viernes, 14 de diciembre de 2012

El año de la coronación


El año de la coronación

Sucedió en su fecha, el año
del descubrimiento, el año
en que me colon-
izó el huevo
claro
con el que me coronó
mi madre trigueña
clara
con la tortilla de patatas.
De allí llegó la desarrollable,
el conocimiento de lo inexplicable,
la opacidad del agua,
el brillo de los ojos oscuros
de los dos amantes, la vergüenza
de mi desnudez limpia
en los brazos amorosos
de mi madre, que me coronó,
sí, me coronó con su amarilla
tortilla de patatas servida
en el plato de plástico azul.
La hermosa y bella mía no sabía
que la asaeté todo el día
con el capricho y las flechas
de los celos de mi prima
tan sólo por hacerle justicia:
¡qué no, que mi madre
hace las tortillas mejor
que tu madre, mi tía!
Mi prima se iba donde los alemanes,
rubia, siempre princesa,
se la llevaban sus padrinos
muchos días a un lugar
que hasta 40 años después,
tan alta me quedaba mi prima,
no pude conquistar,
ya mediante otras armas
y otro color, el verde
de la higuera o de La Higuerita.
Yo, como no
los tenía,
o sea, sí,
pero como eran mis abuelos,
como si no los tuviera,
así que ni disponía de animales,
digo, padrinos que se iban
donde los alemanes,
ni siquiera higueras
con las que matar
a las cañas, como Afrodita
sí la tuvo luego.
Me bastaban mis hermanas
y el calor del cuerpo de mi madre
cuando me arrebujaba en la toalla
tras el baño de la tarde
en el agua clara de los manantiales
donde mi piel quedaba limpia
de sal y de arena y de calor.
Dulce y fresca quedaba yo.
Mi madre, mi madre
siempre me limpiaba,
siempre me endulzaba.

Pero llegó el fatídico día,
el de la coronación
del huevo pasé a la espina,
no del huevo, no, el huevo
es fruto, comprendí
las otras de mi madre
justa en el instante.
Las que no supe asimilar
fueron las de las miradas
sonriente—¿por qué sonreían?—
de la pareja justa y junta
que me observaba cuando,
por las manos amorosas de mi madre,
mis piernas entreabiertas en el mar
les mostró lo que ellos
nunca pudieron tener
ni antes
ni después:
un hijo,
una hija
con un
culo limpio,
un pimpollo de carne blanca
entre tanta piel morena
fruto de un bajo vientre,
llorando o riendo
según amanecieran
el día o la noche, jugando
con la arena con su padre
a construir murallas de arena
para que la suave ola
la lamiera embebiéndola,
y desaparecieran, acompañando
a su madre con la leche
de la más pequeña o asaetándola
todo el día con el capricho
de una tortilla de patatas
hecha en aquella cocinita
cuidadosamente dispuesta
entre cartones decorados
con tazas de chocolate
bebido por un niño risueño,
que la aislaban de los vientos
de levante o de poniente.
Ni los diseñadores suecos de Ikea
han aventajado las ideas de mi padre,
ni mi tortilla a la de mi madre,
comistrajo que no me gustaba
por entonces, el huevo sólo
me entraba pasado por agua,
el agua dulce de los manantiales
de agua clara —la clara clara
sólo por el agua me gustaba—
pero es que su prima, o sea mi prima,
la prima,
tan de los alemanes, había osado
cuestionar el buen hacer
de las manos
de mi madre.

Claro, era princesa.
Mi prima.

Fue un año fatídico
para una que ya no
recuerdo, o sí.
Ahora me ensordece su voz
anunciadora, nuncia
profética del nacimiento
del disfraz de la mesías:
la india.
Y mi madre la mandó retratar,
vestida de blanco
tan ingenua
pero muy morena,
había nacido desde el peor
mal de nuestros males:
La codicia.

Nació la india en Agosto
en la ciudad tras la playa
el año del descubrimiento
de un continente imparable: Am-
ar aunque la maten.

Aunque me maten
o me mate
yo misma.

Total, yo ya estoy coronada,
con espinas de madre,
con tortilla de patatas
y hasta con plumas de aves,
niña blanca o india nave
con alas como las
que salieron de esa orilla
hacia la otra.
De la menudencia, la pequeña
violencia, el sabotaje,
a
las catástrofes, las hecatombes,
los holocaustos,
de más o de menos
millones de inocencias
tienen siempre el mismo origen:
el capital de las legiones
que nos oprime y nos consiente,
ya provenga de celos de princesas,
de ausencia de justicia
o presencia de alemanes,
de la codicia de hueros amantes
o del amor de una
dulce madre
que padeció
espinas
de
orfandad
y
de
hambre.

(Sofía Serra. De Los cabezos amarillos)

Finales Agosto 1970






Cantores por la bahía

Se me han saltado las lágrimas al ver a mis cabezos amarillos, en dos ocasiones aparecen, una por el principio y otra por el final, con su torre derruida y todo. Pero la sevillana es preciosa, de las que más me gusta bailar, siempre me emocionan. Demasiado. Siempre.
Y no me los esperaba.
He llegado casualmente a este vídeo.
Todo me lleva.
El poema camina y yo lo sigo
Cuando consiga una nueva cámara será lo primero que haga, como sea, me iré a pasar el día retratándolos. No puedo más. No puedo más. NO quiero poder más.

La vida imposible I (charla una madre con su hijo de 20 años)

La vida imposible I
(charla una madre con su hijo de 20 años)

la felicidad sólo consiste en apreciar
lo que se tiene cuando se tiene.

No importa qué se haga, Manolito,
el resultado siempre es el mismo.
Si aprecias, no lo digas.
Si amas, no lo expreses.
Si quieres que quieran
de ti, nunca des.
Hasta aquí ha llegado
y desde aquí ha nacido
el hombre cuadrado siempre,
cualquiera de nosotros aunque
tal vez yo y como yo
algunos que no conozco
nacimos con la particular
virtud o el vicio de hacernos

la vida imposible:

amar y no ser amados,
dar y no ser recibidos,
despeñarnos por el abismo,
ya nada insondable,
del no ser más
que (en la mirada) del otro.

La verdad, la única verdad, la pura verdad
en este mundo es que el ser humano
sólo quiere aquello que no tiene.
No te des: te querrán
No des de ti: necesitarán de ti.
No des bondad: te verán bueno.
No des belleza: te verán bello.
No des amor: te verán amable.
No estés: estarán.
No te seas: serán.

Provoca miedo: obtendrás respeto.
Provoca dolor: obtendrás amor
Provoca necesidad: obtendrás veneración.

Esta es la cordura del hombre.
Esta es la locura que me ha vuelto cuerda
desde mis cero años a mis cincuenta.
No tardes tanto en convencerte.
Sobrevivirás más saludablemente.

Y al final te rendirán honores
llorando por tu ida.
Probablemente hasta se dirá
que fuiste un enorme ser humano,
y casi seguro, un gran Poeta.

Te recordarán los siglos
aunque tú no recuerdes
el día que naciste
a la vida,
hijo.

(Sofía Serra)

jueves, 13 de diciembre de 2012

La amistad

La amistad

No hay nada como un mendrugo de pan
cuando el hambre es cierta,
enervante hasta dormir,
cuando se mastica el aire
porque no hay comida.
Falta la costumbre
de atesorarnos en la herida
recoger todas las libélulas
una a una rescatar con ellas
la ferocidad del milenio
persiguiendo a las avispas.

Otros toboganes nos esperan
en el parque de los viajes mistéricos,
la benevolencia,
la humildad,
la salud del cuerpo
como si perteneciera
a una mente infantil lúcida y brillante.

Nos falta por saber
todo
sobre
todo
nuestra falta de sabernos.

Árbol, sombra
que me iluminas,
dónde te ocultas.
Contigo se han ido
la alegría y el credo.
Ya sólo me queda
mi propia herida
y tu congoja.

El lugar donde a salvo,
la amistad de las yerbas floridas
recordándome.

(Sofía Serra)

miércoles, 12 de diciembre de 2012

La nieta del samurai

La nieta del samurai

“Dios que buen vasallo
si oviesse buen señore”
(Cantar del Mío Çid)

Hoy tengo constancia documental de que soy nieta de militante del PSOE y sindicalista de la UGT, portavoz del partido desde la llegada de la república en 1931 y posteriormente concejal por el Frente popular en un ayuntamiento sevillano. Leyendo esas actas, he entendido muchas cosas buenas de mi carácter, heredadas de él, sin duda, sin duda alguna; pero se me han quitado las ganas de escribir. Ni siquiera para rendir honores a mi abuelo materno me quedan. Se lo cargaron como a tantos otros. Es lo menos destacable. Hubo muchos. Un millón de muertos sólo durante la contienda.
Pero no he soportado saber que fue torturado.
La muerte no me da miedo, ni el dolor, pero sí la muerte en vida. Horrores le temo. Infinito. Sólo desde ahí entiendo que haya seres humanos que pueden torturar a otros. Hacer daño a sangre fría. Zombies, sólo zombies. Cuerpos sin cerebro ni células espejo.
Ahora sé por qué se volvió loco según siempre he oído contar (esa fue la notación oficial en su partida de defunción: enajenación mental) y se suicidó, interpretación de la niña de cinco años que era mi madre por aquel entonces (1940).
Pero se me han quitado las ganas de escribir, de todo… de todo.

He arremetido en mi interior contra el PSOE: ya no le debo nada, ya no lo seguiré votando nunca más, ya os di la vida de mi abuelo. Y a cambio seguís sin entender que nos habéis dejado huérfanos. Como a mi madre la dejaron los otros.

A mi madre siempre le ha dado miedo el agua, nunca buena nadadora. Si se alejaba del borde más de un metro, se hundía. Literalmente. Yo siempre he sido buena nadadora. Ella buscaba a su padre en el agua de la taza del retrete, porque había oído que ese agua llegaba al río, que fue donde lo encontraron con una herida (sic, no se especifica más) en la cabeza, muerto, en La Barqueta. Natural que esa niña le cogiera miedo al agua. Natural. Se había llevado a su padre el agua... El agua.

A mí nunca me lo ha provocado, el miedo el agua, a pesar de que en un par de ocasiones estuve a punto de ahogarme. De una me salvó mi otro abuelo, Salvador se llamaba, providencial nombre para mí. Con dos o tres años se me ocurrió intentar llenar un cubito de juguete con el caño de agua que caía sobre una piscina o alberca. Me recuerdo, el cubo azul con el asa verde, recuerdo el brillo del sol en el caño de agua, en el agua borboteante y transparente. Su fuerza y el peso del cubo al llenarse pudieron con el cuerpo aún muy pequeño. Cuando miraron yo estaba bocabajo flotando. Él me rescató. Después fue mi primo en el mar, por la melena.
La melena. De un tirón. Y las burbujas y la placidez del dibujo en HDR de la corriente del agua en la ola.
No, nunca me ha dado miedo el agua.
Pero la crueldad humana sí me puede.
Algunos posmodernos llaman a la crueldad “hijoputez”. Y yo les digo: NO. No, hijaputa yo. Es lo que quiero ser. Eso quiero ser de mayor, una gran hija de puta a partir de mis cincuenta.

Esta es la amarga constancia de que el mal y la injusticia sólo generan odio. Y el odio sólo trae nuevo mal. El círculo nunca se rompe.
A menos que nos esforcemos.
MUCHO.

Que nadie vuelva a decirme nunca más que no son tiempos para poetizar ni hablar sobre el amor.
Porque lo mataré, lo mataré con mis propias armas.
Me recogeré la melena.

(Dato documental extra también aportado hoy a estas manos: tengo un HLA-B39 en mi sangre proveniente de mi abuelo Miguel Giráldez Barrera, carpintero de Morón de la frontera, concejal de hacienda y gremios de su ayuntamiento. En el acta del 25 de Julio de 1936 ya no aparece su firma. Tengo ascendencia japonesa.)
 
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