miércoles, 12 de diciembre de 2012

La nieta del samurai

La nieta del samurai

“Dios que buen vasallo
si oviesse buen señore”
(Cantar del Mío Çid)

Hoy tengo constancia documental de que soy nieta de militante del PSOE y sindicalista de la UGT, portavoz del partido desde la llegada de la república en 1931 y posteriormente concejal por el Frente popular en un ayuntamiento sevillano. Leyendo esas actas, he entendido muchas cosas buenas de mi carácter, heredadas de él, sin duda, sin duda alguna; pero se me han quitado las ganas de escribir. Ni siquiera para rendir honores a mi abuelo materno me quedan. Se lo cargaron como a tantos otros. Es lo menos destacable. Hubo muchos. Un millón de muertos sólo durante la contienda.
Pero no he soportado saber que fue torturado.
La muerte no me da miedo, ni el dolor, pero sí la muerte en vida. Horrores le temo. Infinito. Sólo desde ahí entiendo que haya seres humanos que pueden torturar a otros. Hacer daño a sangre fría. Zombies, sólo zombies. Cuerpos sin cerebro ni células espejo.
Ahora sé por qué se volvió loco según siempre he oído contar (esa fue la notación oficial en su partida de defunción: enajenación mental) y se suicidó, interpretación de la niña de cinco años que era mi madre por aquel entonces (1940).
Pero se me han quitado las ganas de escribir, de todo… de todo.

He arremetido en mi interior contra el PSOE: ya no le debo nada, ya no lo seguiré votando nunca más, ya os di la vida de mi abuelo. Y a cambio seguís sin entender que nos habéis dejado huérfanos. Como a mi madre la dejaron los otros.

A mi madre siempre le ha dado miedo el agua, nunca buena nadadora. Si se alejaba del borde más de un metro, se hundía. Literalmente. Yo siempre he sido buena nadadora. Ella buscaba a su padre en el agua de la taza del retrete, porque había oído que ese agua llegaba al río, que fue donde lo encontraron con una herida (sic, no se especifica más) en la cabeza, muerto, en La Barqueta. Natural que esa niña le cogiera miedo al agua. Natural. Se había llevado a su padre el agua... El agua.

A mí nunca me lo ha provocado, el miedo el agua, a pesar de que en un par de ocasiones estuve a punto de ahogarme. De una me salvó mi otro abuelo, Salvador se llamaba, providencial nombre para mí. Con dos o tres años se me ocurrió intentar llenar un cubito de juguete con el caño de agua que caía sobre una piscina o alberca. Me recuerdo, el cubo azul con el asa verde, recuerdo el brillo del sol en el caño de agua, en el agua borboteante y transparente. Su fuerza y el peso del cubo al llenarse pudieron con el cuerpo aún muy pequeño. Cuando miraron yo estaba bocabajo flotando. Él me rescató. Después fue mi primo en el mar, por la melena.
La melena. De un tirón. Y las burbujas y la placidez del dibujo en HDR de la corriente del agua en la ola.
No, nunca me ha dado miedo el agua.
Pero la crueldad humana sí me puede.
Algunos posmodernos llaman a la crueldad “hijoputez”. Y yo les digo: NO. No, hijaputa yo. Es lo que quiero ser. Eso quiero ser de mayor, una gran hija de puta a partir de mis cincuenta.

Esta es la amarga constancia de que el mal y la injusticia sólo generan odio. Y el odio sólo trae nuevo mal. El círculo nunca se rompe.
A menos que nos esforcemos.
MUCHO.

Que nadie vuelva a decirme nunca más que no son tiempos para poetizar ni hablar sobre el amor.
Porque lo mataré, lo mataré con mis propias armas.
Me recogeré la melena.

(Dato documental extra también aportado hoy a estas manos: tengo un HLA-B39 en mi sangre proveniente de mi abuelo Miguel Giráldez Barrera, carpintero de Morón de la frontera, concejal de hacienda y gremios de su ayuntamiento. En el acta del 25 de Julio de 1936 ya no aparece su firma. Tengo ascendencia japonesa.)

Roturaciones

Roturaciones

Apenas me quedan héroes,
ni salvaeslips.


Venga de este guiso a sostener
tu calma, porque mi aliento
resoplo y bufo tras el arado.
El cordaje de las neuras se me rompe
equilibrando pesos y contrapesos
anudados a la reja.

Verte y no verte venir.

La techumbres inician el son
del leve paso de sus dedos
o sus garras sobre las tejas
liquenadas de la arcillosa
luz del verano, el quinto pino
del entierro riza el arcén
de su autovía.
Nunca fueron sembrados
árboles tan lastrados.

Hecatombe y lúcida sombra
en este verte y no verte venir.

Persisten cuadrados los soles
bajo las caricias del orbe azul.
Sin, pero sabiendo qué hacer,
resurge vacilando el verbo.
En el anticipo fantasearon
con sus alas los delfines del aire.
Las piernas colgaban de los pretiles
y el viento aminoraba
la marcha de los aún más indecisos,
así que maté al segundo
tras de mí al acecho
buscando el instante de mi estampida.
Mas renuncié, cerré la ventana
y juré no entoldar esta frente.
Luminosos, los seres del cielo,
esos que no llamamos ángeles,
sortean a manos viento las pupilas.
¿Qué hombre no los ha visto?

Verte y no verte venir.

Somos tantos que
se me ha quedado
pequeño el pulmón
—sólo uno, sólo uno tengo—
solicitando armisticios cantores
con su redonda boca.

Verte y no verte venir.

Nos quedaremos de ojos
cruzados obviando el juramento
y la inercia de las metálicas sienes
que beben asomadas a la puerta
y veneraremos un tú más yo
hasta que los laureles de invierno
logren entonar el grito
de la noche que mira y desmira
el malva de tu cabello. Vengaremos
sin más futuro que la rosa huella
habituada a resucitar
sobre el vacío desmesurado
de la espina.

Adolezcamos de algunos puntos sutiles,
confeccionemos el ansia de la rama,
exhibamos el letargo que nos oprime
compilando zinnias con palabras
prendidas del pico del jilguero
de tanto cantar para nada,
tanto dar para nada.

La venerable respuesta
apremia por ser escrita.
Pieza a pieza hace el frío
y las hojas no han caído.
Resuena la yerba
sobre los rizomas
de plata enterrados.
Se huele el aliento de la vida.

La muerte no tiene aliento.
La muerte no tiene boca.
Verte y olerte llegar:

Nena, hacías mucha falta,
tú sabes cómo romper el duro hielo.

Sofía Serra (El hombre cuadrado. Correcciones)

martes, 11 de diciembre de 2012

El temblor (poema a mi primer recuerdo verbal)

El Temblor (poema a mi primer recuerdo verbal)
(A la Venus de Willendorf)


con qué mando vino
y a qué fango llega
la venia bajo la que te labraron.
Si conocemos el momento,
¿te imaginas un desierto sin hombres
poblado sólo de árboles?

…Y entonces llegaron
sus pechos manando leche,
y en su barriga
crece la nueva vida
y se haga fuerte
y coma con sus dientes
y hasta ojeras tiznará
al enfrentarse a la pendiente
cuando el jefe de herida muere
por el colmillo del mamut,
o tal vez por la venenosa
espina de la acacia
que por entonces verdeaba
las arenas del sáhara.

Ni qué decir tiene ya
su vulva fue el origen
del mundo para ellos,
pobres hombres blandos
y sedientos de rascacielos
que los elevaran del frío
del suelo de la cueva.
Pero he aquí que llegó
su bonhomía temprana,
y la mujer chamana
se talló en caliza
hasta dar lugar,
o luz,
al misterio:

y si a esta piedra
y la clavo y casco
y lasca a lasca
ya llegarás,
cuando se me abra
la rosa dura.

Pensó la mujer naranja
con el contraluz
de un cuerpo y durmió
con un cuerpo,
soñó, despertó
y se levantó del tálamo
de piel de alce
con un cuerpo
girado hacia el oriente
del horizonte naranja y negro
y rojo temblor:
terremoto
sopla con sus piedras,
te nombra meciendo
sus altas tundras,
te labra moviendo
tus pequeñas sábanas
te engolfa en las voces de afuera
cuando mis muslos
aún no habían engordado
con la teta, en la cuna
y desde su tierra
se cinceló la talla
de ésta no sé ya
si habla o antigua.

Sofía Serra (De El hombre cuadrado)

En HDI

La conciencia es la que precipita el conflicto del hombre con la esencia, pero también lo que únicamente puede reconciliarlo con ella, con ella y con el mundo.
La conciencia es la primera célula espejo que le nace al hombre, la que le hace poder reflejarse, tomar medida de sí mismo. Fue entonces, al poder medirse, cuando se abrió el abismo bajo sus pies. Pudo contemplarse a sí y, por tanto, contemplar a la esencia desde lejos.

El acto nombró el suceso, un suceso para volverse loco. De hecho el ser humano se volvió loco. Su única salida: el miedo. El miedo anidó dentro de él (¿quién-qué no sentiría miedo ante la presencia de un abismo bajo sus pies?). Sin embargo, su mente sabe que tiene que seguir caminando. Es así como ella misma, el mismo hombre, comienza a construir la costra dura de la nomenclatura ante sus pies, cada paso que da, cada pie que echa hacia delante, una porción de camino de cemento y piedras que aparece, y así en perfecta hélice de progresión geométrica por los tiempos de los tiempos.

Los primeros lo tenía más fácil, iban construyendo la primera capa, la esencia les quedaba más cercana, con un simple pensamiento acorde con la naturaleza, la esencia se les transparentaba. Mientras más alejados de “aquel tiempo” más difícil recordarla, el camino está echado, capa sobre capa, seguimos andando sobre él, es el tiempo que es nuestro compañero. Los huecos para poder observarla nos quedan en los pensamientos, las ideas, el grafos de los anteriores a nosotros, los clásicos de cualquier índole. Ahí en ellos se contempla la esencia, se vuelve a contemplar, el hombre puede seguir mirándola, no perderse de ella a la vez que seguir caminando por “su” tiempo presente.

El trabajo de los hombres de ciencia, pensadores, filósofos es el de convertir la costra (que ellos mismos echan) en transparente; es el lenguaje discursivo mediante el cual transmiten lo conocido o reflexionado para derramarlo sobre la costra y hacer al otro hombre recordador de aquella esencia o el uno del que provenimos. El de los artistas y poetas, crear los pozos artesianos, en lenguaje cursivo, o cursal (me gusta más esta), es decir, siguiendo el curso de esa esencialidad taladrando la costra, cada uno o cada sección de lo que somos ayudando al hombre a recordar verticalmente, de donde proviene y lo que es.

Después de la primera célula espejo, fueron naciendo las siguientes, claro. Esas que nos devuelven la mirada sobre el otro, esas que nos devuelven la mirada sobre lo que nos rodea, sobre la naturaleza, sobre todo a lo que ponemos nombre. Esas que nos permiten obtener conciencia de que hay algo más que la costra y nosotros y nuestra necesidad de nombrar.

La observación y la vivencia de la naturaleza ayuda a hacer recordar al hombre la esencia, porque a ella, al no poseer conciencia de sí misma, le falta esa célula espejo que nuestra mente desarrolló, se parece a lo que el hombre fue antes que hombre consciente de sí. Pero sólo ayuda a recordar, no es la esencia misma, pues nosotros, incluida esa célula espejo, e incluida la posterior necesidad de construir la costra dura de la nomenclatura, también somos naturaleza. La esencia nos subyace a todos, a la naturaleza y al hombre con su costra dura de la nomenclatura a cuestas o bajo sus pies. La naturaleza es la amiga que puede ayudarnos. De hecho auxilia al poeta y al pensador en su reflexión. Pero si no hay agujeros y transparencia desarrolladas por el arte y el pensamiento, no hay de facto visión total de la esencia. Visión en HDI si se quiere.




lunes, 10 de diciembre de 2012

Las antípodas

Las antípodas

cómo embarcarme siendo isla
cómo aislarme siendo nave.


Nunca debí dejarte solo.
En la esquina suroeste de europa
la suerte se dividió en dos
segmentos de segundos planos,
el atril de la superficie de tu huida
y mi paz al falsamente mirar
el escaparate de los trajes (de flamenca)
por donde, en el lugar del pan,
tu cuerpo caminaba erguido
buscando el viaje
que te apartara de mí
o de ti mismo
o a mí misma
del pan.

me persigue el hambre
de haberte regalado mi soledad
en ese cristal egoísta.
Es la playa, la venerable playa
de mis infantiles logros,
tan real como el alimento que me predica,
la que avala la verdad de mi sensación,
su realidad y su causa sensacional y
real. Verdaderamente real.

verdaderamente real
por ti comienza
por hacerme amiga de tu suerte,
por mí termina
por embarcarme en las naves
que me trasladen lejos tuya
aguas adentro mar de un horizonte
que no perturbe
el armonioso y líquido y fresco
sostenido de tu boca o tu apetito…

Y me arrumbo en el ardiente deseo
de dejar de ser y estar
paloma, fuente, torre
o playa dejar de ser
para estar
sólo isla silenciosa,
como la que Google recogía torpemente
ya en las antípodas
de este Suroeste.

Sofía Serra (De Los cabezos amarillos)
 
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