejo en el que nos miramos. Nombre somos en esta costra, nombrar es parte del camino de la poesía. Rostros somos en esta costra. R(o)astrear es parte del camino del conocimiento.
Ellos son Miriam Palma Ceballos (quien me ha regalado la canción) y Manuel Mayorga Pérez (la persona retratada), al que hace apenas dos días tuve la fortuna de conocer en una de las presentaciones de libros publicados por Bohodón.

GRACIAS






Ya sé que te avienes,
y sé que no esperas,
ya sé que emulan cantos los dioses
por cicatrizar la herida
que en tu bajo vientre,
en tu juventud pertrechada a bandazos de espigas, jugó la partida
sobre
el cielo.
Ya sé, ya sé, ya sé,
que no empañas,
ya sé que no abaratas,
ya sé que descompuestamente en este alma
que asomas, 

comparas, acudes, restriegas
con pastilla de jabón lagarto-lagarto acunada en los cuencos de tus ojos
que ven sin espera
la alegría que a todos alienta.
Sé mi descanso, mi tú siempre seas,
Hombre abierto de ti, despejado y limpio
como este cuarto claro que desde hoy ya te alberga.


(Encuentro es sólo testimonio de un hallazgo en el afuera de lo que adentro alojamos.
Es, quizás, la única y más portentosa recompensa que el proceso del extrañamiento que el acto poético comporta, consigue sin esperar obtenerla.
Desearía no tener que volver a oír que la capacidad fotográfíca le está vedada al poeta. La ignorancia es la más ciega de las facultades intelectuales del hombre.)

Los regalos caen del cielo
para aminorar la marcha de las eternas batallas
entre mi suelo y el disfraz
del que se visten.
Combato a todas luces innecesariamente
cuando tus nubes,
tu caverna azul
y tu noche estrellada juntas entretejen
las alas de la buena marcha
sobre este limo escondido bajo las piedras.
Emplazo al suelo como puerta.
Que me das
en esta suerte de hombres cesados del

me enllagas, tú me conmueves, tú me engrandeces,
tú que señalas la buena estrella
sobre mi frente.

Sofía Serra, 20 de Noviembre de 2010

Que la ingenuidad, como dijo la poeta, constantemente permanece siendo más que ella, nuestra.
Como en algún verso dije: Buena suerte la mía de ser poeta.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Egipcíaca o elegíaca



Mujer hielo (al poeta que se perdió de sí y termina por escribir novelas)

Es el papiro del limo el que verdea las riberas.

Mujer-jazmín que habitas los entresuelos de la memoria,
mujer-cebolla de raíces enredadas en capas
de gusto jugoso y ácido subsumir
que vuela en
flor del desencanto de este invierno extraño,
poderosamente extraño.
Norte.
La habitación entera se estremece.
Completo oraciones con los pétalos que se desprenden,
comparo mis labios,
la tersura del Asomo
y cierta mirada perdida.
Me despertaré
cuando
renazca el verde.
Y no me acercaré a ti.
Mi piel se desescama,
urticaria sólo de las ortigas que tierra pueblan.

Ya que te vi, cántame de dos en dos
los versos que olvidaste.
Ya que te arranqué de este universo de hogazas de pan blanco,
de sumideros limpios abiertos al sol de enero,
dime cómo quebraste tu agonía, ésta que me consume.
Ya que te adjudiqué, por ciega suerte,
el vendaval del progreso y el cándido ciclamen
color lila, contémplame:
me derrito bajo mi propia lente.
Las pieles de los cocodrilos se transparentan
más allá de esta vereda abierta y mi agonía se nivela:
todos habitamos lodo.

Sofía Serra, Noviembre 2010

lunes, 15 de noviembre de 2010

Canto implicado


Título de la fotografía: Ese humilde venero II



Cien-pies y una salamandra

Blanca, avarientamente blanca
me escarbo.
Sol, yo aquí. Vos, sin hueso.
Esta pérdida es mi norte,
¿cómo puedes comprender mi ausencia si aún no te has ido?


Salamandra vespertina,
qué bien suenan
tus flores malvas
son
frutos de la vid que me despertó
sobre la clara piscina del día cubierto con rosas flores,
y el trino del ambidiestro volante
que me conduce
por los pasillos de este hospital de guerra y luces,
un hospital en llamas.
Sentada quedo observando tu gesto de niño travieso.
Surtidor
que escala al cielo,
que al cielo escala
y luego
baja.


No sé qué es peor,
si un boomerang de canto
o un buey al pairo
de tu andanada sobre los verbos.
Son los dardos que las yerbas lanzan contra las tibias.
Ay, mi eremita andante, qué difícil
mover tantos pies desde la columna.


…De dónde llegan y hacia dónde van vía intramuros.

Sofía Serra, Noviembre 2010


Título de la fotografía: Fuente clara, fuente limpia

domingo, 14 de noviembre de 2010

De profundis (IV). Oscar Wilde

Continuación de esta anterior

"He hablado de tu conducta conmigo durante tres días seguidos, hace tres años, ¿no es verdad? Yo estaba solo en Worthing, tratando de acabar mi última obra de teatro. Las dos visitas que me habías hecho habían acabado. De pronto apareciste por tercera vez, con un acompañante, y llegaste a proponer que se alojara en mi casa. Yo (reconocerás ahora que con toda propiedad) me negué en rotundo. Os atendí, naturalmente; no me quedaba otro remedio; pero fuera, no en mi casa. Al día siguiente, un lunes, tu compañero volvió a las obligaciones de su profesión, y tú te quedaste conmigo. Aburrido de Worthing, y todavía más, no me cabe duda, de mis esfuerzos infructuosos por concentrar mi atención en la obra, la única cosa que en aquel momento me interesaba, insistes en que te lleve al Grand Hotel de Brighton. La noche de nuestra llegada caes enfermo con esa temible fiebre baja estúpidamente llamada influenza; tu segundo, si no tercer, ataque. No tengo que recordarte cómo te atendí y te cuidé, no sólo con todo lujo de frutas, flores, regalos, libros y todas esas cosas que pueden comprarse con dinero, sino con ese afecto, ternura y amor que, pienses tú lo que pienses, no se compran con dinero. Salvo una hora de caminata por las mañanas, y una hora de paseo en coche por las tardes, no salí del hotel. Conseguí uvas especiales de Londres para ti, porque las que había en el hotel no te gustaban; inventé cosas para agradarte, permanecía contigo o en la habitación contigua a la tuya, me sentaba a tu lado todas las noches para sosegarte o distraerte.
A los cuatro o cinco días te recuperas, y yo alquilo unas habitaciones para tratar de terminar la obra. Tú, por supuesto, me acompañas. En la mañana del día siguiente a nuestra instalación me pongo muy malo. Tú tienes que ir a Londres a un asunto, pero prometes volver por la tarde. En Londres te encuentras a un amigo, y no vuelves a Brighton hasta última hora del día siguiente; para entonces yo tengo una fiebre terrible, y el médico descubre que me has contagiado la influenza. No podría imaginarse cosa más incómoda para un enfermo que lo que resultaron ser aquellas habitaciones. Mi cuarto de estar está en el primer piso, mi dormitorio en el tercero. No hay ningún criado para atenderme, ni nadie siquiera para enviar un recado ni traer lo que mande el médico. Pero estás tú. No me inquieto. Los dos días siguientes me dejas completamente solo, sin cuidados, sin asistencia, sin nada. No era cuestión de uvas, flores ni regalos encantadores: era cuestión de lo más imprescindible; yo no podía procurarme ni la leche que me había mandado el médico; la limonada se dijo que era imposible; y cuando te rogué que me llevaras un libro de la librería, o si no tenían lo que yo quería que escogieras otra cosa, ni te molestaste en ir. Y cuando en consecuencia yo me quedo todo el día sin nada que leer, me dices con toda tranquilidad que me compraste el libro y prometieron enviarlo, afirmación que después descubrí por casualidad haber sido totalmente falsa desde el principio hasta el final. Todo ese tiempo estabas, por supuesto, viviendo a mi costa, paseando en coche, cenando en el Grand Hotel, y de hecho sólo apareciendo por mi habitación en busca de dinero. El sábado por la noche, habiéndome tenido totalmente desatendido y solo desde por la mañana, te pedí que volvieras después de cenar y me hicieras un rato de compañía. En tono irritado y con malos modales me lo prometes. Espero hasta las once y no apareces. Entonces te dejé una nota en tu habitación sólo recordándote la promesa que me habías hecho, y cómo la habías cumplido. A las tres de la mañana, sin poder dormir y atormentado por la sed, bajo al cuarto de estar, en medio de la oscuridad y del frío, con la esperanza de encontrar agua allí. Te encontré a ti. Te abalanzaste sobre mí con cuantas palabras atroces te pudieron sugerir un estado descontrolado y una naturaleza indisciplinada y sin educación. Con la terrible alquimia del egotismo, transformaste tu remordimiento en rabia. Me acusaste de egoísmo por esperar que estuvieras conmigo estando yo enfermo; de interponerme entre tú y tus diversiones; de querer privarte de tus placeres. Me dijiste, y sé que era toda la verdad, que habías vuelto a medianoche únicamente para cambiarte de traje, y volver a salir a donde pensabas que te esperaban nuevos placeres, pero que al dejarte una carta en la que te recordaba que me habías tenido abandonado todo el día y toda la velada, realmente te había quitado las ganas de otros disfrutes, y reducido tu capacidad para nuevos deleites. Yo me volví arriba asqueado, y seguí insomne hasta el amanecer, y hasta mucho después del amanecer no pude conseguir nada con que aplacar la sed de la fiebre que tenía. A las once entraste en mi habitación. En la escena precedente no pude por menos de observar que con la carta por lo menos te había contenido en una noche de excesos mayores de lo acostumbrado. Por la mañana ya habías vuelto en ti. Yo lógicamente esperaba oír qué excusas aducías, y de qué manera ibas a pedir el perdón que en el fondo sabías que te aguardaba invariablemente, hicieras lo que hicieras; tu absoluta confianza en que yo siempre te perdonaría era realmente lo que siempre me gustó más de ti, quizá lo mejor que había en ti. Lejos de eso, empezaste a repetir la misma escena con nuevos ímpetus y expresiones más violentas. Yo, al cabo, te mandé salir de la habitación; tú fingiste hacerlo, pero cuando levanté la cabeza de la almohada donde la había enterrado, seguías estando allí, y con risa brutal y rabia histérica avanzaste de pronto hacia mí. Una sensación de horror me invadió, no supe por qué exacta razón; pero salté de la cama inmediatamente, y descalzo y como estaba bajé los dos tramos de escalera al cuarto de estar, de donde no salí hasta que el dueño de la casa -a quien había mandado llamar- me aseguró que ya no estabas en mi dormitorio, y prometió quedarse cerca por si le necesitaba. Tras un intervalo de una hora, en el que el médico vino y me encontró, por supuesto, en un estado de postración nerviosa total, así como con más fiebre de la que había tenido al principio, tú volviste sigilosamente, por dinero: tomaste lo que pudiste encontrar en el tocador y en la chimenea, y saliste de la casa con tu equipaje. ¿Necesito decirte lo que pensé de ti durante los dos miserables días de enfermedad y soledad que siguieron? ¿Será necesario que afirme que vi claramente que sería una deshonra para mí mantener aunque sólo fuera un trato superficial con una persona como tú habías demostrado ser? ¿Que vi llegado el último momento, y lo vi como realmente un gran alivio? ¿Y que supe que en el futuro mi Arte y la Vida serían más libres y mejores y más hermosos en todos los aspectos? Enfermo como estaba, me sentí a gusto. El hecho de que la separación fuera irrevocable me daba paz. Para el martes no tenía fiebre, y por primera vez comí en el piso de abajo. El miércoles era mi cumpleaños. Entre los telegramas y comunicaciones que había sobre mi mesa encontré una carta con tu letra. La abrí embargado por una sensación de tristeza. Sabía que había pasado el tiempo en que una frase bonita, una expresión de afecto, una palabra de aflicción me habrían hecho volver a aceptarte. Pero me engañaba de medio a medio. Te había subestimado. ¡La carta que me enviaste por mi cumpleaños era una elaborada repetición de las dos escenas, puestas astuta y cuidadosamente por escrito! Te mofabas de mí con vulgaridades. Tu única satisfacción en todo el asunto, decías, era haberte retirado al Grand Hotel y haber cargado el almuerzo en mi cuenta antes de irte a Londres. Me felicitabas por mi prudencia al salir de la cama, por mi abrupta huida al piso de abajo. «Fue un momento feo para ti», decías, «más feo de lo que crees». No, eso lo sentí muy bien. Lo que realmente quería decir no lo sabía: si tenías encima la pistola que habías comprado para intentar asustar a tu padre, y que una vez, creyéndola descargada, habías disparado en un restaurante público estando conmigo; si tu mano se movía hacia un vulgar cuchillo de mesa que por casualidad yacía sobre la mesa entre nosotros; si, olvidando por la rabia tu baja estatura y menor fortaleza, habías pensado en algún insulto especialmente personal, o ataque incluso, estando yo allí tendido y enfermo: no lo sabía. Sigo sin saberlo en el día de hoy. Lo único que sé es que me embargó un sentimiento de total horror, y que sentí que, a menos que saliera de la habitación al instante, y escapara, tú habrías hecho, o intentado, algo que habría sido, incluso para ti, motivo de vergüenza para toda la vida. Sólo una vez antes de eso había experimentado yo un sentimiento tal de horror ante un ser humano. Fue cuando en mi biblioteca de Tite Street tu padre, agitando sus manitas en el aire con furia epiléptica, con su matón, o amigo, entre él y yo, me estuvo soltando todas las palabras sucias que acudieron a su sucia mente, y chillando las atroces amenazas que después tan astutamente pondría en práctica. En ese caso fue él, por supuesto, el que tuvo que salir primero de la habitación. Le eché. En tu caso me fui yo. No era la primera vez que había tenido que salvarte de ti mismo.
Concluías tu carta diciendo: «Cuando no estás subido al pedestal no eres interesante. La próxima vez que estés enfermo me iré inmediatamente». ¡Ah, qué fibra tan grosera revela eso! ¡Qué falta total de imaginación! ¡Qué insensible, qué vulgar era ya el temperamento! «Cuando no estás subido al pedestal no eres interesante. La próxima vez que estés enfermo me iré inmediatamente.» Cuántas veces han vuelto a mí esas palabras en la triste celda solitaria de las diversas cárceles a donde me han mandado. Me las he dicho una y otra vez, y he visto en ellas, espero que injustamente, algo del secreto de tu extraño silencio. Que tú me escribieras eso, cuando la propia enfermedad y la fiebre que sufría las había contraído por cuidarte, fue, no hay que decirlo, de una zafiedad y crudeza repugnantes; pero que cualquier ser humano del mundo escribiera eso a otro sería un pecado que no tiene perdón, si hubiera algún pecado que no lo tuviese.
Confieso que cuando acabé tu carta me sentía casi poluto, como si con asociarme a alguien de tal naturaleza hubiera manchado y envilecido mi vida irreparablemente. Y es verdad que eso había hecho, pero para saber hasta qué punto tenía que vivir seis meses más. Resolví conmigo mismo volver a Londres el viernes, y ver a sir George Lewis personalmente para pedirle que escribiera a tu padre diciéndole que había tomado la determinación de jamás, bajo ninguna circunstancia, dejarte entrar en mi casa, sentarte a mi mesa, hablar conmigo, pasear conmigo, ni en ningún lugar ni tiempo acompañarme de ninguna manera. Hecho esto, te habría escrito únicamente para informarte del curso de acción que había adoptado; las razones inevitablemente las habrías visto tú. Lo tenía todo dispuesto el jueves por la noche, y el viernes por la mañana, mientras desayunaba antes de partir, abrí casualmente el periódico y vi en él un telegrama donde decía que tu hermano mayor, el verdadero cabeza de familia, el heredero del título, el sostén de la casa, había sido hallado muerto en una acequia, con el arma descargada a su lado. El horror de las circunstancias de la tragedia, de la que ahora se sabe que fue un accidente, pero entonces teñida de una insinuación más sombría; el patetismo de la muerte súbita de un hombre querido por todos los que le conocían, y casi en vísperas, por decirlo así, de su boda; mi conciencia de la desdicha que iba a ser para tu madre la pérdida de la persona que era su consuelo y su alegría en la vida, y que, como ella misma me dijera una vez, desde el día en que nació no le había hecho derramar ni una sola lágrima; mi conciencia de tu propio aislamiento, al estar tus otros hermanos en Europa, y por lo tanto ser tú el único al que tu madre y tu hermana podían mirar, no sólo para compañía de su dolor, sino también para esas pesadas responsabilidades de horrible detalle que la Muerte siempre trae consigo; el mero sentimiento de las lacrimae rerum, de las lágrimas de que está hecho el mundo, y de la tristeza de todo lo humano: de la confluencia de esos pensamientos y emociones agolpados en mi cerebro brotó una piedad infinita de ti y de tu familia. De mis propios dolores y acritudes contra ti me olvidé. Lo que tú habías sido para mí en mi enfermedad no podía yo serlo para ti en tu duelo. Al momento te telegrafié mi condolencia más honda, y en la carta subsiguiente te invité a venir a mi casa tan pronto como pudieras. Sentía que abandonarte en ese preciso momento, y formalmente por medio de un abogado, habría sido demasiado terrible para ti."

Continúa en esta posterior.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Cierva ilesa

Noviembre obtuso
que cierra con alas cuanto sostiene.
Noviembre abierto y caliente
que abanica el muelle de la espera,


la mar, la mar en remanso.
Sé que caminas como el ciervo herido,
mas ya este sin tónico reclamo me pide dormir.


Tengo la cabeza tan llena de heridas negras
que no hallo hueco para la mía propia.
Así, estoy ilesa.
Algo me desposee asomada
al rincón de esta memoria.

Sofía Serra, Noviembre 2010

jueves, 11 de noviembre de 2010

Palabras de Elan


Título de la fotografía: La dama del Lhardy

"Para crear, para volver a ceder, para no sucumbir"


"Tus ojos.../ Sobre mí, la noche" esta mañana era noche fuera y dentro, olas altísimas lluvia y DESAMPARO, pero llegó tu libro, golpeó fuerte, hasta lo mas íntimo...Gracias, Dama de la Poesía... en tus versos no hay retórica vacía ni hojarasca, está tu vida, tu tierra y la potente sagre de la tradición que en los siglos hizo nacer versos memorables: "Roba./ Para que la prenda negra no cubra tu mano con fría mortaja." , "Tus manos abiertas, cerradas sobre tu alma". "Ahora que percibo sobre el plano azul tu ausencia, "
No se puede hablar de la Poesía, ella habla, si debemos adornarla de retórica se marchita. Tus versos hablan de tu belleza, encienden cada piedra, queman a voces los rosales, rodean de sensual ternura, algo así como el rocío o los azahares, gracias
Elan
Son las primeras, tal vez las únicas, es lo de menos, que recibo por escrito como respuesta a... el hecho de publicar mi primer libro.
Gracias, querido Elan.

Elan Primo Marsiglia

Elan es pintor, Elan,  homenajea a los poetas, de la palabra, especifico yo, porque él es poeta y sé, por sus imágenes, que no es de las personas que se homenajean a sí mismos.
Elan  conforma flores con su pincel de tacto a mano y cielo abierto, tumba raíces bajo la escarcha y nos cubre de pasmado de horizonte del hombre ante sí mismo. Elan juega con serie de su alma hecha a ventura de sí  golpeando tambores que temen y duelen por algún luto hecho flor sangrante, ojos sobre la memoria que sin residir firma cimientos, así, dejando pinceladas, y trazos  a golpe de alas, de gozo, de fuego, de sangre, de carne, de lo verdadero...Elan habita.
Como ayer  me habitó también con sus palabras.
Así quiero guardarlas, como oro en paño, a la vista de quien quiera, o pueda,  mirar.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Paisaje de verdad y río rosa

Título de la fotografía: Rosana y su hija al sol

Rosana Río Rosa

Rosana, ¿por qué no llegas?
Rosana, ¿por qué te transito?
Al liviano paisaje de la sombra al agua,
de la vereda al viento,
Rosana, que te izas al aire
y vuelas desde tu coleta que
riza el mes de abandono, Rosana,
la jauría
que despierta y ya se convierte
en nudo de memoria, centro de suertes,
golpe en el mundo
cuadrado y rotundo sobre las vías rosas
que yo te abro-te abro-te abro,
ab-origen de este mismo río.

En Rumania debe hacer frío,
digo yo,
no lo sé, tal vez de aquí,
si allá vuelves, Rosana,
y vas y sol llega, Rosana,
inmigrante en tu mirada soy.

Que se congelen los nauseabundos.
Que por siempre mendiguen, que ya lo hacen.
Que por siempre pasen hambre,
que no tienen boca y tú con rosa naces.
Que por siempre pasen frío,
que por siempre duerman a la intemperie de su aliento.
De medio pelo me visto
para pintar el paisaje, Rosana,
para tu hija,
río rosa, 

rubia risa.

Sofía Serra, 9 Noviembre 2010

Título de la fotografía: Paisaje de verdad

martes, 9 de noviembre de 2010

Tres de octubre

Mamífero

Ah, cuánto me gusta cuando habla el cielo con sus palabras-lluvia.
Anduvo tan callado,
tan quieto su eco azul hueco invariable…
Hoy dilata paredes y rompe aguas. Parto
que  mamas:
¿Cuándo asomará cabeza el recién nacido?
Agua que bebes, sol que te muere.



Lagarto, lagarto...

No llego al manantial porque no vuelo.
Esta inercia transportadora de fugas y huidas
abismales, enormes
como la llaga misma
que me abandona
quieta, quieta, quieta
y muda ya sin ojos ni yerba,
ni en piel logro el tacto del agua.
Se quedan antiguos los versos de una a otra hora.
Se acerca la cruel, e inhumana, sabandija de la indiferencia.


Y-tune

Los delfines del aire,
las redes que los atrapan,
yeloufain amarillo,
sol pervertido por los ingleses celos.
Atún para mi roja sangre.

Sofía Serra,  octubre 2010

lunes, 8 de noviembre de 2010

18 años

Sólo algunas desde el 2004 hasta el 2007 y que ya no están en mi galería de flickr. Del 2008 hasta ahora allí están, y aquí, donde no se puede tocar.
















































































































 
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