lunes, 28 de septiembre de 2009

Autorretrato a dos manos





Que no me pidan más, que lo he dado ya  todo.
Que no me señalen con el dedo del abaratamiento.
Que nadie me justifique ni nadie ose navegar sobre mis mares (se ahogarían),
que mis tormentas son mías porque yo las creé batiendo el agua con mis brazos

 hasta que no quedó más
que espuma barriendo a los guijarros extendidos en la arena. Dormidos.
Yo no escribo sobre mí.
Yo escribo sobre ustedes y su provecta posición bajo el sol ardiente antes del deshielo.
Sobre los umbrales que os poseen y a su vez me impiden el sorteo de la muerte.
Que vivimos bajo su manto de arrobo cargado de sí misma
y yo no deseo más que cerrar la noche,
cerrarla y obedecer
a esos sueños amables que ocultáis tras los cándidos cristales.

Un ser no es un instante,
un ser es la secuencia, el traspaso de cada infinitesimal límite del espacio sobre su propio tiempo,

y el del otro, y el del otro hielo,
el doblado sobre sí calentándose al son de su inherente frío,
el que construye la física perceptible,
manos y ojos bellos, solvente espasmo de la dicha mientras somos.
Un ser transverbera, proclama sobre el no vacío
la existencia ingobernable que subyace a la marea líquida de este universo
que construimos y habitamos, queramos o no,
como nifes expandidos.

(Así que ya llegaste.
¿Y desde cuándo te esperaba yo?, me pregunto, haciendo inexorable la duda que campea a sus anchas.
Cualquiera sabe.
Cualquiera puede saberlo.
Cualquiera que se moleste en atravesar el borde invisible del deshielo.)


Sofía Serra, septiembre 2009

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