domingo, 8 de diciembre de 2019

"Ya no hay tiempo", o la creación de un intemporal

"Ya no hay tiempo", o la creación de un intemporal

Me pilla de lleno su lectura disfrutando de la otra, la de los clásicos, en concreto la de La Madre Naturaleza, donde Pardo Bazán contesta generosamente a mi pregunta sobre el por qué me gustan tanto los clásicos, disfrutando yo de sus descripciones, tanto de paisajes como de personajes, larguísimas y bellísimas, además de excelentemente concernidas. Es decir, sitúa al lector. Lo sitúa y lo engancha, lo recoge y arropa, y a aquél, o sea, a mí, no le queda más que disponer de tiempo para poder seguir leyendo. Mi enganche a los clásicos, porque es un enganche, una adicción que en los últimos años se ha convertido en algo preocupante. Desde que leí a Proust, no consigo deshacerme de ella. El mono es lo de menos. Siempre están ahí, nunca me van a faltar. El problema, mi problema, es que bien sé que existen nuevas drogas, igual de efectivas o incluso más podrían ser, cuya lectura satisfactoria añadirían a mi mente ese prurito de contemporaneidad que todo humano vividor de su presente necesita. Pero nunca lo encuentro.

La narrativa actual me ha pillado también en la misma adicción. Son innumerables las novelas (o relatos) que he comenzado y hasta casi terminado, pero ninguno benéficamente, satisfactoriamente. El aburrimiento se apodera de mí. No me gusta que me cuenten historias, deduzco desde hace mucho tiempo. Hoy, corrijo. No me gustan cómo me las cuentan. Mi trabajo en la escritura de la poesía tendrá mucho que ver, pero tampoco descarto que la narrativa, la “cuentación” de historias, padece en general en nuestro tiempo de una carencia de lenguaje suyo, propio, de un lenguaje que la acompañe en su tiempo, el contemporáneo. Ese es el problema desde mi punto de vista. Ese es el problema.

No es la trama, la historia contada, la que debe llevar a la lectura. Para eso me veo una peli, me digo. A la vez que la “veo-oigo”, puedo estar haciendo otras cosas, desde coser o cocinar hasta incluso leer ensayo, si la película no me dice demasiado. Pero la lectura literaria debe absorberme para poder disfrutarla. Quizás porque soy amante de la literatura, me gusta leer. No hay más misterio. Necesito que sea la propia lectura, es decir mi inclusión en el desarrollo de la escritura practicada por el autor, la que me incite a seguir la trama hasta su final. Esa es para mí la narrativa, el arte de narrar. Otros pensarán que debe existir un equilibrio entre ambas propuestas, pero tal como mencionaba, yo me decanto por la segunda. O mi mente, la trabazón de tantos años dedicada a la interpretación de signos enlazados entre sí conformando un significado y un significante condensadas en unas neuronas y sus enlaces químicos.

Y eso es lo que he encontrado en la lectura de Ya no hay tiempo. Literatura, el arte de la letra, el arte de la palabra escrita. Reconozco que el título me chocó al principio. Digamos que no me gustaba, muchas vocales seguidas, cuestión de sonido, de musicalidad (otra vez mi gusto por la escritura de poesía, o mi afición a la literatura). Pero una vez leída acierto a comprender, no ya su porqué semántico, el del título, sino, lo que es más importante para esta mente lectora, su causa formal. Exactamente así te lleva su autor a lo largo del recorrido de la historia que cuenta. Sin tiempo y con la lengua fuera, como si efectivamente una solo pudiera pronunciar vocales. No queda resuello para las consonantes, y mucho menos para las oclusivas. Salvo al final, cuando ya por fin encuentras el tiempo para el resuello. Cuando acaba. Cuando la lectura de literatura, finaliza.

Desarrolla Martín Lucía una prosa, una narrativa, estructurada en frases muy cortas la mayoría de las veces. “Malo” me dije al principio, porque no soy muy amante de ese tipo de prosa. Algunos escritores se han aficionado a ella como un banderín o pendón que les proclamase su contemporaneidad. Pero lo que se fuerza nunca obtiene buen resultado. Nace el pastiche, el sinsentido. La forma y el fondo, en este caso la trama, porque de novela se trata, deben conformar un todo completo. “Magnífica”, me dije cuando llevaba unas quince o veinte páginas. Es esa prosa, su prosa, la que el autor elige, la que te marca el ritmo en una carrera que es puro sprint desde el comienzo. Es la que te engancha, la que te coge de la mano y tira de ti aunque no te quede oxígeno o casi pulmones. Su estilo, resumiendo es este. Pero ni mucho menos tan solo. Ni mucho menos. Hay mucho más, muchísimo más. El autor, poeta, recurre a la repetición de frases ya dichas, de ideas ya expresadas, no importa si un renglón antes o diez páginas antes, como si con ello nos enchufara la máscara de oxígeno que necesitamos para seguir con el sprint. No son descansos. Son verdaderas inspiraciones de aire puro que el escritor nos suministra. No recapitula, sí nos recuerda, a la vez que nos marca el ritmo, son verdaderos mantras, para que logremos llegar a culminar la marcha, llegar a la meta: el final del libro.

El autor juega con el tiempo, ese concurso lineal que siempre nombro como nuestro compañero, moldeándolo a su antojo, rompiéndolo, alterándolo, situándonos en un presente o en un pasado, y hasta en un futuro (la previsión de lo que puede suceder que nace en la mente lectora) a lo largo de a disposición de capítulos que él maneja como efectivamente un creador, un creador que está al margen del mismo tiempo porque él mismo lo ha creado, lo ha hecho posible. Martín lucía crea el tiempo de su novela y al lector no le queda otra que vivirlo tal como él señala que hay que vivirlo, para eso es el AUTOR. Es esa la labor de un creador literario, incluso la de crear el tiempo. La guinda del pastel. El pastel es el drama que desarrolla, la historia que nos cuenta y su habilidad para contarlo tal como ese drama que inventa, necesita ser contado.

Martín Lucía es poeta. Un poeta que escribe su primera novela. Gracias a que no ha podido, o no ha querido, evadirse de ese reclamo interior que es la actividad poética, ha conseguido convertir la narración de una historia más o menos actual (podría también calificársela de clásica, clásica porque es tremendamente humana), situada en un momento actual, elaborada con una prosa muy actual, en una narración verdaderamente contemporánea, es decir, con una prosa que acompaña a su tiempo. A ESTE TIEMPO. Ese tiempo cuyo título nos dice que ya no existirá, aquí, en la obra de arte que todo facto de literatura debiera comportar, encuentra su lugar de ser. Y porque es de este tiempo, su tiempo, es un clásico de una novela del siglo XXI. Un clásico para una lectora como yo. Una obra de arte literaria.

Ya no hay tiempo cuenta una historia de amor sobre muchos tipos de amores. Amor por la lectura, amor por las historias con intrigas, amor por el cine, amor por la música, amor por los amigos, amor por la pareja, amor por uno mismo… También una historia de amor por la escritura literaria. La del propio autor. Hasta cuenta la historia de amor por la lectura de una lectora que por fin ha podido terminar satisfecha una novela de nuestro tiempo. Nuestro compañero. Ya no hay tiempo sí ha encontrado su tiempo: nuestra contemporaneidad. Y por ende, la de todos los venideros, exactamente tal como logra un clásico.

oOo

Se puede adquirir AQUÍ

martes, 3 de diciembre de 2019

Una cosa pequeña

Una imagen a modo de recuerdo sobre la presentación de "Los cabezos amarillos"



El libro se puede adquirir AQUÍ o en cualquier librería encargándolo.

viernes, 29 de noviembre de 2019

A modo de bienvenida

Hoy lo presentamos en Sevilla.






La des-despedida

Las olas renuevan
el aire y la arena.

Muerta el hambre se acabó
la fiesta y la bestia muerto
el hombre dormido
el menor de los males
la arena conquistó la orilla
el mar rindió la retirada
la venganza de las conchas
floreció bajo la antigua espuma.

Y como la Tierra es redonda,
todo retorna a su lugar.
No hay más despedida
que la de la ola,
que se va para poder
volver a volver.

(De "Los cabezos amarillos". El libro se puede adquirir AQUÍ o en cualquier librería encargándolo.)

martes, 26 de noviembre de 2019

Tiempos líquidos




El río de la lluvia

Cuando hace lluvia hace
después para la rosa
cuando hace calma hace
lloviendo el cálido
aire sobre la rosa y el suelo
de la rosa rosa flama
por el agua y el velo
templado del cielo lleno.

Plácido tiempo de agua
con sólido después
sobre la luz y nos,
tan líquidos como él,
nuestro compañero.

(De "Momentos estelares")

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Sobre regímenes que caen por su propio peso



Nuestro régimen

Porque ya ni las hojas caen,
porque no la lluvia las adelgaza
porque ya ni pesan
para hacerse más levantiscas
ante el viento de norte.
Protégense como leves brotes de aire
que al color de la nube se someten
transparentándose, solicitando
el peso de una mirada
que a tierra las lleve.
Ah, cuánto las hojas ansían
soltarse de sus ramas y bailar
al son del bóreas que se atreve
con ellas y con su incertidumbre:
no saben si son del verano o del otoño.
Sí conocen su lecho caliente
y hacia él apuntan con sus flechas
livianas, alas de polillas
a la lumbre dormida de la noche
del año, ni se queman ni enmudecen.
Truenan cercanas, golpean
la puerta del invierno:
que no las olvide el que vive,
recitan como manos juntas
rezando por la lluvia
al suelo. Se equivocan de dios
tal como nosotros erramos
juzgando y jugando a ser
otros de oro y aire
cuando de barro somos,
no celestes ni extraños.
Ellas siempre caen,
tal como todos al final
recordamos pies en tierra
que a la tierra volvemos
juntos, todos uno y sin preces.

Y la tierra sí que engorda
con nuestro alimento.
Aún sin lluvia.

(De "Momentos estelares".)
 
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